viernes, 29 de enero de 2021

Noche de pizza con mi villano, de Daniela L. Guzmán

 


Normalmente no suelo ser muy optimista con los escritores de mi generación, ya que, por lo general, tienen perspectiva, pero les suele faltar la técnica para hilvanar grandes historias. No obstante, el libro que reseño hoy me ha sorprendido para bien. Noche de pizza con mi villano se trata de una recopilación de cinco relatos de la joven promesa mexicana Daniela L. Guzmán, unidos por un nexo común: la villanía. Y, bueno,... también por la pizza. Los protagonistas de cada uno de ellos parten de personalidades reales de la historia mexicana más clásica. Tenemos a Hernán Cortés, a la Malinche, a Moctezuma, a Maximiliano de Habsburgo y a Porfirio Díaz. Y su protagonismo se integra con esos elementos que tanto me atraen de la literatura mexicana más reciente: la conciencia de que Méjico no es un país que funcione de acuerdo a una lógica, de que si en un país pueden llover cabras del cielo y bajar extraterrestres en un cono de helado para bailar una samba, ese es Méjico. Y eso es así porque si algo ha funcionado en la historia y la política del país es justamente lo inesperado. Los mejicanos que conozco rara vez se sorprenden, lo que hace que la literatura orbite por mundos mucho más fantásticos que los que acostumbramos en Europa. 

Méjico no es un país normal, como decía Juan Pablo Villalobos, y está plagados de villanos históricos, cuyas historias fascinan a los propios mejicanos, cuyas ideas son rescatadas una y otra vez por ellos en el día a día. Guzmán hace en este libro una reinterpretación de sus historias recurriendo al amplio abanico de la ciencia ficción y la ficción especulativa, dando lugar a textos muy bien cuidados y que apuntan formas. Son los siguientes:

  • Rehúso, señor presidente: El presidente del país trata de dejar el cargo, pero es reelegido una y otra vez. Se convierte en un ser despótico y en un auténtico tirano para el pueblo, pero este le sigue adorando. Ni siquiera le dejan suicidarse tranquilo.
  • No vayas, es una trampa: Un grupo hotelero vegano secuestra a un ingeniero y a sus hombres y les obliga a probar durante un tiempo su modo de vida, a la fuerza.
  • También en Plutón hay una ciudad llamada Estocolmo: Un padre conspirativo piensa que su vecino es un auténtico plutoniano y se va a vivir con él abandonando a sus hijos.
  • Mi mejor amiga vive en una pecera gigante: Un par de estudiantes adolescentes decide recaudar peces para salvar la extinción de los osos polares, pero una de ellas es maltratada por sus compañeros hasta el punto de despreciar a la raza humana.
  • El empleado enfermo: El hijo progre de un empresario hereda el imperio económico de su padre, pero no tiene ni idea de cómo dirigirlo. En las oficinas tiene permiso para hacer lo que se le antoje, salvo una sola cosa: abrir la puerta del sótano en la que trabaja "el empleado enfermo". Cuando ambos entren en contacto, su forma de ver el mundo cambiará drásticamente.
Se trata de textos bastante breves y que se pueden leer en su conjunto en unas dos horas. Están plagados de humor y de referencias a la cultura pop de mi generación (los que nacimos en los noventa), más allá de los localismos propios de Méjico. El lenguaje es ágil, pero también goza de una profundidad que parte de la reflexión y de lo simbólico. Guzmán juega con la referencia y se apropia de ella hasta darle forma y encajarla en su mundo literario. Su estilo es muy personal y colorido. No obstante, el marco narrativo puede desconcertar de alguna manera al lector y era por completo innecesario, pues ya los relatos son lo suficientemente buenos de por sí. Hay una breve introducción en la que se trata de explicar que los villanos han resurgido y han concedido entrevistas para la televisión nacional por una porción de pizza (y un vaso de vino), pero lo que uno encuentra luego son relatos que se vinculan con dichos villanos simbólicamente y en los que no hay ni rastro de la aparentemente prometida entrevista. Por decirlo de alguna forma, se trata de historias que no podrían aparecer en un programa de televisión al ser estrictamente literarias. Y luego está el tema de la pizza, que acaba siendo meramente anecdótico, a no ser que entendamos, claro, que en la referencia a la comida italiana reside esa intencionalidad de actualizar viejas historias. Salvando estos detalles y algunos descosidos propios de toda primera obra, se puede decir que es un libro de relatos muy en condiciones, demasiado si se tiene en cuenta de que la autora lo distribuye de manera totalmente gratuita por Google Play. Muchas veces pagamos por libros mucho peores y no le damos la oportunidad de ser leídos a estos autores menos conocidos, lo cual es una verdadera lástima.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.



martes, 26 de enero de 2021

La máscara de Ripley, de Patricia Highsmith

 


Como ya comenté el 19 de diciembre, con carácter mensual, voy a estar reseñando las novelas protagonizadas por Tom Ripley hasta concluir la saga, aprovechando la edición recopilatoria que ha sacado Anagrama. Esta es, pues, nuestra segunda cita con el mítico criminal de Patricia Highsmith. Se trata, además, como en la primera novela, de una relectura, por lo que los puntos cruciales de la trama ya me sonaban, al menos. No obstante, ha sido un placer volver a leer La máscara de Ripley, puesto que había olvidado buena parte de los detalles del argumento.

Tenemos, como digo, una trama un tanto enrevesada, pero voy a tratar de resumirla brevemente. Han pasado cinco años desde que Tom Ripley burlara a la justicia en Grecia y se convirtiera en el heredero de las propiedades de Dickie Greanleaf. Durante ese tiempo, Tom ha prosperado. Se ha mudado a una mansión llena de lujos de una pequeña localidad cerca de París y se ha casado con la heredera de una importante farmacéutica a nivel mundial. No tiene necesidad de trabajar y vive rodeado de todo lujo, dedicándose a sus placeres: aprender idiomas, viajar, el arte, etc. Sin embargo, eso no le sirve a Tom. Aspira a más y sabe cómo conseguirlo: mediante toda clase de negocios fraudulentos. La romántica muerte en el mar Egeo de Derwatt, un pintor casi desconocido, pero joven promesa, motiva a un grupo de amigos a difundir su obra hasta el punto de que se han quedado sin nada que ofrecer justo cuando los precios de los cuadros comenzaban a dispararse. Por azares del destino, Tom conoce al grupo y se decide a ayudarle. ¿Es que uno de ellos, también pintor, no es capaz de imitar su estilo? Dicho y hecho. Comienza en Londres todo un negocio de falsificaciones que demostrará su fragilidad cuando un rico estadounidense aficionado a la pintura, Thomas Murchison, se cuestione la veracidad de ciertas obras recientes. Mr. Ripley, que recibe un 10% de las ventas millonarias de los falsos Derwatts, tendrá que volar a Londres rápidamente y volver a ponerse en la piel de un muerto. Disfrazado del pintor suicida, Tom tratará de convencer a Murchison, pero no le resultará nada fácil.

A partir de aquí se sucede la clásica trama esperable en una novela de Highsmith. Hay uno o dos asesinatos. Ripley tiene que apañárselas como puede para ocultar los cadáveres y convencer a la policía de que él no tiene nada que ver con ningún negocio turbulento y de que la galería, que vende cuadros falsos, es la más honesta del mundo, al tiempo que trata de llevar una vida normal, recibiendo invitados a su casa y asistiendo a fiestas solo para dar la imagen de ciudadano ejemplar. Lo interesante, como siempre, es la distribución de la acción, la agudeza de los diálogos que juega con lo que sabe cada personaje y los giros argumentales bien dispuestos.

La máscara de Ripley retoma algunos temas fundamentales de El talento de Mr. Ripley, como el doble o la fascinación por el arte europeo, pero abandona otros, como la reflexión en torno a la identidad (sexual y existencial) del protagonista. Tiene un comienzo menos abrupto que su predecesora, lo que tampoco era muy complejo, pues se presupone que el lector ya ha pasado por una novela previamente a esta. Sin embargo, el desenlace no es tan satisfactorio como en El talento y eso le juega en contra. A pesar de que la historia no está centrada en el caso Dickie y que, salvo Tom, no aparecen personajes de la anterior novela, considero que ciertos detalles, muy relevantes para la historia y que explican el comportamiento del propio protagonista, no se aprecian bien si no has leído previamente El talento. El camino tangencial que toma Highsmith para redactar La máscara es lógico si se tiene en cuenta el carácter sentencioso del final de El talento. Highsmith le da tantas vueltas a una trama y explora tantas posibilidades que esta se acaba desgastando de una novela para otra. De ahí, la incursión de situaciones completamente nuevas con personajes distintos, como el propio Bernard Tuffts, un incomprendido que le recuerda a Tom a sí mismo. Dicho esto, estoy deseando poder disfrutar de la siguiente, que será El amigo americano.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.

Reseñas de otras obras de Patricia Highsmith: El talento de Mr. Ripley, La celda de cristal




viernes, 22 de enero de 2021

Insolación, de Emilia Pardo Bazán



Francisca Asís de Taboada es una joven que lleva ya dos años de luto por la muerte de su esposo y tío, el marqués de Andrade. Con la idea de que ya va siendo hora de vivir un poco, acude a un pequeño cóctel de una de sus amigas cercanas, la marquesa o condesa de Sahagún. En dicho evento, conoce a un burgués gaditano, apellidado Pacheco. Algunos días después, ambos se encuentran a la salida de una misa y deciden ir juntos a la romería de San Isidro. Lo que para el mundo que la rodea supone un escándalo, para Asís consiste en una diminuta aventura donde Pacheco no es más que su acompañante y amigo. Sin embargo, durante dicha romería, ambos acaban enamorándose el uno del otro. Asís, presa del vino y del fuerte sol madrileño termina sufriendo un mareo que la incapacita y que será en cierto modo responsable de los sucesos posteriores.

Estamos ante una novela romántico-sentimental, de trama sencilla, pues solo intervienen los dos responsables de una relación que se desarrolla en el "ahora sí y ahora no" tan característico de este tipo de obras. Pacheco destaca por ser todo un truhan, una suerte de burlador de mujeres que parece que ha encontrado definitivamente a su media naranja. O eso debemos suponer los lectores por el final feliz de la novela, aunque lo cierto es que ciertas intervenciones del chico dan a entender todo lo contrario, que a Asís le espera un matrimonio de todo menos alegre y llevadero. La relación se forja en solo cinco días, por lo que los personajes ni siquiera tienen tiempo de conocerse entre sí por muy bien que trate de pintárnoslos la autora. La prontitud con la que se desarrollan estos amores y la actitud de Asís y Pacheco para consigo mismos me ha recordado, al menos, a los relatos característicos de María de Zayas y Sotomayor. Asís trata de frenar sus sentimientos por Pacheco, que a fin de cuentas es un mindundi, pero no lo consigue. El desenlace es optimista y le resta realismo al relato, siendo esta falta de realismo una de sus mayores fallas.

Sin embargo, esta no fue la principal queja de la crítica de su tiempo. Pardo Bazán fue tachada de indecente en esta obra, y eso que se esfuerza en censurar, hasta el punto que resulta tedioso para los lectores modernos, el comportamiento que podría tildarse de despreocupado de su protagonista. Eso de que una noble viuda se fuera de romería con un cualquiera, pues, como que no estaba muy bien visto. Se ha llegado a decir que Insolación es una novela erótica. Así lo afirma Marina Mayoral en el prólogo que yo he leído, al menos (que no es la de la edición de la portada, sino una de Espasa Calpe que tenía por casa). Y yo, iluso de mí, esperando ese momento de encuentro sexual, o la sugerencia quizás de dicho encuentro. Pero, oye, nada de nada. Seguramente se deba a que en el siglo XIX la amplitud de miras era mucho más cerrada, pero desde mi prisma como lector actual debo decir que Insolación es de todo menos una novela erótica. De hecho, diría que es diametralmente lo opuesto a este género. Se prima el alma sobre el cuerpo, o, por lo menos, Asís lo prima. Y el narrador omnisciente que la acompaña y no para de atacarla, también.

Es evidente que este ataque a metralla es una estratagema de la señorita de Pardo Bazán para que le publicasen una novela con una trama controvertida escrita, para más inri, por una mujer, pues en la época todas debían ser lo más respetables posible. Pardo Bazán oculta su ideología a través de la exposición de una opuesta en un nivel superior: la voz del narrador. Insolación no podría haberse escrito con un narrador neutro. La hubieran crucificado aún más de lo que ya la crucificaron. Y eso que, como digo, se trata de una novela sin muchas subidas de tono.

Lo principal es el personaje de Asís y la reflexión en torno a la libertad de las mujeres y la diferencia abismal entre esta y la de los hombres. Asís dialoga de vez en cuando con el Comandante Pardo (que, según tengo entendido, aparece en otras e importantes novelas de la autora) sobre esta cuestión. Lo que es censurable para las mujeres es motivo de halago para los hombres. El mismo Pacheco señala en algún momento que él ha vivido mil veces más que cualquier mujer por la simple libertad que dispone para moverse. Asís ha perdido dos años de su juventud mirando las musarañas y dejando que la pérdida de su esposo la consumiera. Pacheco ha burlado (o dice haber burlado a infinidad de mujeres) y así lo expresa como algo de lo que enorgullecerse. Y ambos son invitados a las mismas fiestas y gozan del mismo respeto y prestigio social. Se trata de una situación injusta que Pardo Bazán coloca sobre la mesa y deja una verdad incómoda que a muchos autores varones de la época les molestaba hasta el punto de dinamitar la obra desde su salida con duras críticas, sacándose de la chistera situaciones que ni siquiera aparecen en el libro.

Insolación es una obra valiosa por su denuncia social, pero tampoco por ello debemos obviar sus errores. Para empezar, el cambio de narrador, totalmente arbitrario, indica indecisión a la hora de narrar el texto por parte de su autora. Después de unos capítulos iniciales usando la tercera persona, pasa a la primera otros tantos y luego regresa a la tercera. Mareo absoluto e inexplicable. Otra cuestión que me fatiga es el laísmo de la obra. Todos los personajes son un poco laístas. Hasta el burguesito gaditano comete laísmo ciertas veces. Y a este personaje hay que sumarle el seseo inexplicable y que entra en contradicción con el supuesto "ceceo" que le atribuye el narrador. No me queda claro, ¿sesea, cecea o qué hace con su vida? Yo soy de la provincia de Cádiz y debo decir que, por norma general, se cecea en toda la región, salvo en ciertos barrios de la capital y parte de la sierra, regiones en las que se sesea. Pero eso no explica que la autora transcriba los diálogos del personaje con eses donde debería haber ces y luego nos diga que su ceceo maravillaba a Asís. A todo esto hay que sumarle la cadena de tópicos que hay sobre Pacheco por el simple hecho de andaluz y que son de haber pisado Andalucía poco y nada. 

También es cierto que ha influido en que no me haya gustado el hecho de que la novela romántico-sentimental nunca ha sido fruto de mi devoción. Las tramas siempre lentas con conflictos previsibles y personajes que no suelen tener mucho más trasfondo ni preocupaciones en la vida más que quererse o no quererse. Probaré suerte pronto con otras novelas de la autora, ya que siempre me ha llamado la atención como personalidad de la época y sus vínculos con las postrimerías del realismo decimonónico en España, así como en la difusión del naturalismo francés.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.



martes, 19 de enero de 2021

La muerte como efecto secundario, de Ana María Shua

 


Ernesto siempre ha tenido un problema: su padre. Este se ha caracterizado por ser un hombre con un rígido carácter que le ha llevado a maltratarle psicológicamente durante toda su vida. Hace mucho que Ernesto es mayor de edad. De hecho, ya ha superado los cuarenta, pero es totalmente incapaz de rebelarse contra quien lo engendró. Cuando al viejo se le diagnostica cáncer de colon, este hace una apuesta con Ernesto. Le entrega diez mil pesos argentinos, que debe devolverle en ración de dos cada equis meses mientras siga con vida. Ernesto ve entonces la luz, desea con toda su alma que su padre se muera, ya sea por efecto colateral de una cirugía en un hombre tan mayor y obeso o por una incapacidad de sobrellevar el posoperatorio, pero todo apunta a que va a tener que soportarlo más de lo que tenía pensado.

La novela que os traigo hoy es la más conocida de todas las que ha escrito Ana María Shua. Se trata, como su nombre indica, de una pieza que gira en torno a la muerte. Todos los personajes están expuestos a ella, pero especialmente Ernesto, quien, por su profesión como maquillador, se ha acostumbrado a tratar con cadáveres. Para Ernesto, la muerte es un efecto secundario de la vida y no resulta extraña ni aterradora. Por el contrario, es una herramienta de liberación, un alivio. El protagonista siente la angustia de vivir y de las cláusulas tan particulares que su existencia conlleva. No solo tiene que enfrentar a su padre, que es el causante de todos los complejos que arrastra, sino que debe bregar con un trabajo cada vez más extraño. Ernesto es maquillador porque entiende que los seres humanos necesitan una máscara para afrontar la vida y, al mismo tiempo, es escritor, aún cuando no quiere serlo, condenado a lidiar con el director de una película que jamás se filmará. Ernesto desea ser degradado, pero necesita el dinero y algo en lo que pensar mientras asiste al momento más largo y esperado de su vida: la muerte del padre que nunca lo aceptó, que siempre lo ninguneó.

A todo ello hay que sumarle la complicada relación sentimental que mantuvo con una mujer hace Dios sabe cuándo, pero que lo marcó de por vida. Ernesto se culpa a sí mismo por su debilidad, por no ser el hombre que se esperaba de él. Y esto me ha parecido tremendamente interesante porque desde la novela se desafía la vieja fachada de la hombría, de esa masculinidad clásica del tipo fuerte, valiente y dominante. Ernesto es todo lo contrario y por presión social se machaca psicológicamente a sí mismo. Opta por una profesión en la que todos lo consideran un intruso, porque es maquillador, pero no homosexual. Y eso hace que las personas para las que trabaja, especialmente las mujeres, se sientan incómodas; siendo este otro de los puntos que le hacen preferir el trabajo con la muerte.

La muerte sigue presente en la película que nunca rodará Goronsky. El excéntrico artista selecciona a Ernesto para ser su nuevo guionista (al menos, hasta que se canse de él) y lo hace por un relato, el único que alguna vez publicó Ernesto, sobre la Antártida. Esa tierra fría, hostil y muerta, donde no crece ni un árbol, pero cuenta con seres acostumbrados a ella. Los expedicionarios de Goronsky son un trasunto del propio Ernesto en la novela, que debe sobrellevar una situación difícil y adaptarse a cualquier clima, muy especialmente a la violencia matutina y llevaba al último extremo de la ciudad de Buenos Aires.

Y con esto llego a la ambientación. No he visitado nunca Buenos Aires, pero creo que no hace falta hacerlo para entender que la situación social que se muestra es más propia de la ciencia ficción que de una óptica realista. Toda Argentina está sumida en una rebelión. La desigualdad social ha dado lugar a dos tipos de barrios: los cerrados y los tomados. Los barrios cerrados son aquellos en los que viven personajes como Goronsky. Como en la serie La valla, de Antena 3, hay un control estricto sobre quien entra y para qué. En los barrios cerrados se decide el destino del país y sus habitantes viven con todo rigor en la opulencia y el lujo más exagerado. Por el contrario, los barrios tomados son aquellos barrios que anteriormente estaban cerrados, pero que sufrieron la sublevación de los trabajadores, quienes expulsaron o liquidaron a los anteriores moradores. Son barrios que se han ido desgastando con el tiempo, como sus gentes. En medio de este berenjenal, están las zonas abiertas de Buenos Aires donde la violencia está a la orden del día. Los ladrones de poca monta, a veces menores de edad, asesinan por cuatro perras chicas y, como si fuera esto Estados Unidos, todo el mundo puede adquirir, y suele llevar en el cinturón o en el doble fondo de la chaqueta, un arma de fuego, cargada y lista por si acaso.

La muerte como efecto secundario es una novela inquietante y extraña por su mezcla de géneros, sus tesis y su trato con temas tan esenciales de la literatura como el amor, el sexo, la identidad, los problemas paterno-filiales o la muerte. Hay que añadir que el ritmo narrativo está excelentemente llevado y que el final es, con creces, brillante y memorable. Por ello, diría que, sin ser un libro imprescindible, se trata de una obra muy recomendable y entretenida.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.



viernes, 15 de enero de 2021

La uruguaya, de Pedro Mairal

 


Lucas es un escritor bonaerense cuarentón que vive con su mujer, Catalina, y su hijo de corta edad, Maiko. Cada cierto tiempo acude a Montevideo a bordo de un ferry para extraer del banco ciertos pagos por novelas que acuerda escribir para editoriales españoles, pero que no siempre entrega a tiempo. El viaje no es en balde, si retirara el importe en Argentina, la fiscalía se quedaría con casi un sesenta por ciento de las ganancias. Por ello, hace de mula, cargando más billetes de los que debe en la ropa interior y buscando mil formas de burlar a los controles aduaneros. En uno de estos viajes, aprovechando un congreso de literatura en la capital uruguaya, conoce a una chica por la que siente cierta atracción. Lucas sabe que desde hace algún tiempo su mujer mantiene encuentros sexuales con otra persona. Cree que le ha llegado el momento, cree que ha tenido suerte. ¡Menudo desdichado!

La uruguaya es una novela ágil, en sintonía con otras de Pedro Mairal. Destaca por sus diálogos y por el desarrollo de la psicología interna de los personajes con pocas frases, pero muy contundentes. 

En ella sobresalen las relaciones entre narrador y narratario. Todos sabemos que un autor escribe para un lector que existe en la vida real y que es, por lo general, de naturaleza indefinida. Quiero decir, depende de la obra hay unos patrones claros. Por ejemplo, no tiene demasiado sentido apelar al lector usando pronombres masculinos en un libro para embarazadas. Esto no quiere decir que todas las personas que vayan a leer ese libro sean mujeres, pero la lectora ideal del propuesto por el escritor/a lo es. En cualquier caso, lo importante es que en toda obra, sea del índole que sea, hay un autor (o autores) y lectores, ideales y reales. A este esquema simple, habría que sumarle el del narrador y el narratario en las obras de ficción. En La uruguaya el narrador es el propio Lucas, que relata su experiencia en primera persona, pero lo hace con el fin de comunicarse con el narratario (Catalina) para, aparentemente, pedir su perdón.

Hay que dejar en claro dos cosas, puede que Lucas acabe muy mal parado al final de la obra, pero hasta cierto punto no le importa tanto humillarse ante Catalina como humillarla. Los detalles eróticos que le revelaría si el largo texto que escribe llegase a sus manos son verdaderamente hirientes, a pesar de que trate de compensarlo al final diciendo que la quiere. Lucas yerra, se comporta como un iluso y actúa en venganza. Y lo peor de todo, una vez la acción acaba y se sienta a escribir el relato que los lectores estamos leyendo desde el principio, sabemos que su venganza no ha concluido y que aún pretende reclamarla.

Sin embargo, esto es una interpretación. De si la intención de Lucas es entregar su texto a Catalina o no, puede desprenderse otra: la de que Lucas escriba el texto para sí mismo, pero aluda a Catalina en segunda persona como una parte de sí mismo. Ya en la obra se comenta varias veces la cuestión de la bicefalia de las parejas sentimentales. Se comparten hábitos, comidas, películas, amistades, sexo, etc. Hay una negación de la intimidad en un principio que se pierde cuando una de las cabezas trata de recuperarla. Dependiendo de lo que se quiera dejar de compartir esto puede llevar a la hecatombe para la pareja. La escasa madurez puede invitar a la afloración de los celos, como le ocurre a Lucas en su primera venganza. Si las alusiones a Catalina son alusiones a sí mismos, estamos ante un nostálgico como el final de la obra parece indicarnos.

Podría comentar varias cuestiones más, pero este punto ha sido el que más ha llamado mi atención de toda la obra por su ambigüedad. Ya sabéis que pienso que cuanto más ambigua sea una obra más poderosamente literaria me parece. Por lo demás, es una historia entretenida, pero sin momentos sobresalientes.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.

Reseñas de otras obras de Pedro Mairal en esta esquina: Una noche con Sabrina Love


domingo, 10 de enero de 2021

La voluntad, de José Martínez Ruiz "Azorín"

 


En los últimos años hemos visto que la autoficción se ha puesto de moda, pero lo que no muchos saben es que en España, al menos, contamos con precedentes claros de hace más de un siglo. Hoy nos toca hablar de José Martínez Ruiz, y la que es, tal vez, su obra más famosa: La voluntad (1902). Se trata de una novela estructurada en tres partes y que narra el paso de la juventud a la adultez del mítico personaje de Azorín. La ideología del autor va de la mano con el personaje, que al igual que Yevguéni Bazárov en Padres e hijos, pretende ser una figura representativa de la juventud intelectual de una generación, en este caso, la que vivió el Desastre del 98 como punto culminante de las continuas crisis que asolaron España a finales del siglo XIX y que la dejaron tocada durante el primer tercio, al menos, del siglo XX.

Azorín es un joven enamorado, caricatura de la vieja novela sentimental del siglo XV. La relación que mantiene con Justina es clandestina, pero imposible. El padre de la muchacha no es rey como en Cárcel de Amor o Grisel y Mirabella, pero tiene el poder suficiente para separarlos. Convence a su hija adolescente de ingresar a un convento y alejarse de la perversa influencia del pensamiento revolucionario de su amante. Azorín cree en el progreso, pero ve su futuro truncado. Al menos, dice, el pueblo de Yecla no le es totalmente hostil.

Tiene la suerte de contar con un maestro, un hombre llamado Yuste, que destaca por ser un filósofo fracasado y mayor, gran promesa en sus años mozos, pero complemente incapaz de redactar una gran obra que lo encumbre. Todo lo que hace son apreciaciones, comentarios inconexos incapaces de ser hilados en un discurso unitario. Pero esto no le importa a Azorín; su mera presencia y el cariño que le ha agarrado al chaval es para él suficiente para ser admirado y colocado entre sus pensadores predilectos.

La primera parte versará sobre las relaciones entre estos tres personajes. La definitiva muerte de Yuste y Justina, obligarán a Azorín a escapar del pueblo. Cree que en Madrid encontrará a intelectuales como él con los que intercambiar opiniones, con los que filosofar y comentar lecturas de la más pura tradición española. Se lanza a la bohemia, pero su corazón ya está dolido. Él ya lo sabe, su experiencia vital le ha arrebatado, como a su maestro, toda voluntad.

Estamos ante una novela determinista. Azorín se vuelve un ser abúlico porque sus esperanzas se han visto dinamitadas con el devenir social. Su pueblo, Yecla, es un trasunto de la abulia misma. La obra se inicia con el levantamiento de una catedral en la localidad al más puro estilo escolástico: cada ciudadano en sus ratos libres acude para acarrear piedras arriba y abajo. Y lo hacen en pleno siglo XX. Evidentemente, la obra se deja a la mitad. Los yeclanos quieren ser salvados, pero son incapaces de tener la constancia para completar tal fin y, por ello, viven de la excusa, de la frustración y del hastío vital. Justina sabe que su conversión es incapaz de redimirla de cualquier acto, sospecha que todo es una mentira y pierde la fe a medio camino. Yuste se desquita de su carrera truncada por la pereza atacando a otros que han encontrado mejor suerte. Y Azorín... bueno, termina por rendirse. Pasa las noches en Madrid de un lado para otro, frecuenta cafés, escribe para importantes diarios, pero sabe que para ser respetado en el mundillo de la literatura necesita una novela que lo avale. Prueba una y otra vez... Todo cuanto escribe se encuentra tan lejos de lo que considera sus grandes referentes... No hay nada del Arcipreste de Hita en su obra, nada de Mariano José de Larra, nada de Fray Luis de León, nada de nada.

Por estas fechas, José Martínez Ruiz, que acabaría adoptando el pseudónimo de Azorín y que nació y se crio en Monávar (localidad cercana a Yecla), también ejercía de crítico artístico y literario para diversos periódicos y revistas culturales. Era famoso, como lo es el Azorín del libro, por su amistad con Baroja, un autor muy atacado en esas fechas por su estilo plagado de incorrecciones. Las opiniones y vivencias del Azorín del libro son, hasta cierto punto, las mismas que las del Azorín de carne y hueso. Incluso los comentarios de diversa índole que se trasladan a sus páginas pertenecen a textos auténticos que firmó el propio Martínez Ruiz. De la misma forma, también formó parte de los eventos literarios y sociales en los que participa el Azorín ficticio. Sin embargo, Martínez Ruiz, a pesar de su tremendo pesimismo, corrió mejor suerte. No es que La voluntad fuera un éxito, pero no tuvo mala acogida y a raíz de su publicación, comenzó a ser respetado.

Esta es una novela que forma parte de una trilogía, completada por Antonio Azorín y Confesiones de un pequeño filósofo y que, según tengo entendido, continúan con las aventuras del protagonista, en las que quizás se reponga de alguna forma u otra. Lo cierto es que el final de la obrita no puede ser más desalentador. Azorín es un muerto viviente. Un ser privado de toda capacidad para tomar cualquier decisión. Como él mismo comenta, hay quienes viven cien vidas y a otros les toca vivir solo media o, a lo sumo, una cuarta. Él es uno de ellos, espera pacientemente a que su cuerpo se desgaste y disfruta del tormento de un suicidio lento y angustioso, que ya ha sabido aceptar con calma. Es consciente de que no volverá a reunirse con sus seres queridos. Es consciente de que no escribirá su gran obra, de que quedarán las ruinas de esta, como las de la catedral de Yecla, para que otro las concluya.

Como podéis apreciar, se trata de una obra rematadamente triste y que va muy en consonancia con el pensamiento de la Generación del 98. La abulia de Azorín es la abulia de España, una nación incapaz de actuar, donde cada vez que se comienza una revolución, la mayoría desiste y la pervierte a medio camino. En sus tramos finales, sorprende por la honradez y la actualidad de dichas premisas. Parecen opiniones sacadas de cualquier artículo que pudiera haber aparecido en el periódico antes de ayer, solo que formuladas hace más de cien años.

El resto de la novela ya es otro cantar. Se dice que el escritor español que interioriza mejor la corriente pictórica conocida como el impresionismo es, precisamente, José Martínez Ruiz. El texto está plagado de écfrasis muy detalladas sobre espacios y objetos, así como de reflexiones anecdóticas que le dan a la novela un carácter próximo al dietario. Por otro lado, la obra puede resultar pesada por la profusión de referencias culturales a personajes, obras de arte y textos jurídicos, religiosos y literarios. Da la casualidad de que he podido leer la edición de Cátedra, donde abundan notas al pie que te resuelven a grandes rasgos las principales dudas que un texto de esta índole pueda generar, pero aún así, no se hace una lectura accesible al lector contemporáneo. Muchas veces, la necesidad de detenerse a leer dichas notas (casi doscientas) cortan el ritmo de la narración en más ocasiones de las que le gustará a un lector que sencillamente busque relajarse. También hay que añadir que se trata de una obra con un comienzo demasiado abrupto y que no termina de arrancar del todo hasta que no acaba la primera parte. De hecho, esta me parece de lejos la más floja e insulsa. 

Por ello, dejo esta lectura a vuestra elección. A pesar de estos contratiempos, he de decir que he podido disfrutarla, aunque no se puede decir que me haya entusiasmado ningún momento, salvo las tras cartas que componen el epílogo y que me parecen lo mejorcito de toda la obra.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.