'Tal vez alguien piense que tenía ganas de ponerme a pegar tiros porque esta historia empieza con un disparo, pero no era el caso', nos advierte Ginzburg en la nota a la novela que hoy reseñamos. Empieza, como ella bien dice, con un disparo que nos deja aturdido ya desde el momento uno. Como ese comienzo de Crónica de una muerte anunciada, en el cual ya nos dejan claro desde la primera línea que a Santiago Nassar lo van a matar y que esto es inexorable. De esta forma, Ginzburg nos presenta a una mujer atormentada por el trato de su marido para con ella. Una mujer desesperada y enamorada que opta por quitar de en medio a aquel hombre infeliz que arruinó su vida. Capta así toda nuestra atención y nos obliga a desentrañar, como en la obra de Márquez, el cómo y sobre todo el por qué.
Casi toda la novela es una narración en flashback, donde la narradora nos va dando argumentos de peso sobre su cruda decisión. Entre ellos encontramos reflejado el egoísmo de muchos hombres, la voluntad de ser infeliz y de la autocompasión, la gran mentira del matrimonio (en una época donde separarse no era algo tan sencillo), la necesidad de suplir la felicidad en pareja por el cuidado de los hijos y, sobre todo, el tema, tan recurrente en mis últimas lecturas, de la pérdida de seres queridos (o del miedo a esa pérdida). Los personajes viven en la sociedad del qué dirán y establecen una serie de puntos para su propia felicidad donde se destacan visiones muy diferentes. Nuestra protagonista ama al hombre que ha matado, pero él a su vez ama a otra. A una mujer casada y con la cual queda de vez en cuando para mantener relaciones sexuales. O quizás no la ama. El estatismo de Alberto y su eterna duda serán dos de los pilares centrales de la narración. Porque Alberto parece no amar a nadie más que a sí mismo. Sus continuas ganas de destruirse en la autocompasión de no ser mejor escritor que su amigo le convierten en un pasivo ser sufriente capaz de herirse a sí mismo y a los demás. Por otro lado, está el personaje de Francesca, quien es feliz, o intenta serlo, explorando su libertad como mujer y rechazando todo el establishment social en el que quiere insertarla su madre.
Las visiones del amor y del sexo son muy distintas entre todos los personajes principales. Como es un tema que se explora, creo que es necesario, al menos, mencionarlo. Mientras que la protagonista afirma que solo se podría acostar con su marido, con su amor, no puede evitar sentir celos de este, pues se escapa constantemente con otra. Eso la lleva a fantasear con la idea de que el amigo de su pareja, el exitoso escritor, la posea, a pesar de no agradarle en absoluto físicamente, sintiendo una especie de vergüenza posterior por estos pensamientos que considera impuros. Por otro lado, su marido se acuesta con ella solo como placebo sustituto. Es decir, él prefiere acostarse con la otra y cuando está bien con su amante, desprecia por completo a su mujer y la ve como una carga y un error. Al mismo tiempo, Francesca intenta vivir una vida llena de pasiones sin comprometerse. Es una entusiasta del amor libre y considera que lo único importante en la vida es disfrutar. He de decir que esta visión me pareció muy polarizada y hace que el personaje se acerque a un estereotipo no demasiado halagador. Por otro lado, también debemos entender que la narradora es quien ofrece los hechos desde su perspectiva y que, por tanto, los personajes que se dibujan son necesariamente parciales.
Otro de los temas que me gustaría destacar es el del estatismo vital y la comúnmente conocida 'estabilidad vital'. Los personajes se han casado y hasta tienen hijos, viven juntos, pero no son felices. Su vida está estancada y todos tienen miedo a evolucionar. El marido no es capaz de escribir nada bueno. La protagonista no es capaz de abandonarlo y buscar su propia felicidad. Todos desean cambiar su vida, pero ninguno se atreve. Son, al final, los hechos casuales fortuitos los que definitivamente les empujan y les llevan a tomar las decisiones que toman. Esta lucha entre el deseo y el miedo les lleva a la inacción y la realidad, que no perdona, al impulso más salvaje.
La novelita es breve y se lee en un pispás. Cuenta con un prólogo de Italo Calvino bastante apañado. A mí, al menos, me deja con ganas de continuar leyendo más de la autora. Este año puede ser el año de Natalia Ginzburg. Para terminar esta reseña me gustaría agradecer a Oriol de Un libro al día el descubrimiento de esta autora. Tenéis más reseñas, cómo no, en Un libro al día (aunque esta no sea de Oriol), Devoradora de libros y El vuelo de la lechuza. Muy completas las dos últimas, pues profundizan mucho más de lo que yo lo hago en la obra de Ginzburg.