jueves, 28 de mayo de 2020
Hijos de la oscuridad, de Fernando Codina
domingo, 24 de mayo de 2020
Marionetas de sangre, de Juan Díaz Olmedo
"—Todo el universo se puede entender como el conflicto entre dos fuerzas —me dice—. Una de ellas es el Orden. Es todo aquello que podemos medir, predecir, acotar. Es aquello que sigue leyes. Es las leyes en sí, las normas. Todo lo ordenado, lo que sigue una estructura más o menos compleja que podemos estudiar o comprender. ¿Lo coges?
—Creo que sí —le digo.
—Y también está el Caos. Es todo lo que no es Orden. Es aquello que no sigue ninguna norma, aquello que no podemos explicar. Es lo desordenado, lo que no sigue un patrón. En nuestras almas, el Orden sería el sentido común y los instintos naturales.
—¿Y el Caos? —le pregunto— ¿Qué sería?
—Nuestros sentimientos más puros, nuestros impulsos —dice Lili, sintiendo cada palabra como si surgiera del corazón—. Es el arte, es la locura. Es vivir al día. Es el azar.
—¿Por qué llevas su símbolo? —le digo, aunque intuyo la respuesta.
—Verás, es una teoría personal un poco rara, pero es mía y la sigo.
—Cuéntame, por favor —le pido, fascinada.
—El Caos nos ha hecho ser lo que somos —me dice ella lentamente. Ha reflexionado sobre cada una de sus palabras cientos de veces antes. Quizá las haya escrito en algún lugar—. El azar es principalmente lo que nos ha hecho enfermar. El Caos controla la evolución de nuestras enfermedades. En todo Caos hay un poco de Orden, por eso esta estrella es simétrica. Pero es principalmente el Caos lo que fluye por nuestras venas, lo que nos está matando.
—¿Y cómo puedes rendirle culto entonces? —le pregunto, desconcertada.
—Porque nuestra única salida es abrazar el Caos. Siguiendo nuestros impulsos, viviendo al día. Atreviéndonos a hacer cosas que los que temen morir no se atreven a hacer. Dime, ¿qué ganas negando el hecho de que vas a morir?”
martes, 19 de mayo de 2020
Europa, de Cristina Cerrada
jueves, 14 de mayo de 2020
La mitad de un monstruo, de Alberto Ávila Salazar
domingo, 10 de mayo de 2020
La anciana señora Webster, de Caroline Blackwood
Con el tiempo, la protagonista crece y se larga de Hove. Promete escribirle a Webster, aunque nunca lo hace. Sin embargo, no se olvida de ella. Descubre la extraña conexión entre esta mujer y su padre caído en combate. Por lo visto, el hombre tenía por costumbre visitar Hove cada vez que estaba de permiso. Esta curiosa relación inquieta a la protagonista y la lleva a citarse con personajes del pasado de su padre que puedan de alguna forma explicársela. Esto la lleva a conocer mejor a dos mujeres: su abuela Dunmartin (la loca de la familia que intentó matar a su hermano en pleno bautismo) y su tía Lavinia (una seductora femme fatale, que busca el momento preciso para suicidarse).
La anciana señora Webster es una novela que habla de los conflictos generacionales, así como de la crianza, la identidad, la locura y la vida. Es una novela con un doble discurso, que opone el amor a la convención social (el abuelo Dunmartin se niega a internar a su esposa porque la ama, mientras que Webster no tiene el menor reparo en firmar los papales precisos), y que narra la caída en desgracia de la clase alta en la Gran Bretaña a lo largo del siglo XX, lo cual puede apreciarse en la evolución económica de los personajes y que viene preconizado por la situación destartalada de la hacienda de Ulster de los Dunmartin. Esto último guarda relación con la vida personal de la autora que tenía su origen en la aristocracia norirlandesa.
Sin que sea una novela maravillosa, como se ha pintado algunas veces, tiene un gran empaque. Si a ello sumamos su brevedad (ya sabéis que no soy muy fan de los libros excesivamente extensos), se hace un libro más que disfrutable. Si tengo ocasión, volveré a repetir con Blackwood.
Lean mucho, coman con moderación y namasté.
miércoles, 6 de mayo de 2020
La isla y los demonios, de Carmen Laforet
viernes, 1 de mayo de 2020
Sueño profundo, de Banana Yoshimoto
"Lo he ido descubriendo en los últimos tiempos, desde que he empezado a beber más. Cada vez que miro este paisaje con ojos embriagados, su pureza, casi excesiva, me hace estremecer, y siento que nada importa, que da igual que lo haya perdido todo. No es abatimiento, tampoco desesperación; es una forma más natural de aceptar las cosas, un sentimiento suscitado por una emoción silenciosa y clara.
Cada noche, al dormirme, únicamente pienso en esto. Por supuesto, sé que bebo demasiado y que no debería hacerlo, y siempre, durante el día, decido que beberé menos por la noche, pero cuando esta llega, con el primer vaso de cerveza todo se acelera y ya me es imposible parar. ''Si bebo un poco más, podré dormir bien'', me digo, y acabo preparándome otro gin-tonic. Conforme avanza la noche, voy aumentando la proporción de ginebra, las bebidas son más fuertes."