jueves, 28 de mayo de 2020

Hijos de la oscuridad, de Fernando Codina




Fernando Codina es un escritor poco conocido de terror y ciencia ficción, que actualmente se halla a la espera de la publicación de su primera novela. De él, he podido leer recientemente su cuentario Te veo: y otras miradas sin vida, que, sin ser el libro del año, cumple bastante bien y cuenta con algunos relatos muy potentes. De su colaboración en la antología de splatterpunk titulada Gritos Sucios y publicada por Ediciones Vernacci, el año pasado, surge la premisa de esta obra que hoy os traigo: relatos más extensos donde se de pie a la crueldad humana.

En líneas generales, podemos dividir los relatos de Hijos de la oscuridad en tres grandes categorías o temas: fantasmas, asesinatos y apocalipsis futuristas. Dentro de la primera categoría podemos incluir La última trinchera, Los misterios de la isla de los frailes (ya aparecía en Te veo) y Puente de los sueños rotos. En la segunda entran Diecinueve campanadas y media, Mil cortes más uno y La persona equivocada. Y en la tercera se sitúan Crónicas del apocalipsis, Prisionero del tiempo, Diarios de la doctora Smith y Documentos para la memoria de la especie.

No me voy a detener a hablar pormenorizadamente de cada uno, pero sí me gustaría hacerlo con los que más me han entusiasmado. De entre los primeros, La última trinchera, que es el relato más largo y que abre el volumen, es también el más destacable. En él se relatan las extrañas apariciones de fallecidos que asolan a una comunidad madrileña de vecinos. Por lo visto, el suelo en el que han edificado sus viviendas fue escenario de una de las más violentas disputas de la Guerra Civil Española, donde perdieron la vida tanto los republicanos como los nacionales. Sus cuerpos enterrados bajo el cemento sueñan como fantasmas con la repetición de su última noche. La última trinchera es un relato muy original al mezclar el terror con la memoria histórica, si bien es cierto que hay una clara visión heroica de aquellos últimos soldados de la República que no va a agradar a todo el mundo.

Otros dos a destacar son Diecinueve campanadas y media y Mil cortes más uno. En el primero se describe el proceso empleado por una organización de sicarios para efectuar un ataque terrorista en plena Nochevieja y empezando por la famosísima Puerta del Sol, amén de algunas otras ciudades españolas. En él se destaca la frialdad con la que los asesinos describen su procedimiento y como son encargados para el trabajo por sectores ultraconservadores de la sociedad para limitar las reuniones de la población y que el nuevo Gobierno de la vieja oposición obtenga así un poder mayor sobre la libertad de las personas. Si bien, es difícil que esto suceda en la vida real, el texto se construye de forma que se antoje verosímil una situación así. Por otro lado, en Mil cortes más uno se describe un ajusticiamiento que emplea una curiosa tortura medieval que desconocía. Posiblemente sea el relato más cruel y turbio, dejando un espacio irrisorio para la esperanza.

En cuanto a los relatos de ciencia ficción se refiere, he de decir que me parecen todos muy buenos. La primera parte de Crónicas del apocalipsis es sublime por su estructura; a través de cómo está construido podemos ver cómo la humanidad acepta de una forma u otra el impacto inevitable de un planetoide con el que sus vidas llegarán a su fin. La forma de aceptar la muerte varía de un lugar a otro, de una cultura a otra, y esa riqueza, en la que hay un fuerte contraste entre Oriente y Occidente, hace que el lector reflexione sobre su naturaleza y la de la sociedad que le corresponde. Sin embargo, el que a mi juicio es el más interesante de todos es Documentos para la memoria de la especie. En este relato se nos plantea la siguiente premisa: el día 20 de cada mes morirán de forma escalada todos los que cuenten con X edad a partir de 0 años. Este suceso se presenta independientemente de los procesos lunares y las personas no guardan relación alguna entre sí. Poco a poco la sociedad, envejecida por el inevitable y peculiarísimo proceso trata de crear una vida con la que la que postergar la especie humana. El estilo es también digno de mención. Codina recurre a los textos periodístico y científico y emplea una gran cantidad de notas al pie para aportar cuerpo al proceso que describe. La historia da para película, os lo aseguro.

La visión de Codina en estos relatos es clara: el ser humano es una plaga y el espacio para su corrección dentro del desastre a niveles climáticos, sociales, económicos, etc., que supone su existencia es escaso. No obstante, en sus piezas de ciencia ficción prefiere dejar siempre una puerta, que permita a la especie comenzar de nuevo y evitar caer en los errores del pasado. Si bien esta puerta es pequeña y puede conllevar un retorno al caos, a la repetición cíclica de lo que se pretende evitar.

Con todo deciros que esta reseña no habría sido posible sin el mismo escritor, que me envió un ejemplar del libro hace unos días, y con el que pude conversar para ver su visión sobre lo que él mismo había escrito. No tiendo a recibir libros por encargo y, de hecho, no tenía pensado reseñar este, pero me gustó mucho y quería compartirlo con vosotros. Namasté.

Reseñas de otras obras de Fernando Codina: Código binario


domingo, 24 de mayo de 2020

Marionetas de sangre, de Juan Díaz Olmedo




Zombi fue una de mis lecturas favoritas del año pasado, que me abrió las puertas a la narrativa de horror extremo. Impulsado por el buen gusto que me dejó en la boca aquella obra y con la esperanza de volver a releerla y traérosla a la esquina pronto, hoy reseño la ópera prima de su autor: la irreverente Marionetas de sangre. Al igual que Zombi esta novela corta toma como protagonista a enfermos terminales que rompen los cánones de lo políticamente correcto y buscan disfrutar de la vida el tiempo que les quedan. La obra parte de la premisa del siguente diálogo: 

"—Todo el universo se puede entender como el conflicto entre dos fuerzas —me dice—. Una de ellas es el Orden. Es todo aquello que podemos medir, predecir, acotar. Es aquello que sigue leyes. Es las leyes en sí, las normas. Todo lo ordenado, lo que sigue una estructura más o menos compleja que podemos estudiar o comprender. ¿Lo coges?

 —Creo que sí —le digo.

 —Y también está el Caos. Es todo lo que no es Orden. Es aquello que no sigue ninguna norma, aquello que no podemos explicar. Es lo desordenado, lo que no sigue un patrón. En nuestras almas, el Orden sería el sentido común y los instintos naturales.

 —¿Y el Caos? —le pregunto— ¿Qué sería?

—Nuestros sentimientos más puros, nuestros impulsos —dice Lili, sintiendo cada palabra como si surgiera del corazón—. Es el arte, es la locura. Es vivir al día. Es el azar.

—¿Por qué llevas su símbolo? —le digo, aunque intuyo la respuesta.

—Verás, es una teoría personal un poco rara, pero es mía y la sigo.

—Cuéntame, por favor —le pido, fascinada.

—El Caos nos ha hecho ser lo que somos —me dice ella lentamente. Ha reflexionado sobre cada una de sus palabras cientos de veces antes. Quizá las haya escrito en algún lugar—. El azar es principalmente lo que nos ha hecho enfermar. El Caos controla la evolución de nuestras enfermedades. En todo Caos hay un poco de Orden, por eso esta estrella es simétrica. Pero es principalmente el Caos lo que fluye por nuestras venas, lo que nos está matando.

—¿Y cómo puedes rendirle culto entonces? —le pregunto, desconcertada.

—Porque nuestra única salida es abrazar el Caos. Siguiendo nuestros impulsos, viviendo al día. Atreviéndonos a hacer cosas que los que temen morir no se atreven a hacer. Dime, ¿qué ganas negando el hecho de que vas a morir?


Acompañaremos a dos protagonistas, Gogan y Lili, en un descenso a los círculos más extraños y oscuros de la sociedad. La primera es una escritora lesbiana de narrativa erótica que sufre de un tumor cerebral incurable y que descubre a su compañera los secretos de su homosexualidad, mientras que la segunda es una aprendiz de hechicera que cree tener una solución más allá de la medicina que podría salvar a su amiga. Gracias a los conocimientos de Lili, Gogan y un par de personajes más, que detestan las reuniones de enfermos terminales con las que arranca la novela y que recuerdan mucho a El club de la lucha de Chuck Palahniuk, deciden hacer un pacto de sangre y se convierten en una suerte de comuna vampírica. Con la premisa de no matar, los personajes se introducen en círculos de BDSM donde hay fetichistas de la sangre. Un mundillo que gira en torno a un turbio local de la ciudad conocido como el Deméter. Allí conocen a jóvenes dispuestos a ofrecerle su sangre. Entre ellos hay un pequeño grupo que dirige una tienda de piercings y ropa gótica que los invitarán a su casa con resultados quizás fatales.

Marionetas de sangre es una obra absorbente que en lo personal me ha recordado mucho a la narrativa de Chuck Palahniuk, aunque sin ese ritmo acelerado y casi lisérgico del estadounidense. Se nos ofrece una historia calmada con golpes bruscos e imágenes fuertes, pero donde resulta sencillo empatizar  con los personajes. Hay pinceladas de varios géneros. Todo goza de un cierto erotismo representado en numerosas orgías donde los fluidos habituales se mezclan con la sangre, siguiendo al pie de la letra esa idea primigenia de la salpicadura del splatterpunk. Por otro lado, hay una influencia importante del terror gótico, que se indica en todo lo relativo a la historia que Lili narra sobre el personaje de Karla y su violín. Esta historia en lo personal me recordó mucho a Violín de Anne Rice. Y al igual que en Zombi, la brujería y los rituales sobrenaturales ocupan un lugar importante en la trama, pero se destacan como un mundo plagado de mentiras que juegan con las ilusas mentes de los más desesperados. Sin embargo, eso no quiere decir que no se utilicen recursos propios del género. Lili se presenta como una joven aprendiz de bruja que convence a los demás a través de diversas drogas de mantener un pacto de sangre que les garantizará la vida eterna a un coste quizás demasiado alto. En definitiva, una obra más que interesante y entretenida. Me absorbió de principio a fin y me maravilló con su final. Por lo tanto, y aunque no es para todos los públicos, la recomiendo.

Y eso es todo por hoy. Lean mucho, coman con moderación y namasté. 

Reseñas de otras obras de Juan Díaz Olmedo en esta esquina: Ghoul


martes, 19 de mayo de 2020

Europa, de Cristina Cerrada




En estos momentos de psicosis por el conocidísimo coronavirus, que nos han hecho olvidar todos los conflictos en el mundo (salvo, quizás, la prensa del corazón de Corea del Norte), un libro que retrata la crudeza de la vida de aquellos que huyen de una guerra y llegan a un nuevo país como completos desamparados no es meramente recomendable, sino necesario. Y la necesidad de este texto que hoy os traigo radica en el silenciado conflicto de Siria, que, como muchos otros en los largos años de repetida Historia, ha traído una oleada masiva de inmigrantes a una Europa que no estaba preparada para acogerlos. La pregunta es: ¿alguna vez lo estuvo? Estas personas que han perdido su trabajo, sus familiares, sus hogares y una infinidad de cosas más son ahora extraños en tierra extraña. Despreciados por los habitantes autóctonos, forman guettos, grupos de familias, y se disponen a trabajar en lo que sea por lo que sea con tal de echarse algo a la boca. Si bien, no se especifica de donde proceden los refugiados de Europa, por sus nombres parece evidente.

Nuestra protagonista es Heda, una estudiante universitaria que en mitad de la guerra es violada por un soldado. El conflicto reside cuando, tras el exilio de su familia, descubre que en la misma fábrica en la que ella ha entrado para trabajar este antiguo soldado es peón de almacén. Él se ha quedado con su cara y está dispuesto a otro ataque. Desesperada, Heda trata de huir y en un momento dado lo golpea con una piedra, creyéndolo muerto. Heda pasa de ser una criatura inocente a convertirse en una asesina para sobrevivir. Esto provoca una crisis interna muy fuerte que hace que tiemble como persona y que odie toda su vida actual: la fábrica, la casa, la calle, este nuevo país que no es el suyo y cuyas normas aún no entiende,... Heda siempre ha sido una alumna sobresaliente, una chica con perspectivas de futuro y con un orgullo que le había llevado en su país a situarse donde estaba. En ello tenía mucho que ver la admiración que le tiene a su padre, escritor y profesor de universidad, el cual ha sido reconvertido a maestro tras el periplo. El tener que aceptar un trabajo como ayudante de secretaria para un hombre ignorante, como es el dueño de la fábrica, el señor Schultz, le pone enferma. Y más enferma aún le pone el machismo y el racismo imperante y la fuerza del peso de ese capitalismo avasallador y casi esclavista al que está sometido su pueblo en el nuevo mundo europeo. Europa actúa en parte como una Bildungsroman porque supone la maduración de la protagonista, pero esta se hace hacia una esquina oscura. Heda acepta la supervivencia como único objetivo y trata de desprenderse como puede de todo lo que la ata, pero no puede, como el lector verá en las prolepsis o flash forwards junto a un personaje masculino que solo se insinuará quién es en los compases finales del libro. Heda está anclada a la figura de su familia, de su origen y, posteriormente, a su condición como mujer proletaria refugiada y marginada, que previamente había pertenecido a una clase media y gozado de ciertos lujos.

Y en este ir y venir, en este llanto inconsolable de la pobre Heda se desarrolla la novela, aunque la fragilidad y la indefensión de Heda no es el único motivo de la trama. A través de ella y de otros personajes se denuncian las condiciones que los refugiados tienen en los países a los que llegan. Al ser tratados indignamente por los habitantes, no es descabellado que la huelga que se va gestando a lo largo de toda la obra tenga un gran impacto. Esta simboliza la lucha y las ganas de hablar de un pueblo silenciado, humillado y desesperado, pero, por supuesto, tiene sus consecuencias fatales, como se comprobará en el simbólico final de la obra. La pérdida de la voz conlleva la pérdida de la intelectualidad y del conocimiento, lo cual se refleja muy bien en la transición que realiza el padre. Su cultura solo es valorada fuera de la familia por el señor Schultz, quien envidia su saber porque, a pesar de tener dinero y poder, no tiene prestigio cultural, el único elemento que le falta para sentirse pleno.

Sin ánimo de hacer de esta reseña un panfletario político, creo sinceramente que para cualquiera es imposible hablar de esta obra sin tocar temas que por activa o por pasiva se tratan en ella y que tienen una fuerte carga social, y por ende política. Además, todo el mundo tiene una perspectiva y un posicionamiento dentro del espectro. Incluso quien defiende no tenerlo y no entiende que con esa actitud también lo tiene. Me veo obligado a poner este párrafo para anticiparme a comentarios de personas indeseables que sin duda llegarán a protestar y que ya han protestado antes (fundamentalmente anónimos) sobre mi recurrente politización de algunas reseñas que, sin duda, merecían ser politizadas para entender el mensaje que el texto desprende. Con esta entrada espero haberos hecho reflexionar sobre esos cientos de miles de personas que allí siguen, a la deriva, imaginando unas vidas maravillosas e imposibles en Europa. Recordemos que frente a ello está un mundo que ya no existe y la muerte.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.

Reseñas de otras obras de Cristina Cerrada en esta esquina: Compañía


jueves, 14 de mayo de 2020

La mitad de un monstruo, de Alberto Ávila Salazar



He de decir que no soy un gran fan de Dante. De hecho, nunca pude concluir La divina comedia. La necesidad de excesivas notas al pie que marcaban la distancia entre el tiempo del italiano y el mío hacían que la lectura se me tornase pesada a más no poder. Por ello, cuando entendí que La mitad de un monstruo se inspiraba en un pasaje concreto de esta obra, me fue imposible no revisar qué historia dentro del cúmulo de historias infernales es la que adapta Ávila Salazar. Esta se refiere al canto quinto, que sitúa la acción en el segundo círculo del Infierno, el relativo al Rey Minos, quien decide en qué círculo pagarán sus pecados cada uno, y también en el que vuelan como almas en pena los lujuriosos. Entre estos lujuriosos se encuentran Francesca de Polenta y Paolo Malatesta, dos enamorados que habrían roto los votos del sagrado matrimonio y de la santa familia (Francesca estaba casada con el hermano de Paolo) para escapar junto, siendo asesinados por su traición. Estos personajes serán los trasuntos de Pablo y Francisca en La mitad de un monstruo.

El segundo círculo del Infierno es cambiado por una Madrid cubierta de polución tras un desastre climático gravísimo. El trabajo de Pablo es encargarse de detectar las fugas de azufre y de otros gases nocivos que perjudican la salud y que le obligan a desplazarse de un sitio a otro con una máscara de gas. El smog apenas le deja ver lo que tiene delante cuando conduce, pero una noche asiste a un terrible espectáculo: encuentra una pila de cabezas en un margen de la carretera y a un ser quimérico que lo aterra. Debido a este encuentro, se vuelve rápidamente sospechoso de asesinato y debe huir de la ciudad o aceptar su destino como reo. En un primer momento piensa en las ventajas de una cárcel con un aire limpio de toda la contaminación de la ciudad y con tiempo para hacer lo que quiera, pero hay algo que le inquieta. O más bien alguien. En su hotel, una mujer de piel pálida llamada Francisca ha tenido una extraña conexión con él. Pablo, conocedor de su enfermedad cutánea que lo quemará en prisión y ciego por el nuevo amor que le brinda Francisca, entiende que es el momento de dejarlo todo atrás y huir. Eso sí, no le resultará tan fácil.

La mitad de un monstruo es una novela que surge de la mezcla de géneros. Relata un amor romántico entre sus protagonistas que llega hasta la toxicidad cuando reconocen que no son nada sin el otro y que morirían por él. Este amor no es solo espiritual, sino también carnal y el deseo no se oculta o se sugiere, se muestra y se carga de fuerza con poderosas palabras, lo que hace que tenga un cierto componente erótico. Por otro lado, es una novela de terror en toda regla. Tenemos monstruos y fantasmas que persiguen a los protagonistas y que hablan ese idioma universal de los fantasmas de Virgilio: el latín. Hay asesinatos, investigaciones y persecuciones lo que le da ese cariz policíaco, siendo La Central la representación corrupta del poder que quiere solucionar sus problemas de cualquier forma sin reparar en sus empleados. Esta idea del poder corrupto me ha recordado mucho a Raymond Chandler. Y por el escenario, ciertos artilugios y la presencia de androides estamos también ante una novela que integra aspectos de la ciencia ficción. Por lo que como entenderéis, me es imposible clasificar esta obra dentro de un único género.

Otro punto es el viaje lisérgico que representa el crimen y la bajada a los infiernos de los personajes, que son inocentes y culpables por amar, por querer hacer lo que creen correcto, por luchar en un mundo contaminado. Este viaje se representa a través de los distintos contactos con los entes que pueblan las páginas de la novela y con los sueños de los protagonistas, en especial los de Francisca, que, como una profecía, van auspiciando el final. La novela, además, viene repartida en treinta y tres capítulos, a los que solo se les puede achacar que sean excesivamente breves en algunos tramos, aunque en líneas generales esta brevedad funciona bien como mecanismo para mantener la intriga. La obra viene acompañada también de bellísimas ilustraciones que no os puedo poner aquí debido a la pésima calidad de mi cámara. Por ello, me disculpo. No obstante, me parecía escandaloso no mencionar este detalle. Las imágenes combinan magníficamente con el texto y ayudan a sumergirse mejor en el sombrío universo del mismo. Sin duda, una de las novelas más originales y extrañas que he leído jamás.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.

Reseñas de otras obras de Alberto Ávila Salazar: Lo que dicen los dioses

domingo, 10 de mayo de 2020

La anciana señora Webster, de Caroline Blackwood




A pesar de lo que pueda parecer por la portada, no estamos ante una novela de terror gótico, aunque sí que es cierto que parte de la atmósfera de La anciana señora Webster tiene algunas pinceladas innegables de lo lóbrego. La anciana señora sobre la que orbita toda la trama y su envejecida criada pueden resultar inquietantes, así como la actitud de su hija, que se nos irá revelando a lo largo de la trama. A pesar de estas pinceladas, la obra podría clasificarse como un drama generacional de corta duración (apenas 160 páginas), con una poderosa influencia del thriller más clásico. Este género no suele ser santo de mi devoción, pero dentro de la obra está muy bien llevado, ya que no se produce un abuso de giros de ciento ochenta grados. De hecho, el descubrimiento de los hechos se hace con pausa y sutileza.

Pero vayamos por partes. Webster es la ancianísima bisabuela de nuestra protagonista. De ella sabemos que desde poco después de la muerte de su marido reside en la localidad costera de Hove, al oeste de Brighton, en Inglaterra. Su relación con los vecinos es nula. Si existió alguna vez una amistad de juventud, a día de hoy está extinta. Nadie la visita ni ella visita a nadie. Sin embargo, la protagonista se ve obligada a vivir con ella durante un breve período de tiempo. El suficiente como para obsesionarse con la resignada forma de vivir de esta mujer, que parece motu proprio decidida a descansar eternamente en su silla. Solo una vez al día, sale de la casa en limusina y se da una vuelta por el paseo marítimo, para ver cómo es la vida afuera de las cuatro paredes en las que se ha enclaustrado. Estos paseos con su bisabuela son incómodamente silenciosos para la protagonista. Piensa en su pariente como una mujer triste que vive esperando a la muerte. 

Con el tiempo, la protagonista crece y se larga de Hove. Promete escribirle a Webster, aunque nunca lo hace. Sin embargo, no se olvida de ella. Descubre la extraña conexión entre esta mujer y su padre caído en combate. Por lo visto, el hombre tenía por costumbre visitar Hove cada vez que estaba de permiso. Esta curiosa relación inquieta a la protagonista y la lleva a citarse con personajes del pasado de su padre que puedan de alguna forma explicársela. Esto la lleva a conocer mejor a dos mujeres: su abuela Dunmartin (la loca de la familia que intentó matar a su hermano en pleno bautismo) y su tía Lavinia (una seductora femme fatale, que busca el momento preciso para suicidarse).

La anciana señora Webster es una novela que habla de los conflictos generacionales, así como de la crianza, la identidad, la locura y la vida. Es una novela con un doble discurso, que opone el amor a la convención social (el abuelo Dunmartin se niega a internar a su esposa porque la ama, mientras que Webster no tiene el menor reparo en firmar los papales precisos), y que narra la caída en desgracia de la clase alta en la Gran Bretaña a lo largo del siglo XX, lo cual puede apreciarse en la evolución económica de los personajes y que viene preconizado por la situación destartalada de la hacienda de Ulster de los Dunmartin. Esto último guarda relación con la vida personal de la autora que tenía su origen en la aristocracia norirlandesa. 

Sin que sea una novela maravillosa, como se ha pintado algunas veces, tiene un gran empaque. Si a ello sumamos su brevedad (ya sabéis que no soy muy fan de los libros excesivamente extensos), se hace un libro más que disfrutable. Si tengo ocasión, volveré a repetir con Blackwood.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.



miércoles, 6 de mayo de 2020

La isla y los demonios, de Carmen Laforet



Nada es uno de mis libros favoritos de la adolescencia y uno de los primeros que reseñé en esta esquina. Obtuvo el primer premio Nadal y catapultó a su autora a la fama y si hay una novela que pudiera estar a su nivel, dentro de la producción de Laforet, sin duda es esta. La isla y los demonios se escribe poco después y tiene también un cierto toque autobiográfico. En ella, Laforet hace repaso a sus orígenes en la preciosa Gran Canaria y echa cuenta de sus leyendas en una suerte de drama familiar mezclado con Bildungsroman en la que seguimos a la joven Marta Camino, que sueña con el día en el que pueda alejarse de su casa e iniciar una nueva vida en la capital del país.

Estamos ante una novela tautológica, donde importan tanto la isla, que adquiere una entidad propia, como los demonios, que orbitan desde las leyendas que tanto ama Marta hasta sus seres más cercanos que impiden el avance de la protagonista. Marta lucha por una vida intelectual y emocional en la que pueda tomar las riendas, pero esto no es sencillo. En primer lugar, la trama se desarrolla durante la Guerra Civil y su casa está gobernada por el autoritario José, partidario del bando franquista y que piensa que su hermana literalmente le pertenece. José no es un tipo tonto y tiene un motivo para encerrar a su hermana y privarla de su juventud: ella es la heredera de la gran fortuna de su madre Teresa. José, que es hijo de un matrimonio previo de Luis Camino, no tiene derecho a ella. Sin embargo, se siente como si así lo fuera, puesto que ha trabajado con sudor para que a la senil Teresa no le falte de nada. En medio de este proceso vegetativo que va colapsando a la anciana poco a poco (la enfermedad no se explicita en ningún momento, pero bien podría tratarse de Alzheimer), José ha contraido matrimonio con su enfermera personal, la señora Pino. Esta mujer detesta terriblemente a Marta porque siente celos horribles derivados de la errática relación que mantiene con José, en la cual todo son gritos y golpes. El abusado, al no poder con el abusón, se desquita con alguien más débil que él. En fin, nada nuevo bajo el sol, pero que deja un panorama nada agradable para Marta.

En medio de este percal, aparecen tres espíritus nuevos en la casa: los tíos peninsulares de Marta. Estos son para colmo artistas y vienen acompañados de un atractivo y cojo pintor llamado Pablo, del cual la joven protagonista caerá perdidamente enamorada. Ilusionada con una vida bohemia, tratará de entablar amistad con los nuevos visitantes, que huyen de la guerra y que tienen aceptar la ayuda de José a regañadientes. Marta imagina, sueña, crea y aprende de sus tíos, pero estos pronto la decepcionan. Honesta le parece una criatura vil y ordinaria. Matilda la desprecia. Y el bueno de Daniel, con tu tic nervioso tras haber estado en primera línea de combate, le inspira absoluto pavor en según qué momentos. Sin embargo, en Pablo descubre este amor que ya hemos comentado, y quizás lo hace porque es la única persona en toda la isla que decide no tratarla como una niña, sino como una mujer. Sin embargo, la relación con él, que estructura buena parte de la novela, no durará eternamente. Marta sufrirá el desamor y su conocimiento la llevará a crecer.

La complicada relación entre los personajes va de la mano con la crítica sutil al sistema instaurado tras la Guerra Civil, donde el machismo y el conservadurismo serán las cartas reinantes. Marta se ve obligada a ser una mujer "decente", a aceptar todas las convenciones sociales de su época y a no rechistar a su hermano, del cual depende al ser mujer. Debe renunciar a sus sueños, resignarse a ellos y aceptar una vida mísera como la que lleva su cuñada Pino. Sus propios tíos, lejos de apoyarla en la búsqueda de sí misma y en su crecimiento personal, le instan a buscar un marido que la mantenga antes de que se le pase arroz. Es duro leer según qué páginas porque por los testimonios de nuestros mayores sabemos que la vida antes era así para las mujeres. Silenciadas. Dominadas por la fuerza y recluidas a las labores del hogar y a la crianza de los hijos. La libertad que Marta anhela choca con un muro que se siente infranqueable y el cual es muy difícil saltar, aunque la novela no termine demasiado mal para ella. Este es un libro interesantísimo de abordar desde una crítica feminista e historicista. 

Por otro lado, la obra puede ser perfectamente una de las grandes novelas canarias. Laforet hace un homenaje a su tierra adoptiva (a pesar de nacer en Barcelona, se mudó a Gran Canaria con dos años). La ambientación está perfectamente conseguida y hace que uno se sienta como en la isla. El mar, de infinito valor en la obra, mece el corazón de los lectores mientras siguen sus líneas. Las palmeras se despliegan frente a los rompeolas y la sierra con sus montañas sagradas, donde habitan los demonios guanches, completan un tríptico de inconmensurable belleza para los que nos gusta recrearnos en estos pasajes descriptivos perfectamente medidos. 

Sin embargo, en comparación con Nada, a pesar de ser narrativamente más compleja, se siente que falta algo, probablemente un mensaje más concentrado y sin tantos ambages. Así que, estando un peldaño por debajo, no deja de ser una obra magnífica, especialmente si eres de o has viajado a las Islas Canarias y guardas un buen recuerdo de ellas.

Reseñas de otras obras de Carmen Laforet en esta esquina: Nada,

Lean mucho, coman con moderación y namasté.


viernes, 1 de mayo de 2020

Sueño profundo, de Banana Yoshimoto




Si me preguntarais qué hace diferente la trilogía de relatos Sueño profundo de la trilogía de relatos de Kitchen os diría dos cosas. La primera tiene que ver con un descenso de la excentricidad de las protagonistas de los relatos de Sueño profundo, que pueden ser frías y melancólicas como el Nuevo Japón Bizarro al que autores como la propia Banana Yoshimoto o cualquiera de los dos Murakamis nos tiene acostumbrados, pero cuyas acciones ya no rozan en la incomprensión y gratuidad, sino que por el contrario, entran dentro de lo verosímil, al menos en los renglones de la narración misma, y a veces también fuera. El otro detalle que distingue a ambos libros tiene que ver también con esta mesura de las estridencias sacadas de chistera; es un hecho que en Sueño profundo todo está mucho mejor cohesionado. Por lo demás, las historias hablan de lo mismo. Los temas recurrentes de Yoshimoto que le dieron la fama tanto en su país como a nivel exterior: la enfermedad (rozando o no la locura), la pérdida de seres queridos, cómo afrontarlo y si de verdad puede afrontarse y las relaciones sexuales amatorias más frías que el iceberg que hundió el Titanic.

Introducidos todos, pasemos a resumir brevemente cada relato. Aclaro que si fueran más no lo haría, me limitaría a una visión general y ya estaríamos, pero siendo tan solo tres, a mi pereza natural no le queda otra más que ceder.

El primero de ellos es el que da nombre al conjunto. Sueño profundo nos narra en primera persona la vida estanca de una mujer que siente que cada vez duerme más y más horas. Al principio lo que sabemos de ella es poco, pero su preocupación es grande. Pronto tiene las siguientes ideas: ¿solo vivo para dormir? ¿dormiré hasta desaparecer? Ella achaca su somnolencia a la vida que lleva, totalmente dependiente de un hombre casado. Este hombre a su vez, quiere ser amado, pues su mujer está en estado vegetativo en un hospital sin posibilidad a recobrar la conciencia. Por ello, cuida a la bella durmiente como si se tratara de un princesa. La lleva a sitios caros y le compra todo tipo de cosas para que no tenga que moverse porque piensa que así podrá de alguna forma comunicarse con alguien que se parezca a su esposa en coma. Mientras tanto la narradora y protagonista de la obra se limita a recibir y a recordar momentos de su vida con su mejor amiga, fallecida hace dos meses. Siente que debe comunicarle este dato a este hombre, pero se ve incapaz. Lo más curioso de todo esto (y este detalle me ha maravillado) es el oficio de la amiga muerta: ¡era una bella durmiente! Para todos aquellos que no leyeron "La casa de las bellas durmientes" de Yasunari Kawabata (libro que recomendé en su momento con reservas), digamos que básicamente esta chica se dedicaba a dormir (o a hacer como que dormía, más bien) con desconocidos practicando el sueño compartido por dinero. La idea de que el fantasma de su amiga está practicando el sueño compartido con la protagonista se irá desplegando a lo largo del relato, con un final que quizás podría haber sido algo más satisfactorio. Pues, en lo personal, me dejó bastante frío.

El segundo de los relatos se titula La noche y los viajeros de la noche. En él se nos narra la historia de una joven que perdió hace algunos años a su hermano y que rebuscando en los cajones de la casa encontró una carta de despedida de este a su novia estadounidense Sarah. El novio, Yoshihiro mantenía una relación con ella en Tokio y cuando esta decidió volverse a Boston él la siguió, pero acabaría por volver y comenzar una relación clandestina con su prima en Japón. Toda una serie de descubrimientos irán inquietando a la protagonista. Especialmente relevante será el hecho de que Sarah, quien tenía otro novio en Boston mientras estaba con Yoshihiro, se quedó embaraza y casi se vuelve una responsabilidad para la narradora saber si existe un niño en el mundo con los ojos de su hermano. En medio de un viaje a Japón, Sarah trata de ponerse en contacto con la hermana de su exnovio, pero no tiene fuerzas y es ella quien debe actuar como un detective. Esta es una historia en la cual se pone de manifiesto lo complicadas que son las relaciones humanas y lo difícil que es dejar el pasado atrás, quizás porque en los ojos del futuro hay siempre un destello del pasado que nunca termina de apagarse. La fuerza poética de este relato también es un rasgo a destacar entre los otros dos. La idea del sueño en este relato viene dada de la infancia de la protagonista con su hermano y su prima, quienes dormían en la misma habitación y pasaban intimando hasta las tantas como buenos chicos traviesos. Ciertamente, no me esperaba lo bien planteado que está el relato tras leer la sinopsis. Fue una grata sorpresa. Esperaba una basura.

El tercero de los relatos se titula Una experiencia y es de lejos mi favorito por varias razones. Trata la historia de una joven alcohólica que ha perdido tanto su trabajo, como el amor propio y el ajeno. Ha desarrollado tal dependencia del alcohol que solo gracias a él puede dormir y tiene, además, sueños extraños. Este relato tiene para rematar un delirio alucinatorio bastante memorable de esos que tanto me apasionan cuando se colocan bien y con cabeza. Hace algunos años nuestra protagonista estaba en disputa con otra mujer, Haru, por mantener relaciones con un joven que acabó por ignorar a ambas y marcharse. Durante ese tiempo ambas aparecían por la casa del chico y se decían de todo, se agarraban literalmente de los pelos y se escupían a la cara llegado el caso. Con el tiempo, y la huida del chico, se formó entre ellas, sin romper la rivalidad presente, una suerte de hemanamiento. Si era preciso, la una daría la cara por la otra, pues al fin y al cabo eran presa de la misma enfermedad: ser mujer y estar enamoradas del mismo desgraciado. Pero volviendo de esos flashbacks que tan bien plantea y alterna Yoshimoto para llegar a su clímax, se nos hace un descubrimiento. Un viejo amigo de Haru le dice a nuestra autodestructiva protagonista que su "hermana" ha muerto por el alcohol algunos meses atrás. Ella, que ya se notaba débil de salud y consciente de su alcoholismo, empieza entonces a tener pesadillas y a asociar su estado a la muerte de Haru hasta el punto en el que acude a un medium para poder reconciliarse con su exenemiga. Decir que la idea del personaje maldito femenino como la borracha romántica me parece muy poco explotado literariamente hablando y eso, al menos para mí, le da un valor al relato.

Los puntos fuertes ya los he marcado arriba, pero Yoshimoto sigue presentando algunos que podrían considerarse débiles. El más destacado de todos ellos es que si bien la trama puede enganchar, los finales no terminan de llegar y alguno se siente demasiado abrupto. No se fija en la memoria y a la semana ya lo has olvidado. Los personajes tienden a seguir con sus vidas. Parece que se cierra un círculo, pero lejos de ser así todo queda abierto. Quizás es porque Yoshimoto entiende el relato como la vida, unas líneas que se cruzan unas con otras y que pueden segmentarse. En cualquier caso, volveré a leer a la autora por la sencilla razón de que tengo los libros en casa, siendo consciente de que quizás no es lo mejor cuentista contemporánea. Tenéis otra reseña en A través del espejo, muy aclamada aquí. Y eso es todo por hoy. Les dejo para despedirme con uno de mis fragmentos preferidos.

"Lo he ido descubriendo en los últimos tiempos, desde que he empezado a beber más. Cada vez que miro este paisaje con ojos embriagados, su pureza, casi excesiva, me hace estremecer, y siento que nada importa, que da igual que lo haya perdido todo. No es abatimiento, tampoco desesperación; es una forma más natural de aceptar las cosas, un sentimiento suscitado por una emoción silenciosa y clara.
Cada noche, al dormirme, únicamente pienso en esto. Por supuesto, sé que bebo demasiado y que no debería hacerlo, y siempre, durante el día, decido que beberé menos por la noche, pero cuando esta llega, con el primer vaso de cerveza todo se acelera y ya me es imposible parar. ''Si bebo un poco más, podré dormir bien'', me digo, y acabo preparándome otro gin-tonic. Conforme avanza la noche, voy aumentando la proporción de ginebra, las bebidas son más fuertes."

Y ya saben, ¡lean mucho, beban con moderación y namasté!

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