miércoles, 29 de julio de 2015

Viaje al fin de la noche, de Louis Ferdinand Céline

Formalmente impecable, a pesar de la dificultad de empatizar con el personaje…


No sólo es éste uno de los mejores libros que he leído en lo que va de año, sino en lo que llevo de vida. No había leído nada de Céline hasta la fecha y no puedo menos que asombrarme y quitarme el sombrero ante su prosa formalmente impecable y la complejidad argumental que es capaz de desarrollar en ésta que fue su primera obra publicada. Otra cosa ya es que pueda llegar a sentir empatía por el protagonista-narrador y sus ideas, que, en muchos momentos, se presentan como la transcripción de las ideas antisemitas, racistas y misóginas del propio Céline. De hecho, Ferdinand Bardamu se transforma en muchos momentos en el alter ego de Céline. ¿Pero quién es Ferdinand Bardamu? ¿De qué trata todo esto? ¿Qué implica viajar a la noche?

Bardamu es una hombre que huye buscando siempre una felicidad que él mismo pronto asume que no encontrará nunca. Bardamu se alista por error en el ejército al comienzo de la novela y así escapa de la cotidianidad de su vida. Ya en la página tres de la novela comienza la huida sempiterna de Bardamu, aunque él no empiece siendo consciente de ella. Huye de la sociedad y va a la guerra, huye después de la guerra, pero lo que ha vivido le impide integrarse de nuevo en la sociedad. Céline hace aquí una doble crítica: ataca al conflicto bélico (la inutilidad de este) y la ignorancia buscada de la sociedad burguesa ante problemas de esta índole catastrófica. Bardamu debe recuperarse y una vez reinserto en la ciudad de París descubre que de nuevo necesita salir de ella, levanta las velas y marcha en barco a las colonias francesas para ver si de alguna forma puede encontrar allí el pan y la calma de espíritu. Es así como comienza una especie de periplo que lo llevará a poner los pies en tres continentes distintos y a intentar labrarse un futuro sin ningún tipo de resultado favorable. Una desgracia tras otra que lo impulsará a migrar constantemente y que nos mostrará la complejidad que poseen los seres humanos, así como lo que hay de repugnante en todos ellos. No hay héroes en Viaje al fin de la noche, ni siquiera buenos personajes, a excepción de la prostituta Molly y alguno que otro muy secundario. Todos los demás se traicionan, se abandonan, se dañan y se pisotean entre ellos para mejorar su posición en la sociedad y vivir así con mayor dignidad y comodidad. El protagonista se convierte muchas veces en un personaje infame que se queja de la baja condición que tiene en el mundo, pero no hace nada por cambiarla; es un antihéroe que, en lugar de luchar, prefiere rendirse ante la adversidad, defender que la vida es inexpugnable y que todo el esfuerzo de un hombre no sirve para aterciopelar su dureza lo más mínimo. Viajar al fin de la noche implica sumergirse en la dureza de esta vida, dejarse naufragar en ella y sortear los escollos para evitar la muerte hasta que ésta acabe llegando de forma natural.

Todo este cúmulo de pesimismo que inunda páginas y páginas de la amplia novela de Céline se entremezcla con la ideología bastante peculiar del escritor, lo cual consigue que la novela sea doblemente desagradable para un lector como yo. Viaje al fin de la noche está relleno de propaganda racista (Bardamu se apiada de los negreros que padecen enfermedades tropicales en el África, pero nunca de los negros esclavizados, a los que describe como si fueran parte del ambiente), antisemita (en algún que otro momento comenta el parecido de los cerdos con los judíos y añade que se les debe de agredir físicamente en las plazas), anticomunista (mientras que Bardamu está en el África delirando compara a los comunistas con violentas hormigas tropicales con cabezas rojas) y misógina (entre muchos de los ejemplos que podemos extraer del libro he elegido el que sigue):

“La pena es como una mujer horrible con la cual te hubieras casado. Mejor, quizá, terminar de amarla un poco antes de agotarse dándole palos de por vida.” (Pag. 264 de mi edición de Seix Barral en la traducción de Carmen Kurtz)

A pesar de todo esto, repito, ha sido una de las mejores lecturas de toda mi vida y ello se debe básicamente al perfeccionismo en la forma que tiene Céline, quien recoge el legado del también francés Flaubert para decir con la mayor precisión posible aquello que quiere expresar y no otra cosa, eliminando todo lo que sobra. No creo que sea verdad que Céline escriba con frases cortas, no. Seguramente, Céline debía escribir con frase largas en un principio y es a través de la reelaboración de las frases cómo éstas han podido reducirse al tamaño que tienen, demostrando una capacidad inaudita para condensar significados. De ahí que muchas veces alterne con maestría la frase corta y la frase larga.

Otro asunto formal sumamente importante para Céline, en Viaje al fin de la noche al menos, es el conjunto de variaciones verosímiles y muy difíciles de realizar de estilo entre lo más elevado y poético y lo más bajo y vulgar, con incursión de esas palabras que los padres les dicen a sus hijos cuando son pequeños que no digan jamás, en el momento en el que la ocasión lo precisa. En la obra de Céline encontramos muchas veces las palabras “mierda” o “joder” y es cierto que son necesarias. 

Céline pone en la mente de Bardamu estas frases:

“Decididamente tenía un alma tan desaliñada como una bragueta.” (Pag.183)

“Mi madre, bajo la guillotina, me hubiera regañado por haberme olvidado la bufanda. No marraba una, mi madre, cuando se trataba de hacerme creer que el mundo era benigno y que había hecho bien en concebirme. Es el gran subterfugio de la incuria materna: la supuesta Providencia. Por otra parte, me era bien fácil dejar sin respuesta las farfollas del patrón y de mi madre, y no contestaba jamás.”(Pag. 138)

Tanto en una frase como en las otras asistimos a esa variación tonal que nos asombra y nos descoloca. En la primera frase se eleva el tono con el uso de la palabra “alma” y cae de golpe con el de “bragueta”. Con las demás se produce como un cúmulo de olas tonales, por decirlo de algún modo: decae el tono con “marraba”, se eleva un poco con “benigno”, se coloca en la cúspide de lo literario (con carácter claramente irónico) con “subterfugio de la incuria materna: la supuesta Providencia” para decaer de pleno con la palabra coloquial en plural “farfollas”. Estos juegos son continuados en toda la novela.

Normalmente cuando Bardamu eleva el tono lo hace de súbito y pretende ser, como en el último ejemplo, irónico. La ironía y la mordacidad están muy presentes en la visión que tiene el personaje del mundo. Es el escepticismo el que llama a la ironía, la cual suele manifestarse en la obra de esta forma que hemos visto.

También Céline es un genio creando metáforas:

“La gran mermelada de hombres en la ciudad.” (Pag.165)

Así como es capaz de recoger el legado de Kafka para describir algunos lugares como el puerto de Topo o las letrinas de Nueva York y la influencia de la poesía surrealista muy en auge en su país para volcarla en frases como:

“Esplendorosas frondas semejantes a lechugas delirantes alrededor de cada casa, sólida clara de huevo duro dentro del cual se iba pudriendo un europeo amarillito.” (Pag.116)

La complejidad argumental llena de verosimilitud es otro punto a favor de la obra de Céline. Cada acción desencadena en otra y todo acaba en una maraña de relaciones entre personajes que no podía haberse entretejido de otra forma. Bardamu es acompañado sin que él lo busque muchas veces por un tal Robinson León que conoce en la guerra y que sigue el mismo itinerario que él, a pesar de no proponérselo. Las ideas de Robinson son muy parecidas a las de Bardamu, de forma que podemos decir que es un personaje espejo, una especie de doble que nos muestra qué podía haber sido de Bardamu si las circunstancias se hubieran terciado un poco. Son curiosos los diálogos que mantienen entre ellos, pues casi parece que se estén hablando a sí mismos de tan parecidos que son. Las relaciones que mantienen ambos personajes con los que les rodean determinarán el magnífico final de la novela.

En resumidas cuentas, podemos decir que vale, con mucho, la pena por la manera en la que está escrito y su estructura argumental, no tanto por las ideas que contiene y cómo éstas son expuestas. La carga ideológica desagrada bastante y le resta puntos.


Otras reseñas que te pueden interesar:

Moby Dick, de Herman Melville

La espada de los cincuenta años, de Mark Z. Danielewski


Hay más reseñas de Viaje al fin de la noche en:

Das Bücherregal (donde la valoran muy positivamente)

Un libro cada día (donde se centran en otros aspectos contenido y acaba haciendo un pequeño spoiler al final)


También puedes leer dos fragmentos de Viaje al fin de la noche en este blog:

Fragmento I

Fragmento II




lunes, 20 de julio de 2015

Correspondencia completa, de César Vallejo (Edición de Jesús Cabel)

Interesante como dato testimonial histórico y curioso si te interesa la biografía del poeta, poco más…


Difícil es leer a Vallejo y no quedarse con ganas de más. Ya me ocurrió el pasado abril con Los heraldos negros; inmediatamente después cayeron Las escalas melografiadas. Hace una semana que regresé al pueblo en el que me crié para pasar unas vacaciones inmerso en la lectura. No pude evitar llegarme a la única biblioteca de la zona a curiosear, y, claro, si uno encuentra estas cosas de Vallejo, de nuestro querido Vallejo, cómo no va a llevárselas a casa. Y con ella Trilce. ¡Al fin! Ya veré si comento algo, pues ya sabéis que la poesía no es precisamente mi fuerte y muchas veces me resigno a decir algo para evitar así cagarla. 

Pero vamos con el libro de hoy.

Correspondencia completa es un título con el cual no necesitas mirar en la contraportada para saber qué encontrarás dentro del libro. Recopilaciones como ésta hay cuarenta mil, ¿pero qué hace que ésta sea más interesante que la mayoría? ¿Qué sale Vallejo? Posiblemente. Porque de completa no tiene nada. El propio título promete mucho más de lo que da. No han salido a la luz todas las cartas que escribió César Vallejo en vida debido a que muchas se han perdido o a que ciertas personas prefieren no hacerlas públicas. Lo cierto es que poco contribuye a mejorar la comprensión de la obra del poeta las que sí aparecen. Lo familiar, muy presente en su obra poética, apenas tienen un minúsculo espacio en esta recopilación realizada por Jesús Cabel para Pre-textos. Es fácilmente deducible que Vallejo le escribió más de ocho cartas en toda su vida a su hermano Víctor Clemente; el propio César dice que no recibe respuesta, a pesar de las muchas misivas que envía para Santiago de Chuco desde París. De la misma forma se habla de cartas escritas para Georgette que no están por ninguna parte. No sabemos mucho acerca del matrimonio Vallejo. Se menciona su relación unas tres o cuatro veces, pero no creo que interese demasiado, casi da la impresión de que ni le interesa al mismo Vallejo. Toda inmersión en recopilaciones de este estilo cobra siempre un tinte de prensa rosa que no me agrada. Por suerte, aquí no profundizamos en el dilema.

Una vez sacado lo malo, extraigamos también lo que puede ser útil para algo.

En primer lugar, hay que hacer mención especial a una especie de mantenimiento de una estructura casual que nos permite reconstruir la historia de César Vallejo como si fuese una suerte de novela epistolar, con un protagonista-narrador incuestionable, un comienzo, un nudo y un desenlace. Las cartas conservadas y la forma de ordenarlas permiten una ágil y medio amena lectura.

En segundo lugar, aunque carezca de valor literario, posee un importante valor histórico como testimonio de una personalidad muy concreta, cuyas circunstancias permiten ofrecer una visión del mundo que compartieron muy pocas personas.

En tercer lugar, las continuas cartas que envía Vallejo a sus compañeros artistas le dan la oportunidad al lector de conocer a autores (principalmente poetas del Perú) muy poco difundidos en la actualidad a nivel internacional. Me he pertrechado con una decena de nombres que se suman a mi ya inmensa lista de escritores pendientes.

En cuarto lugar, el contenido de las misivas nos desvela la parte más desconocida de Vallejo: su trabajo como periodista, su condición de mantenido a base de becas del gobierno español y las continuas triquiñuelas para aprovecharse de dicha beca sin cumplir los requisitos mínimos, los continuos préstamos que pedía a sus amigos y conocidos como Pablo de Abril Vivero (diplomático y poeta con el que más se cartea) o Juan Larrea, su horrible forma de administrarse el dinero, pretendiendo una vida que no era la suya, y su conversión al comunismo soviético. Todo esto, así como datos curiosos, puede resultar interesante.

En último lugar, la introducción, a modo de ensayo breve, constituye un nuevo punto a favor de la obra y nos aporta nuevos datos que no se encuentran en el contenido de las cartas y que nos ayuda a comprender éstas de una manera mejor.

Poco más tiene de miga. Curioso, sí. Pero ni una ínfima parte de su labor como escritor.

Podéis encontrar más reseñas de este libro en:

El País (firmada por José Manuel Caballero Bonald y con el que no estoy muy de acuerdo)
El Cultural (firmada por Luis Antonio de Villena y que hoy me cae algo más en gracia)

domingo, 12 de julio de 2015

Cuentos fríos, de Virgilio Piñera

Un poco de humor absurdista y literatura neofantástica para refrescar en estas fechas…


Dice Virgilio Piñera en su brevísimo prólogo a la edición de Losada de 1956 de su libro Cuentos fríos que estos mismos cuentos han sido escritos para combatir las altas temperaturas de la época y bien es verdad que por una serie de motivos ayudan a sobrellevar el calor de la mejor forma posible, pues la gran mayoría de ellos dan pie al despertar de la carcajada, a la reflexión sobre la naturaleza del hombre (sus hábitos nocivos, sus actos de adecuación a una realidad que no es siempre cuestionada como debería, su forma de relacionarse con el mundo social que lo rodea); también deja Piñera lugar para el asombro, un hueco para lo extraño, partiendo unas veces de lo extraño mismo y otras de lo cotidiano, manipulando el tema en relación con el tiempo o recurriendo a la mera descripción (En este sentido se me vienen a la mente los cuentos de El parque y La tienda), aunque este último tipo de cuento no esté, en mi opinión, ni mucho menos a la altura de los demás que la obra recoge. Dentro del volumen lo más destacable son, sin duda, los cuentos más largos (Proyecto de un sueño, El álbum, El baile, El gran Baro, El muñeco, Conflicto, La cara), a pesar de que algunos microcuentos quizás sean de lo mejor que he leído nunca jamás en este género de la miniatura narrativa (El infierno y En el insomnio). Piñera demuestra en este libro de relatos la habilidad extraordinaria que posee para concentrar mucho contenido en un espacio, en ocasiones, demasiado reducido, incorporando, además, elementos irónicos y escribiendo con cierta elegancia muy llamativa.

La temática de la mayoría de los cuentos es la crítica mordaz al funcionamiento del ser humano inserto en la sociedad moderna, cuyas reglas no suele cuestiona y que asimila y sigue aún cuando estas puedan llegar a resultar absurdas y puedan provocarle algún perjuicio que no llega a ver. Esto se ve muy bien en cuentos como La caída, donde dos alpinistas sufren un accidente y caen montaña abajo y antes de temer por sus vidas temen por sus cuidadas barbas y sus bonitos ojos, o El álbum, donde los vecinos de un bloque de pisos se reúnen durante meses en una sala, sin salir de allí (¡ojo!), para ver cómo una mujer, ya famosa, describe una fotografía al azar de su álbum de fotos privado. En este último relato, el protagonista, recién mudado al edificio, perderá su empleo al asistir a este prolongada écfrasis del momento de la vida de otra persona, dejándose llevar por la presión de grupo y la curiosidad que le ha sido inculcada. La oportunidad de salir de una sociedad nociva a través del cuestionamiento de ésta y entrar en otra, o crearla, se le suele ofrecer a los personajes de los cuentos de Piñera, así como a los de Cortázar, pero, a diferencia de los del argentino, los del cubano no siempre fracasan, aunque, a veces, el cambio puede llegar a empeorar la situación, como en La carne o El muñeco, ambos presupuestalmente distópicos. En resumen, se distinguen cuatro tipos de cuentos en la colección: los que tienen por protagonistas a personajes que no cuestionan la realidad siendo la autenticidad de ésta puesta en quiebra por la voz narrativa (La caída), los que tienen por protagonistas a personajes a los que se les ofrece una oportunidad de escapar  que desaprovechan (El álbum, Conflicto, El infierno) los que tienen por protagonistas a personajes a los que se les ofrece una oportunidad de escapar de la realidad que no dudan en tomar ocasionando males, ya sea a ellos mismos o a los demás, (La carne, El muñeco, Las partes, En el insomnio, El gran Baro) y los que la aprovechan y salen bien parados (El viaje).

Piñera hace una especie de división interior temática, en la que encontramos al inicio una sucesión de cuentos con un marcado humor negro y un tinte gore que queda definido por el gusto que guarda a las descripciones de mutilaciones de extremidades y órganos, descripciones que realiza como si cortarse una pierna fuera lo que solemos hacer todos la mañana del lunes antes de tomarnos el café. Este choque entre la forma de describir, fría y seca, y lo que describe, profundamente temible y desagradable, crea un efecto que perturba al lector, que lo deja descolocado frente a lo que es el hombre en sí mismo, un cúmulo de carne y huesos, frágil y débil, y una voluntad pensante, llena de fisuras y de la cual no nos podemos fiar.

 La dudosa capacidad del hombre para conocer y llegar a una verdad ya está en Borges. Piñera siendo su coetáneo, también es su continuador en algún que otro cuento suelto. En El álbum el protagonista llega a saberlo todo acerca de la foto de la señora que parte su tarta de boda tras ocho meses escuchándola sentado, pero: ¿quién nos asegura que a la señora no se le ha olvidado algún detalle? ¿De qué nos sirve saberlo todo acerca de una única foto si no podemos relacionarla con nada más limítrofe, si no conocemos el continuo desarrollo de la vida de la señora a través del resto de fotografías? ¿A cuántas sesiones más tendrá que asistir el protagonista para escuchar toda la verdad, que no es más que la verdad sobre la vida de esa mujer y su ámbito en fotos? ¿De qué le servirá la verdad una vez que la tenga? Son preguntas a las que Piñera no ha querido dejar respuesta alguna. Ni falta tampoco que le hacía.

Así mismo, en estos Cuentos fríos destaca el profundo carácter irónico y cómico que toma la narración, a veces con tintes oníricos, surrealistas (Proyecto de un sueño, El baile, Conflicto). El humor de Piñera recalca los absurdos de la vida para que nos detengamos a pensar en ellos, pero también para que nos riamos mientras pensamos en ellos. Piñera no es Kafka, tampoco Cortázar; no pretende serlo. Podríamos decir que su humor innato se lo impide. Pero dentro de los escritores absurdistas cómicos (que no absurdos) tampoco se acerca a la órbita del siempre recomendable japonés Yasutaka Tsutsui. Y mucho menos nos puede recordar su escritura al suizo Max Frisch, a pesar del hecho de que guarde más puntos en común con él que con Chéjov, por ejemplo. No, me atrevo a decir que la forma de escribir de Piñera en estos cuentos es bastante independiente de estos grandes, es, por así decirlo, sumamente personal y basada en: la exquisita elegancia en la selección de las palabras, la precisión de las mismas y el dominio de lo irónico.

La única reseña que he podido encontrar en mi blogosfera habitual es la que hace David P. Vega en Desde la ciudad sin cines (La reseña habla de una antología que reúne sus volúmenes de cuentos completos y que editó Alfaguara en 1999, incluyendo, por supuesto, esta obra de la que hablamos hoy).

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