Antes de empezar la reseña, os anticipo que esta ha sido mi mejor lectura del año. Y, sin temor a equivocarme, una de las novelas mejor escritas que he leído en mi vida. No es para menos; de las muchas obras que escribió Charles Dickens, David Copperfield fue siempre su favorita. Como indica en el prólogo a esta maravillosa edición ilustrada de Alba, todo padre tiene, aunque no lo quiera, sus hijos predilectos. El de Dickens se apellidaba Copperfield.
Como su propio nombre indica, esta novela trata de un hombre llamado David Copperfield. Es la primera del autor narrada en primera persona desde el punto de vista del protagonista, un hombre de edad avanzada que trata de dar cuenta de todos los sucesos relevantes de su vida, empezando por su nacimiento. David es un chico que experimenta todo lo experimentable en la Inglaterra victoriana. Nace huérfano, como otros tantos personajes de Dickens, y debe sufrir desde pequeño el desprecio y el maltrato de su padrastro y la malvada hermana de este. Ante la rebeldía natural de un corazón que no acepta la injusticia y que ve mermado el cariñoso porte de su madre, los Murdstone, padrastro y tía postiza, acaban por encerrarlo en un internado con el fin de deshacerse de él. A partir de aquí, se sucederá una penuria tras otra, hasta que la intervención de una remota familiar cambie la suerte del muchacho. Con el rescate de Copperfield comienza una historia de vaivenes. En algunos puntos todo será grato para el protagonista y sus amigos más cercanos, mientras que en otros se las verá en más de un apuro, principalmente económico.
Mientras toda una trama de más de mil páginas se va desarrollando, Dickens nos dibuja escenarios de todo tipo y sitúa en ellos a toda clase de personajes, valiéndose siempre de su particular humor, que sigue muy vivo a pesar del paso de tantos años. Los personajes dickensianos de esta novela pueden dividirse en tres tipos: los que encarnan las buenas actitudes (justicia, lealtad, ternura, amor), los que encarnan las malas (avaricia, ambición de poder, lujuria, envidia) y los que transitan de las malas a las buenas. Podría considerarse un cuarto grupo, integrado únicamente por el joven Steerforth. Sin embargo, cabe mencionar que su naturaleza como posterior villano ya viene insinuada cuando David lo conoce en el internado. Y esto es a pesar de la gran amistad que en un primer momento les une, pues, aunque Steerforth será el protector del señorito David durante su primera etapa de aprendizaje, no tiene a mal ejercer el poder que posee para destituir a un noble profesor por pura diversión. También se podría valorar la introducción de la señorita Bentsey en este grupo, puesto que en el primer capítulo todo parece indicar que va a constituir un papel como villana principal en la obra al abandonar a su suerte a la viuda de su hermano y a su sobrino recién nacido, solo porque el bebé no es mujer. No obstante, no vuelve a aparecer hasta que, finalmente, un David ya en la pubertad acude a ella. En ese momento, Bentsey Trotwood será una aliada incondicional del protagonista, costeándole, incluso, una educación esmerada.
Dentro del primer grupo de personajes (los que siempre han sido "los buenos") está, cómo no, nuestro protagonista. La idea de un antihéroe en la narrativa de Dickens y en la narrativa en general de mediados del siglo XIX es todavía remota. Por ello, David Copperfield es un hombre que si presenta algún pecado a lo largo de las mil páginas de la obra es solamente su ingenuidad. De ella se aprovechan los extraños, pero también sus supuestos amigos, como es el caso de Steerforth, quien acaba por ponerle hasta el mote de Daisy, debido, precisamente a esta particularidad del personaje. Steerforth, no solo acabará por traicionar la confianza depositada por David en él, sino también la de los amigos del propio David, llevándole a una situación verdaderamente problemática. De la misma forma, David se ve envuelto en un sinfín de situaciones ante las que su cortesía y sus buenos modales les impiden escapar. Es humillado en varias ocasiones y tiene que soportar como maltratan a varios de sus amigos. La mesura de Copperfield, que explota en momentos muy puntuales, con unos diálogos de una maestría apabullante, va de la mano con una concepción muy sólida de la justicia, del honor y de la lealtad.
En David Copperfield, como en la vida misma, lo justo, lo legalmente justo y lo socialmente justo entran en conflicto. David representa un ideal de justicia pura, donde habla de la bondad que merecen los nobles de espíritu. Se opone, por contra, a lo socialmente justo, que es lo que impide su amor con Dora, echar a Murdstone de su casa natal y desbancar a Heep de su puesto jurídico. Y, cuando puede, con la ayuda de su fiel amigo Traddles, también se opone a lo legalmente justo, siempre que él entienda que atenta contra cualquiera de las otras dos justicia, la pura y la social.
Más allá de David, el grupo de los personajes "buenos" está integrado por los Pegotti y los Wickfield.
Los primeros representan la bondad de las clases menos pudientes y, a mi juicio, son los que más chicha dan en toda la obra, además de ser los más memorables de la misma. Es una Pegotti, la pequeña y dulce Emily, el primer amor de David, siendo este un amor puro entre niños, un amor que no tiene conciencia del mismo y que se guarda como un feliz recuerdo dentro de una infancia totalmente dolorosa, quien arrastra buena parte de la narración.
Por otro lado, están los Wickfield, conformado por solo dos miembros: el señor Wickfield y su hija, huérfana de madre, la señorita Agnes. Se trata de una clase media acomodada que, a lo largo de la obra, irá yendo a menos paulatinamente, ante la locura del primero y el poder de un nuevo y peligroso socio: el despreciable Heep. Si Emily es el primer amor de Copperfield, Agnes es el segundo, en una relación más de amistad que de amor. Agnes se constituye como confidente de las penurias amorosas de un David adolescente y lo mira en el sueño de ser ella la deseada, mientras su amado la observa con los ojos del hermano que ninguno de los dos tiene.
A estos personajes tan anclados en lo que Dickens considera lo bueno, y que suele aceptarse éticamente como correcto, se oponen los antagonistas de David Copperfield, sujetos cargados de egoísmo. La avaricia, la envidia y el ansia de dejar en claro quien manda serán los motores que promuevan todo tipo de abusos por parte de estos personajes, trayendo la desdicha tanto a David como a sus amigos: los Peggotti y los Wickfield. Si bien en las primeras páginas, el antagonista central será el señor Murdstone, que, como ya he comentado, ejercerá mil y un maltratos sobre David y su madre, en las siguientes, la división de las tramas de la novela nos traerá otros dos villanos: el despreciable Heep y el traicionero Steerforth.
El primero es un hombre que pecará durante toda la obra de una falsa humildad con el objetivo de conseguir sus ambiciones. Dickens ya lo describe desde un primer momento como un joven de fisionomía raquítica y andares exagerados, con una particular tendencia a retorcerse en los momentos previos a una respuesta cargada de hipocresía. Aprovechando la locura del señor Wickfield, poco a poco se irá haciendo con el control tanto de la vida de este como de la de su hija Agnes. Todo lo que encierra a estos personajes constituirá una de las tramas centrales de la novela avanzadas las trescientas páginas.
Por su parte, ya he hablado lo suficiente de Steerforth y no deseo pecar de dar demasiada información. Sus acciones desencadenarán la que para mí es la trama de mayor interés de toda la obra y que servirá para el cambio vital del protagonista, al comprender que no puede fiarse de todo el mundo como venía haciendo hasta ese momento.
Entre los personajes que transitan de la maldad a la bondad está el señor Micawber. Se trata de un avaricioso por naturaleza y que gusta de vivir rodeado de todo tipo de lujos. Acostumbrado a endeudarse hasta el cuello y a huir de un sitio para otro, seguido de su fiel mujer (que no para de decir que no abandonaría a su marido por nada del mundo) y su inmensa prole, cambiándose innumerables veces de nombre y siendo detenido también en otras tantas ocasiones, será uno de los mejores recursos cómicos de toda la obra junto con el maravilloso señor Dick y su inacabable memorial.
A pesar de la escasa progresión de varios personajes (Heep y Murdstone son villanos desde que aparecen hasta su fin incierto), la novela se caracteriza por darles una profundidad total y una dignidad como pocas. El afán de realismo dickensiano da lugar a unos diálogos que son auténticas joyas de la literatura y que representan muy bien ese discurso inglés, donde predomina una cortesía que oculta multitud de intenciones. David Copperfield es una novela que se mueve en la tragicomedia, con momentos que llegan a entristecer profundamente al lector y le hacen preocuparse por el sino de los personajes, pero también con destellos de ironía y un tono jocoso que vuelve hilarante y alegre la acción en ciertos tramos. Estamos ante una novela realista, en el sentido decimonónico, en toda regla. Se trata de plasmar hasta el último detalle y eso hace que el autor inserte capítulos enteros dedicados a tramas de personajes secundarios o a experiencias del protagonista que poco o nada tienen que ver con la historia principal, pero que aportan por la naturalidad con la que están narrados a enriquecer un mundo basto, ayudando a que el lector disfrute de un inolvidable viaje a través de sus páginas.
Lean mucho, coman con moderación y namasté.
Reseñas de otras obras de Charles Dickens: Los papeles de Mudfog,
Mis primeras impresiones de esta novela hasta el capítulo 14 aquí.