miércoles, 29 de julio de 2020

Psicosis, de Robert Bloch




Mary Crane es una joven que ha robado cuarenta mil dólares a su jefe y se ha dado a la fuga. Acaba por casualidad en un parador cerca de Fairdale (Pensilvania). Le atiende un extraño y diminuto hombre: Norman Bates, el encargado del lugar junto a su madre "enferma". Todo parece ir bien, a pesar del curioso comportamiento de Bates, hasta que la mujer es asesinada, supuestamente por la madre, en la bañera. He aquí la famosísima escena de la película de Hitchcock, recreada y parodiada en multitud de series y películas. Inmediatamente después, Norman decide ayudar a su madre y esconde las pruebas y el cadáver de la chica en el fondo del pantano colindante, pero no cuenta con que la familia de Crane y su jefe están dispuestos a mover cielo y tierra para encontrarla.

Estamos ante un clásico de la novela negra, donde se aprecia un fuerte componente de terror psicológico, que, si bien ahora al lector promedio le parecerá muy sutil, en la época debió causar una fuerte conmoción. No por nada el caso de Ed Gein, en el que se inspiró Bloch, estaba muy presente. Sin embargo, aunque hay ciertas similitudes entre los personajes de Norman y Ed, es evidente que la crueldad está mucho más contenida en el texto. No hay alusiones sexuales explícitas, de la misma forma que no hay descripciones de atroces evisceraciones. El denominador común de las muertes se produce por un tajo en el cuello, las víctimas pierden la vida y Bates las echa al pantano. Fin. Esto nos puede recodar al comienzo del cine slasher, a ese matar por matar, a esa obsesión con ver el cuerpo desnudo e inerte con la sangre manando de la garganta.

Por otro lado, la lectura es muy adictiva y la intriga se mantiene hasta el giro final. Si bien no estoy muy contento con este, he de reconocer que toda la novela se va construyendo hacia ese momento. De hecho, Bloch es especialmente bueno dejando pequeños detalles y luego retomándolos. Juega mucho con el concepto del clavo/pistola de Chéjov y lo lleva a otro nivel de minuciosidad. Por ejemplo, que Bates al limpiar el cuarto donde ha sido asesinada Mary Crane no encuentre uno de los pendientes de la joven es crucial para el descubrimiento del asesino varios capítulos después, cuando hasta el mismo lector se había olvidado de la existencia de esa alhaja. De igual forma, que Bates tenga una ardilla disecada y mencione su taller de taxidermia en el sótano será relevante llegado los compases finales de la obra.

Al igual que el autor mima estos detalles para consolidar la verosimilitud de la narración, la estructuración de los capítulos es una genialidad como pocas. Bloch juega con lo que el lector sabe y con lo que los personajes no. El lector parece ir siempre uno o dos pasos por delante de los personajes y digo parece porque desconoce la sorpresa final (si no ha visto la película, claro). La focalización en los personajes es tan profunda que llegamos a creernos lo que nos dicen, lo que se dicen a sí mismos y lo que les dicen a los demás. Y eso está bien porque da pie a los giros de guión, estratégicamente colocados al final de cada capítulo.

Más allá de la trama y de los aspectos narratológicos a destacar se sitúa el eje enfermizo de la relación entre Norman Bates y su madre, basada en el dominio de esta sobre el cuarentón. Bates es un ser asocial, que según su madre "no tiene el coraje suficiente para actuar como un hombre", por lo que vive encerrado en un mundo de fantasía y autotortura, donde sueña con matar a su progenitora. Para no arruinarle la novela (o la película) a nadie, no comentaré cómo se desenvuelve este complicado entramado de amor, necesidad y odio entre madre e hijo, donde Norman padece lo que podríamos llamar un tremendo complejo de Edipo.

De la novela, Bloch hizo dos secuelas más que seguramente lea, aunque me han comentado que no están al nivel de esta. En cualquier caso, una lectura muy recomendable.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.


jueves, 23 de julio de 2020

Padres e hijos, de Iván Turguénev




Iván Turguénev es reconocido por la mayoría de los filólogos rusos como el novelistas más europeo dentro del Realismo decimonónico del país de los zares. No por nada, pasó buena parte de su vida viajando y escribiendo artículos en los que defendía toda clase de ideas progresistas para su país. Entre ellas podemos encontrar la de la liberación de los siervos, que finalmente se haría efectiva en 1861. Se dice que el propio zar Alejandro II actuó movido por la fama y la claridad de los textos de Turguénev. Para que veáis que la literatura puede servir como herramienta política para cambiar las fallas y los abusos de determinados sistemas.

Padres e hijos se publicó en el momento justo de ese cambio tan crucial para la sociedad rusa de su tiempo. Aunque este dato histórico puede parecer nimio, bajo él se escondía todo un iceberg de nuevas formas de pensar importadas principalmente de Alemania y que se materializó en Rusia con el nombre de nihilismo. Los jóvenes nihilistas, aun procediendo de buena familia, las repudiaban y se negaban a acatar cualquier autoridad que no viniera dada por las directrices de la ciencia. Todo lo que simbolizaba el tradicionalismo para ellos era vacuo y no merecía atención alguna. El sistema debía cambiarse para ellos, pero solo porque lo veían anquilosado en unas maneras que mantenían cierto deje feudal donde la aristocracia obraba con paternalismo sobre el resto del pueblo. En la novela, la figura que representa a esta nueva ola joven, que había cursado estudios en el extranjero y admiraba a los catedráticos germanos, es Yevgueni Bazárov.

Sin embargo, decir que Bazárov es solo eso, un arquetipo, es del todo simplista. Bazárov es mucho más y, de hecho, puede que ni siquiera se corresponda con esa figura representativa, sino más bien con una caricatura. Es cierto que cuando se publicó Padres e hijos, la crítica atacó a Turguénev y algunos le acusaron de lamerle los pies a este personaje y a sus ideas. No obstante, por otro lado, los propios jóvenes nihilistas se mostraron descontentos con la imagen que Bazárov daba de ellos. Y esto es lógico si nos atenemos a los siguientes motivos:

1) El nihilismo es una corriente filosófica que rescata la duda metódica para afirmar que nada es seguro, ni tan siquiera el yo o lo que puede conocerse. De ahí se puede extraer que los principios y valores que adquirimos como sociedad y que la mantienen, pudiéndonos parecer más justos o aberrantes, no tienen por qué mantenerse eternamente ni son intrínsecos al ser, ya que derivan por convención social. Por ello, un personaje como Bazárov, que se autodenomina a sí mismo como nihilista, pero que luego presenta una serie de actitudes propias de su origen social y de su condición como varón heredero de una importante finca, por muy común en la época que pudiera ser, no era, en absoluto, el ideal de este movimiento. Bazárov critica las formas refinadas de la aristocracia y la forma en la que tratan a los siervos, pero al mismo tiempo los insulta en presencia de su amigo Arkadi. No cree que estén preparados para valerse por sí mismos.

2) Bazárov no solo tiene interiorizados valores de la aristocracia en la que se ha criado, sino que también tiene interiorizados principios propios de un pensamiento machista. Esto le lleva a tratar a las mujeres como si fueran personas de segunda con las que no merece la pena detenerse nada más que para cortejarlas. Esto se puede ver claramente ante la negativa del personaje de visitar a cierta dama porque, aunque pudiera tener una interesante conversación, no era agraciada físicamente, o así se le hizo entender otro personaje.

3) Paradójicamente, el nihilismo de Bazárov se pierde cuando se enamora de Anna Sergueiyevna Odintsava. Se siente así mismo humillado por dicha atracción, que no puede evitar y que es del todo imposible debido al carácter de ambos. Durante este tiempo, su preocupación deja de ser la ciencia y pasa a ser esta joven viuda. Los nihilistas, que se veían a sí mismos como los herederos de los antiguos estoicos, se encuentran con que el héroe que les representa en la literatura vende todo su trabajo por la mano de una mujer. Obviamente, no podían tolerarlo.

4) Por último está el hecho que hace de Bazárov un personaje tan repelente, tan insoportable. El personaje ha acabado recientemente la carrera de medicina, pero se niega a trabajar como médico rural y ayudar a los demás porque, según él y los que lo idolatran, tiene planes superiores. Para no acatar ninguna autoridad y despreciar la aristocracia, su discurso y sus formas son bastante elitistas. No valora a nadie que no tenga un bagaje cultural detrás de él y comulgue, al completo, con sus ideas.

Por supuesto, hay una evolución en el personaje que hace que en los compases finales de la obra no resulte tan odioso. Incluso diría que despierta compasión el final agridulce de Padres e hijos.

Más allá de Bazárov y, como podéis deducir por el título de la novela y por todo este despliegue ideológico, Padres e hijos versa sobre los conflictos generacionales. Por lo que antes de seguir hablando de los hijos, conviene hacerlo de los padres. Estos muestran todo su cariño y toda la comprensión de la que son capaz a Arkadi y a Bazárov, aunque muchas veces los hijos lleguen a avergonzarse. Sin embargo, como hay dos modelos de hijos también hay dos modelos de padres.

Por un lado tenemos a Nikolai Petrovich Kirsianov, padre de Arkadi, un hombre sencillo que ama locamente a su hijo, pero que es un patán gestionando su hacienda. Se considera a sí mismo progresista, pero por más afable que pueda parecer, no lo es. A pesar de que sabe qué es lo correcto de cara a las personas que lo rodean y que dependen de él, se niega a aceptarlo. Posterga la boda con la sierva menor de edad con la que ha tenido un hijo por el "qué dirán" de los terratenientes vecinos. De aquí se puede sacar una lectura interesante. Fenechka, que así se llama la adolescente, no está enamorada de Nikolai y, de hecho, el propio Nikolai tampoco está enamorado de Fenechka, simplemente la mantiene porque un santo día decidió violarla. Esta era una práctica muy común en el siglo XIX en contextos como este y no debería ser alarmante en absoluto. De hecho, Turguénev no le da mayor importancia y al final Nikolai y Fenechka parece que terminan queriéndose. Sin embargo, yo leo este texto desde el siglo XXI y es lógico que me impacte y que contribuya a enturbiar esa visión de viejecito afable y cariñoso con su hijo que tiene durante toda la obra. Con "su hijo" me refiero a Arkadi, que es el que vuelve de San Petersburgo de estudiar con Bazárov y es el que tiene verdadero protagonismo, no al otro. Al otro se le ve darle la mano al final y poco más.

Luego está el padre de Yevgueni Bazárov, Vasili Bazárov. Lo cierto es que este señor aparece bien poco y es más un instrumento ideológico de Turguénev para construir a nuestro médico no-médico que un personaje en sí. Cuando Arkadi y Yevgueni viajan a la casa familiar del segundo se puede apreciar el desprecio que tiene por su padre, lo cual no se produce entre la pareja anterior. Vasili es un hombre que tiene poco que ofrecer a su hijo; no tiene para darle una herencia como Nikolai a Arkadi. Esta situación obliga a Yevgueni a ejercer, algo que él detesta, puesto que quiere dedicarse a la investigación y a gorronear de casas ajenas. Por ello, hay un profundo resentimiento que le ha llevado a desarrollar toda su imagen pública y su parafernalia de tipo interesante con el fin de que los demás se olviden de que procede de una familia, que, si bien no es humildísima, no puede compararse con la de sus compañeros de conversación.

Los hijos se constituyen como esa fuerza inexperta, pero inexorable, dispuesta a girar la rueda del cambio. No obstante, al final su intervención en los sucesos importantes no provoca ninguna alteración en el sistema. Arkadi encuentra su camino y acaba gestionando la hacienda con sus siervos y Bazárov, desde luego, no se vuelve un científico famoso. El sistema sobrevive a los embates de la marea nihilista, que queda ridiculizada por su falta de orden e impulsividad. Los hijos hacen las paces con sus padres y lo viejo y lo nuevo se complementan, aunque sigue predominando lo viejo sobre lo nuevo. 

Lean mucho, coman con moderación y namasté.


jueves, 16 de julio de 2020

El doble, de Fiodor Dostoievski




Dostoievski es un autor al que admiro muchísimo por su capacidad de construcción de personajes desde una perspectiva interna. Con esto me refiero a la gran profundidad psicológica que tienen sus protagonistas. De esto he hablado en alguna que otra reseña dedicada a varias de sus obras en esta esquina. Sin embargo, como llevo mucho tiempo sin leer ni traer nada suyo, creo que no está de más comentar, aunque sea brevemente, una de sus novelas cortas más queridas por sus lectores. Me refiero, como han deducido por el título de la entrada y la imagen de la portada, a El doble. En esta obra, Dostoievski toma como protagonista a un funcionario del estado zarista de la más baja posición y con una serie de problemas psicológicos que no harán más que acentuarse cuando ocurra un suceso extraordinario: la aparición en su puesto de trabajo de alguien que es exactamente igual a él, salvo por el mero detalle de que está ahí para destruirlo completamente.

Este azaroso relato que va muy en la onda del William Wilson  de Edgar Allan Poe, me hace plantearme si el estadounidense ya estaba o no traducido al ruso para la época en la que Dostoievski redacta El doble, pues los parecidos en la trama son abrumadores. Más allá de eso, el prólogo de mi edición (no es la que aparece en esta entrada, sino una digital) aclara que El doble tuvo un impacto muy negativo tanto entre la crítica como entre el público, a diferencia de su novela anterior: Pobres gentes. Muchos acusaron a Dostoievski de imitar con resultados pésimos un relato de Gogol muy famoso, donde también interviene un funcionario que acaba desquiciado. Este texto de Gogol lo desconozco, desgraciadamente, pero puedo asegurar que, pese a que la tradición literaria del doble está muy vista en toda la literatura universal y es desarrollada tanto antes como después de esta obra (algunos ejemplos claros pueden ser el mencionado William Wilson, Doctor Jeckyll y Mr. Hyde de Stevenson, El hombre duplicado de José Saramago o, incluso, por qué no, El club de la lucha de Chuck Palahniuk) esta obra es bastante original. Sobre todo, si se tiene en cuenta que es de las primeras del autor.

Dostoievski nos presenta a Goliadkin, quien, con su dialogismo interno, se construye como un personaje que se ve a sí mismo como un dios rodeado de infieles. Cree ser un hombre digno y lleno de cortesía, noble y de buen hacer, pero sufre, entre otras cosas, de paranoia y de un fuerte síndrome asocial. Sus intervenciones con otros personajes vienen precedidas por monólogos donde él se encumbra como un héroe, poniendo la tinaja antes que el olivar (como se suele decir), aunque cuando le toca intervenir sus nervios, su miedo y los numerosos imprevistos acaban trastocando completamente cualquier tipo de comunicación fructífera. Esto hace que lo echen de la fiesta en el capítulo 4 o que el médico esté deseando despacharlo en el capítulo 2. Goliadkin es incapaz de decir lo que siente o necesita de manera clara. Abrumado por lo que pudiera pensar el otro, se esconde en la cortesía y en los circunloquios. Le da vueltas una y otra vez a lo mismo, barajando conceptos abstractos que solo los lectores entendemos por sus soliloquios previos, pero que el resto de los personajes desconocen. Ante esta incapacidad para relacionarse, Goliadkin es ignorado por buena parte de sus compañeros de trabajo y en especial por sus jefes. Esto le acaba llevando a la paranoia: piensa que todos conspiran en contra de él, lo cual se acentúa con la aparición de Goliadkin II.

El estado de Goliadkin es tal que el lector al principio no sabe si el doble existe realmente como entidad física o si es solo la imaginación del protagonista, que, sumida en el estrés perpetuo de creerse atacado, ha inventado una suerte de gemelo malvado para atormentarlo. Sin embargo, con el paso de la narración, descubrimos no solo que Goliadkin II existe, sino que es mucho más astuto que Goliadkin I. O, al menos, lo suficiente para aprovecharse del parecido entre ambos. Goliadkin II tiene todo lo que nuestro protagonista querría para sí: la aprobación de sus compañeros de trabajo (en especial de sus jefes), la capacidad para no tener vergüenza, el amor de una hermosa doncella, etc. Por ello, lo envidia hasta tal punto de que la lucha se convierte en algo inevitable. Bajo la premisa de solo puede quedar uno, ambos dobles se enfrentaran en astucia e ingenio para ver quién prevalece y quién cae al vacío. Os advierto de que es una obra de Dostoievski, por lo que cualquier final positivo para los personajes no deja de ser extremadamente optimista.

Esta obra es una joya en todos los sentidos. La crítica que hace al funcionariado y a la sociedad de clase media-baja rusa es atronadora. El personaje principal no es especialmente carismático y, de hecho, el lector siente muchas veces que se merece las penalidades por las que él mismo pasa. No obstante, hay momentos en los que uno experimenta verdadera pena por Goliadkin. Hace suyo su dolor e impotencia a través de la catarsis. Se dice que el propio Dostoievski tenía problemas derivados de una hipotética esquizofrenia o principio de la misma. Se dice que por eso siente una especial predilección por los personajes locos. Parte de la idea de que es la sociedad injusta y la naturaleza cruel del ser humano las responsables del dolor y las que hacen que las personas acaben atrapadas por la locura. Y esto se ve muy bien en una novela como El doble. Otra de las obras en las que sucede algo similar es en la aclamada Crimen y castigo. Una de mis favoritas. Si bien El doble no es tan profunda ni tan visceral como Crimen y castigo, sirve de germen para ella y estoy seguro de que quien haya disfrutado con la historia de Raskólnikov disfrutará con la de Goliadkin.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.

Reseñas de otras obras de Fiodor Dostoievski en esta esquina: Pobres gentes, Crimen y castigo

PD. Recientemente vi en una librería una edición que contempla las dos versiones de esta obra: una de 1846 y otra de 1866. Desconozco cuál es la versión que he leído, aunque sospecho profundamente que se trata de la primera.


viernes, 10 de julio de 2020

Los papeles de Mudfog, de Charles Dickens




Charles Dickens es conocido por sus grandes novelas. Obras como Oliver Twist, David Copperfield, Historia de dos ciudades o Grandes esperanzas son solo algunos de los títulos por los que el autor ha pasado a convertirse en todo un clásico indiscutible de las letras. Sin embargo, también posee una sarta de escritos de corto alcance, que, si bien no son tan interesantes ni maravillan tanto al lector como los mencionados arriba, tienen mucho que aportar tanto al estudio de las figuras dickensianas como al disfrute de un lector más ameteur como yo. Hace unos años, Periférica decidió publicar una serie de textos pertenecientes a la etapa inicial del novelista inglés, que, a pesar de haber sido publicados entre 1837 y 1838, no son recopilados en inglés hasta 1880, una década después de la muerte del autor. Estos textos gozaron de poco éxito en su momento y casi no han despertado un interés posterior, quizás debido a una calidad inferior a la que nos tiene acostumbrados el autor. Además, estas piezas compitieron directamente con Oliver Twist, que apareció por entregas durante esa fecha en la misma revista: La miscelánea de Bentley. Y se intuye que algunas de ellas fueron escritas por encargo, lo que no le hizo mucha gracia al propio Dickens.

Los textos son los siguientes:

  • Vida pública del señor Tulrumble, en otro tiempo alcalde de Mudfog: Historia en la que se nos presenta la localidad de Mudfog, un lugar esperpéntico, lleno de tabernas y edificios con forma de establos. En esta localidad, un hombre es elegido alcalde tras la muerte de otro y su soberbia lo lleva a planear un desfile majestuoso que no se corresponde en absoluto con su cargo. Intentando salvar vidas del vicio y la degradación, contrata al más borracho de la ciudad y le asigna la laboriosa tarea de llevar una armadura con resultados fatales.
  • Informe completo de la primera reunión de la sociedad Mudfog para el avance de todo: Este relato, junto con el siguiente, es posiblemente el más valioso de toda la selección. Un grupo de peritos en diversas materias acuden a Mudfog para presentar sus diversos avances. Con ello, Dickens pretende hacer una crítica mordaz al momento de cambios turbulentos que está viviendo la sociedad con la industrialización y los, valga la redundancia, cambios sociales que esta conllevó. Para el autor, muchos de estos cambios son ridículos y no siempre favorables para la especie humana. Mientras la reunión se desarrolla con toda su parafernalia, se nos van presentando los diversos inventos y logros de los científicos, ridiculizando muchas veces el discurso académico y cómo este se detiene en ocasiones en temas inútiles y absurdos. Para ello, Dickens se encierra en un humor irónico que aún a día de hoy, más de ciento ochenta años después, sigue fresco. Muchas de las creaciones son de absoluta ciencia ficción (ferrocarriles portátiles que viajan a través de las alcantarillas, policías autómatas de madera, etc.), lo que hace que en el epílogo de la traductora Ángeles de los Santos se comente que alguna entusiasta del autor haya querido señalar tanto este texto como el siguiente como preámbulos e inspiración de lo que posteriormente sería conocido como steampunk. Para quien no lo sepa, el steampunk es una corriente de la ciencia ficción que tiene como premisa el triunfo tecnológico de las máquinas de vapor sobre las de petróleo y la tecnología punta, manteniéndose la estética de la Inglaterra victoriana más allá de su época natural de influencia, así como muchos de los problemas propios de esta época y lugar. Se separa así de otras corrientes como el dieselpunk o el cyberpunk.
  • Informe completo de la segunda reunión de la sociedad Mudfog para el avance de todo: A pesar de no haber obtenido el éxito esperado con el relato que narraba las primeras de las reuniones, es evidente que Dickens estaba deseoso de narrar una segunda. Si bien él, durante su vida se mostró reacio a tomar parte en el aparato político, muchas de las impresiones que en sus relatos se comparten son duras críticas, soslayadas en ocasiones por la ironía proponen nuevos modelos más progresistas a veces, más conservadores otras veces. Por ello, cada intervención en cada una de las dos reuniones es la expresión de un hombre que se ve ridiculizado desde arriba por el propio autor. Un caso especialmente interesante en este punto es el momento en el que uno de los ponentes interviene para hablar de los beneficios de la homeopatía y lo hace jurando por Dios y por el alma del líder de una secta religiosa que creía que la homeopatía lo había vuelto inmortal. Es necesario recordar en este punto cuál es el origen de la homeopatía y su lógica, si es que tiene alguna. Esta rama de la medicina nace pocos años antes del texto de Dickens y argumenta que una enfermedad se puede sanar aplicando cantidades mínimas al cuerpo de dicha enfermedad o de sus detonantes. Esto es un aspecto que el propio Dickens ridiculiza en la voz del ponente, cuando este expresa que para devolver a la vida a alguien que se acaba de ahogar solo basta con hacerle tragar más agua. Saltando este punto, que me ha parecido de lo más ocurrente por todo este auge de la homeopatía como alternativa medicinal que estamos asistiendo en los últimos años (una homeopatía que, todo sea dicho, ha evolucionado, aunque siga sin dar resultados más que por pura sugestión), tengo que decir que el conjunto de ambos textos me parece una maravilla a tener en cuenta por el ingenio con el que están escritos y por lo avanzado que estaba Dickens a su época, con una capacidad de observación que iba más allá de lo razonable. 
  • La pantomima de la vida: Este es el texto que menos me ha interesado porque está demasiado encerrado en la época en la que fue escrito. Dickens habla del fin de la pantomima como género teatral tras la muerte de Grimaldi, el actor más conocido en este género. Por ello, el texto se antoja en una mezcla entre necrológica y elegía, donde sobresalen algunos puntos de valor sobre esa reflexión calderoniana del Teatro del Mundo. Por lo demás, ha sido un texto que no me ha aportado lo más mínimo.
  • Detalles referentes a un león: Sin embargo, este sí que aporta y mucho. Dickens habla aquí del éxito literario y de su temor a él. No quiere convertirse en una atracción de feria, en un dios al que todos adulen, no quiere convertirse en un león literario. Por eso, describe una escena pintoresca en un salón de baile, donde introduce al león-escritor, expresando su tristeza y aislamiento de la verdadera vida por su condición de escritor, lo cual es paradójico como escritor realista que era y que buscaba reflejar la realidad. Lo cierto era que en esta época Dickens ya tenía cierto reconocimiento tras publicar su primera novela y buena parte de la población ya estaba enganchada a Oliver Twist. Por ello, era lógico y normal que se hubiera sentido así en algún que otro momento.
  • Robert Bolton, el caballero con contactos en la prensa: Este texto es de Dickens, pero podría ser de cualquiera. Es una historia dentro de una historia. Lo más interesante es la condena que hace contra la violencia machista y que llama mucho la atención al tratarse de un autor varón cis heteronormativo del segundo tercio del siglo XIX.
  • Epístola familiar de un padre a su hijo de dos años y medio: Juro que si no es por el epílogo no entiendo de qué iba esta pequeña carta. Se trata de una despedida. Dickens se marcha de la revista La miscelánea de Bentley, pues ya ha concluido Oliver Twist. También es una reflexión sobre los cambios tecnológicos de la época de Dickens y como los coches de caballos están siendo relegados por los imponentes ferrocarriles.
Como digo, una colección bastante irregular, pero no por ello especialmente despreciable. Si te gusta Dickens, te va a gustar. Aunque, si no has leído otras obras más conocidas primero, dejaría este libro de lado por un tiempo y me centraría en ellas. Para quien esté estudiando a Dickens o realizando un trabajo académico sobre él, sí que es un texto muy recomendable, especialmente por su epílogo.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.

Reseñas de otras obras de Charles Dickens: David Copperfield



viernes, 3 de julio de 2020

Lo que dicen los dioses, de Alberto Ávila Salazar




Puede parecer que Lo que dicen los dioses es una obra atípica dentro de la novela negra, pero lo cierto es que es realmente fiel a las raíces de la misma, pues mezcla dos géneros que hoy diferenciamos bien como son la novela de terror y la novela detectivesca. Las circunstancias de los personajes y la propuesta puede parecer inverosímil, pero la trama se halla perfectamente hilada, como cabría esperar de Alberto Ávila Salazar. De este autor ya leí su trabajo más reciente, titulado La mitad de un monstruo. Una obra que me dejó en shock en su momento por la combinación extrañísima y bien llevada de elementos de los géneros más variopintos. Si bien es cierto que Lo que dicen los dioses es una novela más aferrada a unos moldes reconocibles, el empaque final es una absoluta maravilla y atrapa al lector de principio a fin.

La trama es la siguiente. A finales de los cuarenta e inicios de los cincuenta una burguesa italiana (Serena Conti) se muda a Madrid, donde contrae matrimonio con un adinerado noble que fallece pronto. De este suceso trágico, Serena hereda unas dotes de médium que le lleva a colaborar puntualmente con la policía para la resolución de crímenes sangrientos. Uno de estos sucede en una carnicería de la calle Héroes del 10 de agosto. El propietario, influenciado por los antiquísimos ritos a la diosa Cibeles, acaba desatando su faceta como pederasta. Tras cinco crímenes, en la creencia de que peligra su vida, el carnicero decide huir a Hispanoamérica. Varios años después, la policía encuentra los huesos y Serena accede a hacerse cargo de los fantasmas de las víctimas. Para ello, les presta su casa. Sin embargo, veinte años después, la vida de Serena llega a su fin y el asesino aún no ha sido capturado. Las almas de las niñas no pueden descansar en paz.

En todo esto, juega un papel fundamental el desarrollo de los personajes a través de una buena estructuración capitular, donde el tiempo se entreteje con quienes deambulan en él. Tenemos cuatro capítulos:

  • El tiempo de Serena: Presenta la situación que he descrito previamente y se centra en el personaje de Serena, en la problemática que resulta para ella llevar una vida normal con sus poderes y cómo se sobrepone a situaciones desagradables para ayudar a que se haga justicia con los muertos. Serena establece diálogos con los muertos, con los olvidados, con los que lo perdieron todo, y convence a los vivos, les transmite su voz. No presenta la crueldad del mundo, pero expresa la realidad de la muerte como un adiós trágico. En este capítulo aparece por primera vez también Iríbar; el cual es, de largo, mi personaje favorito de la novela. Iríbar se luce en cada momento de la trama. Aquí, simplemente, es un comisario de homicidios e íntimo amigo de la condesa italiana. No obstante, una revelación de Serena conseguirá desquiciarlo hasta volverlo un personaje irreconocible en el segundo capítulo.
  • El tiempo de las niñas: Este capítulo se desarrolla en varios espacios temporales, aunque destacan especialmente dos: 1948 y 1972. En 1948, se cuenta qué fue de Rosendo Márquez, el verdugo de Cibeles. Lo interesante aquí es que una vez lejos de la influencia de la diosa sigue siendo una criatura realmente detestable, aunque humana. Ávila Salazar nos coloca a un asesino en serie de menores y a un pederasta que se ve a sí mismo como a una víctima en varias ocasiones, un fugitivo sin sentimiento de culpa por lo que hace, que asimila que es la sociedad la que va contra él. No es un asesino plano y el hecho de que se cuente su historia como persona ajena a las matanzas de las que es responsable le aporta un trasfondo que se agradece. En 1972, se produce la muerte de Serena, que desencadena todos los sucesos posteriores de Madrid. Antes de esto, se nos habla mejor de las niñas y se les da una personalidad, unos hábitos y unos deseos que hace que el lector ya no las vea como meros seres espectrales, sino como personas cautivas, presas de una terrible maldición de la cual no pueden librarse. Aquí también hay espacio para sucesos posteriores donde se nos presentan nuevos personajes que acompañarán al lector hasta el final.
  • El tiempo de Mariana: Mariana es, después de Serena, el personaje más importante de toda la novela. Su capacidad para dialogar con el viejo Iríbar y para investigar entre las notas de la caja de galletas danesas de su jefe, su búsqueda de la exclusiva y su obsesión enfermiza con los fantasmas y con los crímenes acaecidos más de veinte años atrás, la vuelven el motor de toda la historia. El capítulo en el que ella pasa de ser una secundaria a consolidarse como la protagonista de la obra es este. Aquí se narran también los momentos finales de Rosendo en el extranjero y su regreso a Madrid.
  • El tiempo de Cibeles: Es una mera nota que no ocupa ni una página, pero sirve de colofón a la historia, otorgando ese broche final de desasosiego que debe tener toda buena historia de terror.
Como ya he dicho, uno de los principales motivos de que esta novela me haya gustado tanto es la construcción del personaje del comisario Iríbar. Se nos presenta a los lectores como un agente de la ley con la apariencia de ser bastante escéptico, aunque en el fondo es muy aprehensivo. Serena le revela un suceso que acontece poco tiempo después sin que él pueda remediarlo. De alguna forma, esto le vuelve loco. De hecho, en la novela te van dando pistas a cuentagotas de lo que le sucedió y de cómo lo acabaron encerrando en un manicomio. Sin embargo, el conocer su historia definitivamente fue muy placentero y me motivó mucho a seguir leyendo, a sabiendas de que no era la trama principal. Por otro lado, está su relación con Mariana y con Amancio, el adolescente que lo lleva de un lado a otro y le roba todo cuanto puede. Iríbar se ha vuelto un tipo tan odioso que todos sus vecinos están deseando poder echarlo del edificio, pero por la personalidad del viejo, no se atreven ni a acercarse con un palo. Solo Amancio acepta y lo hace porque necesita dinero, ya que su padre es un borracho de manual que vendería su mano por una botella. Sé que Iríbar no es el protagonista ni nada, pero en los momentos en los que aparece, especialmente en los diálogos, el texto brilla con luz propia.

Otro de los principales motivos es la mezcla entre realidad y fantasía oscura. Como ocurre en la mayoría de las películas de terror, cuando alguien investiga sobre fantasmas, acaba encontrándolos. Sin embargo, hay que añadir aquí la maldad de una diosa olvidada como Cibeles a plena vista de todo Madrid y que actúa silenciosamente manipulando a todos los personajes para llegar al desenlace brutal de la obra. El abandono del rito a Cibeles, la pérdida de sus fieles, el relegarla a cumplir meramente una función decorativa, etc. hace estallar su ira y su frío deseo de castigo humano. Su pasiva aura no es la responsable de la locura de Rosendo, pero ayuda con un empujón a que esta se sobreponga y a que la lujuria infame y abominable del carnicero le reviente en las manos. Estamos ante un texto donde se deja claro que los dioses no se preocupan por los vivos ni por los muertos, una visión bastante atea en la que se especula que si algo le importa a los dioses es ser adorados y entretenidos con el espectáculo que cada cual representa en su vida diaria, donde siempre hay un hueco para lo bizarro, lo macabro, lo sórdido. 

Con esta reseña, doy pie a mi regreso a esta esquina tras el pequeño período de vacaciones que ha sido junio. Como aún no he terminado mi trabajo académico, la subida de reseñas se resentirá un poco, aunque prometo llevar un ritmo de publicación de, al menos, una a la semana, que debería coincidir en la mayoría de los casos con el jueves o el viernes por la mañana. Lo digo para que estén atentos. Y dicho esto; lean mucho, coman con moderación y namasté.

Reseñas de otras obras de Alberto Ávila Salazar en esta esquina: La mitad de un mosntruo