viernes, 24 de enero de 2020

La dama del lago, de Raymond Chandler



Años 40, Los Ángeles (California). Crystal Kingsley, esposa de un magnate del mundo de los perfumes, lleva un mes desaparecida. La última noticia que se tiene de ella es un telegrama enviado desde El Paso, frontera con México, en el cual informaba a su marido sobre las intenciones que tenía de fugarse con su amante. Derace Kingsley no es tipo al que esto le importe demasiado, siente cariño por su esposa, aunque no la ve casi nunca y considera su matrimonio como un sencillo enlace diplomático. No obstante, la preocupación le asaltará y le llevará a contratar al detective privado favorito de Raymond Chandler, el inigualable Philip Marlowe, cuando se tope una mañana con el amante fugitivo y este le comunique que lleva un mes sin saber nada de Crystal. Dicho y hecho, Marlowe acuerda un precio y se dispone a seguir los pasos de una atractiva, riquísima y enigmática mujer, empezando por la finca de los Kingsley en el lago del Pequeño Fauno. Eso sí, lo que encontrará allí le dejará claro que lo que podría haber sido un trabajo sencillo no va a resultarlo en absoluto. Las inocentes figuras de Crystal y Derace se pondrán entre dudas a lo largo de la novela debido a una serie de crímenes de acuerdo con lo esperable del género negro, por lo que el trabajo de Marlowe será doble. Tendrá, por un lado, que localizar a la desaparecida y, por otro lado, defenderla de las garras de la policía.

Este último ente, por cierto, está presente en toda la obra y es mostrado como una institución donde la corrupción está a la orden del día, sirviendo de brazos a los poderosos y buscando casi en todos los casos el beneficio particular. Ya en el capítulo 4 el primer encuentro con el agente Degarmo deja clara las rudas maneras del cuerpo, que se irán haciendo más explícitas, pasando de las amenazas y los comentarios socarrones a los más increíbles e injustos abusos. Mientras que Degarmo simbolizará la parte interesada y cobarde de quien posee algo de poder o cree poseerlo, el teniente Weber, Jim Patton y algún que otro agente más se encargarán de representar la parte noble de quien piensa que el poder que se les ha concedido es para luchar por la justicia de los ciudadanos. No obstante, los personajes no son absolutamente planos, o no lo son en la mayoría de los casos y este es un detalle a agradecer, puesto que las imposiciones del género priorizan la trama por encima de la construcción de los caracteres. La evolución no debería ser apreciable en casi ningún personaje, pero no es así en el caso de los principales al menos. 

Philip Marlowe es la imagen icónica del detective privado estadounidense de mediados del siglo pasado. No es el más fuerte, ni tiene todo de su parte, pero su capacidad de deducción y su carisma, su destreza a la hora de adaptarse y su labia son de admirar. Aunque lo más destacable es su observación, siempre extremadamente atenta. Ni un detalle se le escapa, por nimio que sea. Cualquier hallazgo puede acabar siendo determinante para ganarse el pan. Y lo sabe. Sin embargo, esto nos va a llevar a estructuras repetidas en muchos capítulos, los cuales empiezan en la mayoría de los casos con una descripción de cada nuevo lugar que visita. Por suerte, tienen el tamaño justo para no romper la agilidad de la narración, pero pueden llegar a hacerse un poco pesadas para el lector. Muchas veces el autor implícito se asoma en estos pasajes más calmados en los que Chandler se dispone a pincelar su mundo y nos da una información que el ojo empírico del propio Marlowe no sería capaz de captar. Pero no solo ahí es cuando está presente, la resolución del misterio no es formulado de repente en el final sin disquisiciones previas. Chandler emite muchas veces por boca de Marlowe ramificaciones rotas de la trama. Es decir, de lo que podría haber pasado y no pasó. Y esto incluye especulaciones erróneas sobre los crímenes y sus autores. De esta forma, además de aportar profundidad, el lector se ve guiado por uno u otro sendero, pero siendo consciente de todo un amasijo de posibilidades que podrían terminar siendo o no legítimas. 

Por otra parte, el argumento está bien predispuesto y los golpes de efecto están concienzudamente programados para mantener e incrementar la intriga. No es solo la labor de descubrir a un culpable la que se le encomienda tanto al detective como al lector, sino que la explicación general va mucho más allá de expresarse en un mero deíctico. Son varias las historias que se cuentan en La dama del lago y será prioritario ordenarlas y vincularlas a través de la causalidad. Si bien el final deja algo que desear, o al menos a mí me ha parecido poca cosa comparándolo con el cuerpo de la obra, ha sido una lectura muy entretenida y agradable. Como dispongo de poco tiempo, hoy no me detendré en colocar enlaces a otras esquinas. Cuando pueda corregiré este punto. 

Y eso es todo por hoy. Lean mucho, coman con moderación y namasté.