Puede parecer que Lo que dicen los dioses es una obra atípica dentro de la novela negra, pero lo cierto es que es realmente fiel a las raíces de la misma, pues mezcla dos géneros que hoy diferenciamos bien como son la novela de terror y la novela detectivesca. Las circunstancias de los personajes y la propuesta puede parecer inverosímil, pero la trama se halla perfectamente hilada, como cabría esperar de Alberto Ávila Salazar. De este autor ya leí su trabajo más reciente, titulado La mitad de un monstruo. Una obra que me dejó en shock en su momento por la combinación extrañísima y bien llevada de elementos de los géneros más variopintos. Si bien es cierto que Lo que dicen los dioses es una novela más aferrada a unos moldes reconocibles, el empaque final es una absoluta maravilla y atrapa al lector de principio a fin.
La trama es la siguiente. A finales de los cuarenta e inicios de los cincuenta una burguesa italiana (Serena Conti) se muda a Madrid, donde contrae matrimonio con un adinerado noble que fallece pronto. De este suceso trágico, Serena hereda unas dotes de médium que le lleva a colaborar puntualmente con la policía para la resolución de crímenes sangrientos. Uno de estos sucede en una carnicería de la calle Héroes del 10 de agosto. El propietario, influenciado por los antiquísimos ritos a la diosa Cibeles, acaba desatando su faceta como pederasta. Tras cinco crímenes, en la creencia de que peligra su vida, el carnicero decide huir a Hispanoamérica. Varios años después, la policía encuentra los huesos y Serena accede a hacerse cargo de los fantasmas de las víctimas. Para ello, les presta su casa. Sin embargo, veinte años después, la vida de Serena llega a su fin y el asesino aún no ha sido capturado. Las almas de las niñas no pueden descansar en paz.
En todo esto, juega un papel fundamental el desarrollo de los personajes a través de una buena estructuración capitular, donde el tiempo se entreteje con quienes deambulan en él. Tenemos cuatro capítulos:
- El tiempo de Serena: Presenta la situación que he descrito previamente y se centra en el personaje de Serena, en la problemática que resulta para ella llevar una vida normal con sus poderes y cómo se sobrepone a situaciones desagradables para ayudar a que se haga justicia con los muertos. Serena establece diálogos con los muertos, con los olvidados, con los que lo perdieron todo, y convence a los vivos, les transmite su voz. No presenta la crueldad del mundo, pero expresa la realidad de la muerte como un adiós trágico. En este capítulo aparece por primera vez también Iríbar; el cual es, de largo, mi personaje favorito de la novela. Iríbar se luce en cada momento de la trama. Aquí, simplemente, es un comisario de homicidios e íntimo amigo de la condesa italiana. No obstante, una revelación de Serena conseguirá desquiciarlo hasta volverlo un personaje irreconocible en el segundo capítulo.
- El tiempo de las niñas: Este capítulo se desarrolla en varios espacios temporales, aunque destacan especialmente dos: 1948 y 1972. En 1948, se cuenta qué fue de Rosendo Márquez, el verdugo de Cibeles. Lo interesante aquí es que una vez lejos de la influencia de la diosa sigue siendo una criatura realmente detestable, aunque humana. Ávila Salazar nos coloca a un asesino en serie de menores y a un pederasta que se ve a sí mismo como a una víctima en varias ocasiones, un fugitivo sin sentimiento de culpa por lo que hace, que asimila que es la sociedad la que va contra él. No es un asesino plano y el hecho de que se cuente su historia como persona ajena a las matanzas de las que es responsable le aporta un trasfondo que se agradece. En 1972, se produce la muerte de Serena, que desencadena todos los sucesos posteriores de Madrid. Antes de esto, se nos habla mejor de las niñas y se les da una personalidad, unos hábitos y unos deseos que hace que el lector ya no las vea como meros seres espectrales, sino como personas cautivas, presas de una terrible maldición de la cual no pueden librarse. Aquí también hay espacio para sucesos posteriores donde se nos presentan nuevos personajes que acompañarán al lector hasta el final.
- El tiempo de Mariana: Mariana es, después de Serena, el personaje más importante de toda la novela. Su capacidad para dialogar con el viejo Iríbar y para investigar entre las notas de la caja de galletas danesas de su jefe, su búsqueda de la exclusiva y su obsesión enfermiza con los fantasmas y con los crímenes acaecidos más de veinte años atrás, la vuelven el motor de toda la historia. El capítulo en el que ella pasa de ser una secundaria a consolidarse como la protagonista de la obra es este. Aquí se narran también los momentos finales de Rosendo en el extranjero y su regreso a Madrid.
- El tiempo de Cibeles: Es una mera nota que no ocupa ni una página, pero sirve de colofón a la historia, otorgando ese broche final de desasosiego que debe tener toda buena historia de terror.
Como ya he dicho, uno de los principales motivos de que esta novela me haya gustado tanto es la construcción del personaje del comisario Iríbar. Se nos presenta a los lectores como un agente de la ley con la apariencia de ser bastante escéptico, aunque en el fondo es muy aprehensivo. Serena le revela un suceso que acontece poco tiempo después sin que él pueda remediarlo. De alguna forma, esto le vuelve loco. De hecho, en la novela te van dando pistas a cuentagotas de lo que le sucedió y de cómo lo acabaron encerrando en un manicomio. Sin embargo, el conocer su historia definitivamente fue muy placentero y me motivó mucho a seguir leyendo, a sabiendas de que no era la trama principal. Por otro lado, está su relación con Mariana y con Amancio, el adolescente que lo lleva de un lado a otro y le roba todo cuanto puede. Iríbar se ha vuelto un tipo tan odioso que todos sus vecinos están deseando poder echarlo del edificio, pero por la personalidad del viejo, no se atreven ni a acercarse con un palo. Solo Amancio acepta y lo hace porque necesita dinero, ya que su padre es un borracho de manual que vendería su mano por una botella. Sé que Iríbar no es el protagonista ni nada, pero en los momentos en los que aparece, especialmente en los diálogos, el texto brilla con luz propia.
Otro de los principales motivos es la mezcla entre realidad y fantasía oscura. Como ocurre en la mayoría de las películas de terror, cuando alguien investiga sobre fantasmas, acaba encontrándolos. Sin embargo, hay que añadir aquí la maldad de una diosa olvidada como Cibeles a plena vista de todo Madrid y que actúa silenciosamente manipulando a todos los personajes para llegar al desenlace brutal de la obra. El abandono del rito a Cibeles, la pérdida de sus fieles, el relegarla a cumplir meramente una función decorativa, etc. hace estallar su ira y su frío deseo de castigo humano. Su pasiva aura no es la responsable de la locura de Rosendo, pero ayuda con un empujón a que esta se sobreponga y a que la lujuria infame y abominable del carnicero le reviente en las manos. Estamos ante un texto donde se deja claro que los dioses no se preocupan por los vivos ni por los muertos, una visión bastante atea en la que se especula que si algo le importa a los dioses es ser adorados y entretenidos con el espectáculo que cada cual representa en su vida diaria, donde siempre hay un hueco para lo bizarro, lo macabro, lo sórdido.
Con esta reseña, doy pie a mi regreso a esta esquina tras el pequeño período de vacaciones que ha sido junio. Como aún no he terminado mi trabajo académico, la subida de reseñas se resentirá un poco, aunque prometo llevar un ritmo de publicación de, al menos, una a la semana, que debería coincidir en la mayoría de los casos con el jueves o el viernes por la mañana. Lo digo para que estén atentos. Y dicho esto; lean mucho, coman con moderación y namasté.
Reseñas de otras obras de Alberto Ávila Salazar en esta esquina: La mitad de un mosntruo,