martes, 28 de mayo de 2019

El cartero llama dos veces, de James M. Cain




Frank Chambers es un joven vagabundo que deambula y estafa a quien encuentra en su camino y que un buen día se planta en Los robles gemelos, una venta de carretera a treinta kilómetros de Los Ángeles, California. Dicho establecimiento está regentado por Nick Papadakis, un inmigrante griego, y su mujer Cora. Frank aparece por allí, pide kilo y medio de comida e intenta hacerse un simpa. Sin embargo, el griego, totalmente ajeno a la auténtica naturaleza de su cliente, lo observa desde lejos y cree ver en él a un buen candidato para reponer al enésimo trabajador del cual, por hache o por be, se ha desecho. Frank, reacio en un principio a aceptar una propuesta que le obligue a permanecer durante mucho tiempo en un sitio, acepta nada más ver a la joven esposa. 

Y a partir de aquí se desarrolla una historia de sexo y amor muy en sintonía con la visión que pueda tener un esteriotipado hombre rudo blanco y heterosexual producto del patriarcado y del machismo intrínseco a una época y a una literatura que en ese momento colmaba los quioscos. Obviando ese tufillo rancio que desprenden aquellos momentos en los que Cora le pide a Frank que le pegue, aquellos otros en el que le comenta lo dispuesta que estaría a morir por amor a él o ese en el cual le perdona una infidelidad mientras su madre estaba muriendo (¡que eso ya es tener poca delicadeza!) nos queda un trío "abierto" amoroso entre personajes principales sobre los que se estructurará la trama. Digo trío "abierto", porque hay otro personaje que podría entrar y me refiero a Magde (el lío sexual de Frank que ya comentamos), la cual apenas tiene un papel relevante en la trama y que podría haberse suprimido sin mayor problemas. O al menos, yo no la habría echado en falta. 

Como digo, la relación clandestina entre Cora y Frank se va desarrollando (con mayores o menores dosis de pasión) en la absoluta ignorancia del griego. No pasa mucho tiempo (en algún punto de la trama se menciona el periodo aproximado de seis meses) hasta que toman la determinación de no tener que esconderse. Uno podría pensar que se acabarían fugando. Ya puestos era el estilo de vida al que estaba acostumbrado Frank desde hacía mucho. Pero, amigo, esto no es una road movie. ¡Aquí hay sangre y vísceras! Y por eso se compinchan para liquidar al griego, hacerlo pasar todo por un accidente y ya de paso agenciarse ellos mismos el negocio de la venta. 

Hasta este punto la novela deja mucho que desear. La relación entre Cora y Frank expuesta a través de diálogos, donde se censuran todas las sensaciones tanto de él como de ella, se construye en una elipsis innecesaria tras otra hasta el punto de que resulta, a día de hoy, del todo inverosímil. La idea de una potencial novela erótica o novela rosa se ve chafada (¡gracias a Dios!, porque las últimas sí que sí que las detesto) para dar paso a una trama mucho más interesante de novela policíaca. Una novela policíaca que en su momento, además, debió de ser atípica, pues recurre a un punto de vista diametralmente opuesto al adoptado comúnmente en aquella época (años 1930s): la novela escrita desde el propio criminal a modo de ¿confesión? El cartero llama dos veces tiene sus más y sus menos, pero no se puede negar que marcó un hito dentro de su género. Yo, que no he visto la película protagonizada por Jack Nicholson y Jessica Lange, reconozco que los tiene. No pude evitar recordar la mayoría de novelas de Patricia Highsmith que había leído, autora que recurre mucho a este recurso. Este tipo de novelas no le gusta a todos los aficionados del género porque expone el qué, el cómo y el cuándo. Literalmente te espetan en tu cara todas las respuestas que necesitas para encontrar a un personaje al que culpar. Pero El cartero llama dos veces no va de culpar a nadie, si no de compartir el miedo del protagonista de ser capturado, así como todas las consecuencias que acarrea el crimen, como puede ser, por ejemplo, el arrepentimiento. Presente aquí, de forma secundaria, en algunos capítulos como el del sepelio del viejo Nick Papadokis. Esto no es Crimen y castigo, pero la fiscalía es voraz y tiene mil ojos detrás de cada movimiento de Frank. Está expectante, como un cocodrilo que se hace el tronco musgoso frente a su presa. Pegará la dentellada de un momento a otro porque (uno) conoce la verdad y (dos) como lectores nosotros lo sabemos, Frank lo sabe y sabemos que Frank lo sabe. Cada reacción es una respuesta a un estímulo anterior. Un partido de tenis donde se decide si culpar o disculpar al narrador, a Frank, al asesino. 

Rebobinemos un poco. Antes he dicho que El cartero llama dos veces no busca que el lector culpe a alguien. Bien, esto no es del todo cierto. Analizando los hechos y atendiendo a esos diálogos que marcan constantemente el ritmo de la narración (parcializada, no lo olvidemos, en las vivencias que quiera destacar Frank) podemos sacar varias conclusiones. La primera de todas ellas es que Frank no era un asesino antes de conocer a Cora. Como mucho se había peleado un par de veces, como destaca el fiscal Kutz, pero no era un tipo capaz de matar. Es ella quien le mete la idea en la cabeza de que hay que matar al griego o eso parece darse a entender. De hecho, él opta por fugarse a México cuando el primer intento de acabar con Papadokis termina siendo un apabullante fracaso. ¿Con ello se nos quiere decir que las mujeres (o algunas mujeres) les sorben el seso a los hombres para emplearlos en sus luchas personales influyéndoles el mal en el cuerpo? Pregunta escolástica donde las haya. ¿Por eso quiere Cora que Frank la golpee? ¿ Por que se arrepiente? ¿Y luego se traicionan mutuamente? ¿Qué me quieres contar James M. Cain? Vamos, a ver si me entero...

Hay dos figuras determinantes en esta obra: el fiscal Kutz y el abogado Sacket. Ambos deberían representar el bien y el mal, la justicia. ¡Pero no es así! Kutz es un tipo extraordinariamente inteligente, pero, al igual que su homólogo, solo busca la victoria. Y esto se va a reflejar en el segundo de los juicios que aparecerá referenciado brevemente en el último capítulo y del cual no daré más detalles. Para ellos, Kutz y Sacket, la cuestión de que viva o muera un hombre no tiene mayor valor que sacarle el uno al otro ¡cien dólares en una apuesta! y, por supuesto, otros tantos a sus clientes. Representan la injusticia jurídica o la idea de falsa justicia democrática o cómo quieran llamarla.

El griego, por su parte, es quien posee el dinero, la "injusticia económica". Es un recién llegado y por ello despreciado incluso por su propia mujer. Basta con mencionar el primer diálogo de contacto entre Frank y Cora en el capítulo dos para darse cuenta de que no le hacen mucha gracia los inmigrantes. Y menos los inmigrantes con gruesas cuentas bancarias, porque entienden que no se las merecen. Son los años treinta y no podemos obviarlo. El crack del 29 y la Gran Depresión destruyen varias de las principales fortunas del país. Surgen nuevas microeconomías de inmigrantes y con esas microeconomías surgen también nuevas voces. El enfrentamiento da lugar a todo tipo de tesis de reelaboración sobre la raza aria que van a llevar a Hitler al poder en Alemania y desembocarán en la Segunda Guerra Mundial y que, por supuesto, se sienten al otro lado del mundo, en los Estados Unidos de América. 

La obra al completo se basa en la dualidad. Dos hombres (Nick y Frank). Dos mujeres (Cora y Magde). Dos letrados (Kutz y Sacket). Dos bodas. Dos entierros (el de Nick y el de la madre de Cora). Toda la estructura gira entorno al número dos. De ahí que la obra se titule así, a pesar de que no hay ningún cartero como tal. A no ser que entendamos la idea del destino, de la justicia y de la muerte como la de un mensajero que cada cierto tiempo avisa antes de golpear. Todo funciona gracias a la repetición de patrones y eso es suficiente para tener a cualquier lector pegado a la silla. Dos intentos de asesinar al griego. Dos huidas. Dos veces la aparición de felinos en momentos cruciales... Y puedo seguir, aunque creo que va siendo un buen momento para cortar. El cartero llama dos veces (o El cartero siempre llama dos veces según la traducción que manejen) es producto de su época, pero eso no debería echarnos para atrás a la hora de elegirlo como libro para pasar una tarde agradable. Yo, por lo menos, me he entretenido.

Y ya saben, lean mucho, coman con moderación y namasté. 

PD. ¡¡NOTICIARIO DE LA ESQUINA!!: Trataré de subir este fin de semana un resumen de mis lecturas de los dos últimos meses adaptando el modelo que está usando últimamente Das Bücherregal. Estoy preparando una oposición y no dispongo ni de tiempo ni del mejor humor posible para reseñar. No obstante, sigo leyendo. Deciros también que habrá, "algún día", una entrada para Espera la primavera, Bandini. Está escrita la reseña, solo que en papel y me da una flojera tremenda mecanografiarla.

Ahora sí, cuídense. ¡Un placer tenerles por aquí!