domingo, 22 de abril de 2018

Duelo, de Eduardo Halfon



Eduardo Halfon tiene un recuerdo de la infancia que, aparentemente, lo lleva persiguiendo toda su vida. La imagen de un niño ahogándose en el lago que quedaba cerca de la finca de sus abuelos en Amatitlán (Guatemala), donde se habrían refugiado él y su hermano menor durante la guerra. La idea de que este niño se llama Salomón y es el espíritu de su tío que murió a la más tierna edad lo lleva a emprender una investigación de la que promete a su padre no escribir nada. De esta forma, el escritor guatemalteco compone una interesante, aunque algo sucinta, novela cargada con tintes autobiográficos y que hasta cierto punto mezcla lo que suponemos que son hechos reales con otros de un matiz mucho más fantástico.

La historia está compuesta con pequeños retazos de detalles acerca de Halfon y su obsesión con el niño Salomón desde que intuyó la existencia de este hasta que finaliza la redacción del texto ya en la edad adulta. Se van produciendo una serie de saltos temporales a través de los cuales Halfon pretende justificar su propia identidad en la búsqueda de la verdad acerca de la muerte de su tío y esto le lleva a hablarnos sutilmente de toda su familia, donde destacan principalmente sus dos abuelos, uno de origen libanés y otro de origen polaco. Ninguno de los dos pertenece a la tierra de Guatemala, al igual que el mismo Halfon que huye con su familia por la guerra a Nueva York, donde se acostumbrará más a hablar en inglés que en su lengua nativa. Persiste aqui la mítica figura del judío errante. Quizás sólo Salomón, su tío ahogado, sea el único guatemalteco de la familia y su muerte en la misma tierra parece responder a una suerte de maldición con la que carga la familia Halfon y todos los que en dicha familia fueron bautizados con el nombre de Salomón o sus variantes hebreas. De esta forma se gestiona magistralmente una intriga en base a esta búsqueda de los orígenes y se crea un aura de misterio que corona cada muerte familiar, cada muerte salomonesca.

La novela está también muy focalizada en los vínculos de afecto y competición que establecen dos hermanos varones. La lucha de Halfon se encuentra con su hermano, aislado del mundo en su apartamento de París, ya que tras una serie de muertes de Salomones (su tío, su tío abuelo, etc.) la familia decidió desterrar el nombre para siempre. ¿Puede la no elección de un nombre evitar sucesos de índole sobrenatural como la aparente maldición de los Halfon? ¿Es Eduardo un falso Salomón que debe morir o, por el contrario, puedo serlo su hermano? La psicosis de Halfon lo llevará a una investigación que justifique sus recuerdos y que le lleven a desentrañar esta duda para poder ganar un más que valioso duelo, el que incumbe a su vida.

Como novela he de decir que Duelo es una pequeña delicia, pero deja una sensación insatisfactoria, quizás por finalizar demasiado pronto y por excluir demasiados detalles que podrían haber sido inventados perfectamente por el autor. El toque de novela de no ficción mezclado con ese componente esotérico tan propio de los escritores más clásicos de Centroamérica me ha gustado bastante, así que espero poder volver a repetir con el guatemalteco. Esta vez, eso sí, con una obra un poco más elaborada. Tenéis otras reseñas en Un libro al día (donde comentan, no sin razón, lo caras y breves  que suelen ser las publicaciones de este Halfon en Libros del Asteroide) y en Ni un día sin libro (donde son fieros defensores de la prosa del autor).



jueves, 12 de abril de 2018

El país de los ciegos y otros relatos, de H.G. Wells



Recopilación de bolsillo de tres cuentos de H.G. Wells que hizo la Editorial Península en su colección Vidas Imaginarias hace unos veinte años. De esto va cada uno:

  • La puerta en el muro: Un hombre recuerda la última conversación que tuvo con su amigo Wallace antes de que este muriera. Dicha conversación giraba en torno a una misteriosa puerta verde en un muro blanco que se le aparecía a Wallace en los momentos más cruciales de su vida y que recordaba haber atravesado en la infancia, descubriendo un jardín donde los males de la vida mundana parecen desaparecer y todo se materializa en una sensación de felicidad sin límites. Wallace recuerda de forma difusa lo que sucedió en esta finca de sus sueños, pero es consciente de que la puerta no siempre está en el mismo lugar y que es inútil buscarla porque sólo se presenta cuando se le antoja. Wallace vuelve a encontrarse con la puerta verde en el muro blanco una y otra vez en su vida y cada vez que pasa de largo su carrera pega un salto considerable hacia adelante, pero esto no le trae felicidad.
  • El país de los ciegos: Núñez es un montañero ecuatoriano que, acompañando a una expedición inglesa que pretendía escalar los Andes, se cae por un precipicio y llega al país de los ciegos, una comunidad aislada del mundo en el que sus habitantes no conocen el sentido de la vista. Como Núñez es el único que allí ve, se cree con todo el derecho a gobernar y no va a descansar hasta que le rindan culto. Sin embargo, los ciegos consideran a Núñez alguien torpe, porque aún teniendo la vista intacta se tropieza, y mentalmente a medio formar, porque dice cosas incoherentes sobre los colores del cielo y unos ciegos que al parecer son ellos. Así que al principio no le prestan mucha atención y luego intentan enseñarle a desenvolverse en la aldea. Aunque Núñez no se lo toma demasiado en serio, sus ambiciones acabaran ocasionando un fuerte conflico que podría no tener remedio.
  • Historia del difunto señor Elvesham: Un joven huérfano apellidado Edén se cruza con un anciano filósofo llamado Elvesham que, por algún extraño motivo, quiere cederle todas sus propiedades a un desconocido como él antes de morir. Para ello Edén solo tendrá que aceptar una condición, adoptar el nombre de Elvesham. Lo que no sabe es que accediendo a este pacto con el filósofo podría perder su propia vida y convertirse en un decrépito viejo. 

Puede decirse que los tres relatos me han gustado bastante. Están escritos dentro de la tradición de la narrativa fantástica y juegan a ofrecer narraciones de dudosa veracidad, pero con tramas muy atractivas y sugerentes. En el primero esto se consigue mediante la figura de un narrador testigo, pero que tiene unos claros sentimientos con respecto a su amigo Wallace, irremediablemente superior a él en todos los aspectos fundamentales de la vida. El narrador siente envidia y admiración por Wallace y se expresa con cierta malicia en relación a la muerte de este, por lo que no es de extrañar que inventara parte de la fantástica historia de la puerta verde. En el segundo, la caída de Núñez desde un luegar tan alto y su milagroso aterrizaje sobre la nieve a escasos metros de las rocas del prado previamente al descubrimiento del país de los ciegos lleva a sospechar la probabilidad de que todo pudiera ser un sueño. En el tercero de los relatos, los personajes sospechan sobre la demencia del narrador y esto nos vuelve a poner sobre aviso. El final tan cerrado que tiene, además, está colocado con ese fin: mantener la duda.

Una pega a tener en cuenta es el abuso de adjetivos en buena parte de los relatos. Wells recurre mucho a la descripción, pero no encuentro imposible realizarla prescindiendo de buena parte del lastre de calificativos que de tanto emplearse pierden cierto valor. Por lo demás, unas historias entretenidas con las que reflexionar sobre las fronteras de la vida y la muerte, sobre la tiranía y la corrupción y especialmente sobre el egoísmo humano. Todos y cada uno de los protagonistas de los relatos (Wallace, Núñez y Edén) se dejan guiar por un fin egoísta, queriendo o bien poder o bien placer. Los textos están muy cerca de la línea que adopta García Márquez en sus narraciones y cuentan con referencias platónicas y bíblicas curiosas.

sábado, 7 de abril de 2018

La dama desaparece, de Ethel Lina White



Una joven llamada Iris Carr regresa de sus vacaciones en un extraño país del centro de Europa tomando un tren expreso que debería dejarla en Trieste, desde dónde se embarcaría en un ferry que debería dejarla en su Inglaterra natal. Ha tenido unos últimos días algo turbulentos que le han llevado a separarse de su grupo de amistades y se encuentra presa de una fuerte inseguridad cuando una amable señorita también inglesa le tiende una mano en el compartimento del vagón. Es la enigmática señorita Froy, institutriz al servicio de un importante hombre del partido comunista que pretende derrocar al gobierno de este país que abandonan, jovial solterona que aún tiene gestos de adolescente romántica y sobre todo filantrópica lingüista, que por algún motivo se esfuma del tren sin dejar rastro mientras Iris se echa una cabezadita. Aunque Iris le ha presentado la señorita Froy a varios de los compatriotas que viajan con ellas, parece que ahora nadie se acuerda y esto la coloca en una complicada situación porque nuestra protagonista está segura de la existencia de la mujer y no va a rendirse hasta encontrarla, para ello no le importará lo más mínimo si tiene que perder su cordura.

La dama desaparece nos plantea una estructura básica de thriller psicológico que tanto le debió de gustar a Hitchcock si luego dirigió la adaptación. Un personaje desaparece sin dejar rastro y todo parece una conspiración en contra de la joven Iris, que al igual que la señorita Froy no tiene enemigos con la suficiente sangre fría para maquinar algo de tales proporciones. Dejando de lado explicaciones fantásticas que con el tono de la novela serían totalmente decepcionantes, nos quedan escasas o nulas opciones para resolver un misterio de habitación cerrada que se tornará más y más inquietante a cada página. La teoría de las alucionaciones de Iris (apoyadas principalmente en una insolación que sufrió antes de montarse en el ferrocarril) son asumidas como ciertas por todos los personajes salvo por ella misma, a quién, E.L. White, con gran habilidad le coloca un narrador focalizado que "parece" seguirla sin pestañear. Se construye así una pugna entre dos visiones de los hechos muy distintas y que ganan o pierden valor a medida que avanza la trama. No obstante, el final sigue siendo algo predecible y al  mismo tiempo deseado por el lector, por lo que se puede decir que sólo defrauda a medias.

Como novela La dama desaparece es ciertamente muy entretenida y genera una intriga que engancha mucho al lector. Los personajes se sienten sólidos, aunque algo manidos en relación con la novela británica que se estaba haciendo por aquella época (1930s); lo agradable es que se puede llegar a empatizar con ellos y entenderlos sin muchas complicaciones. Otro peso molesto en la narración es la sensación de desperdicio del espacio imaginado por la autora, que sitúa la obra en un país extranjero sin olvidar que sus lectores son ingleses, muy ingleses y mucho ingleses. Las alusiones a la madre patria y el espíritu londinense empapan toda la historia y uno tiene la sensación de que da igual a dónde va y de dónde viene el tren si al final todos los personajes con un mínimo de voz en la obra son ingleses muy orgullosos de ser ingleses. Los lugareños del país centroeuropeo quedan como patanes y sujetos cargados de malicia, con lo que no tengo mucho problema si no fuera porque la distinción realizada es tan simple que deja mucho que desear y refleja un desconocimiento y unos prejuicios mal llevados por parte de la autora. Aún y con todo, he de decir que no me ha disgustado la novela y que tiene giros argumentales bastante interesantes, muy bien dispuestos y que cumplen con creces con lo esperado de una novela de misterio. La acción no es un frenesí que te deje jadeando y eso es de agradecer porque se nota el mimo de la autora hacia Iris y sus compañeros de viaje. El motor principal de la narración son los devaneos de Iris que se parte la cabeza pensando en dónde puede andar una persona que quizás ni existe. De vez en cuando se introducen otras historias secundarias que acaban explicando los extraños comportamientos de los personajes secundarios en relación con la desaparición de la señorita Froy para que no queden cabos sueltos ni personajes que se sientan demasiado planos. Con algunos esto funciona y con otros no; la verdad es que no me hubiera importado una novela más detenida y extensa a cambio de una mayor profundización, pero es lo que hay. Insisto en que la novela no es mala, pero en mi opinión le falta algo. Tenéis una reseña mucho más detallada y entusiasta que esta en Leer sin prisas, donde le han cogido mucho gusto a la autora. Supongo que habrá que darle otra oportunidad, posiblemente lo siguiente será La escalera de caracol. ¡Ya os avisaré!



miércoles, 4 de abril de 2018

La casa de las bellas durmientes, de Yasunari Kawabata




Teniendo en cuenta los tabúes de la sociedad japonesa con respecto al sexo no es de extrañar la verosimilitud de una historia como la que nos cuenta Yasunari Kawabata en La casa de las bellas durmientes. Estas represiones de los japoneses son precisamente las que les llevan a expresar su deseo sexual de las formas más bizarras que pueden concebirse. Si bien La casa de las bellas durmientes no es una novela estrictamente erótica, queda en ella reflejada esta particularidad tan propia de la idiosincrasia nipona en la que no sólo la lujuria, sino todo lo que pueda estar relacionado con ella de manera remota debe ocultarse a la vista de los demás para no padecer una humillación pública. La discrección y la sutileza son espacios predilectos en los que Kawabata desarrolla sus narraciones y que le llevan a una ambigüedad y a un uso de la elipsis que me deja los ojos como platos cada vez que lo leo, pero aquí va un paso más allá, pues trata temas mucho más delicados que en otras novelas suyas que ya había leído y busca en un intento de aproximación a su amigo Yukio Mishima dotar a su texto de una cierta atmósfera que incomode a quién decida penetrar en ella. 

La trama está centrada en la experiencia de Eguchi, un anciano que aún conserva su virilidad (dato fundamental para entender qué ocurre), que, por recomendación de otro jubilado amigo suyo, decide asistir a una especie de burdel en el que los clientes, todos sin excepción en el ocaso de la vida, no mantienen sexo con las jovencísimas chicas que allí trabajan, sino que simplemente duermen con ellas el transcurso de una noche. Las chicas han sido previamente narcotizadas para este fin con unas drogas tan fuertes que ni siquiera golpeándolas salvajemente se despertarán. Ellas son las bellas durmientes y los viejos que las visitan ya hace mucho tiempo que dejaron de ser príncipes azules con capacidad para "besarlas" y despertarlas de su eterno descanso, si es que alguna vez lo fueron. El problema reside en que Eguchi aún cree seguir siéndolo y durante todos sus encuentros sentirá la fuerte tentación de agredir o violar a sus compañeras de cama para empaparse así de la juventud de estas y dejar de lado la fealdad que le ha traido el inexorable transcurso de los años. 

Al mismo tiempo que Eguchi tiene estas ansias de despertar a las muchachas bajo cualquier medio, aunque sólo sea para hablar un rato con ellas, le sobrevienen a la mente todas y cada una de las relaciones que ha mantenido con las mujeres de su vida (ya sean estas relaciones sexuales, amorosas o familiares). Recuerda los amables gestos de las amantes de su juventud y las tiernas carnes de las de su madurez, la soledad de su anciana esposa en la litera conyugal vacía, la cara de preocupación de su hija menor ante un conflicto familiar, la forma tan particular que tenía de hablar su difunta madre, etc. La casa de las bellas durmientes y su enrarecido ambiente se convierte en una forma de volver a ponerlo en contacto con las mujeres y de perdonarse por el daño que les ha causado. Los viajes de Eguchi desde el suelo del tatami con sesenta y siete años a su lúbrica juventud se producen con el mayor lirismo del que es capaz Kawabata, que es, como cabía esperar en él, particularmente bello. Estos recuerdos se entretejen a su vez con sueños cargados de símbolos y con pesadillas donde la culpa arrasa el alma del viejo Eguchi.

Kawabata trata aquí, además, la dicotomía viejo/joven a través de los personajes que comparter cama. Eguchi es incapaz de acceder a la juventud al no tener fuerza ni seguridad en sí mismo para intentar de una vez por todas despertar a su compañera. La muerte lo vigila de cerca y sus pasos ya son torpes y cansados. La joven duerme a su vez ignorante de este peligro lejanísimo que es la vejez con todas sus dolencias. Su sueño es profundo, inquebrantable, y relajado, mientras que Eguchi se muestra cargado de un fuerte nerviosismo ante la constatación de que su hora acabó y el tiempo se le escapa. También se vincula magistralmente las ideas del sueño y la muerte. Las chicas duermen tan profundamente que el viejo no para de preguntarse si estarán o no muertas y no puede evitar sentir por ese sueño tan profundo, tan cercano al descanso definitivo, una cierta envidia hasta el punto de solicitar a la madame las mismas pastillas que ella les administra para dejarlas en semejante estado. Eguchi puede presenciar una cierta belleza en la muerte y la quiere para sí como despedida final de su paso por el mundo.

En definitiva, una extrañísima novela breve escrita con una de las mejores plumas de las letras japonesas que guarda un mensaje profundo y desesperanzador con la vida. La desagradable pega aquí es la fuerte ideología machista sobre la que se cimienta la obra y es que a fin de cuentas las mujeres en La casa de las bellas durmientes sólo acaban sirviendo de objetos para que Eguchi, un hombre, se explique a sí mismo y son siempre sometidas por él y por sus compañeros del mismo género. Todo lo cual se vuelve mucho más perturbador si tenemos en cuenta que aunque las chicas no tengan sexo con los viejos estas duermen desnudas con ellos y a alguna que otra todavía le queda para cumplir lo que en España se considera la mayoría de edad. Kawabata ganó a pesar de este componente rancio el Nobel en 1968, lo que tampoco es de extrañar, porque como escritor es una maravilla, pero más de uno dudaría si entregárselo a día de hoy tras leer una novela como esta. ¡Avisados quedáis! Tenéis más reseñas en Un libro al día (un poco en la línea de esta), Koratai (siempre expertos en literatura japonesa, aunque aquí escriban una reseña algo sucinta) y Devoradora de libros (que escribe una genial reseña relacionando esta novela con otras de Tanizaki y García Márquez).

Más reseñas de obras de Yasunari Kawabata en esta esquina: Mil grullas, País de nieve



domingo, 1 de abril de 2018

Congreso de futurología, de Stanisław Lem





En un futuro próximo que el Lem de comienzos de los setenta sitúa a finales de los ochenta los hoteles han dejado de recibir a turistas y viajeros para convertirse en grandes rascacielos dentro de los cuales múltiples asociaciones realizan los congresos más variopintos que alguien pueda imaginarse. Ijon Tichy asiste en este caso al hotel Hilton en la ciudad de Nahaus, capital de un nuevo país centroamericano llamado Costarriciana, que destaca por albergar problemas demográficos severos, y es que en Costarriciana, como en otras tantas partes del globo, no sólo hay más personas que espacio, sino que también los recursos se han visto reducidos hasta el ridículo. Esto ha provocado que una buena porción de la población decida revelarse con armas contra los que viven en el lujo, o lo que es lo mismo, los que pueden permitirse asistir a congresos como los que asiste Tichy. La desinformación y la anarquía impera en las calles y el precio de la vida humana se ha visto enormemente rebajado hasta un punto en el que nadie se preocupa ni se asombra ante las agresiones o las muertes ajenas. La violencia se ha automatizado y se usa como instrumento de rebelión contra la farmacocracia de los gobiernos que rocían a los insurgentes con alucinógenos desde sus cazas. Se han creado todo tipo de drogas para calmar a los revolucionarios y sumergirlos en los mayores vicios que sus mentes puedan crear a fin de que no se les ocurra abrir la boca ni coger un rifle y volarle la cabeza a nadie sin que ellos lo precisen. En medio de todo este barullo y ante la amenaza de bomba inminente, Tichy está listo para presenciar el vertiginoso primer día del Congreso Internacional de Futurología. Allí se ofrecerán numerosas soluciones a los problemones que estamos viendo hasta el momento en el que la realidad choque contra la cúpula de cristal de los académicos y tengan que salir por patas del Hilton. ¿A dónde nos llevará todo esto? ¿Será Tichy capaz de encontrar una salida para esta injusticia de apariencia inexorable que se cierne sobre la población? ¿Tendrá capacidad real para cambiar el mundo algún importante futurólogo o se quedará todo en meras conjeturas?

Con Congreso de futurología Lem trata de mostrarnos una visión más que posible de un turbio mañana en el que la mentira se vuelve necesaria para seguir viviendo. El tiempo es escaso y los problemas son tantos que cuando uno sea verdaderamente consciente de la gravedad de los mismos no encontrará sentido a la propia vida. En esta línea se puede decir que muestra una visión desgarradora y muy pesimista sobre el sino de la sociedad mundial. La droga se ha vuelto tan necesaria para la vida como el aire o el alimento y se usa indiscriminadamente porque matar físicamente no es correcto en lo moral, pero engañar durante toda una vida es hasta cierto punto permisible. El quid de la paradoja nos lleva a una pregunta esencial: ¿son las propuestas de los futurólogos también meras cortinas de humo? Se parte de la dicotomía realidad/ilusión y se estructura toda una novela en base a dicha dicotomía, acercando y dilatando una y otra vez ambos conceptos. En un cierto momento Tichy queda drogado por el gas de las BAP (Bombas de Amor Propio), que lanza la policía contra los rebeldes que tratan de tomar el hotel Hilton, y se esconde, junto con otros futurólogos en una cloaca, dentro de la cual trata de dormir, teniendo numerosas pesadillas/alucinaciones en las cuales el tono de Lem no se despega casi nada del que había utilizado hasta entonces, que se destaca por ser disparatado, satírico y en ocasiones hasta obsceno. Y esto pone en quiebro a un lector que no puede evitar dudar hasta qué punto son reales (dentro de la narración) dichas alucinaciones y las de otros personajes. 

La mayoría de los personajes que deambulan por esta novela de Lem pasan la mayor parte del tiempo bajo el efecto de los narcóticos, son manejados tanto por los gobiernos como por el propio Lem que los conduce en un cúmulo de casualidades al lugar preciso en el momento necesario. A partir de la mitad de la novela esta se rompe tras un suceso que no me atreveré a mencionar, por no reventarle la trama a nadie, y se comienza un estilo de narración más fragmentario pero que sigue dependiendo de las percepciones del narrador en primera persona, es decir, de Ijon Tichy. Se da un vertiginoso salto temporal y se pausa un texto en cuyo ritmo precipitado cuesta entrar y en el que una vez dentro te sacan como de un manotazo. Comienzan una serie de páginas más lentas y repetitivas que sólo ganarán mucha fuerza rozando el final de la novela. Tengo que señalar que este cambio me ha parecido sumamente brusco y que si bien no considero que haya sido una mala decisión por parte del autor sí que creo que es difícil hacerse a él in media res y tras todo lo leído. Es como si de pronto comenzara una historia totalmente nueva y que sólo está vinculada remotamente con la anterior. Costarriciana y Nahaus desaparece, los futurólogos se esfuman y el ambiente cambia drásticamente. 

Más allá de todo esto he de señalar y agradecer a Lem esa preocupación que tiene aquí con la idea del lenguaje como elemento que viaja y que se transforma a lo largo del tiempo con los sujetos que lo hablan. Palabras tan actuales hoy como tuitear o memes pasarán a mejor vida dentro de no tanto tiempo como creemos y otras medio abandonadas se revitalizarán mediante nuevas y extrafalarias acepciones en función del camino que decida escojer de forma definitiva la humanidad en este mismo segundo en el que estáis leyendo esta reseña. ¡Boom! Lem coincide con la teoría semiótica al dar a enteder que el ser humano sólo es capaz de dotar de realidad aquello que puede expresar. Lo inefable no puede ser pensado y por tanto no puede construirse un futuro en torno a este.

He de admitir, por tanto, que salvo el desigual y chirriante ritmo de la narración, Congreso de futurología es una buena novela que tiene mucho sobre lo que reflexionar y que funciona genial como protesta social en base a una distopía perfectamente posible y que será la delicia de los lectores más conspiranoicos. Me alegra haberla podido leer y disfrutar, ya que le tenía muchas ganas desde que pude ver la adaptación fílmica del israelí Ari Folman hace ya unos tres o cuatro años. Sin embargo, la adaptación se separa muchísimo de este texto original de Lem y hasta cierto punto, desde una visión más actual que no le quita mérito ninguno, lo remedia y le da cierto lirismo que yo no he encontrado en esta novela, bastante más filosofica que literaria en muchas de sus escalas. Tenéis una especie de análisis comparado del libro y de la película en el siempre genial Lamento de Portnoy.

Más reseñas de obras de Lem en esta esquina: El hospital de la transfiguración, La investigación, Astronautas