jueves, 15 de noviembre de 2018

Tsugumi, de Banana Yoshimoto



A pesar de haber leído Kitchen recientemente y aunque fuera una obra que no me entusiasmara lo más mínimo, sí es cierto que atisbé en la escritura de Banana Yoshimoto algunas muestras de un talento incipiente. No me equivocaba. De los batacazos de su ópera prima no queda ni rastro en Tsugumi. No hay esa prisa ridícula por matar personajes importantes, ni se sienten estos como meros arquetipos, no hay tampoco incursiones de elementos weird en la narración sin venir estos a cuento, no hay estructuras circulares predecibles, ni, por supuesto, ese lenguaje adolescente tan molesto de Kitchen. ¡No! Y gracias, porque vaya perlita de primer libro se marcó...

Tsugumi no se parece en nada a Kitchen. Si no fuera porque Yoshimoto tiene sus marcas de escritura casi diría que el libro lo hizo otro. Esta vez nos trae una novela seria y humilde, exenta de ese dramatismo barato de esos, llamémosles, relatos que tanto sueño me dieron la otra vez.  Una novela de autoaprendizaje, de transición entre la adolescencia y la edad adulta, que encuentra en la narración de lo cotidiano un pilar al cual asirse. Una novela que, a pesar de contar con ciertos tintes de la narrativa sentimental o de temática amorosa, me ha encantado. Y que conste que yo detesto ese género con toda mi alma. Sin embargo, el aplomo en la creación de personajes y su trasfondo llevado a cabo por una Yoshimoto inspirada es digno de alabanza. El amoldamiento de los mismos personajes a su entorno también está muy conseguido y hace que nos sumerjamos dentro de la historia sin mucha dificultad. No es complicado sentirse una integrante más de las primas Yamamoto, quienes ocupan los papeles centrales de nuestra historia.

La novela lleva como título el nombre de una de ellas, la más rebelde y protagonista: Tsugumi. Ella es quien lleva la batuta de lo que las demás hacen a su alrededor en el hostal Yamamoto, situado en una pequeña villa de la costa este nipona (península de Izu). Tsugumi tiene una enfermedad crónica y eso le lleva a tratar a todos con un humor de perros. Es la típica niña rica mimada que hace lo que sea para salirse con la suya. No pierde la oportunidad de herir a los demás y no tiene un interés fuerte por nada salvo por su vida. Aun así fantasea continuamente con su muerte. ¿Su objetivo? Ganarse la preocupación de sus familiares y con ella todo tipo de caprichos. 

Conocemos su historia, pero no de primera mano, sino de parte de su prima Maria, quien ejerce como voz narrativa homodiegética en la novela. De esta forma, nuestra visión de Tsugumi es parcial y se dará solo a conocer a través de la particular relación de devoción/repulsión que la vincula con Maria. Ambas primas habrían crecido juntas en el hostal del pueblo, además de otra más llamada Yoko, pero el tiempo apremia y Maria debe marcharse a Tokio con sus padres para comenzar sus estudios universitarios. Un año después, es invitada a pasar un último verano en el hostal, ya que su tío va a venderlo para montar un "próspero" negocio en la sierra. Nada ha cambiado entre Tsugumi y Maria. O eso parece.

El tema del cambio vital viene acompañado en esta Bildungsroman por el del amor. Tsugumi centra buena parte de su historia en dos tramas románticas dignas de mención por su complicada naturaleza, pues la primera representa al Viejo Mundo y la segunda al Nuevo. Dos generaciones y dos situaciones muy dispares que se narran con distintas resoluciones. Por un lado, tenemos a los padres de Maria, una pareja de amantes fuera del matrimonio que deciden luchar durante años y años de pleitos para poder acabar juntos. Por el otro, el complicado romance de verano entre Tsugumi y el hijo del propietario del nuevo hotel que están construyendo en el pueblo y al cual muchos odian, Kyoichi. Si en ambos se hace patente que el amor requiere un esfuerzo, en el segundo se deja claro que este amor no es para siempre y que pueden existir sentimientos más poderosos como, por ejemplo, la venganza. El amor no tiene poderes sobrenaturales ni interfiere en la salud física de las personas. No es redentor y a veces suele conllevar tantos problemas como alegrías. Esta visión tan mundana y tan lejos del idealismo propio de este tipo de historias es la que me ha mantenido pegado al libro buena parte de la novela. Toda una delicia que me quita ese mal sabor de boca que me había dejado Kitchen. Repetiremos con Yoshimoto pronto; tengo varias ediciones de sus obras esperando. Tenéis otra reseña en la página especializada de literatura japonesa Koratai.

Reseñas de otras obras de Banana Yoshimoto en esta esquina: Kitchen, Sueño profundoN.P., 



lunes, 12 de noviembre de 2018

Holetes, de Maximiliano Barrientos




Tero y Abigail son dos estrellas porno retiradas que un día deciden abandonarlo todo y fugarse en coche hasta que se queden sin un duro. Con ellos irá Andrea, la hija de Abigail con otro hombre. Por raro que parezca, esta no es una huida romántica. De hecho, casi no parece una huida, pues los protagonistas se ven continuamente asediados por los recuerdos de sus pasados y no parecen estar del todo cómodos con ellos mismos ni entre sí. Tero detesta hasta cierto punto a Abigail y viceversa. Y aunque mientras tanto Andrea intente disfrutar de una especie de vacaciones, nota la tensión del ambiente en el que se encuentra. Esta unión interesada es un intento de construir por encima de un intento de olvidar. Barrientos toca una infinidad de lugares comunes para lanzar un replanteamiento necesario del viejo tópico literario del homo viator (ese que hace su camino al andar). Esta apreciación se hace evidente en el momento en el que un cuarto personaje en discordia lo señala:

"No se fueron para escapar, sino para fabricar un pasado en común.
Todo viaje es la construcción consciente de un pasado. Se dejan atrás lugares impersonales (hoteles, cafeterías, bares, estacionamientos, lavanderías) para inventar lugares íntimos."

Este hecho, tan característico, es el que llama la atención de un excéntrico director de cine que empezará a entrevistarlos para recopilar material con el cual poder rodar un documental/reality show donde expondría la vida cotidiana de dos ex miembros de una industria tan polémica y a la vez tan consumida a través de la experiencia de su viaje en carretera. Y esto es lo verdaderamente curioso del juego narrativo. Lo que nos muestra Barrientos no es la interrelación directa de los personajes, sino lo que cada uno le cuenta al director, así como las notas de este último, sus sospechas, miedos y deseos. Es en esta polifonía sobre la cual está cimentada la novela y hay, por supuesto, en ella mentiras, insinuaciones, metáforas, momentos completamente fantásticos y vacíos de información que el lector decide si llenar o no.  Cada capítulo se divide en varias entrevistas donde solo leemos las apreciaciones de los personajes filtradas por la escritura del director. Fuera de cada toma quedan cortadas las preguntas del director y toda la morralla (la vocal de relleno en español "e", la repetición hasta la saciedad de estructuras similares, las coletillas, etc.). Con este sistema basado en el lenguaje oral pulido deberíamos esperar unas marcas propias del lenguaje de cada personaje y, aunque las hay, no llegan al punto de resultarme totalmente convincentes. ¡Me hubiera gustado ver más! A mi forma de verlo está demasiado pulido por parte del director y al principio cuesta hacernos a la idea de qué tipo de texto estamos leyendo. Quizás esto se haya corregido en una versión posterior a la mía (que sé que existe y por la cual agradezco al autor y a los editores).

Las historias de los personajes son verosímiles, a pesar de la interrupción de algún que otro acontecimiento fantástico. Sorprenden porque la dureza implícita en ellas no siempre está relacionada con la tradicional turbiedad de la industria pornográfica. Algunos de los problemas vitales de Tero y Abigail son tan comunes que podrían ocurrirle a cualquiera. Y eso ha sido un punto a favor de esta novela. Otro lo ha constituido su brevedad. Hoteles es una historia rápida, con capítulos muy cortos y tremendamente adictivos. Las partes más pesadas, pero también lógicamente con más chicha, son las innumerables notas del director. En ellas no solo hay reflexiones constantes sobre lo que le sugiere cada uno de los entrevistados, sino que, además, se introduce cómo estos encuentros cargados de significado afectan a su propia vida y, más concretamente, a su relación sentimental. En su caso, fruto más de la conveniencia que del amor, guardando así, hasta cierto punto, una similitud con los vínculos entre Tero y Abigail en su viaje y entre cualquiera de ellos y otras personas en su trabajo. Hoteles es una muy buena novela que no debéis perderos. Tenéis otras reseñas, algo distintas, en La Tormenta en un vaso y La antigua Biblos.



lunes, 5 de noviembre de 2018

El día que la vea la voy a matar, de Guillermo Fadanelli



A veces uno tropieza con libros inusuales como este. Libros que no aspiran a mucho y donde convergen la escritura automática con situaciones de lo más variopintas y un sentido del humor llamémosle áspero. No voy a mentir, no soy un gran fan de este postvanguardismo literario que nos propone Fadanelli. Entiendo su intención. Creo atisbar el mensaje que trata de transmitir. Sin embargo, tengo un enorme conflicto con la forma de transmitirlo porque sospecho que no es la idónea para esta clase de obras. El día que la vea la voy a matar es un libro donde se intercalan relatos, microrrelatos y otro tipo de escritos que no sabría muy bien cómo clasificar. Hay en ellos tanto denuncia social como política y religiosa. Bastante ácida, pero de escasa profundidad. En definitiva, nada que no hayamos visto en un post de Facebook. Hay también una materialización de los deseos y los miedos de su escritor y de las personas que lo rodearon durante la redacción del volumen. Autoficción es la palabra. ¿Qué os voy a contar? ¿Que está centrada en la complejidad de vivir en una sociedad bicéfela y de doble moral donde lo tabú es revolucionario y donde la palabra "revolución" viene tildada con matices que se trasladan desde lo más necesario hasta lo más doloroso? ¿En la complejidad de llevar una vida bajo el influjo constante de la violencia y de la jerarquía de poderes hombre/mujer, maestro/alumno, blanco/negro, Dios/hombre? ¿En la compleja necesidad humana de desear el imposible y despreciar el posible deseado? ¿De odiar y amar la soledad y la compañía? ¿Con qué fin? También tenemos un intento de ser cómico a partir de lo vulgar y una especie de obsesión insana y cansina con la masturbación y el asesinato. Recordé por momentos a un Chuck Palahniuk poco inspirado y alejado de sus personajes, y cuando hablo aquí de longitud lo hago de distancias kilométricas. La frialdad del humor recuerda a Foster Wallace, solo que Fadanelli es mucho más simple, lo que le da al asunto mucha menos gracia. Aunque supongo que su intención es precisamente crear este efecto de pérdida de tiempo. En la página de la editorial no dudan en definir el libro como literatura basura. ¡"Atractiva malformación" le llaman a la broma!

Hay lectores que disfrutarían mucho con El día que la vea la voy a matar, pero no ha sido mi caso. Mi experiencia ha sido algo similar a desayunar cebollas crudas. Las ideas e imágenes se me han repetido una y otra vez hasta el punto de que el conjunto me parecía una especie de vertedero de relatos a medioconcretar, sin pulir, sin esperanza de encontrar un final satisfactorio. El estilo del autor tampoco ayuda, pues es excesivamente culto para las situaciones que plantea, lo cual nos saca de contexto una y otra vez. Personajes que argumentan sobre filosofía política o de la identidad mientras se sacan el miembro para escandalizar y cosas por el estilo. Acaba resultando muy gamberro, muy punky, pero también muy inverosímil. Choca al lector en un primer momento, pero tras cinco o seis relatos uno se harta de forma considerable. Lo cierto es que acabé el volumen por su brevedad. Sin embargo, estuve tentado de dejarlo varias veces. O de saltarme partes. La sensación de leer historias que ya había leído hace tan solo diez minutos estuvo presente en todo el proceso. 

Fadanelli quería buscar una forma de expresar las preocupaciones de la vida cotidiana de los marginados (los yonkis, las prostitutas, los delincuentes, ...) y sus duras condiciones. Este escrito me recuerda mucho al Movimiento McOndo, grupo de artistas latinoamericanos postboom que querían señalar los numerosos fallos y problemas que el "Realismo Mágico" tenía a la hora de construir el imaginario extranjero de Latinoamérica. Incluso hay en El día que la vea la voy a matar algunos relatos que se vuelcan contra la obra del mismísimo García Márquez en una mezcla de homenaje y crítica. Se nota el gran aprecio profesado hacia el colombiano por un aumento severo del respeto (y de la correción política) y una reducción de las gamberradas previas. El detalle, como mínimo, fue curioso. Hay que destacar que el libro pretende tener gags de humor. Digo pretende porque yo no me he reído casi nada. Y yo me río con prácticamente cualquier tontería. En serio, hasta con los vídeos de gatitos.