domingo, 9 de septiembre de 2018

Cuatro horas en Chatila, de Jean Genet



Me sonaba el nombre de Jean Genet de haberlo oído más de una vez durante las largas y tediosas clases de la facultad. Lo he oído tanto que de forma inconsciente pensaba en él como en un teórico de la literatura sesentón cuyas apreciacianes al método semiótico de análisis literario habían roto todos los moldes del viejo estructuralismo de Jakobson de los 1960s. Y sí que es verdad que Genet sabe mucho de literatura y de otras cosas, pero no destaca especialmente por escritos teóricos demoledores. Al contrario, es un gran sabio, pero con textos muy líricos. Con su nombre en mente y la idea de leer algo de ensayo pido prestado a un amigo estas Cuatro horas en Chatila

Chatila es un nombre que también he oído antes y que por algún motivo desconocido para mí lo relaciono directamente con la catástrofe. Pienso en un campo de concentración de la Segunda Guerra Mundial. En un desastre nuclear poco conocido de algún país de Europa del Este. En un huracán arrasando Santo Domingo. Imagináos lo que sabía yo de la Guerra del Líbano y de las matanzas indiscriminadas de palestinos en los 1980s. Exacto, absolutamente nada. Cuatro horas en Chatila es una crónica periodística en la que Genet relata sus experiencias en uno de los barrios más acribillados del Beirut Oeste durante la invasión israelí del Líbano en 1982. Habla de su experiencia personal y hace un acopio de sus reflexiones sobre el conflicto árabe-israelí. La lectura de este minúsculo texto me trae a la mente la película de animación de Ari Folman titulada Vals con Bashir, sobre todo en los momentos finales, donde los protagonistas de ambas historias pasean entre los cadáveres de miles de víctimas inocentes (sus familiares rompiendo en llanto), palestinos refugiados que habían sido torturados hasta la muerte por la vieja falange libanesa, una organización ultraconservadora cristiana a la que habría apoyado secretamente Israel, entregando armas, recursos y dándoles plena libertad para hacer con ellos lo que quisieran.
 
Las matanzas de Sabra y Chatila tuvieron repercusiones importantes a nivel internacional hasta el punto de que el gobierno israelí se vio obligado a reivindicar constantemente su humanidad, defendiendo que en el derramamiento de sangre la incursión de los hebreos no había tenido nada que ver. En el parlamento se llegó a decir lo siguiente: "Unos no-judíos han masacrado a unos no-judíos, ¿en qué nos concierne esto a nosotros?" Esta frase heladora contribuye a que Genet derrumbe cualquier pequeño aprecio que pudiera haber tenido anteriormente por el país de Amos Oz y comience a elaborar una imagen romántica de héroe débil que lucha por su libertad en la figura de los fedeyines, los inexpertos soldados palestinos, carentes de medios para hacer frente a un enemigo invasor. Genet entiende que Israel ha pasado de ser el típico chico al que le hacen bullying en el colegio para convertirse en el matón lleno de granos que mete la cabeza de los debiluchos en el retrete. Solo porque no encaja. Solo porque siente que nadie le quiere. Solo porque la tierra que pisa antes no era suya. Porque la reclama como suya y porque no le importa emplear la fuerza para tomarla.

La narración viene acompañada en esta edición de un análisis de Juan Goytisolo, pero mi sorpresa viene cuando descubro que el análisis no es sobre este texto de Genet, sino sobre otro titulado El cautivo enamorado, donde se toman aspectos de Cuatro horas en Chatila, sí, pero que no deja de ser una forma de engrosar el libro lo suficiente como para poder distribuirlo comercialmente. Aunque el texto del francés me ha resultado muy interesante, valioso a nivel personal y necesario a nivel humano y social, las apreciaciones de Goytisolo, con su verborrea sobre otro texto al que no tengo acceso porque aquí no se incluye, me han dejado más frío que una noche de diciembre debajo de la lluvia. Aun así, si os interesa mucho el tema, cogerlo, como yo, de prestado no es mala opción para pasar una tarde y aprender algo sobre un conflicto reciente y al mismo tiempo olvidado en estas latitudes del globo. 



jueves, 6 de septiembre de 2018

El Príncipe Alberico y la Dama Serpiente, de Vernon Lee




Vernon Lee era el pseudónimo de la escritora e historiadora del arte británica Violet Page, conocida actualmente por sus relatos de terror. Este volumen de Valdemar hace una selección de trece de sus historias (12 narraciones más o menos breves y una novela) empleando como título una de las más famosas y representativas del particular estilo y universo de la autora. Cuenta, además, como suele ser propio de estas maravillosas ediciones de la colección Gótica, con un prólogo documentado y esclarecedor que aporta mucho más que información vacía y spoilers innecesarios del contenido de la obra. En este prólogo de los editores se presenta, entre otras muchas cosas, la mayor contribución de Page/Lee a la teoría estética, que creo que es de especial interés para comprender las decisiones que toma la autora en sus historias. Lee es la principal responsable de introducir la idea de empatía (Einfühlung) en la escuela estética inglesa. Según los editores, esto es que Lee "afirmaba que los espectadores empatizaban con las obras de arte cuando estas despiertan recuerdos y asociaciones, y que con frecuencia estas obras causan cambios de postura corporal y de respiración inconscientes". 

El amor de Lee por el arte es intenso y se vincula con lo espiritual y lo trascendental, muy en consonancia con los escritores románticos varias décadas anteriores a ella. Y está presente en buena parte de estos relatos escogidos. No por nada, ella era quizás la más reputada historiadora del arte inglesa de su tiempo y destacaba por ser una eminencia en el arte renacentista italiano. Lo que no era tampoco nada extraño si entendemos que procedía de una familia liberal adinerada que vivía en el norte de Italia. Buena amante de las Bellas Artes, Lee destaca sobre otros escritores de su época -que yo haya leído- por las cálidas y precisas écfrasis de casas embrujadas, cuadros malditos o estatuas vivientes. Es un auténtico deleite para el lector sentir esa fascinación de los personajes principales a través de la descripción de obras de arte. Lee vuelca su idea de empatía con sus personajes de una manera que se traslada con suma facilidad a quien lee. A pesar de que no vemos a la Virgen de los Siete Puñales en "La Virgen de los Siete Puñales", la devoción de Don Juan nos hace una idea de la belleza de la escultura. Aunque no vemos el cuadro de sora Lena en "La leyenda de Madame Krasinska" ni el tapiz que representa al antepasado del príncipe Alberico con la dama Serpiente en "El príncipe Alberico y la dama Serpiente" Lee consigue meternos de lleno en un historia tan alejada a través de las sensaciones y sentimientos, muchas veces irracionales, de los personajes. Y a partir de este juego nos carga de energías e interés por el arte, una fuerza que hallándose en la propia autora quiere expandirse hacia los demás. 

Funciona con construcciones arquitectónicas, con arte figurativo y también con composiciones musicales. Dos son los relatos que tienen como motor principal la obsesión de su protagonista con una determinada melodía de hace más de cien años: "La voz maldita" y "La aventura de Winthrop". El primero de ellos es una reconstrucción del segundo, aunque en lo personal prefiero la complejidad de "La aventura de Winthrop", cuyo protagonista se me hace mucho menos desagradable y por el cual verdaderamente podría llegar a preocuparme. Para ambos protagonistas, como ocurre en la mayor parte de los relatos aquí reunidos, el arte es su medio de sustento. Si bien el personaje de "La voz maldita" es un aclamado compositor que detesta a los cantantes y que va a sufrir la tortura de tener a uno metido en la cabeza por ultrajar su memoria después de morir, Winthrop es un sensible pintor que decidido a investigar los extraños acontecimientos vinculados con cierta partitura de un retrato de un convento se ve sumergido en toda una oleada de situaciones paranormales, que implica pasar una noche en una casa donde dicen que duerme el demonio. El arte, emplee el medio que emplee, es un atenuante en Lee que aproxima a las personas al mundo de lo sobrenatural, de lo místico y de lo incomprensible.

Lee recurre a una mitología compleja donde lo considerado sagradamente cristiano se entreteje con el viejo y olvidado paganismo de la Edad Antigua mediterránea. Salvo el homenaje a los clásicos en la lengua árabe medieval que hace Lee en "La Virgen de los Siete Puñales", el imaginario religioso está poderosamente indexado con la mitología grecorromana. "Dionea" es un relato sobre la voracidad de la lujuria, pero sin dejar de ser un homenaje a la diosa Afrodita, reencarnada aquí en una joven náufraga arrastrada por la marea hasta la orilla de una pequeña villa italiana. En "El Príncipe Alberico y la Dama Serpiente" se habla de la maldición de las Lamias y su pesar. Como curiosidad he de señalar que la  historia me ha recordado en cierta medida a la de "La Bella y la Bestia". Añadiendo el detalle de la maldición, en ambas tramas se habla de lo inexplicable del amor y de las locuras que estamos dispuestos algunos seres humanos a afrontar por él. En "San Eudemón y el naranjo" podemos incluso presenciar una metaformosis muy en la línea de Ovidio. Aunque, probablemente donde mejor se trabaja esta mezcla de mundos sea en "Marsias en Flandes". Aquí Lee profundiza con más ahínco en la problemática de la apropiación por parte del cristianismo de todo un espectro de elementos procedente de las antiguas mitologías paganas. 

Lee describe sin muchos aspavientos toda una caterva de personajes mágicos donde destacan especialmente los fantasmas, seres que fallecieron hace mucho tiempo y que esperan la llegada de un imbécil para conseguir algo de él. Se aprovechan para ello de la leyenda de su belleza ("Amour Dure", "La Virgen de los Siete Puñales" o "Oke de Okehurst"). En esta línea "Oke de Okehurst", la única de las historias que podría llegar a considerarse novela por su extensión si llegase el caso, es especialmente interesante por su óptica feminista al situar a una mujer como sujeto deseante y no como objeto deseado, lo que era extraño en la época en este tipo de historias. Con los fantasmas también hay lamias (la Dama Serpiente y su maldición es el principal ejemplo de estas), sátiros (el diminuto Marsias es presentado en "Marsias en Flandes" como responsable de numerosos destrozos), almas atrapadas en muñecas de tamaño real (como ocurre en "La muñeca"), amazonas ("El papa Jacinto") e incluso ángeles, demonios, monstruos y Lucifer en persona ("El papa Jacinto").

De entre los temas recurrentes que encontramos por aquí los más destacables y habituales en la literatura de terror y fantástica de la época están, cómo no, presentes. Tenemos las desdobleces propias de "William Wilson" y "El doctor Jeckyll y Mr. Hyde" en casi la mayor parte de los relatos. En al menos seis de estos Lee juega a desdoblar personajes y unirlos por el destino de sus nombres ("Dionea", "El Príncipe Alberico y la Dama Serpiente", "La leyenda de madame Krasinska", "La muñeca", "La Dama y la Muerte" y "Oke de Okehurst"). Tenemos también pactos con el demonio o con dioses no demasiado confiables ("La Virgen de los Siete Puñales", "El Papa Jacinto", "Amour Dure" y "La Dama y la Muerte").  La obsesión con objetos malditos (especialmente obras de arte) como motor vehicular de las narraciones ("Dionea", "La muñeca", "Amour Dure", "La aventura de Whintrop", "San Eudemón y el naranjo"). También hay femmes fatales de la que los personajes más idiotas se enamoran románticamente, juglarescamente ("Amour Dure" es el mejor ejemplo, pero no hay que despreciar por ello a "Dionea" ni a "La leyenda de madame Krasinska", donde se introduce muy subrépticiamente una historia que podría ser de amor lésbico entre una aristócrata y una monja muerta).

Me queda muchísimo por comentar, como que "La Virgen de los Siete Puñales" es una continuación/homenaje al mito español de Don Juan (no por nada la acción de sitúa en Granada) o la amplitud de reminiscencias bíblicas que puede tener un relato como "El papa Jacinto", pero tampoco quiero alargar esta reseña más de lo debido. Destaco "La muñeca" como mi narración favorita de la colección por su estructura y propuesta moderna y poderosa. Lo cierto es que las historias tienen tantísimo contenido que no sería ninguna tontería hacer una reseña de cada uno. Como podréis intuir por este comentario y por los anteriores arriba presentados, he disfrutado y aprendido inmensamente con esta lectura y pretendo recomendárosla con el mismo entusiasmo que su autora. No deja a nadie insatisfecho y, a pesar de sus numerosos niveles de lectura, es más que asequible para cualquiera. Lo podría llegar a considerar de lectura obligatoria para los amantes del terror y la fantasía finisecular. Tenéis una extensísima reseña de esta obra relato por relato en La mano del extranjero.