Basil Hallward es un pintor que anda enamorado platónicamente de su modelo, un joven y frívolo aristócrata, llamado Dorian Gray. Para él pinta la que sería su obra maestra: un retrato que no solo refleja la imagen del apuesto hombre, sino también su alma. Mientras que los primeros capítulos son diálogos, muy bien llevados y plagados de una ironía mordaz y de un cinismo que pocas veces se habrán visto en la historia de la literatura, los siguientes se centran en la vida de Dorian y en sus aspiraciones. El señor Gray, que se lleva como regalo el cuadro para la galería personal de su salón, exclama en cierto momento un deseo del que posteriormente se arrepentirá. Consciente de que es posiblemente el varón más bello de todo Londres, quiere que la juventud que le otorga su fisionomía inmaculada se mantenga durante toda su existencia sobre la Tierra. Lastimosamente, algún ser del averno debió oír semejante plegaria, pues Dorian Gray no envejecerá ni un ápice con el paso de los años. Lo hará ese retrato suyo que una vez pintó Basil Hallward.
Lord Henry, amigo de ambos, señala una cuestión ideológica del propio Wilde y que se mantiene en toda la novela: son los actos malévolos los que peores marcas dejan en la piel, pues el alma al sufrir castiga también al cuerpo. Evidentemente, esto en la vida real no tiene ningún sentido. Todos conocemos a personas poco agraciadas con un gran corazón y a personas verdaderamente infames con caras de ángeles. No obstante, sí que es cierto que el atractivo físico es una gran ventaja a la hora de relacionarnos con los demás. Una persona atractiva, aseada y bien vestida genera mucha más confianza. Y Dorian lo es, de ahí su peligrosidad. Debido a su tremenda belleza, nadie le reprocha su cinismo, ni los desastres que genera su carácter caprichoso. Vive en la mentira constante, pues oculta a todos su verdadero ser (mucho más cruel que lo que toda su fachada sugiere) para mantener una vida disoluta y dispendiosa.
Dorian es un símbolo de las clases altas, de su vida de etiqueta, donde solo importa el prestigio económico, cultural y social. Unas clases altas que no tienen por qué salir de su burbuja y que se entretienen con amoríos, fiestas lujosas, partidas de caza y libros en francés. Y lo peor es la superioridad moral con la que dirigen, con la que designan a los demás, con la que los miran como escoria. Este choque de clases, que tan poderosamente me ha llamado la atención, se refleja en el conflicto con los Vane. Dorian quiere ser un hombre culto porque es en las élites donde reside la cultura (la que le importa, claro) y asistir al teatro, además de un acto social, es un perfecto modo de adquirirla. Como entretenimiento elevado, Dorian asiste a varias funciones y parece que se enamora de una actriz, una tal Sybil Vane, que pertenece a un mundo completamente opuesto al de Dorian. Para Sybil, él es su príncipe azul, un hombre elegante que la sacará de la miseria en la que vive. Sin embargo, Dorian descubre que Sybil solo le ha llegado a interesar por determinadas actuaciones en concreto y cuando invita a sus amigos, Basil y Henry, para que la vean en escena, descubriendo la decepción de estos, se siente tremendamente humillado. Para él, la culpa es de Sybil, que ha pasado de ser una criatura celestial a convertirse en una mujer mediocre. Y así se lo hace saber en los camerinos, a pesar de que la muchacha se encontraba profundamente feliz de volver a verlo. Si había un compromiso, Dorian lo rompe categóricamente hasta el punto de que Sybil enloquece y, como en las tragedias románticas, acaba suicidándose. Esto no afectará a Dorian en lo más mínimo, pero conseguirá que el hermano de su examante, un joven y fornido grumete, jure buscarlo y perseguirlo hasta darle muerte.
Miento, no afecta a Dorian, pero sí a su alma, es decir, a su retrato. Y esto nos sumerge en una dimensión fantástica que no estaba sugerida en ningún momento previo de la obra. A partir de aquí, Dorian es consciente de su libertad para actuar impunemente mientras proteja el cuadro. Comienza una novela de decadencia, donde un hombre de las más altas esferas se sumerge en un mar de podredumbre hasta tocar fondo en la locura.
Por sus elementos y trama, suele introducirse esta novela dentro de la narrativa gótica. Los tramos finales sugieren una clara influencia de esta tradición tan vasta. No obstante, El retrato de Dorian Gray es fruto de su tiempo y de las inquietudes intelectuales y artísticas de Oscar Wilde. Por ello, veo mucho más correcto calificar esta novela de modernista y, ya dentro del Modernismo, de decadentista. Los puntos a favor de esta argumentación no son pocos: reflejo de la vida en las esferas altas de la sociedad, cierto gusto por el lujo que se materializa en largas descripciones (écfrasis) de objetos muy caros, reflexiones sobre "el arte por el arte", fascinación por lo francés, exaltación de lo efímero (la belleza, la juventud, etc.), el amor platónico y el erotismo, zozobra del protagonista por no pertenecer al mundo en el que está, búsqueda de los valores plásticos en las palabras (con muchos juegos de palabras, valga la redundancia, y una especial atención a los sonidos), lenguaje muy colorista, atracción por lo exótico, cosmopolitismo, etc.
Además de ser producto de su época, esta historia es una pieza muy personal de su autor, especialmente cuando se trata de su única novela. Wilde era un hombre que gustaba de la polémica. Abiertamente homosexual y que rendía culto al "arte por el arte", amparándose en todo lujo. El mundo en el que vive Dorian era también el suyo cuando escribió una novela como esta. Por ello, no hay muchos mejores escritores para expresar como él lo tremendamente hipócrita que son las élites y lo ilusorio que es el poder. Hijos de Wilde son el propio Dorian (una exageración de su yo de juventud), pero también Basil y Lord Henry representan etapas de su vida y cajones de su pensamiento. Basil es su yo enamorado, un homosexual escondido que está comenzando en el mundo del arte y quiere vivir ajeno a la mordacidad del mismo, un yo que vive pronto el desengaño y que es obligado a morir en aras del descreimiento y la conveniencia de los demás. Por su parte, Lord Henry es su yo crítico, su yo sarcástico y escéptico que muestra una visión clara del mundo, basada en la sinceridad y en la pura convicción de que el mundo es cruel y de que hay que saber disfrutar de los placeres y no hacer demasiadas preguntas.
El retrato de Dorian Gray es un clásico de la literatura occidental por la genialidad con la que está escrito y por su carácter representativo de todo un período, así como por el análisis social y artístico que propone. He disfrutado mucho con su lectura. Lo único que podría lamentar es no haberlo hecho antes.
Lean mucho, coman con moderación y namasté.