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viernes, 26 de febrero de 2021

El amigo americano, de Patricia Highsmith

 


Continúa nuestra particular aventura en esta esquina con el mítico criminal monsieur Ripley. En este caso, Tom tendrá que hacer frente a la mafia italiana en una novela donde parte de la intriga se verá sustituida por un mayor predominio de la acción.

La historia en esta tercera entrega retoma a los personajes seis meses después de los sucesos acontecidos en La máscara de Ripley, por lo que la vida de su protagonista no ha cambiado tanto como de la primera a la segunda de las novelas. Eso sí, la muerte de Bernad Tuffts ha llevado a Tom a un callejón sin salida. Incapaz de mantener su estilo de vida, excesivamente costoso, decide ayudar a un viejo amigo, introducido también en la novela anterior: el astuto Reeves. Este es uno de los reyes del bajo mundo de Hamburgo y planea eliminar a la competencia italiana, pero para ello necesita a un hombre capaz de cometer un par de asesinatos con los que pueda engañar a las familias más poderosas de la ciudad para que se enfrenten abiertamente entre sí. Ripley tiene un nombre: Jonathan Trevanny. Él es un padre de familia enfermo de leucemia que podría entrar en un estado terminal en cualquier momento. Jonathan accederá a cumplir la misión que se le propone con la promesa de recibir cierto dinero que podría ayudar a su esposa e hijo después de un funeral que considera inminente.

Pero hay una pega, Jonathan no ha empuñado nunca un arma y no es una persona violenta. ¿De qué forma lo transformará Ripley en el matón que Reeves y él necesitan? La respuesta se halla en el miedo. No es que Tom o Reeves vayan a amenazarlo; su situación es lo suficientemente crítica como para que esto no sea necesario. A través de un rumor esparcido por el propio Ripley, Jonathan comenzará a pensar que le queda menos tiempo de vida del que quizás le queda y que matar a sangre fría a dos monstruos de la sociedad, como pueden ser esos mafiosos, a cambio de una mejor infancia y juventud para su hijo no suena tan mal. Esta es una novela sobre la capacidad que tiene un rumor de cambiar la estructura mental y el comportamiento de las personas.

Que buena parte de la misma (especialmente la primera mitad) se centre en Jonathan le otorga mucha frescura a la novela y vuelve a traerle al lector esa duda tan característica de El talento de Mr. Ripley. De nuevo, el lector se pregunta qué estará maquinando el americano, ese falso amigo que de alguna forma ha contribuido a la perdición de John. El enfermo comienza a actuar de manera extraña y su esposa sospecha de Tom, de sus intenciones hacia su marido. Sabe que Jonathan está en alguna especie de negocio sucio, pero no sabe el qué. Las relaciones entre ella, su esposo y Ripley serán el núcleo central de la novela, que se desarrollará a través de diálogos que nos recordarán a los del trío protagonista en El talento. El amigo americano mantiene la tensión hasta momentos previos al final de la obra y el lector espera verdaderamente que Ripley sea capturado de una vez por todas. Aún así, hay escenas que podrían haber sido más épicas de lo que realmente fueron.

Dicho esto, os espero el mes que viene con la cuarta entrega de la saga. Lean mucho, coman con moderación y namasté.

Reseñas de otras obras de Patricia Highsmith: El talento de Mr. Ripley, La máscara de Ripley, La celda de cristal



martes, 26 de enero de 2021

La máscara de Ripley, de Patricia Highsmith

 


Como ya comenté el 19 de diciembre, con carácter mensual, voy a estar reseñando las novelas protagonizadas por Tom Ripley hasta concluir la saga, aprovechando la edición recopilatoria que ha sacado Anagrama. Esta es, pues, nuestra segunda cita con el mítico criminal de Patricia Highsmith. Se trata, además, como en la primera novela, de una relectura, por lo que los puntos cruciales de la trama ya me sonaban, al menos. No obstante, ha sido un placer volver a leer La máscara de Ripley, puesto que había olvidado buena parte de los detalles del argumento.

Tenemos, como digo, una trama un tanto enrevesada, pero voy a tratar de resumirla brevemente. Han pasado cinco años desde que Tom Ripley burlara a la justicia en Grecia y se convirtiera en el heredero de las propiedades de Dickie Greanleaf. Durante ese tiempo, Tom ha prosperado. Se ha mudado a una mansión llena de lujos de una pequeña localidad cerca de París y se ha casado con la heredera de una importante farmacéutica a nivel mundial. No tiene necesidad de trabajar y vive rodeado de todo lujo, dedicándose a sus placeres: aprender idiomas, viajar, el arte, etc. Sin embargo, eso no le sirve a Tom. Aspira a más y sabe cómo conseguirlo: mediante toda clase de negocios fraudulentos. La romántica muerte en el mar Egeo de Derwatt, un pintor casi desconocido, pero joven promesa, motiva a un grupo de amigos a difundir su obra hasta el punto de que se han quedado sin nada que ofrecer justo cuando los precios de los cuadros comenzaban a dispararse. Por azares del destino, Tom conoce al grupo y se decide a ayudarle. ¿Es que uno de ellos, también pintor, no es capaz de imitar su estilo? Dicho y hecho. Comienza en Londres todo un negocio de falsificaciones que demostrará su fragilidad cuando un rico estadounidense aficionado a la pintura, Thomas Murchison, se cuestione la veracidad de ciertas obras recientes. Mr. Ripley, que recibe un 10% de las ventas millonarias de los falsos Derwatts, tendrá que volar a Londres rápidamente y volver a ponerse en la piel de un muerto. Disfrazado del pintor suicida, Tom tratará de convencer a Murchison, pero no le resultará nada fácil.

A partir de aquí se sucede la clásica trama esperable en una novela de Highsmith. Hay uno o dos asesinatos. Ripley tiene que apañárselas como puede para ocultar los cadáveres y convencer a la policía de que él no tiene nada que ver con ningún negocio turbulento y de que la galería, que vende cuadros falsos, es la más honesta del mundo, al tiempo que trata de llevar una vida normal, recibiendo invitados a su casa y asistiendo a fiestas solo para dar la imagen de ciudadano ejemplar. Lo interesante, como siempre, es la distribución de la acción, la agudeza de los diálogos que juega con lo que sabe cada personaje y los giros argumentales bien dispuestos.

La máscara de Ripley retoma algunos temas fundamentales de El talento de Mr. Ripley, como el doble o la fascinación por el arte europeo, pero abandona otros, como la reflexión en torno a la identidad (sexual y existencial) del protagonista. Tiene un comienzo menos abrupto que su predecesora, lo que tampoco era muy complejo, pues se presupone que el lector ya ha pasado por una novela previamente a esta. Sin embargo, el desenlace no es tan satisfactorio como en El talento y eso le juega en contra. A pesar de que la historia no está centrada en el caso Dickie y que, salvo Tom, no aparecen personajes de la anterior novela, considero que ciertos detalles, muy relevantes para la historia y que explican el comportamiento del propio protagonista, no se aprecian bien si no has leído previamente El talento. El camino tangencial que toma Highsmith para redactar La máscara es lógico si se tiene en cuenta el carácter sentencioso del final de El talento. Highsmith le da tantas vueltas a una trama y explora tantas posibilidades que esta se acaba desgastando de una novela para otra. De ahí, la incursión de situaciones completamente nuevas con personajes distintos, como el propio Bernard Tuffts, un incomprendido que le recuerda a Tom a sí mismo. Dicho esto, estoy deseando poder disfrutar de la siguiente, que será El amigo americano.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.

Reseñas de otras obras de Patricia Highsmith: El talento de Mr. Ripley, La celda de cristal




viernes, 18 de diciembre de 2020

El talento de Mr. Ripley, de Patricia Highsmith

 


Aprovechando que recientemente Anagrama ha decidido sacar a la venta en dos volúmenes toda la saga de Tom Ripley, el escurridizo criminal de Patricia Highsmith, he decidido ir leyendo cada una de sus novelas (las dos primeras de nuevo) al ritmo de una por mes para no saturarme y dejar espacio a otras lecturas que también podrían interesarme por sí mismas, por ser clásicos de la narrativa en español que debo estudiar para mis oposiciones o por resultar vitales para el doctorado que quiero comenzar el curso siguiente en la Universidad de Cádiz. Por eso, hoy os traigo una reseña del inicio de todo: El talento de Mr. Ripley.

Estamos ante una novela policíaca peculiar y que recuerda a tantas otras que no suelen contemplarse dentro de este género como, la recientemente reseñada aquí, El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde o Crimen y castigo de Fiodor Dostoievski. El punto de unión de estas tres obras es su foco. El protagonista sobre el que posa su mirada el narrador, ya sea en primera persona como en Crimen y castigo o en tercera como El retrato de Dorian Gray o El talento de Mr. Ripley, es el malhechor, un hombre que comete un asesinato (o varios) con el fin de mantener una posición que no le pertenece, pero que considera merecida. La investigación policial va por otros cauces y el protagonista tiene que anticiparse a ella para poder salvar el pellejo. De ahí, el talento para la estafa. Raskolnikov, Dorian Gray y Tom Ripley son farsantes, maravillosos actores capaces de sudar la gota gorda mientras fingen hasta extremos que los llevan a la desesperación más absoluta. Pero si hay un actor que destaca por encima de estos tres ese es, sin duda, el personaje de Highsmith.

Que Ripley se gana la vida engañando es algo que sabemos ya desde el primer capítulo de la novela. Antes de viajar a Mongibello, Ripley ya es consciente de que alguien lo persigue por sus numerosos fraudes. Recibe llamadas amenazadoras y malvive en un piso franco desde donde se hace pasar por una compañía estatal en la que habría trabajado para agenciarse un dinero que, por supuesto, no es suyo. La aparición de Herbert Greenleaf en el bar de Nueva York en el capítulo uno es vista por Ripley al principio como un peligro. Tom no es consciente del número de personas a las que ha estafado y no sabe quién podría ser ese hombre robusto y entrado en años, pero cuando habla con él sus ojos chisporrotean. Se le concede la oportunidad de marcharse, de abandonar América con dinero de otro para cumplir una misión que no tiene ninguna intención de llevar a buen puerto, aunque insista en aparentar lo contrario. Herbert le habla de su familia, de su esposa gravemente enferma y de su hijo, un niño pijo que vive en un pueblucho en el sur de Italia y que se niega a volver y asumir responsabilidades como alto cargo de la empresa de construcción de barcos paterna. Tom finge mantener una amistad mayor de la que realmente tiene con Dickie, el joven en cuestión, cuando realmente casi ni se conocen. De hecho, el propio Dickie no sabrá bien quien es cuando lo vea en Mongibello. Porque, por supuesto, Tom se presenta allí, trata de congeniar con el joven, pero no es hasta que le confiesa a Dickie los motivos por los que le envía su padre que este no lo acepta. Ya ha llegado su perdición. Es demasiado tarde.

A partir de aquí, Tom y Dickie se vuelven amigos del alma hasta el punto de que el joven Greenleaf le permite vivir en su casa sin pagar un duro siempre y cuando puedan gastarse juntos en juergas el dinero que le ha dado su padre para llevarlo de vuelta. Tom quiere descaradamente vivir a costa de los Greenleaf, pero hay algo que se lo impide: la desconfianza de la mejor amiga de Dickie, Marge Sherwood. Marge es una joven escritora, fantasiosa y enamorada en secreto de Dickie. Tom conoce sus intenciones, sabe que su presencia hace que se sienta desplazada. Y esto da lugar a un enfrentamiento entre Marge y Dickie y, posteriormente, entre Dickie y Tom.

Marge sospecha de la homosexualidad de Tom. Y lo cierto es que Tom muestra comportamientos de una orientación sexual ambigua durante la obra. En cierto momento de la novela parece definirse como bisexual, a pesar de que en esta parece mostrar una obsesión enfermiza por Dickie y por los cuerpos masculinos, que lo lleva más allá de la atracción, así como un desprecio denostado por la mujer, hasta el punto de que podría considerarse misógino en algunos tramos. En la siguiente obra, La máscara de Ripley, cualquier alusión a la homosexualidad de Ripley desaparecerá y se presentará como un hombre marcadamente heterosexual, que tendrá hasta una pareja femenina. Sin embargo, eso ya es otra novela.

Como indiqué antes, Tom es el perfecto actor. Un embustero de manual. Es tremendamente observador y capaz de representar a la perfección la gestualidad de otras personas. Sumado esto a la obsesión que pronto genera con ser Dickie Greenleaf y vivir como él vive, podrido de dinero y viajando constantemente por toda Europa, tenemos el germen del asesino y del suplantador perfecto. Cuando todo se le tuerza, Tom buscará la forma de cumplir su sueño de ser otro mejor, y, si tiene que matar y engañarlos a todos. esto solo supondrá un problema para sus frágiles nervios. Le avala el tremendo parecido entre Dickie y él, y eso puede ser suficiente para despistar a la policía y a la prensa de toda Italia.

El talento de Mr. Ripley es un clásico de la gestión de la intriga; además de ser, por la forma en la que está narrada, una de las novelas negras que mejor profundizan en la psicología del criminal. Esto va en consonancia con el resto de la obra de Highsmith, donde la preocupación por cómo el ser humano es llevado a situaciones extremas y a cometer actos como el asesinato es total. La predisposición hacia el crimen está en el ser humano, pero se acrecienta con la miseria y la injusticia social. Ripley es un solitario, como su autora, por su orientación sexual. Marginado y vejado desde niño por su familia, que lo llama abiertamente "maricón", ha tenido que fingir constantemente para granjearse el afecto de unos pocos en una sociedad que lo desprecia, sabiendo devolver ese desprecio con otro aún más grande. No se siente culpable de mentir ni de estafar, cree que está en su derecho por todo lo que ha sufrido. Su única preocupación es que no lo atrapen y la añoranza de lo que pudo haber sido y no fue. Un personaje memorable para una novela también memorable. Aunque esto es solo el inicio. Cada mes tendréis una nueva reseña, más larga o más breve, con cada una de sus aventuras. La siguiente es La máscara de Ripley, que ya estaba reseñada en esta esquina, pero cuya entrada he retirado porque a día de hoy no estoy muy a gusto con cómo quedó finalmente.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.

Reseñas de otras obras de Patricia Highsmith en esta esquina: La celda de cristal, La máscara de Ripley




domingo, 4 de marzo de 2018

La celda de cristal, de Patricia Highsmith



Phillip Carter es acusado de un crimen que no ha cometido y enviado a la penitenciaría. Allí espera pacientemente la ayuda de su amigo abogado (David Sullivan), mientras fantasea con el día en el que salga y vuelva a abrazar a su mujer (Hazel) y a su hijo (Timmie). Lo que sería una mala experiencia de unos pocos meses se convierte en una pesadilla de seis tediosos años en los que Carter es torturado, vejado y abandonado por sus seres queridos. Su hijo sufre el acoso en el colegio por tener a su padre metido en el trullo y su mujer, sola y desquiciada por las continuas desiluciones del sistema jurídico, comienza una aventura con David en Nueva York, a kilómetros de la celda que comparte Carter con dos narcotraficantes. El asesinato del único amigo que tuvo alguna vez Carter en prisión y su nueva adicción a la morfina, así como el ambiente criminal y abusivo de la cárcel, que no tiene piedad con nadie, moldean en él una nueva personalidad que le lleva a chocar con el mundo que dejó atrás una vez abandona su confinamiento. La idea de las infidelidades de su mujer y su amigo serán aceptadas con mucho rencor y odio por un Carter que será impulsado por el mismo individuo que lo metió en chirona (Gawill) y que es el enemigo acérrimo del abogado. De esta forma, comienza a crecer en Phillip la posibilidad de mandar al otro barrio a David como un acto de venganza más que lícito. 

En La celda de cristal asistimos a la transformación de un hombre honrado en un criminal de la peor calaña. Esto es posible gracias a la fragilidad de un sistema penal estadounidense como el que se describe en la novela, desde el cual se fomenta el odio y la violencia como medios para sobrevivir con dignidad hasta el día de mañana. Carter pasa de ser un hombre inocente de todo cargo e injustamente condenado a convertirse en todo un delincuente por ajustarse al papel que parece que le han destinado unos terceros. Se desprende de toda una capa de sentimentalidad y endurece su carácter para reclamar lo que piensa que le pertenece por derecho (su mujer Hazel) y al final de la novela poco queda de ese ingeniero que en las primeras páginas disfrutaba estudiando francés.  Carter descubre que la mentira es poderosa si sabe usarla y que decir la verdad no tiene por qué venir acompañada de sucesos agradables en un mundo en el que sólo lo que parece cierto importa. El título alude a este aislamiento del mundo que padece su protagonista, que puede ver a su alrededor todo lo que acontece con su familia y con su caso, pero poco puede hacer si no rompe el cristal que lo separa de sus problemas. La ruptura del cristal lo lleva a desembocar con toda la violencia de la que es capaz en un ambiente anteriormente idílico, que se ve enrarecido precisamente por eso, y que conduce a Carter a sufrir el rechazo de todos los que están a su alrededor, salvo Gawill. El criminal es la única persona que parece entender a Carter, aunque, como salta a la vista de lejos, su auténtico propósito es moverlo al asesinato de su enemigo. La extraña relación con Gawill le lleva a Carter a replantearse su pertenencia a este mundo fuera de la celda de cristal, donde cuenta con libres movimientos, pero carece de tiempo para meditar las acciones y para sufrir en silencio. La salida de la celda implica también una sensación de pérdida de control de Carter para con su propia vida, pues durante seis años no había tenido que preocuparse de gran cosa y ahora se siente como una rana fuera de su charca. La suma de todo hace detonar una bomba cuya mecha había estado consumiéndose silenciosamente con el transcurso de las horas en prisión.

Highsmith crea una novela de intriga apabullante que, si bien no sigue un argumento que destaque por su originalidad y que le lleva resultar bastante predecible, está dotada de ciertos puntos de ingenio y de una prosa deliciosa. El ritmo es fundamental aquí como mecanismo de progresión de los diferentes personajes y especialmente de Carter y está ajustado con una precisión milimétrica, lo que le da a La celda de cristal una atmósfera mucho más verosímil que otra de las novelas de la autora con un protagonista muy similar como puede ser El talento de Míster Ripley. Highsmith tiene un detalle que me ha entusiasmado y es que las reminiscencias o pistas que va dejando del destino final de Carter y de los otros personajes a través de imágenes o símbolos anuncian o insinúan de una forma muy sutil lo que está ocurriendo ante la ceguera del protagonista y nos pone a los lectores sobre aviso de sus intenciones. Highsmith emplea aquí la repetición distorsionada de imágenes para señalarnos las similitudes entre los actos desde el punto de vista de Carter con el que se nos obliga a empatizar a través de un narrador focalizado muy similar al que se empleaba en El talento de Míster Ripley. La narración está determinada por un gran dominio del estilo indirecto libre, que es, a mi juicio, una de las técnicas de escritura más difíciles de lograr y que sirven para diferenciar a los grandes de los pequeños en el cosmos de la literatura. Como os digo, una maravilla de novela de una autora de la que tenía muchas ganas de volver a leer algo. 

Lean mucho, coman con moderación y namasté.

Reseñas de otras obras de Patricia Highsmith: El talento de Mr. Ripley, La máscara de Ripley,