Beatriz Vargas Duval es una joven psiquiatra que se ha doctorado recientemente y que, con una carta de recomendación del tutor de su tesis bajo el brazo, acude a un sanatorio a orillas de la costa brava, en Cadaqués, esperando encajar en su primer empleo. Una vez allí, una serie de acontecimientos la pondrán sobre aviso de que algo no va del todo bien en la institución. Las conversaciones frívolas y clandestinas de médicos y enfermeros, las declamaciones horripilantes de algunos pacientes, la sensación de que nadie mejora ni escapa de aquellos dulcificados barrotes tras los que el mar impertérrito los mece y, sobre todo, la particular visión de la hipnosis que tiene el director del centro, el doctor Von Hagen, y que comentaremos más abajo, la llevarán a elucubrar toda una serie de sospechas tras las cuales se oculta una conspiración colectiva íntimamente relacionada con la alta tasa de suicidios que viene sacudiendo el lugar desde hace ya un tiempo.
Vayamos por partes, porque la obra es breve, pero tiene muchísimo sobre lo que discutir. Lo primero, ganó en su día el Premio Hammett de Novela Negra, pero no es una novela policíaca o de detectives. Es una novela negra al uso, como aquellas sobre las cuales se acuñó el término. Hay conspiraciones, asesinos, elementos cuasisobrenaturales, enfermedades mentales severas, coqueteos con las drogas, sexo, sangre y noches de oscuridad y esquizofrenia. Se nos pinta una atmósfera propia de un thriller de Netflix. No por nada, me recordó muchísimo a La cura del bienestar, filme con el que guarda en común buena parte de la trama. Eso sí, mucho más salvable.
Posee estructura ágil e in crescendo que, como achaca algún crítico de la contraportada, es hasta cierto punto hipnótica, o pretende serlo. El ritmo de la narración, con sus giros y el buen uso del narrador en segunda persona del singular atrapa con facilidad al lector. Este narrador es atípico en la narrativa de ficción. Pocos son los ejemplos que se me vienen a la mente más allá de la conocidísima Aura de Carlos Fuentes. Y esto es porque son escasas las ocasiones en las que puede justificarse como recurso. En este caso funciona si entendemos la obra y la literatura tal y como nos la propone Javier Azpeitia. Es decir, como una sesión dirigida de hipnosis, donde abandonamos nuestros cuerpos para transportarnos a los de otros, dejándonos llevar por las palabras mágicas del guía, esto es, del escritor. La literatura a la par que la hipnosis como distanciamiento de las anodinas o estresantes vidas de los lectores con sus problemas particulares, como acción que permite al cerebro coger aire para poder volver y resolver de la mejor manera posible esos mismos problemas, pero también como inmenso recreo al que cuesta poner el punto y final, donde se trabaja y se descansa a la par, en justo equilibrio con uno mismo.
Posee estructura ágil e in crescendo que, como achaca algún crítico de la contraportada, es hasta cierto punto hipnótica, o pretende serlo. El ritmo de la narración, con sus giros y el buen uso del narrador en segunda persona del singular atrapa con facilidad al lector. Este narrador es atípico en la narrativa de ficción. Pocos son los ejemplos que se me vienen a la mente más allá de la conocidísima Aura de Carlos Fuentes. Y esto es porque son escasas las ocasiones en las que puede justificarse como recurso. En este caso funciona si entendemos la obra y la literatura tal y como nos la propone Javier Azpeitia. Es decir, como una sesión dirigida de hipnosis, donde abandonamos nuestros cuerpos para transportarnos a los de otros, dejándonos llevar por las palabras mágicas del guía, esto es, del escritor. La literatura a la par que la hipnosis como distanciamiento de las anodinas o estresantes vidas de los lectores con sus problemas particulares, como acción que permite al cerebro coger aire para poder volver y resolver de la mejor manera posible esos mismos problemas, pero también como inmenso recreo al que cuesta poner el punto y final, donde se trabaja y se descansa a la par, en justo equilibrio con uno mismo.
Por otro lado, Azpeitia gestiona de una forma muy brillante todo lo relativo a las incógnitas y el desmascaramiento de los personajes y sus auténticas intenciones. Un elemento propio de toda novela negra que se precie: la inmersión en lugares hostiles donde un protagonista ajeno debe hacer frente a personajes que no son lo que dicen ser. A todo esto, deberíamos añadirle la sensación constante que experimenta la protagonista de sentirse vigilada. Y aquí, Azpeitia juega con nosotros a piedad. Nos da a entender que ese narrador en segunda persona que describe todos y cada uno de los movimientos y sensaciones de Beatriz es quien la persigue, físicamente hablando, para luego espetarnos que nos equivocamos, que debemos rectificar, tachar la nota del post-it mental que hemos escrito hace veinte minutos y que tantos quebraderos de cabeza nos daba. Y eso nos devuelve de nuevo a la angustia y a la pregunta de quién narra y cómo sabe todo lo que hace nuestro frágil personaje. Esta será una pregunta que no debemos obviar. Al menos es lo que más me ponía los pelos de punta: quién narra. Pues bien, deciros que solo lo sabréis una vez concluyáis la obra. No es el primer escritor en jugar con esto tampoco, pero no será el último. Una experiencia similar es la que se tiene al leer La espada de los cincuenta años de Mark Z. Danielewski, que ya alabé aquí hace unos años por su fructífera experimentación. En este cuento largo -por llamar al libro de alguna forma- el problema devenía en que no había un narrador incógnito, sino cinco y que mientras contaban una particular historia de terror sobre la venganza se lanzaban pullas los unos a los otros, inflamando más y más el ambiente con cada palabra hasta que este se sentía poderosamente cargado y opaco.
Los personajes no son lo que dicen ser, pero Beatriz tampoco es una criatura honesta, o no pretende serlo dentro del relato. Es una huérfana, hija de una actriz famosa asesinada ("cosida a puñaladas") hace mucho tiempo y de padre "presumidamente" desconocido. La falta de amor que ha tenido en su infancia se materializa a lo largo de la novela en una fuerte atracción por la autodestrucción. Posee un instinto completamente masoquista, tanto en el sexo como en la vida. Busca ser humillada y pisoteada, o, por el contrario, humillar y pisotear a los demás. Es una adicta a la sangre y al dolor y a las pastillas que ella misma (se) receta y sin las cuales sufre poderosamente: diazepam, artane, clonazepam, ... Busca relaciones peligrosas y degradantes: Von Hagen, Villalta o el mismísimo Alesandro Stefanini (recluido en el sanatorio por haber puesto fin a la vida de su mujer y sus hijos y olvidar el acto). Al mismo tiempo que sucede todo esto, trata de aparentar ser una persona normal, mantener el tipo y cuidar de otros, como cuando sale y se emborracha con la enfermera Frederike o trabaja en las sesiones de hipnosis junto a Von Hagen para tratar de encontrar la cura de los brotes de agresividad de Stefanini.
Hay momentos también en los que Hipnos no parece una novela negra. El autor coquetea con el romance soñado de los manicomios al más puro estilo F. S. Fitzgerald en Suave es la noche. Es imposible para un lector avezado no recordar mientras lee sus páginas la tóxica y descompensada historia de Dick y Nicole mientras Beatriz flirtea con Von Hagen en las partes II y III de la obra. Estando en mitad de la obra, Azpeitia casi nos saca de esa tensión constante y si no fuera por aislados incidentes (alguno presentado como prolepsis o flash forward), sería difícil imaginar cómo va a acabar la historia. En Hipnos pervive toda una tradición de novelas sobre manicomios y recrea ciertos tópicos (los locos cuerdos, los médicos locos, el aislamiento forzoso del protagonista, las torturas injustificables, etc.), pero la forma de hacerlo es lo que la hace una buena novela. Como tópico general, podríamos usar ese que aquí en la Esquina nos gusta tanto y que a falta de un nombre técnico llamamos "de mal a peor", en el sentido de que el ambiente se nubla poco a poco, sobre todo pasada la primera mitad del texto, y el patetismo (pathos) se engrandece a medida que vamos llegando a un final bastante satisfactorio.
Hay en Hipnos varios momentos de posible inflexión descartados que me recordaron a las novelas de Adolfo Bioy Casares que he leído, especialmente a Dormir al sol que se ambienta también en estos espacios y que aborda también temas de experimentos asombrosos. El más importante se produce cuando Von Hagen desvela los motivos y creencias por los que somete a sus pacientes (y especialmente a Stefanini) a una cada vez más cruel sesión de hipnosis. Pudiendo explicarlo yo, prefiero que hable el personaje. Escuchemos:
"—Primero reconstruimos el futuro. Luego intentamos que el paciente pase a asimilarlo como algo perteneciente a su pasado, que su inconsciente se convenza de que ya ha ocurrido, sin traumas, para que deje de dirigirse hacia él; para que deje de buscarlo. El futuro, visto así, es un motor imparable: debe suceder. Y sin embargo existe la posibilidad de moverlo, de trasladarlo al pasado, de incluirlo tanto en el consciente como en el inconsciente de los pacientes. Si un hombre sabe que ya ha realizado ciertas cosas, dejará de procurarlas, las despreciará como se desprecian los logros y los fracasos una vez cometidos. Es un efectivo juego de ficción que emerge a la realidad, una añagaza que evita el destino."
Este giro es una puerta neofantástica que se abre, a la que nos asomamos y por la que casi cruzamos en unos momentos en los que la naturaleza final de la novela no está definida y en la cual los elementos propios de la novela negra todavía no han empapado el texto. Desgraciadamente, esta vía se trabaja escasamente en la obra y la obsesión de Von Hagen solo se muestra como pretexto para garantizar el posterior fin del personaje y su transición al papel antagónico que debería corresponderle como individuo de mayor poder dentro de su clínica.
No quisiera postergarme mucho más. La novela es demasiado breve como para eso. En definitiva, una buena obra que engancha y que posibilita una lectura en varios niveles. Entretenida y bien construida. Otra cosa: ¿alguien sabe si la adaptación fílmica que hicieron en 2004 es igual de recomendable? En Filmaffinity le otorgan una nota bastante mediocre, lo cual no indica nada a fin de cuentas. La única reseña que merece la pena de entre las pocas que he podido encontrar sobre la obra es la de Raúl Cazorla en Radiaciones, donde vinculan el desarrollo de la trama y su protagonista con la tragedia grecolatina clásica por el fuerte componente del destino en la misma.
Y ya saben, cuídense, coman con moderación, lean mucho y namasté.