jueves, 25 de abril de 2019

Hipnos, de Javier Azpeitia



Beatriz Vargas Duval es una joven psiquiatra que se ha doctorado recientemente y que, con una carta de recomendación del tutor de su tesis bajo el brazo, acude a un sanatorio a orillas de la costa brava, en Cadaqués, esperando encajar en su primer empleo. Una vez allí, una serie de acontecimientos la pondrán sobre aviso de que algo no va del todo bien en la institución. Las conversaciones frívolas y clandestinas de médicos y enfermeros, las declamaciones horripilantes de algunos pacientes, la sensación de que nadie mejora ni escapa de aquellos dulcificados barrotes tras los que el mar impertérrito los mece y, sobre todo, la particular visión de la hipnosis que tiene el director del centro, el doctor Von Hagen, y que comentaremos más abajo, la llevarán a elucubrar toda una serie de sospechas tras las cuales se oculta una conspiración colectiva íntimamente relacionada con la alta tasa de suicidios que viene sacudiendo el lugar desde hace ya un tiempo. 

Vayamos por partes, porque la obra es breve, pero tiene muchísimo sobre lo que discutir. Lo primero, ganó en su día el Premio Hammett de Novela Negra, pero no es una novela policíaca o de detectives. Es una novela negra al uso, como aquellas sobre las cuales se acuñó el término. Hay conspiraciones, asesinos, elementos cuasisobrenaturales, enfermedades mentales severas, coqueteos con las drogas, sexo, sangre y noches de oscuridad y esquizofrenia. Se nos pinta una atmósfera propia de un thriller de Netflix. No por nada, me recordó muchísimo a La cura del bienestar, filme con el que guarda en común buena parte de la trama. Eso sí, mucho más salvable.

Posee estructura ágil e in crescendo que, como achaca algún crítico de la contraportada, es hasta cierto punto hipnótica, o pretende serlo. El ritmo de la narración, con sus giros y el buen uso del narrador en segunda persona del singular atrapa con facilidad al lector. Este narrador es atípico en la narrativa de ficción. Pocos son los ejemplos que se me vienen a la mente más allá de la conocidísima Aura de Carlos Fuentes. Y esto es porque son escasas las ocasiones en las que puede justificarse como recurso. En este caso funciona si entendemos la obra y la literatura tal y como nos la propone Javier Azpeitia. Es decir, como una sesión dirigida de hipnosis, donde abandonamos nuestros cuerpos para transportarnos a los de otros, dejándonos llevar por las palabras mágicas del guía, esto es, del escritor. La literatura a la par que la hipnosis como distanciamiento de las anodinas o estresantes vidas de los lectores con sus problemas particulares, como acción que permite al cerebro coger aire para poder volver y resolver de la mejor manera posible esos mismos problemas, pero también como inmenso recreo al que cuesta poner el punto y final, donde se trabaja y se descansa a la par, en justo equilibrio con uno mismo. 

Por otro lado, Azpeitia gestiona de una forma muy brillante todo lo relativo a las incógnitas y el desmascaramiento de los personajes y sus auténticas intenciones. Un elemento propio de toda novela negra que se precie: la inmersión en lugares hostiles donde un protagonista ajeno debe hacer frente a personajes que no son lo que dicen ser. A todo esto, deberíamos añadirle la sensación constante que experimenta la protagonista de sentirse vigilada. Y aquí, Azpeitia juega con nosotros a piedad. Nos da a entender que ese narrador en segunda persona que describe todos y cada uno de los movimientos y sensaciones de Beatriz es quien la persigue, físicamente hablando, para luego espetarnos que nos equivocamos, que debemos rectificar, tachar la nota del post-it mental que hemos escrito hace veinte minutos y que tantos quebraderos de cabeza nos daba. Y eso nos devuelve de nuevo a la angustia y a la pregunta de quién narra y cómo sabe todo lo que hace nuestro frágil personaje. Esta será una pregunta que no debemos obviar. Al menos es lo que más me ponía los pelos de punta: quién narra. Pues bien, deciros que solo lo sabréis una vez concluyáis la obra. No es el primer escritor en jugar con esto tampoco, pero no será el último. Una experiencia similar es la que se tiene al leer La espada de los cincuenta años de Mark Z. Danielewski, que ya alabé aquí hace unos años por su fructífera experimentación. En este cuento largo -por llamar al libro de alguna forma- el problema devenía en que no había un narrador incógnito, sino cinco y que mientras contaban una particular historia de terror sobre la venganza se lanzaban pullas los unos a los otros, inflamando más y más el ambiente con cada palabra hasta que este se sentía poderosamente cargado y opaco. 

Los personajes no son lo que dicen ser, pero Beatriz tampoco es una criatura honesta, o no pretende serlo dentro del relato. Es una huérfana, hija de una actriz famosa asesinada ("cosida a puñaladas") hace mucho tiempo y de padre "presumidamente" desconocido. La falta de amor que ha tenido en su infancia se materializa a lo largo de la novela en una fuerte atracción por la autodestrucción. Posee un instinto completamente masoquista, tanto en el sexo como en la vida. Busca ser humillada y pisoteada, o, por el contrario, humillar y pisotear a los demás. Es una adicta a la sangre y al dolor y a las pastillas que ella misma (se) receta y sin las cuales sufre poderosamente: diazepam, artane, clonazepam, ... Busca relaciones peligrosas y degradantes: Von Hagen, Villalta o el mismísimo Alesandro Stefanini (recluido en el sanatorio por haber puesto fin a la vida de su mujer y sus hijos y olvidar el acto). Al mismo tiempo que sucede todo esto, trata de aparentar ser una persona normal, mantener el tipo y cuidar de otros, como cuando sale y se emborracha con la enfermera Frederike o trabaja en las sesiones de hipnosis junto a Von Hagen para tratar de encontrar la cura de los brotes de agresividad de Stefanini. 

Hay momentos también en los que Hipnos no parece una novela negra. El autor coquetea con el romance soñado de los manicomios al más puro estilo F. S. Fitzgerald en Suave es la noche. Es imposible para un lector avezado no recordar mientras lee sus páginas la tóxica y descompensada historia de Dick y Nicole mientras Beatriz flirtea con Von Hagen en las partes II y III de la obra. Estando en mitad de la obra, Azpeitia casi nos saca de esa tensión constante y si no fuera por aislados incidentes (alguno presentado como prolepsis o flash forward), sería difícil imaginar cómo va a acabar la historia. En Hipnos pervive toda una tradición de novelas sobre manicomios y recrea ciertos tópicos (los locos cuerdos, los médicos locos, el aislamiento forzoso del protagonista, las torturas injustificables, etc.), pero la forma de hacerlo es lo que la hace una buena novela. Como tópico general, podríamos usar ese que aquí en la Esquina nos gusta tanto y que a falta de un nombre técnico llamamos "de mal a peor", en el sentido de que el ambiente se nubla poco a poco, sobre todo pasada la primera mitad del texto, y el patetismo (pathos) se engrandece a medida que vamos llegando a un final bastante satisfactorio.

Hay en Hipnos varios momentos de posible inflexión descartados que me recordaron a las novelas de Adolfo Bioy Casares que he leído, especialmente a Dormir al sol que se ambienta también en estos espacios y que aborda también temas de experimentos asombrosos. El más importante se produce cuando Von Hagen desvela los motivos y creencias por los que somete a sus pacientes (y especialmente a Stefanini) a una cada vez más cruel sesión de hipnosis. Pudiendo explicarlo yo, prefiero que hable el personaje. Escuchemos: 

"—Primero reconstruimos el futuro. Luego intentamos que el paciente pase a asimilarlo como algo perteneciente a su pasado, que su inconsciente se convenza de que ya ha ocurrido, sin traumas, para que deje de dirigirse hacia él;  para que deje de buscarlo. El futuro, visto así, es un motor imparable: debe suceder. Y sin embargo existe la posibilidad de moverlo, de trasladarlo al pasado, de incluirlo tanto en el consciente como en el inconsciente de los pacientes. Si un hombre sabe que ya ha realizado ciertas cosas, dejará de procurarlas, las despreciará como se desprecian los logros y los fracasos una vez cometidos. Es un efectivo juego de ficción que emerge a la realidad, una añagaza que evita el destino."


Este giro es una puerta neofantástica que se abre, a la que nos asomamos y por la que casi cruzamos en unos momentos en los que la naturaleza final de la novela no está definida y en la cual los elementos propios de la novela negra todavía no han empapado el texto. Desgraciadamente, esta vía se trabaja escasamente en la obra y la obsesión de Von Hagen solo se muestra como pretexto para garantizar el posterior fin del personaje y su transición al papel antagónico que debería corresponderle como individuo de mayor poder dentro de su clínica. 

No quisiera postergarme mucho más. La novela es demasiado breve como para eso. En definitiva, una buena obra que engancha y que posibilita una lectura en varios niveles. Entretenida y bien construida. Otra cosa: ¿alguien sabe si la adaptación fílmica que hicieron en 2004 es igual de recomendable? En Filmaffinity le otorgan una nota bastante mediocre, lo cual no indica nada a fin de cuentas. La única reseña que merece la pena de entre las pocas que he podido encontrar sobre la obra es la de Raúl Cazorla en Radiaciones, donde vinculan el desarrollo de la trama y su protagonista con la tragedia grecolatina clásica por el fuerte componente del destino en la misma. 

Y ya saben, cuídense, coman con moderación, lean mucho y namasté.




viernes, 12 de abril de 2019

La ciudad feliz, de Elvira Navarro



"La ciudad feliz" es una novela. Una novela con la que Elvira Navarro ganó el Premio Jaén de Novela en 2009. Bueno, no soy del todo honesto. La verdad es que "La ciudad feliz" NO es una novela o, a mí por lo menos, me parecería poco sólido llamar a "La ciudad feliz" novela, a pesar de que ganase el prestigioso Premio Jaén de NOVELA y os voy a explicar por qué. 

Una novela suele tener una trama ficcional con diferentes escenarios donde los personajes van interactuando y evolucionando de alguna forma a lo largo de la misma, diferenciándose del relato en el espacio, el tiempo y la profundidad psicológica, sociológica, filosófica o política destinada por el escritor o escritora para expresar diferentes ideas que se concatenan las unas a las otras. Podemos entender la novela como sombrero maravilloso y hablar de que todo en ella puede valer. Hay escritores y teóricos que se decantan por definiciones más versátiles y plurales del término novela y que encuentran obras a emplear como ejemplo de respaldo. Sin embargo, la libertad a la hora de usar etiquetas genera un problema de dispersión: el del "todo vale". ¿Cualquier obra ficcional sin unas reglas fijas y con una determinada extensión no confundible con la aproximada del relato debe ser sí o sí una novela, independientemente de lo cuente, independientemente de su estructura, de sus formas, modelos y tratamiento de personajes? Yo soy de los que piensa que no, o que, al menos, no debería. Pero con esto no quiero decir que "La ciudad feliz" sea una mala obra o que no mereciera el prestigioso premio porque a mí no me salga -ni me pueda salir- de las narices llamarla novela. "La ciudad feliz" es una obra de una calidad altísima, detrás de la cual nos resulta imposible obviar el duro trabajo de Elvira Navarro. Pero atendiendo a lo dicho anteriormente, una novela como tal no es. 

Esto se debe a que la autora divide la acción en dos partes donde toma a dos amigos como narradores, aunque la distancia entre ambos se sienta enorme, sobre todo tras la lectura de "La orilla", la segunda mitad. Y eso es porque Navarro nos engaña como lectores en el buen sentido de la palabra, pues la amistad entre estos dos personajes centrales es completamente indiferente de cara a lo que nos va a contar. Lo cual no deja de ser una propuesta muy inteligente y de la que más de algún escritor podría tomar notas.

Como digo, los narradores de "La ciudad feliz" son dos:

  • Por un lado, tenemos a Chi-Huei, un niño que ha emigrado a España con su familia para que su padre pueda escapar de la ley hacerse rico con el típico restaurante tradicional asiático-occidental capitalizado en la idea de lo que al resto del mundo fuera de China piensa que es China. Allí venden, o tratan de vender, ese arroz tres delicias que tanto nos gusta. La familia de Chi-Huei viaja al otro lado del mundo presa del European Dream y allí se choca con la cruda realidad del engaño y de la estafa, pues quien les ha cedido el local, prometiéndolo completamente equipado, en realidad solo le ha faltado llevarse el cobre de las tuberías. Esto obliga a la familia inmigrante a establecer un duro régimen de trabajo, sacrificio y ahorro. Y a intercalar el arroz tres delicias con pollos asados en un local con una decoración que impide identificar de cualquier forma la naturaleza del establecimiento. 
  • Por otro lado, tenemos a Sara. Es una chica española de la edad de Chi-Huei y que un día tiene un encontronazo con un vagabundo, lo que la llevará a cambiar sus ideas sobre el mundo que la rodea. He de decir que esta historia me recordó mucho, al principio, a un relato de Samanta Schweblin archiconosidísimo al ser uno de los mejores de su producción. Me refiero a "Un hombre sin suerte", con el que la argentina ganó el Juan Rulfo, y que pueden encontrar en "Siete casas vacías". Los que leyeron dicho relato se pueden hacer una idea de por donde irá la trama de Sara y su complicada y desaprobada relación con el "indigente", que como luego se dirá no es tan indigente, aunque eso ya no viene al caso.


Como digo, la historia de ambos se construye de manera independiente, a pesar de los evidentes hilos comunes que se puedan trazar entre las narraciones. Sin embargo, la extensión de cada historia es insuficiente como para llamarlas novelas. Por ello, el término que preferiría usar aquí es el de "relatos comunicados" porque si bien cada uno aporta información sobre el otro (en "Historia del restaurante chino Ciudad Feliz" se presenta quien es Sara y en "La orilla" se descubre la causa de su extraño comportamiento de cara a Chi-Huei y el resto de sus amigos); los textos se pueden leer de manera independiente. Y sí, el lector al hacerlo puede perder información poco relevante o incluso (y esto es una genialidad por parte de Elvira Navarro) interpretar de forma completamente diferente los detalles de la relación -por otro lado secundaria- entre Sara y Chi-Huei, protagonistas de sus respectivas historias. 

Aunque si decidimos hablar de la temática recurrente, ambas historias tienen muchos puntos en común. Esto no me garantiza tampoco el poder considerar a "La ciudad feliz" novela, porque no es infrecuente ver libros de relatos con temáticas comunes y conexiones entre sí. Un buen ejemplo de ello es "Anuncio una casa donde ya no quiero vivir" de Bohumil Hrabal. Compartir temática, además de personajes, es una buena forma de comunicar relatos y de desarrollar una suerte de progresión. Consigue que el lector no se confunda creyendo que está ante narraciones completamente ajenas, como si de otro libro se tratase. Todo conforma un mismo universo. Es un buen mecanismo que da unidad a un libro de la naturaleza que sea y que ayuda a que las ideas del autor o autora lleguen mejor a donde pretendan. 

Para empezar, el primer punto en común, en lo referente a la temática, de ambos relatos es que las historias están contadas por dos narradores en el inicio de la pubertad. Por lo tanto, como imaginaréis, el descubrimiento sexual no va a ser ignorado por la autora. Chi-Huei desea constantemente jugar con Sara y Julia a la botella y acaba sintiéndose atraído por Sara. Comienza de esta forma a apreciar el valor de la intimidad, pues no es lo mismo cuando juega todo el grupo que cuando juegan ellos tres. Por otro lado, el hecho de que Chi-Huei viese en algún momento de su infancia a Sara sin la parte inferior de su bikini y se lo señalase con inocencia y burla, despierta el primer deseo erótico de la chica, que no se siente atraído por Chi-Huei, no, sino por la situación de sentirse en su desnudez interesada por un hombre que le agrada. De la misma forma, la relación entre Sara y el "vagabundo" tiene cierta carga de curiosidad sexual por parte de la chica, aunque esta no lo concrete explícitamente como tal. También por el vagabundo, que lo primero que hace cuando dialogan es preguntarle su edad y decepcionarse al haber creído que la chica era mayor. En ambos casos, Navarro nos deja en claro lo doloroso y confuso de estos primeros intereses sexuales que (casi) siempre caen en saco roto. 

También está el tema del racismo y de la complejidad cada vez más absurda de (in)comprender la globalización en la que vivimos. El sinsentido triste de la familia china regentando una suerte de mezcla de cafetería/restaurante chino/asador de pollos siniestro porque un ladino de la otra parte del mundo la ha estafado y como hace Navarro que Chi-Huei afronte todo eso me recordó muchísimo a Orestes y sus parientes en la novela de Juan Pablo Villalobos "Si viviéramos en un lugar normal". Los chinos son tratados con desprecio silente en el barrio y los vecinos solo acuden por los regalos y porque, casi literalmente, se matan a trabajar y están abiertos a cualquier hora. Los chicos del colegio se burlan de Chi-Huei constantemente y persiguen con lupa, tanto ellos como sus padres, los errores del pobre chaval.

El racismo, la xenofobia y el odio al diferente es en líneas generales -y más en estos relatos- marca de una latente aporofobia. Esto nos lo dejan claro los padres de Sara al hablar con ese retintín de la amiga judía y el amigo chino de su hijita, con los cuales van a identificar un grado de proximidad no demasiado alejado del que atribuirán luego a la figura influyente del "vagabundo". 

Finalmente, está el tema de la lucha por el futuro y de la atracción de la muerte (representado el primero principalmente en "Historia del restaurante chino Ciudad Feliz" y el segundo en "La orilla"). Además, atendiendo a los acontecimientos de "La orilla" podríamos hablar de una más que interesante reformulación de los conceptos nietzscheanos de Eros y Thanatos. Pero vayamos por partes, como diría Jack el Destripador. Con "Historia del restaurante chino Ciudad Feliz", Elvira Navarro nos trata de comunicar lo dura y complicada que es la vida y cuánta competitividad hay en ella. Solo aquellos con una mentalidad confuciana basada en la lucha para ganar más y más sobrevive y puede aspirar a tener algún tipo de futuro, o, en su defecto, dejarle algo a sus hijos, haciendo que la estirpe prospere. Y quien no se amolde a este sistema es un completo paria, lo cual es representado varias páginas más tarde en la figura del "vagabundo" de "La orilla". El "vagabundo" es un personaje que renuncia a su futuro y a esta ética confuciana (desprecia tanto a su familia como a sí mismo) en un impulso de muerte que lo conduce a una situación de fragilidad y locura durante la cual tiene un miedo inmenso y un hambre voraz. 

Misma hambre con la que he devorado este libro que hoy os recomiendo encarecidísimamente. Podéis encontrar otras reseñas en La medicina de Tongoy (donde, por cierto, la obra no puede salir peor parada) y La tormenta en un vaso.

Eso es todo por hoy. Coman moderación, lean mucho y namasté. 

PD. 1. Casi se me olvidaba comentarlo, así que voy a tratar de ser breve para no alargar mucho más la reseña. El título de la obra, así como el del restaurante, es obviamente irónico. Aquí la alegría dura poco y eso trasciende a lo largo de ambos relatos en el tratamiento del espacio urbano. Os dejo con una descripción que aparece en el segundo de los relatos y, ahora, sí que sí, me despido:

"El barrio viejo comienza justo a partir de las escaleras de la iglesia, y lo conforman más de un centenar de calles estrechas, de trazado sinuoso, y con edificios que no suelen tener más de cinco pisos de altura. Muchas fachadas comienzan a inclinarse; algunas están sujetas por enormes vigas de hierro que impiden su derrumbe, aunque la mayoría parecen abandonadas, como si a nadie, ni siquiera a los habitantes del edificio, les importara la suerte que pueden correr sus paredes. Todas lucen un color gris manchado, los mismos balcones minúsculos, con persianas echadas por encima de las barandas para disimular los trastos amontonados, algunos tapados con plásticos, a salvo de las lluvias torrenciales, y otros al aire, llenos de mugre. La exuberancia de chatarrería de los balcones contrasta con la austeridad de los portales, en su mayoría abiertos, en los que no hay nada, ni siquiera buzones, y también con las calles vacías y desoladas; algunas tan estrechas que solo durante el mediodía les alcanzan los rayos del sol. A veces queda un resto de fachada, y es fácil adivinar cuáles de las losetas han sido parte de una cocina, y cuáles del baño. En una de estas ruinas hay un váter blanco y reluciente, con su cisterna todavía en pie sobre un minúsculo trozo de piso." 


PD.2. Esta reseña ha sido un poco más extensa y académica que las habituales. Llevo mucho tiempo sin subir contenido regularmente a la Esquina y me gustaría saber vuestra opinión. ¿Preferís reseñas como estas (más sesudas y extensas, aunque por otro lado quizás más aburridas) o preferís que me limite a dar mi opinión y a seguir dando cuatro detalles por encima (lo que conlleva también menos trabajo y se puede traducir en un mayor número de reseñas)? También os recuerdo que este es mi hobby y que redacto aquí por amor al arte. Por otro lado, ¿habéis leído "La trabajadora", la otra 'novela' de Elvira Navarro? Si es así, qué os parece.