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lunes, 15 de diciembre de 2014

La voluntad de ser feliz y otros relatos, de Thomas Mann

¡Casi que Mann vuelve a casa por Navidad!...


¡Ya tocaba, ya! Muchas semanas llevaba anunciada la reseña; algún día tendría que caer. Pues, bueno. ¡El día ha llegado! Aquí está una reseña/análisis de cada uno de los cuentos que la editorial Alba publicó en su día y que, según cuentan, escribió el Premio Nobel Thomas Mann. Todas las historias guardan algo en común: protagonistas que quieren ser felices y que por algún motivo u otro no pueden serlo. Algunos lo consiguen, otros no, otros ni siquiera lo intentan. Es la felicidad el tema central de la mayor parte de los relatos, como siempre, de gran calidad y especial interés.

La caída (1894)


El primero de los relatos constituye una historia inmersa dentro de un marco narrativo. Se intercalan, pues, dos planos de narración. El marco es el siguiente: cuatro amigos: el narrador, el abogado Laube, el doctor Selten y un cuarto se reúnen en casa de este último todas las tardes para conversar de los temas más diversos y, en definitiva, echar el rato. Un buen día el tema del diálogo son las mujeres y el amor. Se mantiene la opinión de que las mujeres se enamoran con mucha más pasión que los hombres. El doctor Selten se dispone a desmentir esto contando a sus amigos una historia, un cuento sobre un joven estudiante de Medicina que acude a la gran ciudad para asistir a las clases y, yendo una vez al teatro, se enamora perdidamente de una actriz mayor que él. Un vendaval de pasiones mueve a los personajes. Mientras que el estudiante cree ingenuamente en el amor, la actriz se mueve por intereses propios como el dinero y su carrera y, aunque comenzará a amarle, este sentimiento nunca será del todo sincero. En el relato se aprecia la herencia de Dostoievski claramente, sobre todo en la descripción psicológica de los personajes, así como de los escritores románticos.

La voluntad de ser feliz (1896)


El segundo de los relatos de esta antología trata sobre Paolo, hijo del señor Hofmann y de una mujer sudamericana. Paolo es un chico enfermizo, delicado del corazón. Su afición es desde pequeño la pintura. O eso nos cuenta el narrador, un amigo suyo. Un buen día Paolo se muda a la gran ciudad y deja el pueblo en el que hasta entonces había estado viviendo, perdiendo poco a poco el contacto con el narrador. Luego se encuentran en Múnich, donde la carrera de Paolo como pintor está en unos inicios un tanto humildes, pero positivos en cualquier caso. Paolo le debe parte de su incipiente fama a la familia Von Stein. Paolo ama a la hija del barón Von Stein, pero éste no le concede la mano cuando le pide el permiso. El protagonista, queriendo olvidar que nunca podrá alcanzar a la chica que le haría el hombre más feliz del mundo, huye de Alemania sin decirle a nadie su paradero. Especialmente destacable es el final, que deja un muy buen sabor de boca.

La muerte (1897)


Es el relato más breve de la antología y está escrito en forma de diario. También cuenta con un estilo más directo que los anteriores. Narra la historia en primera persona de un hombre que quiere morir en un determinado día por una razón concreta que no se clarifica.

El pequeño señor Friedeman (1897)


Narra la historia de un deforme despreciado por el mundo e incapacitado para muchos aspectos de la vida, como pueden ser el deporte o el amor, que se cultiva intelectualmente para ignorar sus deficiencias y ser feliz. Sin embargo, un día conocerá a una dama, la mujer del teniente coronel Von Rimlingen, de la que caerá terriblemente enamorado. La imposibilidad de tenerla le llevará a la infelicidad y desembocará en  un final en el que se percibe mucho la influencia romántica de este primer Mann.

El payaso (1897)


Cuenta la historia de un artista cuyo padre le obliga a convertirse en comerciante. Sólo cuando éste muere, y gracias a la herencia que deja, puede nuestro protagonista dedicarse por completo a lo que le gusta. Pero, ¿esto le da la felicidad? Por vivir como quiere, lleno de cultura, se aísla socialmente y comienza a sentir envidia por los demás. Resulta muy interesante la contraposición que hace aquí Mann entre los ricos y los pobres. Es otro relato más en el que apreciamos su profunda influencia romántica en la elección y el desarrollo de los temas.

Tobías Mindernickel (1898)


Tobías es un infeliz del cual todos se burlan. Un día compra un perro y lo llama Esaú, que en hebreo significa peludo, con el que pretende compartir su sufrimiento. Es, sin duda, uno de los relatos más brutales. Las imágenes que proyectan aquí las palabras de Mann se quedan grabadas en la memoria con tinta indeleble.

El armario (1899)


Albrecht van der Qualen es un viajero solitario que acaba de arribar en la estación de tren de una ciudad desconocida en algún punto del trayecto ferroviario Berlín-Roma. Es un hombre al que le agrada vivir la aventura. Le alegra no saber dónde está, en qué día vive o qué hora es; vaga sin objetivos de aquí para allá. Al bajar de la estación busca un alojamiento barato. Obtiene una pequeña habitación con un armario muy particular. De nuevo vemos en el cuento la influencia de escritores como Poe o Gogol. El cuento constituye un anticipo de surrealismo que recuerda un poco también a las Mil y una noches, con un magnífico final.

Luisita (1900)


Este es el relato más potente. Lleno de una ironía trágica, Mann nos cuenta la historia de Amra y Jacoby, un matrimonio imposible. Ella es demasiado joven y bella para él, que es obeso, dócil e inseguro, y por eso le engaña con un tal Alfred Läutner, compositor muy popular, a pesar de tener tan sólo 27 años. Toda la ciudad sabe de la infidelidad menos el abogado, que hace todo lo que le exige su mujer para complacerla. Jacoby se siente como un monstruo desgraciado, ¡eso sin saber de los cuernos! Sus proporciones elefantiásicas son consideradas algo más grave que un pecado por él mismo. Es el relato en el que más se aprecia la influencia de Dostoievski. La psicología de los personajes nos lleva a escenas brutales. Vemos también un arquetipo de mujer fatal que recuerda mucho a la Alexandra Alexandrovna de El Jugador

El camino al cementerio (1900)


Lobgott Piepsam, un hombre que lo ha perdido todo y se ha dado a la bebida, visita el cementerio, el lugar donde descansan todos sus seres queridos. De pronto aparece la vida en bicicleta y adelanta al bebedor, que dice que va a denunciarla. En comparación con el resto de relatos deja mucho que desear en su resolución.

Gladius Dei (1902)


En un Múnich rebosante de cultura, un joven profundamente creyente en la palabra de los Evangelios camina por la calle y se topa con que una tienda de cuadros expone en sus escaparates una fotografía de una atractiva mujer desnuda de ojos negros que representa a la Virgen. A pesar de que intenta ignorar este hecho, el hombre devoto se planta a los pocos días dentro de la misma tienda y habla con el artista, que es el mismo dueño del comercio, para retirar la obra del lugar en el que ahora mismo está exhibida. Hay varias reflexiones interesantes de Mann en el relato: ¿la belleza y la moral pueden ir de la mano? ¿Es la adquisición de conocimiento una tortura o un placer?

Los hambrientos: un estudio


En una ópera Detlef sufre al ver a la chica que ama secretamente coqueteando con un joven pintor de ojos azules. Considerándose a sí mismo artista, se debaten las limitaciones de los de su ralea, la de los hambrientos de amor y vida que sólo pueden contemplarla sin acceder a ella. Es un texto interesante, que guarda mucha relación con el que sigue en la antología, donde Mann mezcla el narrador omnisciente en tercera persona con otro en primera que refleja los pensamientos de Detlef. Es un cuento muy chejoviano, que empieza en la mitad de la narración.

Un instante de felicidad (1904)


La orquesta femenina de Las Golondrinas va a Hohendamm, donde un regimiento de húsares las espera impacientes para celebrar una fiesta a la que asistirán también las esposas de todos los capitanes y suboficiales casados. De nuevo se comienza el texto sin planteamiento; éste ha de venir después. Es el primer relato en el que apreciamos que Mann da una importancia mayor a sus personajes femeninos, en el sentido de que, por primera vez, casi son ellas las protagonistas. Es un relato en el que se retrata la paradoja de que nadie quiere estar donde está, pero aún así no hace ningún esfuerzo por moverse.

En casa del profeta (1904)


Una noche de Viernes Santo, Daniel invita a un grupo de artistas amigos para los que leerá las proclamaciones del profeta que lleva su nombre. Así pues, en la casa de este tal Daniel, que parece, por su decoración, una capilla barroca, el personaje, de entre todos los asistentes, que destaca Mann y que, como él, es novelista, se pregunta si aún mantiene su persona relación con la vida. ¿La extravagante velada a la que asistirá lo sacará de dudas? Esa es la pregunta. Yo sólo os dejo como advertencia que este relato contiene reflexiones sobre la genialidad, en el sentido kantiano, y sobre la espiritualidad, en un ámbito más general.

Hora difícil (1905)


Narra la historia de un intelectual (las notas de mi edición quieren  que este personaje sea Schiller) que, a pesar de haber trabajado mucho y de convertirse en un gran sabio, siente que no es todo lo genial que puede llegar a ser, que no es tan importante para la historia del saber como lo será su rival, Goethe. Todo su esfuerzo ha ido dedicado a obtener el reconocimiento de sus semejantes. Ahora, en esta hora difícil, una enfermedad corroe sus huesos y no le permite continuar con sus estudios y con su obra, lo único que puede hacerle feliz algún día. El relato mantiene el estilo de un extenso monólogo interior de Schiller que intercala la primera y la tercera persona. Es este monólogo el que le incita a seguir luchando y a terminar su mayor obra.

Sangre de Welsungos (1906)


Narra la historia de dos hermanos gemelos (Siegmund y Sieglinde) de una familia aristocrática muy poderosa de Alemania, los Aarenhold, que se aman locamente, pero que están a punto de separarse debido al compromiso de matrimonio que ha contraído Sieglinde con Von Beckerath, un funcionario que ha nadie caería en gracia si no fuera por su buena posición social y por su dinero. Es el relato de mayor extensión de la recopilación y contiene referencias claras a la mitología nórdica, de la que me declaro un gran desconocedor. También se hace referencia a la mitológica ópera de Wagner La Valquiria, que ambos protagonistas van a ver la noche antes de despedirse.

Anécdota (1908)


Anécdota es un cuento breve, fácil de olvidar, en el que se nos narra la historia del matrimonio aparentemente feliz de los Becker y de cómo una noche dejó de serlo. No hay mucho más que decir.

El accidente ferroviario (1909)


Cuento que consiste en la simple narración de un accidente de tren desde el punto de vista de un pasajero. Nada que destacar a parte del cambio de narrador con relación a sus cuentos anteriores, que emplea otro tipo de registro más propio de escritores del siglo XX.


Y con esto ya hemos hecho un repaso a todos los cuentos. En general no gozan de la calidad de las novelas suyas que he tenido ocasión de leer, pero están bastante bien. Más recomendables.


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Barba azul, de Max Frisch

Confesiones del estafador Félix Krull, de Thomas Mann

Las ciudades invisibles, de Italo Calvino


sábado, 11 de octubre de 2014

Confesiones del estafador Félix Krull, de Thomas Mann

Una novela con la que todo escritor querría acabar su carrera...


Un poco tarde llega esta reseña de un hombre que ha sido el gran sacrificado del verano: el maravilloso Thomas Mann. Este libro fue mi segunda opción al ver que, por extensión, valorando el tiempo del que dispongo últimamente, me era casi imposible leerme Los Buddenbrook, que el verano siguiente caerá sí o sí. Fue una recomendación de mi amigo Ale, al que le agradezco el descubrirme este genial libro. Las confesiones del estafador Félix Krull  es la última obra de Mann, la novela inacabada que casi todo gran autor deja y que mantiene la esencia de las grandes composiciones que les dieron fama. Es una obra que comenzó el alemán en su juventud, una obra a la que año tras año le añadía una que otra pincelada por aquí, una sombra por allá, algo de luz cenital que imprima realismo por este lado y una minuciosidad digna de admiración por el otro. Es una obra que comienza con el espíritu de la juventud en el reside el temprano Mann y es este espíritu, que no quiere abandonar en ningún momento, lo que le incita al escritor a lo largo de su vida a volver constantemente a escribir, a continuar la historia de Félix, el  estafador, con su particular versión de la vida, y a no dejar que termine nunca. Lo cierto es que acabé el libro -que no la historia, porque nunca llegamos a asistir al momento en el que Félix es encarcelado ni cuando vuelve a ver a su padrino Schimmelpreester por última vez-, o lo que pudo escribir Mann antes de morir, hace ya casi una semana -no he podido escribir en el blog, puesto que sigo sin internet de momento- y no tomé muchas notas mientras lo digería, así que me perdonarán si la reseña resulta, finalmente, un tanto escueta. 

Vamos a ello. ¿Quién es el tal Félix Krull y para qué y a a quién escribe sus confesiones? Él mismo admite que no es hombre lo suficientemente mayor como para dedicarse a la redacción de estos textos casi al comienzo de la novela, pero que sí ha vivido lo bastante como para que estas confesiones sean dignas de ser mecanografiadas y puedan, incluso, resultar interesante a posibles lectores. Él, por su parte, siente que así mismo se libera de una carga al escribir sus vivencias. Con un dominio de la palabra tanto oral como escrita a un nivel increíble para sus bajos estudios, pues Félix pronto se escaquea de clase fingiendo estar enfermo, el protagonista y narrador vivirá una serie de aventuras que conformarán sus opiniones sobre el mundo, su forma de pensar las cosas. Félix es un ladino sin remedio. Podríamos decir que su ingenio es un don y no nos equivocaríamos un ápice. Ya desde joven se nos antoja el Lazarillo de Tormes de finales del siglo XIX o un Tom Sawyer a la alemana. Cada forma de burlar un nuevo obstáculo con sus tretas nos hace preocuparnos por si lo cazan, nos vuelve cómplices de la jugarreta por un segundo y nos invita a la carcajada cuando todo sale bien. De hecho Las confesiones del estafador Félix Krull es un libro que invita casi siempre, cuando no reflexiona ese espíritu joven, a reírnos. La comicidad se respira en cada diálogo, en cada gesto del narrador, en su vocabulario que emplea muchas veces curiosas formas para referirse a las cosas más cotidianas, como pueden ser la escuela o los profesores. Esto no excluye, como ya hemos dicho, momentos de reflexión e instantes trágicos, como bien puede ser la quiebra de la empresa del padre que tan hondo cala en la familia Krull y que llevará al joven Félix, tras una serie de sucesos que ahí empiezan, a viajar a Frankfurt y, luego, a Paris, donde comenzará a trabajar como ascensorista o liftboy en un hotel bastante elegante. 

Resulta interesante también las semejanzas que se pueden establecer entre este personaje y el criminal y mentiroso por excelencia de la literatura de Patricia Hihgsmith; hablamos, por supuesto, de Tom Ripley. Félix no es un asesino como Ripley, pero por lo demás son muy parecidos. Ingeniosos, con cierta insinuación hacia la bisexualidad, pero sin caer en ella. Llega un punto de la novela en la que uno no puede ignorar este parecido y es cuando a Félix se le ofrece la posibilidad de convertirse por un período de tiempo en joven de la nobleza y recorrer todo el mundo con los gastos pagados. El señor de Venosta le cuenta lo mucho que quiere quedarse en Paris para disfrutar de la vida con su novia Zaza, la cual sus padres odian porque pertenece a la clase social más baja. Los señores de Venosta, que son de Luxemburgo y viven en un castillo le obligan a abandonar Paris y a viajar para olvidar a Zaza; es aquí donde entra en juego Félix, el estafador, que se haré pasar por él. Es el llamado tema del doble el que aquí explota Thomas Mann. Si nadie te conoce puedes fingir ser quien quieras ser. Esta es una de las partes más interesantes de la novela, que se ve truncada a medio camino por el corte que pone punto final a los manuscritos.

El lenguaje que emplea Félix es profundamente sarcástico y grandilocuente. No sabemos cómo es él realmente, debemos dejarnos guiar por su descripción de sí mismo como dios griego. Su habilidad de ladino para fingir ser mucho más culto de lo que verdaderamente es constituye otro de los puntos de su grandilocuencia. 

Y poco más puedo decir, sólo que es una gran novela, que merece la pena ser leída, a pesar de ese tajo en la mitad de la narración que deja muy mal sabor de boca.

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El rodaballo, de Günter Grass

La máscara de Ripley, de Patricia Higsmith