Hace unos meses Carmen Martín Gaite me sedujo con una colección de relatos prácticamente impecables. Ahora me tocaba probar con una novela suya y he escogido Entre visillos, por tratarse para muchos de la más canónica y representativa. Además, fue con esta obra con la que obtuvo el Premio Nadal, que fue fundamental para el desarrollo de la narrativa en la posguerra española y la dictadura franquista. En Entre visillos, el lector va a encontrar las historias cotidianas de un grupo de jóvenes en una pequeña capital de provincias que se sitúa entre Santander, San Sebastián y Madrid. Se trata de una novela perteneciente al realismo social de los años 50 y que pretende, por tanto, reflejar la sociedad del momento y a través de esto poner de manifiesto una serie de injusticias, aunque, como podemos esperar de la autora, no es un texto panfletario. Se trata, como muchas obras de su tiempo, de una narración coral, donde los protagonistas son muchos y todos tienen un espacio, por pequeño que sea, para desplegar su voz. Esto contribuye a la sensación de inmersión de la novela, pues el lector puede sentir que camina por las calles de la pequeña ciudad y que los pensamientos, los deseos, logrados o frustrados de sus habitantes, se filtran a través de sus muros. Por ello, es un gran acierto.
No obstante, la figura del narrador es bastante particular a lo largo de la obra, por lo que conviene analizarla. Al principio se presenta un narrador omnisciente que introduce a las protagonistas femeninas de la obra (Natalia y sus hermanas), pero en el capítulo dos el narrador pasa a primera persona. Ahora quien habla es Pablo Klein, que se podría considerar el protagonista principal de la obra por frecuencia de aparición, a pesar de no tener la fuerza de los personajes femeninos. La narración se va alternando entre este narrador omnisciente centrado en las lugareñas y sus entresijos y Pablo Klein, quien es extranjero e irrumpe en la ciudad por motivos de trabajo. Pablo Klein tiene distinción porque es esencialmente distinto. No participa de los juegos de marujas del lugar. Tiene su propia manera de dar clase, su propia mentalidad y su propia forma de relacionarse con los demás. Viene con unos comportamientos y unas actitudes que no son propias de la España de la época. Y esto es porque Pablo, aunque nacido en la ciudad, ha pasado su juventud en Alemania. Pablo no pertenece ya al sitio en el que está y, aunque el lector lo puede deducir por este detalle, el personaje no se dará cuenta hasta que no vaya avanzando la obra y descubra las iniquidades de quienes le rodean.
Junto a Pablo, hay otro personaje que también obtiene la distinción suficiente como para tener capítulos donde su voz se convierta en narradora de la acción. Me refiero, por supuesto a Natalia, la menor de las tres hermanas. Una chica de matrícula que sabe que su padre no va a permitirle abandonar la ciudad para ir a Madrid a estudiar Biología, a pesar de tener el deseo, la capacidad y las ganas necesarias. Y sabe que no se lo va a permitir porque es mujer. Natalia tampoco pertenece a la ciudad y su mundo de vigilar a los demás entre visillos. Natalia no quiere casarse. Natalia no quiere depender de un hombre. Natalia quiere ser libre como Pablo para ir a donde le plazca. Pero no puede porque su padre se lo prohíbe.
Este es un libro sobre mujeres frustradas e injustamente castigadas. Durante toda la novela, la mayor parte de los personajes encuentran aceptable que las mujeres se dobleguen a los deseos de los hombres. Elvira tiene que guardar el luto de su padre. Juana no puede ir a ver a su novio a Madrid porque su padre se lo prohíbe. Al mismo tiempo, su novio amenaza con dejarla si no obedece. Todo se vuelve obedecer. Perder la voluntad. El margen de libertad es pequeño y eso genera mucho sufrimiento. No miento si digo que en dos de cada tres capítulos hay una mujer llorando de impotencia.
Por poner un ejemplo, buena parte de la narración tiene como motor central la complicada relación entre Pablo y Elvira, la hija del fallecido director del colegio donde Pablo enseña alemán. Elvira es una artista y quiere desarrollar su arte, pero sabe que a Pablo no le importa nada de eso. Él no sabe si la quiere o no, y ella espera que sea él quien se lance porque culturalmente como mujer no puede hacerlo. Finalmente, toma una serie de decisiones que le llevan a sufrir, pero que vienen determinadas no solo por su personalidad y por las extrañas circunstancias en las que se conocen (un velatorio), sino por las convenciones sociales que como mujer no le permiten ir más allá sin que la tachen de ramera, lo cual en la época en la que estamos hablando podía suponer el repudio de toda su familia y amigos.
Mientras que las mujeres no tienen libertad para obrar en esta obra, los hombres pueden hacer y deshacer lo que les venga en gana y culpar a sus novias, a sus hermanas y a sus madres. De todo el abanico de personajes masculinos de la obra, son pocos los que acaban actuando con buenas intenciones. La mayoría solo buscan a las mujeres como objetos sexuales y quieren casarse con ellas para ahorrarse tener que pagarle a una criada. Muchos son borrachos y acosadores. Y esto se ve normal dentro de la sociedad en la que viven. Un hombre puede beber, una mujer no. Un hombre puede fumar, una mujer no. Un hombre puede estudiar, una mujer no. Y así una larga lista de comparativas que no puede más que sorprender al lector actual.
Algunos de estos problemas se han superado, pero no todos ni mucho menos en todas partes. Por lo que a pesar del innegable progreso hay que seguir apostando por la equidad entre hombres y mujeres. Por ello, considero que una lectura como Entre visillos es muy necesaria, incluso por encima de otros clásicos de la posguerra. Sé que el nuevo sistema de Selectividad en España ha recuperado a Carmen Martín Gaite con su novela El cuarto de atrás, lo que me parece un acierto por su parte. Será el próximo libro de la autora que lea.
Y eso es todo. Lean mucho, coman con moderación y namasté.
Reseñas de otras obras de Carmen Martín Gaite en esta esquina: Cuentos completos,