miércoles, 25 de noviembre de 2020

David Copperfield, de Charles Dickens

 


Antes de empezar la reseña, os anticipo que esta ha sido mi mejor lectura del año. Y, sin temor a equivocarme, una de las novelas mejor escritas que he leído en mi vida. No es para menos; de las muchas obras que escribió Charles Dickens, David Copperfield fue siempre su favorita. Como indica en el prólogo a esta maravillosa edición ilustrada de Alba, todo padre tiene, aunque no lo quiera, sus hijos predilectos. El de Dickens se apellidaba Copperfield.

Como su propio nombre indica, esta novela trata de un hombre llamado David Copperfield. Es la primera del autor narrada en primera persona desde el punto de vista del protagonista, un hombre de edad avanzada que trata de dar cuenta de todos los sucesos relevantes de su vida, empezando por su nacimiento. David es un chico que experimenta todo lo experimentable en la Inglaterra victoriana. Nace huérfano, como otros tantos personajes de Dickens, y debe sufrir desde pequeño el desprecio y el maltrato de su padrastro y la malvada hermana de este. Ante la rebeldía natural de un corazón que no acepta la injusticia y que ve mermado el cariñoso porte de su madre, los Murdstone, padrastro y tía postiza, acaban por encerrarlo en un internado con el fin de deshacerse de él. A partir de aquí, se sucederá una penuria tras otra, hasta que la intervención de una remota familiar cambie la suerte del muchacho. Con el rescate de Copperfield comienza una historia de vaivenes. En algunos puntos todo será grato para el protagonista y sus amigos más cercanos, mientras que en otros se las verá en más de un apuro, principalmente económico.

Mientras toda una trama de más de mil páginas se va desarrollando, Dickens nos dibuja escenarios de todo tipo y sitúa en ellos a toda clase de personajes, valiéndose siempre de su particular humor, que sigue muy vivo a pesar del paso de tantos años. Los personajes dickensianos de esta novela pueden dividirse en tres tipos: los que encarnan las buenas actitudes (justicia, lealtad, ternura, amor), los que encarnan las malas (avaricia, ambición de poder, lujuria, envidia) y los que transitan de las malas a las buenas. Podría considerarse un cuarto grupo, integrado únicamente por el joven Steerforth. Sin embargo, cabe mencionar que su naturaleza como posterior villano ya viene insinuada cuando David lo conoce en el internado. Y esto es a pesar de la gran amistad que en un primer momento les une, pues, aunque Steerforth será el protector del señorito David durante su primera etapa de aprendizaje, no tiene a mal ejercer el poder que posee para destituir a un noble profesor por pura diversión. También se podría valorar la introducción de la señorita Bentsey en este grupo, puesto que en el primer capítulo todo parece indicar que va a constituir un papel como villana principal en la obra al abandonar a su suerte a la viuda de su hermano y a su sobrino recién nacido, solo porque el bebé no es mujer. No obstante, no vuelve a aparecer hasta que, finalmente, un David ya en la pubertad acude a ella. En ese momento, Bentsey Trotwood será una aliada incondicional del protagonista, costeándole, incluso, una educación esmerada.

Dentro del primer grupo de personajes (los que siempre han sido "los buenos") está, cómo no, nuestro protagonista. La idea de un antihéroe en la narrativa de Dickens y en la narrativa en general de mediados del siglo XIX es todavía remota. Por ello, David Copperfield es un hombre que si presenta algún pecado a lo largo de las mil páginas de la obra es solamente su ingenuidad. De ella se aprovechan los extraños, pero también sus supuestos amigos, como es el caso de Steerforth, quien acaba por ponerle hasta el mote de Daisy, debido, precisamente a esta particularidad del personaje. Steerforth, no solo acabará por traicionar la confianza depositada por David en él, sino también la de los amigos del propio David, llevándole a una situación verdaderamente problemática. De la misma forma, David se ve envuelto en un sinfín de situaciones ante las que su cortesía y sus buenos modales les impiden escapar. Es humillado en varias ocasiones y tiene que soportar como maltratan a varios de sus amigos. La mesura de Copperfield, que explota en momentos muy puntuales, con unos diálogos de una maestría apabullante, va de la mano con una concepción muy sólida de la justicia, del honor y de la lealtad.

En David Copperfield, como en la vida misma, lo justo, lo legalmente justo y lo socialmente justo entran en conflicto. David representa un ideal de justicia pura, donde habla de la bondad que merecen los nobles de espíritu. Se opone, por contra, a lo socialmente justo, que es lo que impide su amor con Dora, echar a Murdstone de su casa natal y desbancar a Heep de su puesto jurídico. Y, cuando puede, con la ayuda de su fiel amigo Traddles, también se opone a lo legalmente justo, siempre que él entienda que atenta contra cualquiera de las otras dos justicia, la pura y la social.

Más allá de David, el grupo de los personajes "buenos" está integrado por los Pegotti y los Wickfield.

 Los primeros representan la bondad de las clases menos pudientes y, a mi juicio, son los que más chicha dan en toda la obra, además de ser los más memorables de la misma. Es una Pegotti, la pequeña y dulce Emily, el primer amor de David, siendo este un amor puro entre niños, un amor que no tiene conciencia del mismo y que se guarda como un feliz recuerdo dentro de una infancia totalmente dolorosa, quien arrastra buena parte de la narración.

Por otro lado, están los Wickfield, conformado por solo dos miembros: el señor Wickfield y su hija, huérfana de madre, la señorita Agnes. Se trata de una clase media acomodada que, a lo largo de la obra, irá yendo a menos paulatinamente, ante la locura del primero y el poder de un nuevo y peligroso socio: el despreciable Heep. Si Emily es el primer amor de Copperfield, Agnes es el segundo, en una relación más de amistad que de amor. Agnes se constituye como confidente de las penurias amorosas de un David adolescente y lo mira en el sueño de ser ella la deseada, mientras su amado la observa con los ojos del hermano que ninguno de los dos tiene.

A estos personajes tan anclados en lo que Dickens considera lo bueno, y que suele aceptarse éticamente como correcto, se oponen los antagonistas de David Copperfield, sujetos cargados de egoísmo. La avaricia, la envidia y el ansia de dejar en claro quien manda serán los motores que promuevan todo tipo de abusos por parte de estos personajes, trayendo la desdicha tanto a David como a sus amigos: los Peggotti y los Wickfield. Si bien en las primeras páginas, el antagonista central será el señor Murdstone, que, como ya he comentado, ejercerá mil y un maltratos sobre David y su madre, en las siguientes, la división de las tramas de la novela nos traerá otros dos villanos: el despreciable Heep y el traicionero Steerforth.

El primero es un hombre que pecará durante toda la obra de una falsa humildad con el objetivo de conseguir sus ambiciones. Dickens ya lo describe desde un primer momento como un joven de fisionomía raquítica y andares exagerados, con una particular tendencia a retorcerse en los momentos previos a una respuesta cargada de hipocresía. Aprovechando la locura del señor Wickfield, poco a poco se irá haciendo con el control tanto de la vida de este como de la de su hija Agnes. Todo lo que encierra a estos personajes constituirá una de las tramas centrales de la novela avanzadas las trescientas páginas.

Por su parte, ya he hablado lo suficiente de Steerforth y no deseo pecar de dar demasiada información. Sus acciones desencadenarán la que para mí es la trama de mayor interés de toda la obra y que servirá para el cambio vital del protagonista, al comprender que no puede fiarse de todo el mundo como venía haciendo hasta ese momento.

Entre los personajes que transitan de la maldad a la bondad está el señor Micawber. Se trata de un avaricioso por naturaleza y que gusta de vivir rodeado de todo tipo de lujos. Acostumbrado a endeudarse hasta el cuello y a huir de un sitio para otro, seguido de su fiel mujer (que no para de decir que no abandonaría a su marido por nada del mundo) y su inmensa prole, cambiándose innumerables veces de nombre y siendo detenido también en otras tantas ocasiones, será uno de los mejores recursos cómicos de toda la obra junto con el maravilloso señor Dick y su inacabable memorial.

A pesar de la escasa progresión de varios personajes (Heep y Murdstone son villanos desde que aparecen hasta su fin incierto), la novela se caracteriza por darles una profundidad total y una dignidad como pocas. El afán de realismo dickensiano da lugar a unos diálogos que son auténticas joyas de la literatura y que representan muy bien ese discurso inglés, donde predomina una cortesía que oculta multitud de intenciones. David Copperfield es una novela que se mueve en la tragicomedia, con momentos que llegan a entristecer profundamente al lector y le hacen preocuparse por el sino de los personajes, pero también con destellos de ironía y un tono jocoso que vuelve hilarante y alegre la acción en ciertos tramos. Estamos ante una novela realista, en el sentido decimonónico, en toda regla. Se trata de plasmar hasta el último detalle y eso hace que el autor inserte capítulos enteros dedicados a tramas de personajes secundarios o a experiencias del protagonista que poco o nada tienen que ver con la historia principal, pero que aportan por la naturalidad con la que están narrados a enriquecer un mundo basto, ayudando a que el lector disfrute de un inolvidable viaje a través de sus páginas.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.

Reseñas de otras obras de Charles Dickens: Los papeles de Mudfog

Mis primeras impresiones de esta novela hasta el capítulo 14 aquí


viernes, 13 de noviembre de 2020

Historia de un idiota contada por él mismo, de Félix de Azúa

 


¿Qué es la felicidad? Esta es una pregunta compleja y de difícil respuesta porque cada quien puede definirla de manera diferente. Depende mucho de la circunstancia histórica, del contexto cultural, social y de la identidad que tengamos asumida nosotros mismos, así como de la forma en la que nos perciben las personas de nuestro entorno, las apreciemos o no. Es una gran pregunta que ha tratado de abordar las distintas corrientes filosóficas en multitud de ocasiones y que ha dado una exagerada cantidad de ensayos que especulan alrededor de ella, pero que también ha degenerado en pretenciosos libros de autoayuda, que, sin mala intención la mayoría, han resultado casi siempre una completa estafa. Y esto se debe a que la felicidad plena es difícil o cuasi imposible de lograr, pues el ser humano tras alcanzar un logro no suele conformarse. Necesita nuevas metas para crecer. Siempre hay metas máximas y sueños incapaces de alcanzar por resultar demasiado pretenciosos para nuestras aspiraciones. La felicidad no dura porque la vida tampoco lo hace. Todo tiene fecha de caducidad. Nuestro cuerpo cárnico la tiene. Nuestra juventud. Nuestra salud. Nuestra fortuna. Nuestros amores. Y también nuestra felicidad.

La felicidad suele estar ligada a múltiples aspectos que los seres humanos consideramos positivos. Aquí entra el criterio subjetivo. Y el mito de que se puede ser feliz con poco, siempre que no se pasen necesidades, no está tan lejos de la realidad. Se puede ser infeliz con mucho, si lo que lo que se posee se considera insuficiente. Por ello remarco la subjetividad de la pregunta. ¿Qué es ser feliz? Estoy seguro de que desde la ciencia se pueden dar algunas respuestas a raíz de distintas hormonas que segregan nuestras glándulas, pero no van por ahí las inquietudes del protagonista de esta novela: el idiota.

Historia de un idiota contada por él mismo no puede reflejar mejor en su título el contenido de sus páginas. El protagonista es un hombre que renuncia a vivir para investigar. Quiere asir científicamente desde todos los prismas del conocimiento al que puede llegar con sus limitaciones como mortal el contenido indescifrable y críptico de la felicidad. Prueba en la ciencia, pero entiende que la frialdad requiere de alma. Piensa en el cuerpo y en el deseo carnal, pero esto le lleva a una serie de problemas. Se refugia en la lectura del existencialista más citado del siglo XIX: Dostoievski. Y también fracasa. Pasa por jaranas, por juergas sin control y solo logra ser tachado por los demás, perder su empleo y no ser feliz ni un ápice. Lo intenta en el amor. Busca en la filosofía. Y finalmente en el arte. Y así pierde su vida lastimosamente. Se vuelve una mezcla entre héroe romántico y cínico positivista.

Sin embargo, no pierde su sentido del humor.  Su gracia. Esa que le da un toque especial a este libro y que no lo termina de volver tedioso. Porque, no voy a engañar a nadie, se trata de una novela breve, pero con un estilo excesivamente pedante, aún cuando este es empleado por Azúa para satirizar los círculos sociales y culturales más elevados, con sus jergas neologísticas y sus costumbres de elite castiza y, en ocasiones, demasiado rancia. Y este es un elemento que puede echar para atrás a los lectores. La evolución de la obra va de la pura comedia a la tragedia exagerada del Romanticismo. Los sucesos son escasos, pero hay mucha reflexión y algunas ideas que ni se me habían ocurrido jamás. Por poner un ejemplo, Azúa dedica una página a reflexionar sobre la estima del enemigo en la literatura occidental. Con enemigo se refiere a aquel personaje o institución que en una obra representa la ideología opuesta a la que defiende el autor de la misma. Pues no olvidemos que todas las obras están plagadas de ideología, sea cual sea. Los grandes escritores siempre se han mostrado respetuosos, aunque no comulgaran con los principios de sus oponentes, dándoles dignidad a sus antagonistas. Pues ideas así tenemos unas cuantas en la novela. Por ello, aunque tengo mis reticencias con ella, considero que su lectura ha sido de provecho.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.



viernes, 6 de noviembre de 2020

Joyland, de Stephen King

 


Devin Jones es un anciano que en plena era Google trata de recordar lo que supuso para él trabajar en un parque de atracciones bastante modesto de un pequeño pueblo de la costa de Carolina del Norte en el verano de 1973. Su paso por Joyland, el lugar de la alegría, representó una etapa de su vida que lo marcaría para siempre por sufrir un desengaño amoroso, salvar varias vidas y vivir una experiencia cercana a la muerte. Estamos, pues, ante una novela que mezcla con bastante soltura las tradiciones de la novela de aprendizaje y, como es frecuente en la narrativa de Stephen King, el terror sobrenatural y hasta el género policíaco, dando lugar a una obra que podría clasificarse como thriller sobrenatural. No voy a engañar a nadie si digo que el texto me ha entusiasmado especialmente por lo fácil que he logrado empatizar con el personaje central. El Devin Jones de Joyland es un joven inexperto, enamoradizo y con buenas intenciones, como todos lo hemos sido a su edad. Comete múltiples errores que derivan de la confianza que deposita en los demás y lo paga caro. Sin embargo, presenta valentía en los momentos en los que hay que tenerla y eso lo convierte en un héroe justo y humilde, por lo que tiene todas las papeletas para enganchar a un público juvenil. De otro como él podría echar pestes, decir que es hasta cierto punto plano, pero se aprecia una evolución en él a lo largo de la novela que tanto me ha hecho valorarlo positivamente. Devin Jones, apodado Jonesy por sus compañeros de trabajo, llega a Joyland como un niño y se marcha como un adulto. Vive la crudeza de la vida y aprende mil veces más con esta experiencia que con el semestre en la universidad que decide sacrificar. Y es que la universidad está bien, pero es la vida la que nos curte.

Por otro lado, está la ambientación de la obra, que considero un gran punto a favor de la misma. No recuerdo muchas novelas de este género que tengan por escenario parques de atracciones provincianos en una época tan llamativa como el comienzo de los setenta. Se sabe que existió un Joyland en el mundo real y que acabó cerrado, como sucede con el del libro, pero los motivos son completamente distintos, así como la situación geográfica y la disposición de las atracciones. Tampoco en el Joyland que fue real estuvo Howie, el perrito feliz, la mascota tenebrosa de la novela de King. Sin embargo, es más que probable que el archiconocido autor recogiera la fama del Joyland real y sus historias tétricas de parque abandonado y decidiera bautizar a su propio recinto con el mismo nombre. Aunque debo aclarar una cosa, quien busque terror en esta novela no lo va a encontrar en exceso. El Joyland de King tiene pasadizos siniestros, personajes con turbios pasados y hasta la historia de un fantasma atrapado en una casa embrujada, pero los momentos de escalofrío se pueden contar con los dedos de una mano y a medida que la trama avance lo terrorífico dará paso a lo misterioso y hasta lo policíaco. Y es que lo que subyace en el fondo de Joyland es muy propio de una novela negra clásica donde un grupo de investigadores, en este caso Devin y su amiga Erin, tratan de hallar a un asesino prófugo.

Todo ello es narrado con agilidad, pero también con momentos de ternura, erotismo, reflexión, comentarios literarios sobre la obra de Tolkien y mucha épica. Esto hace que las más de trescientas páginas que componen la novela se hagan muy amenas. No obstante, he de reconocer que no posee el mejor final del mundo y que la gran revelación del asesino, por muy bien construida que esté en su misterio, acaba siendo algo decepcionante, puesto que la variedad de opciones es, por otra parte, escasa. Sin embargo, me quedo con lo mejor. Con el esfuerzo titánico por mostrar el mundo interno de los parques de atracciones de la Costa Este de aquella época y su particular lenguaje, llamado el Habla en la novela, así como con el carismático personaje de Devin.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.



martes, 3 de noviembre de 2020

El festival de la matanza, de Lou W. Morrison

 


Hace unos meses reseñé aquí Jóvenes guerreros, del escritor español Lou Wild. Hoy vuelvo a la carga con su recientemente publicada colección de relatos de horror, titulada El festival de la matanza. Se trata de una pieza con dieciocho relatos muy breves donde se aprecia la diferencia profunda entre el terror y el horror. Algunos de los mismos podrían incluso considerarse de horror extremo o splatterpunk por su violencia gráfica y la descripción sin tapujos de evisceraciones y muertes sangrientas de todo tipo. 

Pero antes de hablar de los textos conviene hacer una distinción clara entre terror y horror. Ann Radcliffe distingue terror de horror, aunque admite que suelen ir de la mano. El terror se centra en la construcción de una atmósfera espeluznante, que advierte al lector o espectador de que puede esperarse lo peor. Se trata de los momentos de tensión previos a la aparición del monstruo, ya sea este humano (asesinos, violadores, psicópatas, etc.) o humanizado (vampiros, hombres lobo, zombis, etc.). Por su parte, el horror deviene del momento de pánico que genera el encuentro con el monstruo, independientemente de que se haya dedicado un gran espacio a la construcción de dicha atmósfera. Por ello, la autora inglesa determina que el horror es una sensación imperiosa que se sucede tanto en el susto como en la persecución y ejecución (cuando la hay) de los personajes. El horror suele ir de la mano con la repulsión, la cual se suele evitar en buena parte de las obras de este género por considerarse un salvoconducto fácil con una finalidad de escandalizar. Puesto que la atmósfera de El festival de la matanza es solo sugerida y se pasa de diálogos de lo más cotidiano a situaciones bizarras y escalofriantes, donde lo monstruoso se presenta desdibujado y acomete contra los protagonistas, podemos afirmar que estamos ante una obra netamente de horror. 

Cabe destacar, además, que la gracia de El festival de la matanza reside en la interconexión de los relatos. Estos se presentan bajo el mismo escenario: una casa deshabitada donde se está rodando una extraña película de serie B de horror erótico, donde hay vísceras por el piso y pechos femeninos a partes iguales. A medida que se van sucediendo los asesinatos en cada relato (durante las diez simbólicas jornadas del rodaje), el miedo va creciendo entre los que permanecen en la casa y que acabarán enloqueciendo tarde o temprano por el influjo de un poderoso ente sediento de sangre. No obstante, la autoridad de Joe, productor y director del filme, impedirá que se cancele el periodo de grabación y que todos permanezcan callados para disimular lo que verdaderamente ocurre dentro de la vieja mansión.

Los relatos están plagados de referencias a asesinos en serie reales o imaginarios y hay en ellos un uso estético de la antropofagia y del sexo lésbico, lo cual, por otra parte, es habitual en el autor si analizamos sus obras previas. También vuelve a aparecer el recurso musical del universo del rock and roll, como ocurría en Jóvenes guerreros. Sin embargo, aquí los temas son solo sugeridos y parte de la letra no es calcada en el relato, lo que considero un acierto, puesto que podía llegar a hartar y detener el ritmo. Y con esto llego al tema del ritmo mismo. El festival de la matanza es una obra rápida de leer, por su acción ágil y trepidante. Sus historias son las pequeñas dosis del horror que los entusiastas del género necesitamos.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.

Reseñas de otras obras de Lou Wild en esta esquina: Jóvenes guerreros