viernes, 19 de marzo de 2021

Caminaré entre las ratas, de David Pérez Vega

 


Los que frecuentan la blogosfera literaria conocerán a David Pérez Vega como ese profesor de economía de Móstoles apasionado por la literatura que sube sesudas reseñas de todo cuanto lee cada domingo a su espacio Desde la ciudad sin cines (y a también a su canal de YouTube). Yo conocía dicho blog mucho antes de compartir por aquí mis impresiones sobre cada lectura y ha sido para mí desde entonces un modelo de crítica literaria que siempre he admirado por la trabazón de su contenido, que, sin rozar la pesada erudición de la academia, daba todas y cada una de las claves interpretativas de las diferentes novelas y colecciones de relatos que iban apareciendo en el panorama editorial como novedades de este siglo XXI o como obras clásicas del XIX o del XX (principalmente narrativa hispanoamericana). Esta labor de Pérez Vega como crítico no es un fin en sí mismo, como él ha afirmado numerosas veces en sus redes sociales, sino un mecanismo para darse a conocer como escritor, para demostrar que su sensibilidad literaria le permite interpretar tanto textos complejos y representativos de la literatura contemporánea como incorporarlos a su imaginario particular y valerse de ellos, junto a su propia experiencia vital, para redactar una prosa de gran valor. A pesar de este extraordinario bagaje lector y hermeneuta que sitúa Desde la ciudad sin cines como uno de los espacios de la blogosfera literaria alejada del circuito del bestseller con más visitas, el propio Pérez Vega no destaca por ser un autor muy leído. Y esto se debe muy posiblemente a que aún no ha podido dar el salto a una editorial grande. Pérez Vega escapó, como su personaje Domingo, protagonista de esta novela que hoy reseño, de la autopublicación, pero se ha movido siempre en editoriales medianas y pequeñas, saltando de una a otra y con un pequeño séquito de lectores que le seguimos la pista. 

Previamente a Caminaré entre las ratas, Pérez Vega publicó en Sloper su novela Los insignes, que representa una radiografía brutal de los bajos mundos de la comidilla literaria (especialmente de esos círculos poéticos que viven del amiguismo y que son tan frecuentes desde que la poesía se concibió como género). Yo pude leer Los insignes a finales de 2015 y sigo pensando que es una novelas más divertidas que se han escrito jamás en español (a ver si este verano la releo y reseño). Aunque las novelas no están conectadas entre sí, se aprecia en ambas una progresión en el pensamiento de Pérez Vega, que viaja del desenfreno tragicómico de Los insignes al tono predominantemente serio, pero con pinceladas de un humor muy inesperado, en Caminaré entre las ratas. Los protagonistas de ambas obras tratan de abrirse camino en el mundo literario, pero mientras que en Los insignes parece solo importar dicho mundo literario y todo lo que escapa a él se siente sumido por un aire de parodia, en Caminaré entre las ratas Pérez Vega busca construir una novela río, una novela total en la que tocar todos los aspectos que puedan condicionar la vida de un hombre de mediana edad (a punto de cumplir los cuarenta años) y que se siente incapaz de alcanzar una estabilidad vital, económica, sentimental, sexual, etc. Domingo, muy posiblemente al igual que el propio Pérez Vega, sabe que quizás es algo tarde para él dar ese salto a una editorial más grande que le garantice vivir únicamente de la escritura, como soñaba de pequeño. Caminaré entre las ratas es, pues, el relato de un desengaño que resulta no solo doloroso para todos los que hemos fantaseado con la idea de redactar los clásicos del mañana en nuestra adolescencia como estudiantes marginales, como empollones abatidos por las collejas de los más grandes que terminaron trabajando en una obra o en el campo, es la historia de una eterna crisis que nos impide vivir como han vivido nuestros padres, que alcanzaron la estabilidad antes que nosotros y con muchos menos estudios. Es el desengaño del éxito prometido

Domingo es forzado durante su juventud para convertirse en ingeniero como sus primos, pero es incapaz de seguir al tercer año y opta por una decisión intermedia entre sus verdaderos deseos de estudiar Filología Hispánica o Literaturas Comparadas y ese ideal de sus padres, inculcado socialmente de manera tácita acerca del éxito de las carreras de ciencias. Se decide por estudiar Economía como el propio Pérez Vega y asume que la literatura puede ser esa luz que le guíe de forma paralela. Asume que renunciar a su vocación de manera temporal por timidez y falta de garbo le garantizará un trabajo digno y estable tras el cual disponer de horas de sobra para cultivar sus sueños y su afición. Sin embargo, Domingo acaba siendo un infeliz, un hombre explotado en un ambiente que lo rechaza por no formar parte de ese linaje aristócrata-burgués de auditores que veranean en Boston y se han educado en las universidades privadas más caras y conservadoras dentro y fuera del país y que creen que todo lo que han conseguido (incluidos muchos de sus puestos por enchufe) se debe a sus dotes innegables para los negocios, que los pobres como Domingo no tienen, por supuesto. 

De un trabajo, Domingo rebotará a otro cada vez peor. Y lo mismo sucederá con sus relaciones sentimentales. Su formación estoica en resolver problemas de matemáticas en la mesa del comedor de su casa lo han convertido en un ser asocial, un hombre que solo ha sido capaz de establecer lazos con mujeres (más allá de su madre y sus hermanas) en su adultez. El tabú cuasireligioso del sexo y el aislamiento en los libros le han llevado a vivir francamente mal los diversos encuentros amorosos en una juventud tardía, en la que ha tenido que fingir muchas veces ser quien no era para granjearse el interés y el amor de sus parejas y compañeras de una noche.

Domingo vive en una crisis perpetua, pero es un disparo el que le hace despertar. Nada más comenzar la novela, se nos revela que uno de sus amigos de la infancia, muy cercano a él, se ha abierto la tapa de los sesos con una escopeta en la tranquilidad de su casa. A partir de aquí, Domingo tendrá que sumar un duelo más a la lista de duelos pendientes y de los que nos iremos enterando a medida que vaya transcurriendo la trama. A pesar de este aura de pesimismo que envuelve toda la obra, el final servirá para redimir en parte al personaje y hacerlo aprender de sus experiencias y errores.

Como ya he ido comentado, hay mucho del propio escritor en la obra. Pérez Vega es un lector entusiasta de autores como Rodrigo Rey Rosa, Horacio Castellanos Moya o Eduado Halfon, que también vierten mucho de sus vidas en sus historias. Por su parte, hay una herencia indudable aquí con La senda del perdedor de Bukowski, novela que yo no he leído, pero cuya trama y planteamientos conozco. A través de Bukowski, Pérez Vega entronca con Fante y con los personajes propios de Dostoievski: seres marginales que tienen grandes aspiraciones, pero cuyo encontronazo con la realidad resulta en fracaso. De igual forma, el capítulo Tarde bajo el volcán recuerda poderosamente a La uruguaya de Pedro Mairal, que pude leer hace poco, aunque sigo considerando que el escritor mostoleño se muestra aquí muy superior al argentino. Y así puedo ir dando una larga lista de referencias que se aprecian en la novela de manera directa o indirecta y que se hacen evidentes para aquel que, como yo, ha leído algo sin ser mucho. En cualquier caso, no se cae en ningún momento en la pedantería, lo que es de agradecer.

Pérez Vega se muestra constante en la frase larga, donde suele predominar la yuxtaposición y un ritmo muy fluido que hace que, a pesar de contar con párrafos particularmente densos, estos no se hagan pesados en exceso. El narrador es en primera persona y viaja al recuerdo constantemente, a pesar de que los capítulos, largos por extensión, transcurren en períodos de tiempo muy breves, normalmente de días. Como única pega cabría señalar la presencia de erratas diseminadas a lo largo del texto, que indican una corrección incompleta, pero que no son suficientes como para que este no deje de ser disfrutable.

He visto varios comentarios señalando que la novela refleja el sentimiento colectivo de la generación del autor. Esto es como mínimo cuestionable, ya que no me resulta difícil reconocer comportamientos y actitudes mías del pasado en el protagonista. Y Pérez Vega y yo nos llevamos más de 20 años, lo que se dice poco. Sin ser el público objetivo de la novela no me es nada difícil empatizar con el desgraciado personaje de Domingo y sus tribulaciones de proto-adulto de pueblo-ciudad-aldea, así como con su desengaño. En definitiva, que recomiendo la obra plenamente.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.



martes, 16 de marzo de 2021

Niebla, de Miguel de Unamuno

 


Niebla constituye uno de los mejores textos sobre la humanidad jamás escrito por Miguel de Unamuno. En ella asistimos al camino hacia la desesperación de un hombre cualquiera, Augusto Pérez, que se enamora caprichosamente de una mujer que no le corresponde, tratando de forzarla para que abandone a su pareja, un gandul de cuidado, a cambio de una supuesta vida llena de lujos a su lado. Al ser rechazado repetidas veces, Augusto busca un segundo plato en otra moza planchadora de ropa, que se enamora de él y blablablá. Sí, blablablá. Porque la obra es en su mayor parte una novela sentimental llena de clichés y de personajes sin profundidad ni sustancia, aunque con el aura tan extraña y característica de las novelas de Unamuno. Se trata de una pieza de escasa acción, lo que es defendido por el propio Unamuno cuando interviene en la misma, que queda vertida casi al completo en densos monólogos e inverosímiles diálogos, que buscan específicamente la artificiosidad.

Todos los personajes de Niebla no son más que peones de una partida de ajedrez que se deslizan por el tablero devorándose los unos a los otros, hasta que Augusto incapaz de devorar o ser devorado es aconsejado por su amigo Víctor, una suerte de escritor y alter ego de Unamuno en la obra, para que se devore a sí mismo. Quien le introduce esta idea en la cabeza no es más que el propio Unamuno, que como su escritor tiene capacidad para hacer y deshacer el sino de su personaje. Siendo el promotor de su desgracia, Niebla tiene la curiosa particularidad de hacer coincidir en una misma persona al antagonista y al escritor, o mejor dicho, al personaje que hace de escritor en la obra y que Unamuno trata de hacer lo más fiel a su persona. 

No es la primera vez que un escritor se presenta a sí mismo en una narración. De hecho, no es infrecuente en los novelistas de la Generación del 98. Tanto Azorín en La voluntad como el propio Unamuno en Amor y pedagogía ya habían hecho que trasuntos de ellos mismos interactuaran con los protagonistas de sus novelas. De hecho, en Niebla dicha interacción, que se producirá en los momentos finales de la obra, queda anunciada de diferentes formas y con cierta sutileza por el propio Unamuno a través de personajes que aparecen (como Avito Carrascal, protagonista de Amor y pedagogía) o de palabras puestas en determinados diálogos, especialmente aquellos en los que interviene Víctor

El ambiente neblinoso, propio del Romanticismo, por otra parte, contribuye también a la formación del misterio y permite la incursión del suceso extraordinario que hace famosa la novela. De hecho, la propia escusa de la novela, esa trama sentimental de escasa acción y sin mucha credibilidad que se come tres cuartas partes del texto, no es más que una parodia de las típicas obras de esta índole que se popularizaron en el Romanticismo. El modelo de amor cortés heredado de la poesía más clásica en lengua española es el practicado por el propio Augusto, quien decide cometer locuras de amor por la bella Eugenia, a pesar de que esta no le corresponda en primer lugar y se aproveche de su estupidez después. A todo este entramado romántico-amoroso hay que sumarle el tema de la burla, que nos remite al mito del don Juan. Augusto tratará de convertirse en don Juan para disfrutar del amor de tres mujeres en una fantasía que solo tiene cabida en su cabeza. Evidentemente y a modo de chiste, será él el burlado, cayendo en un estado realmente patético.

Pero Augusto no solo resultará ridículo por este acontecimiento. Ya de partida se nos muestra como un pusilánime, un seguidor de modas sin un ápice de personalidad propia y con una escasa dignidad que no obtiene sino en los tramos finales de la novela, cuando opta por rebelarse contra su creador. Augusto busca en la ciencia positivista los signos que le permitan resolver sus cómicas dudas metafísicas en torno a la naturaleza del amor y de las mujeres, llegando muchas veces a un discurso misógino propio del hombre que no ha intercambiado con una mujer más que tres palabras. Para Augusto las mujeres son ángeles o demonios, una de dos, pero con sus máscaras reside el misterio. Augusto se encierra en todo lo teórico y acepta sin razonar cualquier consejo que le den; no se detiene a analizar las posibles consecuencias, que, por otro lado, son totalmente previsibles y deseables para el lector. Desde la primera página, se hace imposible empatizar con Augusto, pues presenta la naturaleza de un hombre asocial sacado de una novela de Dostoievski. Reconocemos en su crimen la estupidez y la falta de criterio con la que obra, y esperamos un castigo ejemplar. Finalmente, nos sorprendemos por su dignidad, por su lucha contra sí mismo y por la miseria que pasa y que él mismo exagera como personaje puramente novelesco. ¿O debería decir nivolesco?

Con Niebla, Unamuno transgrede una serie de normas propias de la novela y se enfrenta a las tendencias de su tiempo. En 1914, cuando se publicó la primera edición de este texto, autores como Benito Pérez Galdós, José María Pereda o Vicente Blasco Ibáñez se caracterizaban por ser muy populares entre el público lector. A pesar de existir una tendencia dentro de la prosa que buscaba la superación del viejo realismo decimonónico, y su variante naturalista, que partía de ese narrador omnisciente, aunque subjetivo (en el caso español), esta tendencia no cobraría peso hasta momentos cercanos a la Guerra Civil. La nivola que propone Unamuno desafía la gran caracterización de espacios y de personajes y reformula la novela de tesis galdosiana. Todo se construye a partir del diálogo. Cuando se presenta el monólogo este lo hace en forma de falso diálogo: Augusto se dirige a su amado perro Orfeo. Un perro que, por cierto, acabará por ridiculizar a su amo y a toda la raza humana en su epílogo final.

Puesto que el diálogo, que parte muchas veces del hablar por hablar, está muy presente en toda la obra, no es extraño un fuerte uso de los conceptos de dialogismo, en una anticipación por parte de Unamuno al propio Bajtín. Hay dialogismo interno cuando Augusto debate consigo mismo por el amor de diversas mujeres sin llegar a término, pero también dialogismo externo en la búsqueda de un casamiento favorable para Eugenia por parte de sus tíos. Y con ello un uso magistral de todo el aparato de la cortesía como herramienta retórica al servicio de la seducción entre personajes. Predomina la idea sobre el sentimiento y la Razón, con cierto afán didáctico, vence a la sinrazón del mundo literario. La nivola se construye como un artefacto donde se incide profundamente en el pesimismo de vivir y en la sobredimensión que le otorgamos a los problemas que nos aquejan. 

Al mismo tiempo, Niebla trata de reflejar las continuas dudas existenciales y crisis de fe de su autor. Augusto busca respuestas y llega a toparse con su Dios, el propio Unamuno, cuyo pesimismo es aún mayor que el del propio Augusto al no tener la certeza de un Dios escritor al que dirigirse como su personaje. Sin embargo, en mitad de la duda, que se desprende de la metáfora de la niebla siempre presente de una forma u otra en la novela, ambos tienen una certeza: todo hombre es mortal sean cuales sean sus convicciones. Augusto señala incluso que también los lectores de su historia, lo que eleva a la novela, o nivola, un escalón por encima de lo estrictamente metaliterario. Esta intervención sorprende y sobrelleva el peso de toda la obra detrás. Por ello, es una lástima que se recree en el prólogo fuera del contexto de la misma.

En definitiva, Niebla es un texto muy ambicioso y con una gran fuerza, que se limita principalmente a sus tramos finales y que no impresiona tanto por las expectativas que se han despertado previamente. A pesar de contar con tramos sumamente tediosos y con un protagonista aborrecible, no deja a nadie indiferente. Concentra dentro de sí las máximas esenciales del pensamiento de Unamuno que son desglosadas y explicadas en detalle en otras tantas obras de su autoría. Por ello, se puede afirmar que constituye una pieza deliciosa para quienes disfrutamos de las novelas españolas de este período tan turbulento como fue el inicio del siglo XX.

Lean mucho, coman con moderación y namasté. 

Reseñas de otras obras de Miguel de Unamuno: Abel Sánchez, Amor y pedagogía



viernes, 12 de marzo de 2021

Hamnet, de Maggie O' Farrell

 


Para muchos lectores estadounidenses, esta ha sido la gran novela del pasado 2020. Ganadora del Women's Prize for Fiction y con una trayectoria muy destacable, Hamnet de Maggie O' Farrell aterrizó en España el mes pasado de la mano de la editorial Libros del Asteroide con una traducción muy aplaudida y una edición muy cuidada, como la que nos tiene acostumbrados semejante sello editorial. Pero, ¿es tan buena como dicen los suplementos periodísticos? Quizás sí y quizás no. Aquí entraríamos en criterios subjetivos y tendríamos que valorar todo lo que se publicó (de peso) en Estados Unidos en 2020 para determinarlo. Sin embargo, y, aunque no va a ser una de mis lecturas del año (porque tengo demasiados clásicos pendientes de los siglos XIX y XX), debo reconocer que es una novela que roza la excelencia y se codea con otras tantas historias del género histórico.

Porque sí, Hamnet es una novela histórica, pero una novela histórica diferente y hasta cierto punto rupturista. Y eso es un gran acierto por parte de su autora. Cuando un escritor decide emplear para su trama unos personajes y unos ambientes tan alejados de nuestro tiempo como lo son los de las postrimerías del siglo XVI, la labor de documentación debe ser obligatoriamente amplia y rigurosa. ¿Pero qué ocurre cuando la información disponible, a pesar de rodear a alguien del que se ha dicho tanto como William Shakespeare, escasea? Pues se trazan hipótesis más o menos fiables, más o menos coherentes, y en los huecos incorregibles se deja paso a la duda. En esos huecos ambiguos, indemostrables, O' Farrell va a colocar con acierto todo un haz de magia. Un elemento que escapa a esa reconstrucción histórica, pero que nos retrotrae invariablemente al teatro del más grande dramaturgo en lengua inglesa. Si el teatro de Shakespeare está plagado de hadas, brujas y duendes, ¿por qué no deberían aparecer estos en una novela que busca rendirle tan claramente homenaje?

Esta novela habla del autor de Hamlet, Otelo y Romeo y Julieta, pero, curiosamente, no será él el protagonista. De William conocemos muchas cosas, pero serán sus facetas menos señaladas (la tormentosa relación con su padre y sus años previos al éxito teatral) las que saldrán a relucir. Por el contrario, la novela se centrará en la familia Shakespeare, especialmente en su mujer Agnes y en sus hijos gemelos Judith y Hamnet. El conflicto viene de una premonición de la propia Agnes, que sabe antes de tener gemelos que perderá a uno de sus hijos antes de morir. Históricamente, sabemos que quien muere en 1596 es Hamnet Shakespeare a la tierna edad de once años. Su muerte anunciada recuerda a la famosa novela Crónica de una muerte anunciada de Gabriel García Márquez. El lector ya sabe de primeras qué va a ocurrir, pero desconoce el cómo y el por qué, así como las diversas consecuencias tras dicho acontecimiento, siendo esto lo que le motiva a seguir leyendo. 

La pieza se divide en dos partes y goza de una estructura diferente en cada una de ellas. La primera parte presenta una alternancia temporal. Se intercalan los días previos a la muerte de Hamnet en 1596 con los amores y el nacimiento de los hijos del matrimonio Shakespeare, así como sus penurias y conflictos, muy propios de los grandes dramas familiares de la narrativa del siglo pasado (pienso mucho en Faulkner, pero también y de nuevo en García Márquez). Una vez muere Hamnet, la segunda parte se deslizará desde las exequias hasta la primera representación en Londres de Hamlet, una de las cuatro tragedias shakespearianas más recordadas. Como se advierte en el prólogo, Hamlet y Hamnet son el mismo nombre encubierto y suenan a herida honda, abierta y puesta al sol.

Agnes como madre se corroe por la pérdida, que puede llegar a resultar desesperante, sobre todo si tenemos en cuenta que toda la novela se articula en torno a dicho evento, convirtiendo a Hamnet paradójicamente en antagonista al decidir morir en oposición al deseo de los protagonistas, en especial de su madre, que, como una heroína griega, es incapaz de alterar cualquier designio del destino a pesar de controlar ciertas fuerzas sobrenaturales, como irá descubriendo el lector. Agnes será, sin duda, el pilar de toda la novela. Se construye como un personaje complejo, enigmático y asocial, ya que no sigue los roles que la sociedad le asigna por ser mujer. Esto la hace probablemente el personaje menos fiel a su contraparte histórica de toda la trama, pues la sociedad inglesa era mucho menos permisiva con la mujer en esta época que la española, lo cual ya es decir mucho. La existencia de una mujer con tal rebeldía en una sociedad como la del Barroco inglés suena a licencia de la autora, pero, lejos de molestar, enriquece. O' Farrell no busca una novela totalmente fiel a la realidad, comprobable o posible, porque entiende que esto le resultaría aburrido al lector y como novelista ese es un pecado que no está dispuesta a pagar. 

La sintaxis es directa, con muchos diálogos breves, pero predomina una escasa acción que a veces cae en ciertos clichés. Con toda la profundidad que tiene Agnes detrás de sí, es imposible no ver en ella el rastro de otros tantos personajes parecidos. El hecho de conocer toda la trama desde la primera página resta bastante sorpresa y frescura al relato, que no se termina de solventar hasta su tramo final y que me ha parecido, en lo personal, innecesariamente largo. No obstante, la novela es muy buena y será las delicias de todos los enamorados de las memorables obras del poeta inglés.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.



viernes, 5 de marzo de 2021

El hombre que atravesaba las paredes, de Marcel Aymé

 


Marcel Aymé fue un destacado escritor francés de la primera mitad del siglo XX. Escribió algunas novelas, pero es, sobre todo, conocido en Francia por sus relatos. Este volumen recopilatorio de Argos Vergara reunía algunos de los más representativos y que fueron escritos durante la Segunda Guerra Mundial, por lo que recurren al conflicto bélico y a la ocupación nazi de territorio francés una y otra vez como telón de fondo.

No obstante, hay que dejarlo claro. No se trata de un conjunto de relatos bélicos. Ni siquiera es en su mayor parte un conjunto de relatos realista, sino que apelan al universo de lo fantástico y a la incipiente ciencia ficción francesa, donde se percibe sin demasiados ambages la enorme influencia de autores como Jules Verne y H.G. Wells. Cierto es que esta ciencia ficción es bruta y hasta cierto punto de sencillo empaque en comparación con las obras que aparecerían del género en las décadas siguientes. Eso le da una cierta ternura, pero también gracia.

La pieza que abre el libro es su relato homónimo y constituye un extraño cuento de aventuras, que recuerda a la narrativa gótica y, especialmente, a El doctor Jekyll y Mr. Hyde. Un hombre descubre que, como efecto secundario, un extraño medicamento le permite atravesar paredes, sean estas del grosor que sean. Al principio, no sabe bien como usar su don, pero pronto este acabará por hacer de él una persona abocada al crimen.

Le siguen varios relatos sobre la ubicuidad y el tiempo. Sorprende que Aymé soñara con que en los años sesenta del siglo pasado, los gobiernos pudieran enviar atrás en el tiempo a determinadas personas, como en cierta famosa serie de televisión española. Solo basta alterar un par de fechas y un relato como El decreto podría funcionar perfectamente hoy. Un tanto de lo mismo le ocurre a La tarjeta, que, en lo personal, me recordó a algunos relatos de Brian W. Aldiss.

Tras ellos viene El proverbio, que es, con mucha diferencia, el mejor de los textos, a pesar de desaparecer completamente cualquier atisbo de fantasía o ciencia ficción. Su trama es muy sencilla, pero los sentimientos de los personajes son explotados en profundidad hasta el punto de que el lector logra empatizar muy bien tanto con el padre como con el hijo que se pasan la noche en vela tratando de resolver un complicado acertijo de lengua.

Por su parte, ni Sporting ni La llave bajo el felpudo me han entusiasmado. No siendo malos relatos, creo que no tienen la fuerza para permanecer en la mente de cualquier lector más de dos semanas. Algo parecido sucede con La lista, que, al igual que Las Sabinas, destaca por la misoginia exacerbada y desagradable tanto del narrador como de los personajes. Dicha misoginia acaba por dinamitar cualquier trasfondo que pudiera llegar a tener el relato y, con él, todo mi interés.

El texto que remata el librito es El último, un relato muy tierno y que deja un sentimiento agridulce en el lector. No por su calidad, porque está muy bien construido, sino por su vaivén de emociones y por la compasión que despierta su protagonista: un apasionado del ciclismo que lo deja todo por el deporte para llegar siempre e invariablemente el último.

El tono suele tener un cierto fin moralizante y apela una y otra vez a un humor, que en ocasiones se antoja demasiado simple y hasta rancio. El narrador de Aymé nunca es imparcial y muestra descaradamente sus preferencias por ciertas actitudes de los personajes, al tiempo que critica descaradamente otras. Romantiza la figura del ladrón en textos como El hombre que atravesaba las paredes o La llave bajo el felpudo, pero critica duramente a la mujer que decide tener un amorío o varios antes o después de casarse, criminalizándola por las infidelidades de los maridos a sus esposas. Leyendo a Aymé, da la impresión de que la mujer es la única responsable cuando hay una relación sexual y que ella siempre es la que conduce al desastre de todo matrimonio, castidad o la moralina que se le ocurra a su autor. Coincido en que el mundo antes no era el mismo y precisamente por ello hay ciertos momentos de la prosa de Aymé que han envejecido muy pronto.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.



viernes, 26 de febrero de 2021

El amigo americano, de Patricia Highsmith

 


Continúa nuestra particular aventura en esta esquina con el mítico criminal monsieur Ripley. En este caso, Tom tendrá que hacer frente a la mafia italiana en una novela donde parte de la intriga se verá sustituida por un mayor predominio de la acción.

La historia en esta tercera entrega retoma a los personajes seis meses después de los sucesos acontecidos en La máscara de Ripley, por lo que la vida de su protagonista no ha cambiado tanto como de la primera a la segunda de las novelas. Eso sí, la muerte de Bernad Tuffts ha llevado a Tom a un callejón sin salida. Incapaz de mantener su estilo de vida, excesivamente costoso, decide ayudar a un viejo amigo, introducido también en la novela anterior: el astuto Reeves. Este es uno de los reyes del bajo mundo de Hamburgo y planea eliminar a la competencia italiana, pero para ello necesita a un hombre capaz de cometer un par de asesinatos con los que pueda engañar a las familias más poderosas de la ciudad para que se enfrenten abiertamente entre sí. Ripley tiene un nombre: Jonathan Trevanny. Él es un padre de familia enfermo de leucemia que podría entrar en un estado terminal en cualquier momento. Jonathan accederá a cumplir la misión que se le propone con la promesa de recibir cierto dinero que podría ayudar a su esposa e hijo después de un funeral que considera inminente.

Pero hay una pega, Jonathan no ha empuñado nunca un arma y no es una persona violenta. ¿De qué forma lo transformará Ripley en el matón que Reeves y él necesitan? La respuesta se halla en el miedo. No es que Tom o Reeves vayan a amenazarlo; su situación es lo suficientemente crítica como para que esto no sea necesario. A través de un rumor esparcido por el propio Ripley, Jonathan comenzará a pensar que le queda menos tiempo de vida del que quizás le queda y que matar a sangre fría a dos monstruos de la sociedad, como pueden ser esos mafiosos, a cambio de una mejor infancia y juventud para su hijo no suena tan mal. Esta es una novela sobre la capacidad que tiene un rumor de cambiar la estructura mental y el comportamiento de las personas.

Que buena parte de la misma (especialmente la primera mitad) se centre en Jonathan le otorga mucha frescura a la novela y vuelve a traerle al lector esa duda tan característica de El talento de Mr. Ripley. De nuevo, el lector se pregunta qué estará maquinando el americano, ese falso amigo que de alguna forma ha contribuido a la perdición de John. El enfermo comienza a actuar de manera extraña y su esposa sospecha de Tom, de sus intenciones hacia su marido. Sabe que Jonathan está en alguna especie de negocio sucio, pero no sabe el qué. Las relaciones entre ella, su esposo y Ripley serán el núcleo central de la novela, que se desarrollará a través de diálogos que nos recordarán a los del trío protagonista en El talento. El amigo americano mantiene la tensión hasta momentos previos al final de la obra y el lector espera verdaderamente que Ripley sea capturado de una vez por todas. Aún así, hay escenas que podrían haber sido más épicas de lo que realmente fueron.

Dicho esto, os espero el mes que viene con la cuarta entrega de la saga. Lean mucho, coman con moderación y namasté.

Reseñas de otras obras de Patricia Highsmith: El talento de Mr. Ripley, La máscara de Ripley, La celda de cristal



martes, 23 de febrero de 2021

Fiesta en la madriguera, de Juan Pablo Villalobos

 


Tochtli es el hijo de uno de los mayores narcotraficantes de todo México y es tratado por ello como una deidad, siendo colmado con todo tipo de caprichos. Sin embargo, su vida es brutalmente anodina y carece de cualquier tipo de contacto con otros niños de su edad. Solo en su imaginación sueña con ser un samurái y arrancar cabezas de un tajo como hicieron las guillotinas con los reyes de Francia durante la Revolución de 1789. Sueña con eso y con tener... ¡hipopótamos enanos de Liberia!

Con Fiesta en la madriguera, Juan Pablo Villalobos se estrenó como escritor. Es una pieza muy breve que tiene toda la bizarría (en el sentido castellano y anglosajón) que tanto lo caracteriza, con esos narradores extravagantes que viven en la más pura extravagancia y con esa crítica social que arremete profundamente contra la política de un México en el que lo extraordinario es la tónica de cada día. Yo no he leído a César Aira, pero, por lo que sé, Villalobos es un gran fanático de su prosa, y lo que conozco del argentino concuerda a grandes rasgos con el estilo del mexicano. De una situación más o menos realista comienzan a desprenderse una sarta de momentos inverosímiles, como si asistiéramos a una alucinación. La visión del niño es tratada con simpleza, pero, al mismo tiempo, es capaz de atemorizar al lector, puesto que carece por completo de inocencia. La muerte se vuelve, como en tantas otras novelas mexicanas, algo natural con lo que convivir hasta el punto de llegar a la indiferencia.

De fácil lectura, pero rápidamente olvidable. Fiesta en la madriguera no es el mejor libro que Villalobos haya escrito, pero al menos te entretiene y aprendes que el hipopótamo pigmeo existe en el mundo (en diminutos pantanos de Liberia, no en todos). Tiene pinceladas cómicas de la casa, algunas con mayor acierto que otras. Aún y con todo, sigue siendo mucho mejor novela que ese despropósito que ganó el Herralde:  No voy a pedirle a nadie que me crea.

Reseñas de otras obras de Juan Pablo Villalobos: Si viviéramos en un lugar normal, No voy a pedirle a nadie que me crea

viernes, 19 de febrero de 2021

Primera memoria, de Ana María Matute

 


Primera memoria es una novela que leí hace algunos años en uno de los varios parones de mi actividad en esta esquina. Como me gustó mucho y, aprovechando que quiero empaparme de literatura española para mis oposiciones, he decidido volver a ella. 

Tenemos una obra ambientada durante la Guerra Civil Española cuando la literatura dentro del país comenzaba a hablar sin demasiados tapujos sobre este atroz capítulo de nuestra historia. La protagonista es una adolescente llamada Matia, que nos narra su confinamiento en una isla balear durante el conflicto bélico. Allí reside junto a su todopoderosa abuela, que manda más en el pequeño pueblo que la alcaldesa; su tía Emilia, casada con un general franquista; y su primo Borja, hijo de Emilia y del general. Matia tiene a su padre en el frente, pero en el bando republicano, lo que le ocasiona un conflicto interno que aprovecha su primo para martirizarla y controlarla. Matia admira a Borja, pero también le teme. Sabe que es un hipócrita capaz de aprovechar su situación para cumplir sus deseos, un ser ambicioso, pero frustrado ante lo imposible, porque Borja no quiere ser hijo de su padre. Quiere serlo de un viejo enigmático que vive junto al despeñadero y que una vez fue famoso por surcar mil islas griegas y cosechar el mismo número de amantes.

En el pueblito de Matia y Borja viven también los Taronjí, una familia enfrentada cuyas dimensiones míticas recuerdan remotamente a los Buendía de García Márquez. José Taronjí fue administrador del viajero y se casó con una de las amantes de este. Puede que fruto de esa unión surgiera Manuel Taronjí y sus hermanos o puede que estos fueran hijos de Jorge, el mítico navegante. El caso es que son tratados como enemigos por los habitantes del pueblo. Todos les vuelven la espalda, salvo un debilitado Jorge, cuyas intenciones de cara a su ¿hijo? Manuel no están del todo claras. Sin embargo, Matia queda ensimismada de la fuerza y del carácter de Manuel Taronjí y poco a poco se va enamorando de su enigmática figura como Borja lo hace del viejo capitán.

Primera memoria es una novela de aprendizaje durante un momento tan turbulento como lo es la guerra, donde todo parecía estar permitido y donde se retrata la doblez de las acciones de quienes adquirieron el poder gracias al levantamiento. Los personajes sufren tensiones internas y mantienen continuos debates psicológicos consigo mismos, tomando decisiones duras y confiando en quienes no deben para sobrevivir en momentos difíciles. Todos ocultan secretos y estos son usados por el terrible Borja para obtener sus intereses y cobrarse sus venganzas, amparándose en todo el poder que le conceden las figuras de su neblinoso padre y de su inflexible abuela. Solo Matia actúa por piedad y cae en desengaño. Su impotencia, tan humana, se mezcla con su cobardía, comprensible por la edad que tiene y la situación en la que se ve inmersa. Primera memoria es la constatación de un miserable hecho. Los que cayeron en el bando vencedor se apropiaron del momento para quitarse a sus enemigos, más débiles que ellos, de en medio, tuvieran la ideología política que tuvieran, incluso si no tenían ninguna formada.

La familia de Manuel sufre las consecuencias de la desaprobación popular ante la relación de Jorge de Son Major con Sa Malene. Como defiende Matia, no son culpables de dichos actos, de llegar estos a ser tan verdaderamente despreciables, claro. El pueblo entero justifica la muerte y el ostracismo por una aventura amorosa acaecida años atrás y lo justifica por el mero placer de liberar estrés, de tener un enemigo al que golpear. Primera memoria es una novela sobre la desesperanza, sobre la pérdida de la inocencia, sobre las maldades del mundo y los límites a los que llegamos los seres humanos cuando perdemos todo ápice de ciudadanía y sensatez, actuando por miedo y rencor.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.



viernes, 12 de febrero de 2021

Otra vuelta de tuerca, de Henry James

 


Otra vuelta de tuerca es, muy probablemente, la novela de fantasmas por antonomasia. La popularidad que ganó en su época hace que se considere todo un clásico de las letras inglesas, a pesar de que su autor, Henry James, siempre prefirió otras de sus obras muy por encima de esta. Para él, la historia que nos narra se trata de un experimento, como nos lo hace saber en el epílogo. Se juega constantemente con los límites de lo real y lo fantástico, forjando lo que podríamos llamar uno de los primeros narradores no fiables de la literatura.

El marco narrativo viene a ser el siguiente. En una reunión de personajes ilustres antes de Navidad, los asistentes cultivan una tradición, que yo al menos desconocía: contar historias de terror. Uno de ellos interviene y comenta que si bien la relación de un niño con un alma en pena supone una vuelta de tuerca, él conoce una historia que no solo ocupa a un infante, sino a dos. ¡Dos vueltas de tuerca! Puede que esta premisa no nos parezca nada terrorífica en la época en la que vivimos, pero debemos tener en cuenta que esta pieza data de más de un siglo, durante el auge de la narrativa gótica y tiene ese regusto especial del terror más clásico. Este hombre, pues, afirma poseer un escrito de una vieja amiga suya que una vez sirvió como institutriz en una casa, la mansión Bly, y en el que se relatan los extraños sucesos que se vivieron allí durante el breve espacio de tiempo en el que estuvo a cargo de los pequeños Miles y Flora. 

Tras una serie de páginas que sirven para despertar nuestro interés como lectores en lo que se nos va a contar, se da pie, finalmente, al relato narrado en primera persona por la protagonista. La atmósfera de misterio ya ha sido creada previamente y eso lima algunos desaliños del inicio del relato. La institutriz es escogida para un trabajo extraño. Se trata de cuidar y educar a dos niños ricos que perdieron recientemente a sus padres. Su tío paterno prefiere en este punto desentenderse, lo que nos genera una serie de dudas sobre las relaciones entre él, su hermano y la esposa de este que no se aclaran. Ya en Bly, empieza a notar que los niños se comportan en ocasiones con una madurez mucho mayor a la que les corresponde. Ellos mismos admiten tener pérdidas de memoria, lo que nos podría indicar que están siendo poseídos por fantasmas.

Pero, qué fantasmas. Un año antes de la llegada de la institutriz a Bly, convivió allí un tunante con otra institutriz. Peter Quint, un siniestro criado pelirrojo, quiso aprovecharse de la confianza depositada en él por el tío de Miles y Flora para vivir en el lujo dentro de Bly. Allí conoció a la señorita Jessel, la institutriz al cargo de los pequeños. Ambos se enamoran y ambos mueren en extrañas circunstancias. Y sin ningún tipo de conocimiento sobre esto, aparentemente la nueva institutriz parece haberles visto deambular erráticamente por la casa y acercarse con malicia a los infantes.

Y aquí entra la magia de la novela. ¿Recordáis que he comentado al inicio de la reseña que la institutriz no es una narradora fiable? Pues, esto se debe a que no se confirma ningún otro personaje que de una forma clara afirme haber visto a la pareja espectral que supuestamente quiere conducir al infierno a Miles y Flora. Todo parte de la ambigüedad y los lectores pueden interpretar tanto que los fantasmas existen efectivamente como que existen solo en la cabeza de la institutriz. Esta ambigüedad es su mayor punto a favor por ser especialmente complicada de elaborar.

No obstante, hay ciertas pegas que quizás un lector de la época no pondría, pero que creo conveniente resaltar si se mira desde el punto de vista de un lector actual. La trama es hasta cierto punto repetitiva y pueden transcurrir muchas páginas sin que ocurra nada relevante. Los capítulos se componen muchas veces de diálogos que no llevan a ningún sitio y que solo sirven para reiterar en la idea de que la institutriz, por estar en aquella casa, se está volviendo loca. Al mismo tiempo, no hay un gran desarrollo del resto de personajes. Miles goza de algo de profundidad, pero Flora y la señora Grose, la ama de llaves, son totalmente planas. Grose, no tiene nada que ver con su contraparte de la serie de Netflix The Haunting of Bly Manor. Así mismo, no se entran en detalles sobre los padres de Miles y Flora, ni sobre Quint o Jessel. Henry James es bastante reticente en este sentido. Como autor desarrolla su experimento, pero no quiere que el lector se desvíe de la delgada línea que en su relato delimita lo real y lo fantástico. Piensa con acierto que alejarse de la desesperación de su protagonista contribuye a rebajar la tensión dramática y reducir ese clima de angustia de la obra. Sin embargo, esto tiene sus sacrificios, que son los que he indicado arriba y que me siguen pareciendo innecesarios.

La propuesta de Netflix es completamente distinta y por eso la comento. Recoge a los personajes y les da nuevas historias, buscando pretendidamente lo fantástico y rechazando cualquier ápice de ambigüedad. La ambientación también cambia por una más actual, pero el universo decimonónico se mantiene con la historia no contada por James de los moradores originales de la casa. Es raro que yo lo diga, pero en este caso me quedo antes con la adaptación.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.




martes, 9 de febrero de 2021

Las 13 lunas de Berhert, de VV.AA.

 


Repaso la lista de obras reseñadas en esta esquina y me doy cuenta de que esta es la primera antología de relatos que traigo en los numerosos años de actividad de este espacio. Normalmente, soy reacio a comentar obras donde intervienen muchos autores, pero, como en este caso, los textos llegan de la mano de un amigo al que le he prometido reseñar la obra, no puedo negarme. Las 13 lunas de Berhert se trata de un libro de salida reciente al mercado, editado y redactado por escritores con una carrera bastante breve a sus espaldas, por lo que es lógico pensar que no estamos ante una obra maestra ni mucho menos. El librillo está maquetado con materiales más bien pobres e incluso carece de ISBN, lo cual tampoco es de extrañar, pues cada vez más y más libros de pequeñas editoriales o autopublicaciones están ignorándolo. Darle ISBN a tu libro cuesta en España alrededor de 45 euros, y teniendo en cuenta los gastos de impresión y los derechos de autor para cada uno de los escritores, lo más probable en este caso concreto es que el libro sufriera más pérdidas que ganancias. Gracias a estos sacrificios de edición, el precio a la venta, eso sí, es más barato y ligeramente competitivo.

Pero ya me estoy andando por las ramas. ¿Qué contiene Las 13 lunas de Berhert? La respuesta con ver la portada debería ser bastante obvia: 13 relatos de ciencia ficción por distintas plumas españolas, más un decimocuarto, que viene a modo de extra. Debido a la desigualdad entre la calidad y la temática de los relatos, conviene hablar de ellos uno por uno para dar posteriormente una valoración general:

  • Seis mil millones de mundos, de Jorge J. Coello: Relato cosmológico sobre un universo paralelo y una extraña especie que contribuye a su propia destrucción. Es con diferencia el que menos me ha gustado por varios motivos. Ya desde el inicio se nota que el escritor fuerza la máquina y acaba abusando y reiterando en los mismos adjetivos. Solo el párrafo inicial ya es capaz de enfurecer a cualquiera que haya leído un poco. Si a este intento malogrado de parecer Lovecraft le añadimos el rollo trascendentaloide, nos queda lo que es: un texto muy pobre.
  • Regreso a Mona, de Guillermo Fiscer: Por el contrario, el relato de Fiscer sí me parece realmente bien escrito. Se nos narra la vida de un hombre que, agotado por el estrés de la urbe, se traslada al campo como un nuevo Walden. Desde allí comienza su obsesión con una isla en las costas galesas, que de alguna forma lo llama. Fiscer maneja esencialmente bien las referencias e inserta elementos propios tanto de la ciencia ficción como de la novela de fantasmas en una historia que me recordó mucho a otros relatos de Fernando Codina que ya había leído, especialmente La última trinchera y La isla de los frailes.
  • El cuadro Bellafonte, de Astrid Antuña: También se compagina de una manera espectacular las tradiciones del terror y de la ciencia ficción en este relato de Antuña, que destaca por su giro de guion final. En él, se nos cuenta la historia de un misterioso cuadro maldito que lleva a la desgracia a sus poseedores. Una trama simple con una narradora sencilla, pero que demuestra funcionar bien.
  • Luz que se apaga, de César Ruiz: Un escritor es acosado por extraños seres venidos de otro mundo en un relato con momentos de mucha tensión. Ruiz consigue que sintamos rápidamente empatía por su personaje, que mantiene profundas reflexiones sobre su identidad y sobre la de quienes le rodean. Más allá de los extraterrestres y sus misteriosas intenciones, este relato habla del camino vital de cada uno, siendo la metáfora del final y la del propio título una señal del fin de la vida y de la idea de un más allá.
  • Smilodon, de Aldo López: Con López se pierde el tono adulto que se venía manteniendo en el resto de las piezas y pasamos a un narrador un tanto más juvenil e ingenuo. Lo cierto es que, si no fuera por la acción trepidante de sus páginas, este relato no lo habría acabado. Solo esa acción y una estructura bien llevada (y que recuerda algo a las viejas películas de espías) hace que me pueda medio olvidar de ciertos detalles de los personajes como la contradicción que representa que el antagonista le entregue sus poderes a Vladimir para luego proseguir a arrebatárselos en un sinsentido de manual.
  • Luces de aniversario, de Julián Romero: Interesante historia que mezcla la ficción zombi y la de extraterrestres. Será que he visto mucho The Walking Dead, pero este relato me ha resultado muy coherente y bien llevado. Mantiene la tensión de principio a fin y se nutre de personajes tipo con una gran atención a los diálogos. Tiene también momentos de absoluto escalofrío y hace que el lector tema por sus personajes. Además, el final es redondo.
  • La rebelión de los Hombres Rana, de Esther Pina: Un ser semi incorpóreo viaja sobre la estratosfera y tiene una visión que le lleva a acabar dialogando con una Polaroid y con un vinilo sobre cómo recuperar algo de ¿Humanidad? mientras que se narra la historia de la mítica civilización de los Hombres Rana. La verdad es que este relato me ha resultado el más soporífero de todos con mucha diferencia. Insufrible de principio a fin gracias a un tono metafísico que nadie le ha pedido mezclado con unos personajes absolutamente inverosímiles, incluso dentro de la ciencia ficción o la fantasía.
  • El resurgir de Teseo, de Beatrice Golden: Un hombre acude a su psicóloga alarmado por la repetición de un misterioso sueño en el cual es un héroe mitológico que enfrenta en el Coliseo romano a una bestia con cabeza de toro y cuerpo de titán. El protagonista poco a poco irá adentrándose en el sueño hasta descubrir que se le ha seleccionado para viajar entre dos mundos y traer la paz a ambos. Se trata de una historia entretenida y que mantiene bien el interés del lector, le atraiga o no la cultura clásica. El relato destaca por la sencillez de su expresión y por lo bien descritas que están las escenas de combate, así como por sus diálogos.
  • Destellos de otra realidad, de Danae Moreno: Dos mundos paralelos y uno que se destruye; dos mujeres a punto de hacer el viaje de su vida. Una historia sin mucho fondo, pero que cumple: entretiene.
  • Un nuevo día, de Jesús Muga: Este relato es el más oscuro de todos. Destaca por su inicio y la confusión del mundo que se crea. En él gobierna la esclavitud y la falta de derechos. Los trabajadores mantienen la ilusión de la falsa libertad mientras los poderosos se dedican a reducirlos y una guerrilla de proletarios disconformes se enfrentan a los perros de un gobierno corrupto. Con tintes kafkianos, el relato recuerda remotamente al expresionismo alemán. Mantiene también ciertas similitudes con La institución de Jorge P. López, particularmente en su escena inicial.
  • Más allá de las puertas de Tannhäuser, de Fernando Codina: Fernando Codina no es ningún extraño para los seguidores de esta esquina. No solo se han reseñado aquí algunas de sus obras, sino también tuve la oportunidad de hacerle una entrevista con motivo del mes de la ciencia ficción. En este caso, estamos ante un relato que narra la historia de la posible última mujer humana con vida, que viaja a bordo de una nave espacial junto a un androide. El texto habla desde la sencillez y plantea situaciones originales con un final satisfactorio para los lectores y los personajes. Las relaciones entre el androide y la mujer son el núcleo del relato, que es narrado desde la perspectiva del primero, que, por primera vez, llega a dudar de si siente lo que los hombres llaman en sus novelas "amor".
  • La fuga, de Javiera Vercelotti: Los terrícolas son engañados por hombres procedentes de otra dimensión y confinados a naves submarinas desde las que trabajan remando para suministrar energía a los incursores. La fuga se trata de un relato camuflado sobre la colonización de tantos otros territorios en el mundo y una crítica hacia los poderosos que explotan la mano de obra de los más pobres mientras sus familias permanecen en la inopia. Es un canto a la revolución narrado en forma de carta de una joven a su hermano pequeño.
  • Entre mil billones, de Pilar Rodríguez: Una asesina a sueldo para el Santo Pontificado deambula por las galaxias colindantes en busca de seres que se han reencarnado recientemente y que deben eliminarse antes de crecer y hacer el mal. Lo que no sabe, por supuesto, es que todo es una estratagema de la Iglesia para mantener su poder por el cosmos. Rodríguez nos ofrece una historia de abusos, poder e intrigas donde critica la doble moral de los sectores sociales que pueden permitírsela. Muy recomendable.
  • Mira atrás, de Jandra Dubois: Una joven vive en una ciudad de la que no puede escapar, solo transitar de un distrito a otro cuando acumule los puntos de ciudadano necesarios para dicho fin. El control del gobierno es total y un grupo revolucionario pretende dilapidarlo. De este texto, destaca sobre todo el carisma de la protagonista y cómo se introducen los distintos elementos de la trama. Consta con un final, eso sí, no demasiado sólido.
Y hasta aquí los catorce relatos. Como habéis podido comprobar, se trata de una colección bastante irregular. La mayoría de textos son buenos, otros tantos correctos y algunos detestables. La falta de conexión total entre los temas y el tono de cada uno de los relatos hace que parezca más una revista que una antología. Ciertas piezas encajan mejor que otras dentro de la ciencia ficción, que ya de por sí es una etiqueta muy amplia y que aglutina una gran cantidad de subgéneros que muchas veces no tienen nada que ver los unos con los otros. Aún así, se trata de un libro recomendable para aquellos que disfruten de este tipo de piezas breves. Yo lo he usado como descanso de lecturas más densas y estoy contento con el resultado.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.



viernes, 5 de febrero de 2021

Las ratas, de Miguel Delibes

 


Vuelvo a Delibes unos meses después con la que ha sido para mí la mejor lectura de este comienzo de año. Las ratas no se aparta de lo que viene siendo habitual en el autor. Véase: entorno rural empobrecido, gentes arraigadas a la tierra que viven de ella y dependen de los continuos cambios climáticos, lenguaje basado en la oralidad, inserción de pequeñas historias dentro de una trama más extensa, gran importancia de los personajes secundarios, etc. Por su forma de estar contada y el hecho de que el protagonista vuelva a ser un niño que rechaza ir a la escuela porque cree que en ella no puede acabar aprendiendo nada de provecho, la obra recuerda de manera importante a El camino. Si a esto se le añade la localización (pueblo perdido en mitad de Castilla) y que cada personaje tiene su particular mote dentro de la comunidad (algunos muy obvios, pero otros muy chistosos), podríamos decir que estamos ante una segunda visión de la misma problemática ya presentada en El camino. No obstante, hay que dejar algo en claro. Las ratas se trata de una obra mucho más oscura y con tramos verdaderamente desagradables, lo que en cierto modo tiene sentido si se tiene en cuenta que se publica en los sesenta, casi diez años después. El camino podía y debía ser una novela que reflejase las duras vidas de aquellos que vivían en el campo, pero la situación en España tampoco permitía un texto que se recrease en lo grotesco. Delibes trataba de separarse del tremendismo de Camilo José Cela, pero una vez que este toma otros caminos literarios y su obra empieza a perder relevancia, Delibes se sienta y escribe Las ratas, una pieza con la que trata de reflejar la oscura realidad del campo español.

Los momentos de esperanza de El camino se ven dinamitados. El Nini es muy diferente del Mochuelo. Su vida se nutre de los elementos. Hijo de dos hermanos, vive en una cueva y duerme sobre un montón de paja. Su trabajo desde pequeño es azuzar a su perra, mutilada y medio ciega, para que rastree la vera del río en busca de ratas para venderlas en el pueblo. Sí, en el pueblo comen ratas. Y de ellas, el Nini lo sabe todo. Cuenta con las enseñanzas de su padre, y a la vez tío, el Ratero. La caza se convierte en sustento, pero este año no hay apenas. Un despreocupado muchacho de la ciudad vecina, por mero ocio, se acerca también a cazarlas. Si sumamos esto a que el alcalde del pueblo quiere echarlos, al Ratero y al Nini, de su preciada cueva a cualquier precio, tenemos un clima de tensión que anticipa lo inevitable: el crimen.

Toda la novela se construye con dicho fin. El enfrentamiento entre el Tío Ratero y el cazarratas furtivo, así como el abandono de la cueva, debe producirse. Este abandono no solo debe ser únicamente literal, sino también simbólico. La forma de vida de los protagonistas y su particular vivienda nos remite al mito de la caverna de Platón. El tío Ratero piensa que no tiene ratas porque el otro se las roba y que cuando lo mate aparecerán por arte de magia. El Nini sabe que esto no es así y, aunque advierte al intruso reiteradas veces para que no se acerque, sabe que es imposible que un chico de "buena familia" se tome en serio las palabras de un niño mal vestido y que lleva sin lavarse un año. El Ratero y el Nini tienen la oportunidad de vivir en una casa normal en el pueblo y cambiar sus tradiciones por otras que generen más ingresos. El Nini podría estudiar. Todo parece un negocio redondo, pero... el Ratero solo entiende de ratas. No sabría cómo vivir fuera de la caverna, porque la caverna es su vida. Y todo aquel que trata sacarle a él o a su hijo es un malnacido. 

Como digo, la trama se va construyendo con pequeñas historias que nos van mostrando la realidad de ambos personajes y del resto de habitantes del pueblo. Se destaca la sabiduría y la prudencia del Nini, pero también su incapacidad para operar, debido a la edad que tiene, así como su tremendo cariño y amor hacia el Ratero, aún cuando sabe que este está equivocado y que le acarreará problemas más pronto que tarde. Uno conoce el final antes de leerlo, de una forma un tanto similar a como sucede en El camino, pero desconoce quién ganará la lucha. Puede sospecharlo. Sin embargo, a pesar de las más profundas y acertadas sospechas, Las ratas tiene la capacidad de erizar los bellos del lector en sus páginas finales. Y esa es su magia. Una estrategia literaria extraordinariamente bien hilada y que deja muy buen sabor de boca. 

Lean mucho, coman con moderación y namasté.

Reseñas de otras obras de Miguel Delibes en esta esquina: El camino, El disputado voto del señor Cayo, Cinco horas con Mario,



viernes, 29 de enero de 2021

Noche de pizza con mi villano, de Daniela L. Guzmán

 


Normalmente no suelo ser muy optimista con los escritores de mi generación, ya que, por lo general, tienen perspectiva, pero les suele faltar la técnica para hilvanar grandes historias. No obstante, el libro que reseño hoy me ha sorprendido para bien. Noche de pizza con mi villano se trata de una recopilación de cinco relatos de la joven promesa mexicana Daniela L. Guzmán, unidos por un nexo común: la villanía. Y, bueno,... también por la pizza. Los protagonistas de cada uno de ellos parten de personalidades reales de la historia mexicana más clásica. Tenemos a Hernán Cortés, a la Malinche, a Moctezuma, a Maximiliano de Habsburgo y a Porfirio Díaz. Y su protagonismo se integra con esos elementos que tanto me atraen de la literatura mexicana más reciente: la conciencia de que Méjico no es un país que funcione de acuerdo a una lógica, de que si en un país pueden llover cabras del cielo y bajar extraterrestres en un cono de helado para bailar una samba, ese es Méjico. Y eso es así porque si algo ha funcionado en la historia y la política del país es justamente lo inesperado. Los mejicanos que conozco rara vez se sorprenden, lo que hace que la literatura orbite por mundos mucho más fantásticos que los que acostumbramos en Europa. 

Méjico no es un país normal, como decía Juan Pablo Villalobos, y está plagados de villanos históricos, cuyas historias fascinan a los propios mejicanos, cuyas ideas son rescatadas una y otra vez por ellos en el día a día. Guzmán hace en este libro una reinterpretación de sus historias recurriendo al amplio abanico de la ciencia ficción y la ficción especulativa, dando lugar a textos muy bien cuidados y que apuntan formas. Son los siguientes:

  • Rehúso, señor presidente: El presidente del país trata de dejar el cargo, pero es reelegido una y otra vez. Se convierte en un ser despótico y en un auténtico tirano para el pueblo, pero este le sigue adorando. Ni siquiera le dejan suicidarse tranquilo.
  • No vayas, es una trampa: Un grupo hotelero vegano secuestra a un ingeniero y a sus hombres y les obliga a probar durante un tiempo su modo de vida, a la fuerza.
  • También en Plutón hay una ciudad llamada Estocolmo: Un padre conspirativo piensa que su vecino es un auténtico plutoniano y se va a vivir con él abandonando a sus hijos.
  • Mi mejor amiga vive en una pecera gigante: Un par de estudiantes adolescentes decide recaudar peces para salvar la extinción de los osos polares, pero una de ellas es maltratada por sus compañeros hasta el punto de despreciar a la raza humana.
  • El empleado enfermo: El hijo progre de un empresario hereda el imperio económico de su padre, pero no tiene ni idea de cómo dirigirlo. En las oficinas tiene permiso para hacer lo que se le antoje, salvo una sola cosa: abrir la puerta del sótano en la que trabaja "el empleado enfermo". Cuando ambos entren en contacto, su forma de ver el mundo cambiará drásticamente.
Se trata de textos bastante breves y que se pueden leer en su conjunto en unas dos horas. Están plagados de humor y de referencias a la cultura pop de mi generación (los que nacimos en los noventa), más allá de los localismos propios de Méjico. El lenguaje es ágil, pero también goza de una profundidad que parte de la reflexión y de lo simbólico. Guzmán juega con la referencia y se apropia de ella hasta darle forma y encajarla en su mundo literario. Su estilo es muy personal y colorido. No obstante, el marco narrativo puede desconcertar de alguna manera al lector y era por completo innecesario, pues ya los relatos son lo suficientemente buenos de por sí. Hay una breve introducción en la que se trata de explicar que los villanos han resurgido y han concedido entrevistas para la televisión nacional por una porción de pizza (y un vaso de vino), pero lo que uno encuentra luego son relatos que se vinculan con dichos villanos simbólicamente y en los que no hay ni rastro de la aparentemente prometida entrevista. Por decirlo de alguna forma, se trata de historias que no podrían aparecer en un programa de televisión al ser estrictamente literarias. Y luego está el tema de la pizza, que acaba siendo meramente anecdótico, a no ser que entendamos, claro, que en la referencia a la comida italiana reside esa intencionalidad de actualizar viejas historias. Salvando estos detalles y algunos descosidos propios de toda primera obra, se puede decir que es un libro de relatos muy en condiciones, demasiado si se tiene en cuenta de que la autora lo distribuye de manera totalmente gratuita por Google Play. Muchas veces pagamos por libros mucho peores y no le damos la oportunidad de ser leídos a estos autores menos conocidos, lo cual es una verdadera lástima.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.



martes, 26 de enero de 2021

La máscara de Ripley, de Patricia Highsmith

 


Como ya comenté el 19 de diciembre, con carácter mensual, voy a estar reseñando las novelas protagonizadas por Tom Ripley hasta concluir la saga, aprovechando la edición recopilatoria que ha sacado Anagrama. Esta es, pues, nuestra segunda cita con el mítico criminal de Patricia Highsmith. Se trata, además, como en la primera novela, de una relectura, por lo que los puntos cruciales de la trama ya me sonaban, al menos. No obstante, ha sido un placer volver a leer La máscara de Ripley, puesto que había olvidado buena parte de los detalles del argumento.

Tenemos, como digo, una trama un tanto enrevesada, pero voy a tratar de resumirla brevemente. Han pasado cinco años desde que Tom Ripley burlara a la justicia en Grecia y se convirtiera en el heredero de las propiedades de Dickie Greanleaf. Durante ese tiempo, Tom ha prosperado. Se ha mudado a una mansión llena de lujos de una pequeña localidad cerca de París y se ha casado con la heredera de una importante farmacéutica a nivel mundial. No tiene necesidad de trabajar y vive rodeado de todo lujo, dedicándose a sus placeres: aprender idiomas, viajar, el arte, etc. Sin embargo, eso no le sirve a Tom. Aspira a más y sabe cómo conseguirlo: mediante toda clase de negocios fraudulentos. La romántica muerte en el mar Egeo de Derwatt, un pintor casi desconocido, pero joven promesa, motiva a un grupo de amigos a difundir su obra hasta el punto de que se han quedado sin nada que ofrecer justo cuando los precios de los cuadros comenzaban a dispararse. Por azares del destino, Tom conoce al grupo y se decide a ayudarle. ¿Es que uno de ellos, también pintor, no es capaz de imitar su estilo? Dicho y hecho. Comienza en Londres todo un negocio de falsificaciones que demostrará su fragilidad cuando un rico estadounidense aficionado a la pintura, Thomas Murchison, se cuestione la veracidad de ciertas obras recientes. Mr. Ripley, que recibe un 10% de las ventas millonarias de los falsos Derwatts, tendrá que volar a Londres rápidamente y volver a ponerse en la piel de un muerto. Disfrazado del pintor suicida, Tom tratará de convencer a Murchison, pero no le resultará nada fácil.

A partir de aquí se sucede la clásica trama esperable en una novela de Highsmith. Hay uno o dos asesinatos. Ripley tiene que apañárselas como puede para ocultar los cadáveres y convencer a la policía de que él no tiene nada que ver con ningún negocio turbulento y de que la galería, que vende cuadros falsos, es la más honesta del mundo, al tiempo que trata de llevar una vida normal, recibiendo invitados a su casa y asistiendo a fiestas solo para dar la imagen de ciudadano ejemplar. Lo interesante, como siempre, es la distribución de la acción, la agudeza de los diálogos que juega con lo que sabe cada personaje y los giros argumentales bien dispuestos.

La máscara de Ripley retoma algunos temas fundamentales de El talento de Mr. Ripley, como el doble o la fascinación por el arte europeo, pero abandona otros, como la reflexión en torno a la identidad (sexual y existencial) del protagonista. Tiene un comienzo menos abrupto que su predecesora, lo que tampoco era muy complejo, pues se presupone que el lector ya ha pasado por una novela previamente a esta. Sin embargo, el desenlace no es tan satisfactorio como en El talento y eso le juega en contra. A pesar de que la historia no está centrada en el caso Dickie y que, salvo Tom, no aparecen personajes de la anterior novela, considero que ciertos detalles, muy relevantes para la historia y que explican el comportamiento del propio protagonista, no se aprecian bien si no has leído previamente El talento. El camino tangencial que toma Highsmith para redactar La máscara es lógico si se tiene en cuenta el carácter sentencioso del final de El talento. Highsmith le da tantas vueltas a una trama y explora tantas posibilidades que esta se acaba desgastando de una novela para otra. De ahí, la incursión de situaciones completamente nuevas con personajes distintos, como el propio Bernard Tuffts, un incomprendido que le recuerda a Tom a sí mismo. Dicho esto, estoy deseando poder disfrutar de la siguiente, que será El amigo americano.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.

Reseñas de otras obras de Patricia Highsmith: El talento de Mr. Ripley, La celda de cristal




viernes, 22 de enero de 2021

Insolación, de Emilia Pardo Bazán



Francisca Asís de Taboada es una joven que lleva ya dos años de luto por la muerte de su esposo y tío, el marqués de Andrade. Con la idea de que ya va siendo hora de vivir un poco, acude a un pequeño cóctel de una de sus amigas cercanas, la marquesa o condesa de Sahagún. En dicho evento, conoce a un burgués gaditano, apellidado Pacheco. Algunos días después, ambos se encuentran a la salida de una misa y deciden ir juntos a la romería de San Isidro. Lo que para el mundo que la rodea supone un escándalo, para Asís consiste en una diminuta aventura donde Pacheco no es más que su acompañante y amigo. Sin embargo, durante dicha romería, ambos acaban enamorándose el uno del otro. Asís, presa del vino y del fuerte sol madrileño termina sufriendo un mareo que la incapacita y que será en cierto modo responsable de los sucesos posteriores.

Estamos ante una novela romántico-sentimental, de trama sencilla, pues solo intervienen los dos responsables de una relación que se desarrolla en el "ahora sí y ahora no" tan característico de este tipo de obras. Pacheco destaca por ser todo un truhan, una suerte de burlador de mujeres que parece que ha encontrado definitivamente a su media naranja. O eso debemos suponer los lectores por el final feliz de la novela, aunque lo cierto es que ciertas intervenciones del chico dan a entender todo lo contrario, que a Asís le espera un matrimonio de todo menos alegre y llevadero. La relación se forja en solo cinco días, por lo que los personajes ni siquiera tienen tiempo de conocerse entre sí por muy bien que trate de pintárnoslos la autora. La prontitud con la que se desarrollan estos amores y la actitud de Asís y Pacheco para consigo mismos me ha recordado, al menos, a los relatos característicos de María de Zayas y Sotomayor. Asís trata de frenar sus sentimientos por Pacheco, que a fin de cuentas es un mindundi, pero no lo consigue. El desenlace es optimista y le resta realismo al relato, siendo esta falta de realismo una de sus mayores fallas.

Sin embargo, esta no fue la principal queja de la crítica de su tiempo. Pardo Bazán fue tachada de indecente en esta obra, y eso que se esfuerza en censurar, hasta el punto que resulta tedioso para los lectores modernos, el comportamiento que podría tildarse de despreocupado de su protagonista. Eso de que una noble viuda se fuera de romería con un cualquiera, pues, como que no estaba muy bien visto. Se ha llegado a decir que Insolación es una novela erótica. Así lo afirma Marina Mayoral en el prólogo que yo he leído, al menos (que no es la de la edición de la portada, sino una de Espasa Calpe que tenía por casa). Y yo, iluso de mí, esperando ese momento de encuentro sexual, o la sugerencia quizás de dicho encuentro. Pero, oye, nada de nada. Seguramente se deba a que en el siglo XIX la amplitud de miras era mucho más cerrada, pero desde mi prisma como lector actual debo decir que Insolación es de todo menos una novela erótica. De hecho, diría que es diametralmente lo opuesto a este género. Se prima el alma sobre el cuerpo, o, por lo menos, Asís lo prima. Y el narrador omnisciente que la acompaña y no para de atacarla, también.

Es evidente que este ataque a metralla es una estratagema de la señorita de Pardo Bazán para que le publicasen una novela con una trama controvertida escrita, para más inri, por una mujer, pues en la época todas debían ser lo más respetables posible. Pardo Bazán oculta su ideología a través de la exposición de una opuesta en un nivel superior: la voz del narrador. Insolación no podría haberse escrito con un narrador neutro. La hubieran crucificado aún más de lo que ya la crucificaron. Y eso que, como digo, se trata de una novela sin muchas subidas de tono.

Lo principal es el personaje de Asís y la reflexión en torno a la libertad de las mujeres y la diferencia abismal entre esta y la de los hombres. Asís dialoga de vez en cuando con el Comandante Pardo (que, según tengo entendido, aparece en otras e importantes novelas de la autora) sobre esta cuestión. Lo que es censurable para las mujeres es motivo de halago para los hombres. El mismo Pacheco señala en algún momento que él ha vivido mil veces más que cualquier mujer por la simple libertad que dispone para moverse. Asís ha perdido dos años de su juventud mirando las musarañas y dejando que la pérdida de su esposo la consumiera. Pacheco ha burlado (o dice haber burlado a infinidad de mujeres) y así lo expresa como algo de lo que enorgullecerse. Y ambos son invitados a las mismas fiestas y gozan del mismo respeto y prestigio social. Se trata de una situación injusta que Pardo Bazán coloca sobre la mesa y deja una verdad incómoda que a muchos autores varones de la época les molestaba hasta el punto de dinamitar la obra desde su salida con duras críticas, sacándose de la chistera situaciones que ni siquiera aparecen en el libro.

Insolación es una obra valiosa por su denuncia social, pero tampoco por ello debemos obviar sus errores. Para empezar, el cambio de narrador, totalmente arbitrario, indica indecisión a la hora de narrar el texto por parte de su autora. Después de unos capítulos iniciales usando la tercera persona, pasa a la primera otros tantos y luego regresa a la tercera. Mareo absoluto e inexplicable. Otra cuestión que me fatiga es el laísmo de la obra. Todos los personajes son un poco laístas. Hasta el burguesito gaditano comete laísmo ciertas veces. Y a este personaje hay que sumarle el seseo inexplicable y que entra en contradicción con el supuesto "ceceo" que le atribuye el narrador. No me queda claro, ¿sesea, cecea o qué hace con su vida? Yo soy de la provincia de Cádiz y debo decir que, por norma general, se cecea en toda la región, salvo en ciertos barrios de la capital y parte de la sierra, regiones en las que se sesea. Pero eso no explica que la autora transcriba los diálogos del personaje con eses donde debería haber ces y luego nos diga que su ceceo maravillaba a Asís. A todo esto hay que sumarle la cadena de tópicos que hay sobre Pacheco por el simple hecho de andaluz y que son de haber pisado Andalucía poco y nada. 

También es cierto que ha influido en que no me haya gustado el hecho de que la novela romántico-sentimental nunca ha sido fruto de mi devoción. Las tramas siempre lentas con conflictos previsibles y personajes que no suelen tener mucho más trasfondo ni preocupaciones en la vida más que quererse o no quererse. Probaré suerte pronto con otras novelas de la autora, ya que siempre me ha llamado la atención como personalidad de la época y sus vínculos con las postrimerías del realismo decimonónico en España, así como en la difusión del naturalismo francés.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.



martes, 19 de enero de 2021

La muerte como efecto secundario, de Ana María Shua

 


Ernesto siempre ha tenido un problema: su padre. Este se ha caracterizado por ser un hombre con un rígido carácter que le ha llevado a maltratarle psicológicamente durante toda su vida. Hace mucho que Ernesto es mayor de edad. De hecho, ya ha superado los cuarenta, pero es totalmente incapaz de rebelarse contra quien lo engendró. Cuando al viejo se le diagnostica cáncer de colon, este hace una apuesta con Ernesto. Le entrega diez mil pesos argentinos, que debe devolverle en ración de dos cada equis meses mientras siga con vida. Ernesto ve entonces la luz, desea con toda su alma que su padre se muera, ya sea por efecto colateral de una cirugía en un hombre tan mayor y obeso o por una incapacidad de sobrellevar el posoperatorio, pero todo apunta a que va a tener que soportarlo más de lo que tenía pensado.

La novela que os traigo hoy es la más conocida de todas las que ha escrito Ana María Shua. Se trata, como su nombre indica, de una pieza que gira en torno a la muerte. Todos los personajes están expuestos a ella, pero especialmente Ernesto, quien, por su profesión como maquillador, se ha acostumbrado a tratar con cadáveres. Para Ernesto, la muerte es un efecto secundario de la vida y no resulta extraña ni aterradora. Por el contrario, es una herramienta de liberación, un alivio. El protagonista siente la angustia de vivir y de las cláusulas tan particulares que su existencia conlleva. No solo tiene que enfrentar a su padre, que es el causante de todos los complejos que arrastra, sino que debe bregar con un trabajo cada vez más extraño. Ernesto es maquillador porque entiende que los seres humanos necesitan una máscara para afrontar la vida y, al mismo tiempo, es escritor, aún cuando no quiere serlo, condenado a lidiar con el director de una película que jamás se filmará. Ernesto desea ser degradado, pero necesita el dinero y algo en lo que pensar mientras asiste al momento más largo y esperado de su vida: la muerte del padre que nunca lo aceptó, que siempre lo ninguneó.

A todo ello hay que sumarle la complicada relación sentimental que mantuvo con una mujer hace Dios sabe cuándo, pero que lo marcó de por vida. Ernesto se culpa a sí mismo por su debilidad, por no ser el hombre que se esperaba de él. Y esto me ha parecido tremendamente interesante porque desde la novela se desafía la vieja fachada de la hombría, de esa masculinidad clásica del tipo fuerte, valiente y dominante. Ernesto es todo lo contrario y por presión social se machaca psicológicamente a sí mismo. Opta por una profesión en la que todos lo consideran un intruso, porque es maquillador, pero no homosexual. Y eso hace que las personas para las que trabaja, especialmente las mujeres, se sientan incómodas; siendo este otro de los puntos que le hacen preferir el trabajo con la muerte.

La muerte sigue presente en la película que nunca rodará Goronsky. El excéntrico artista selecciona a Ernesto para ser su nuevo guionista (al menos, hasta que se canse de él) y lo hace por un relato, el único que alguna vez publicó Ernesto, sobre la Antártida. Esa tierra fría, hostil y muerta, donde no crece ni un árbol, pero cuenta con seres acostumbrados a ella. Los expedicionarios de Goronsky son un trasunto del propio Ernesto en la novela, que debe sobrellevar una situación difícil y adaptarse a cualquier clima, muy especialmente a la violencia matutina y llevaba al último extremo de la ciudad de Buenos Aires.

Y con esto llego a la ambientación. No he visitado nunca Buenos Aires, pero creo que no hace falta hacerlo para entender que la situación social que se muestra es más propia de la ciencia ficción que de una óptica realista. Toda Argentina está sumida en una rebelión. La desigualdad social ha dado lugar a dos tipos de barrios: los cerrados y los tomados. Los barrios cerrados son aquellos en los que viven personajes como Goronsky. Como en la serie La valla, de Antena 3, hay un control estricto sobre quien entra y para qué. En los barrios cerrados se decide el destino del país y sus habitantes viven con todo rigor en la opulencia y el lujo más exagerado. Por el contrario, los barrios tomados son aquellos barrios que anteriormente estaban cerrados, pero que sufrieron la sublevación de los trabajadores, quienes expulsaron o liquidaron a los anteriores moradores. Son barrios que se han ido desgastando con el tiempo, como sus gentes. En medio de este berenjenal, están las zonas abiertas de Buenos Aires donde la violencia está a la orden del día. Los ladrones de poca monta, a veces menores de edad, asesinan por cuatro perras chicas y, como si fuera esto Estados Unidos, todo el mundo puede adquirir, y suele llevar en el cinturón o en el doble fondo de la chaqueta, un arma de fuego, cargada y lista por si acaso.

La muerte como efecto secundario es una novela inquietante y extraña por su mezcla de géneros, sus tesis y su trato con temas tan esenciales de la literatura como el amor, el sexo, la identidad, los problemas paterno-filiales o la muerte. Hay que añadir que el ritmo narrativo está excelentemente llevado y que el final es, con creces, brillante y memorable. Por ello, diría que, sin ser un libro imprescindible, se trata de una obra muy recomendable y entretenida.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.



viernes, 15 de enero de 2021

La uruguaya, de Pedro Mairal

 


Lucas es un escritor bonaerense cuarentón que vive con su mujer, Catalina, y su hijo de corta edad, Maiko. Cada cierto tiempo acude a Montevideo a bordo de un ferry para extraer del banco ciertos pagos por novelas que acuerda escribir para editoriales españoles, pero que no siempre entrega a tiempo. El viaje no es en balde, si retirara el importe en Argentina, la fiscalía se quedaría con casi un sesenta por ciento de las ganancias. Por ello, hace de mula, cargando más billetes de los que debe en la ropa interior y buscando mil formas de burlar a los controles aduaneros. En uno de estos viajes, aprovechando un congreso de literatura en la capital uruguaya, conoce a una chica por la que siente cierta atracción. Lucas sabe que desde hace algún tiempo su mujer mantiene encuentros sexuales con otra persona. Cree que le ha llegado el momento, cree que ha tenido suerte. ¡Menudo desdichado!

La uruguaya es una novela ágil, en sintonía con otras de Pedro Mairal. Destaca por sus diálogos y por el desarrollo de la psicología interna de los personajes con pocas frases, pero muy contundentes. 

En ella sobresalen las relaciones entre narrador y narratario. Todos sabemos que un autor escribe para un lector que existe en la vida real y que es, por lo general, de naturaleza indefinida. Quiero decir, depende de la obra hay unos patrones claros. Por ejemplo, no tiene demasiado sentido apelar al lector usando pronombres masculinos en un libro para embarazadas. Esto no quiere decir que todas las personas que vayan a leer ese libro sean mujeres, pero la lectora ideal del propuesto por el escritor/a lo es. En cualquier caso, lo importante es que en toda obra, sea del índole que sea, hay un autor (o autores) y lectores, ideales y reales. A este esquema simple, habría que sumarle el del narrador y el narratario en las obras de ficción. En La uruguaya el narrador es el propio Lucas, que relata su experiencia en primera persona, pero lo hace con el fin de comunicarse con el narratario (Catalina) para, aparentemente, pedir su perdón.

Hay que dejar en claro dos cosas, puede que Lucas acabe muy mal parado al final de la obra, pero hasta cierto punto no le importa tanto humillarse ante Catalina como humillarla. Los detalles eróticos que le revelaría si el largo texto que escribe llegase a sus manos son verdaderamente hirientes, a pesar de que trate de compensarlo al final diciendo que la quiere. Lucas yerra, se comporta como un iluso y actúa en venganza. Y lo peor de todo, una vez la acción acaba y se sienta a escribir el relato que los lectores estamos leyendo desde el principio, sabemos que su venganza no ha concluido y que aún pretende reclamarla.

Sin embargo, esto es una interpretación. De si la intención de Lucas es entregar su texto a Catalina o no, puede desprenderse otra: la de que Lucas escriba el texto para sí mismo, pero aluda a Catalina en segunda persona como una parte de sí mismo. Ya en la obra se comenta varias veces la cuestión de la bicefalia de las parejas sentimentales. Se comparten hábitos, comidas, películas, amistades, sexo, etc. Hay una negación de la intimidad en un principio que se pierde cuando una de las cabezas trata de recuperarla. Dependiendo de lo que se quiera dejar de compartir esto puede llevar a la hecatombe para la pareja. La escasa madurez puede invitar a la afloración de los celos, como le ocurre a Lucas en su primera venganza. Si las alusiones a Catalina son alusiones a sí mismos, estamos ante un nostálgico como el final de la obra parece indicarnos.

Podría comentar varias cuestiones más, pero este punto ha sido el que más ha llamado mi atención de toda la obra por su ambigüedad. Ya sabéis que pienso que cuanto más ambigua sea una obra más poderosamente literaria me parece. Por lo demás, es una historia entretenida, pero sin momentos sobresalientes.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.

Reseñas de otras obras de Pedro Mairal en esta esquina: Una noche con Sabrina Love