jueves, 11 de diciembre de 2014

Las Metamorfosis, de Ovidio

Una literaria enciclopedia de mitos grecolatinos...


Se me puede llamar vago por esto, soy consciente, porque quizás la edición de Austral sea la que más texto recorta al transcribir este extenso poema del latín al castellano; pero he de argumentar en mi defensa que era el único ejemplar del que disponían en la Biblioteca Pública de Andalucía y que mi economía últimamente no está para comprar libros. De todas formas no me disgusta del todo la edición: pasa por cada mito de cada uno de sus quince libros de forma escueta, pero proporcionando todos los detalles necesarios para su comprensión. Durante su lectura he aprendido mucho y ha sido, sin duda, una de las obras clásicas con las que nos hemos puesto este año que más he disfrutado. He ido elaborando un esquema de lo que ocurre principalmente en cada mito, apuntando la mayor parte de las metamorfosis, elemento que constituye la constante entre una serie de historias llenas de variables, para que cuando vuelva a leer este libro, ya, por supuesto, en otra edición, pueda acudir como un rayo a uno u otro mito, convirtiendo así a Las Metamorfosis un poco en lo que es: una de las más bellas enciclopedias de mitología clásica.

Aunque hablaremos de algunos mitos característicos en la reseña para hacer al lector de ésta a la idea de cómo es el libro a modo de ejemplos, preferiría comentar primero algunos aspectos acerca de la estructura de la obra. No puedo hablar del metro ni de otros temas referentes al verso, pues mi edición era completamente en prosa. De lo que sí puedo hablar y me gustaría es de cómo Ovidio conecta un mito con otro creando una secuencia, bien histórico-cronológica, bien topográfica, donde el mundo mitológico greco-latino forma una esfera en la cual no queda nada fuera. Desde el génesis, elemento básico en todas las religiones y culturas y no sólo en la cristiana como algunos puedan llegar a creer, y las edades del hombre (Oro, Plata, Bronce, Hierro) hasta la metamorfosis del caudillo romano Julio César en estrella por deseo de Venus, madre del héroe griego Eneas, fundador de la ciudad del Tíber, todo queda conectado en esta serie de leyendas, mitos, muy próxima a una antología de cuentos bien llevada a cabo.

Sobre el tratamiento de los personajes hay que decir que Ovidio pinta con colores más distintos de lo que cabría esperar en un poeta de la época las personalidades de los hombres y la de los dioses. Si bien es verdad que ambos sucumben a las pasiones más básicas, la frialdad de los dioses ligada a su inexorable e irreductible fuerza es mayor con creces a la de los hombres. Los dioses castigan cualquier acto, aunque no sea intencionado con la metamorfosis, un estado que estaría a medio camino entre la vida y la muerte. Un ejemplo de ello lo encontramos en el segundo libro donde Calisto, una hermosa doncella, es violada por Júpiter y castigada posteriormente por Juno, al haber despertado el deseo de su marido, siendo ella y sus hijos transformados en osos y luego en las constelaciones archiconocidas de la Osa Mayor y la Osa Menor. 

Las infidelidades de Júpiter no se quedan sólo ahí; a lo largo de los primeros capítulos descubriremos cómo una tras otra es engañada para acostarse con el rey de los dioses. Estas historias están plagadas de metamorfosis. Cuando, por ejemplo, se encapricha de la ninfa Io la acaba convirtiendo en vaca para yacer con ella sin despertar las sospechas de Juno. Al contrario, pero con la misma finalidad y el mismo éxito, sucede en el famosísimo rapto de Europa, donde Júpiter engaña a la que será su amante transformándose en toro. Otra historia muy distinta es la del engaño a Semele dispuesto por Juno, donde Júpiter acaba quemando a su amante con su abrazo y llora su pérdida. Pero el hijo de Saturno no es el único dios que mantiene relaciones íntimas con mortales. Sería suficiente con mencionar la historia de amor entre Apolo, el dios de la música y el sol, y Leucotae, la cual es enterrada viva cuando se descubre que ha sido infiel a su marido, un rey llamado Orchamo, pero hablaremos de alguna que otra más. Dentro del mismo mito también se habla del amor de Clicie por el mismo Apolo, con el que, hasta que la muerte de Leucotae le traspasó de dolor, se unía carnalmente. Mirando fijamente el Sol, que ya no puede abrazar, acaba metamorfoseándose en un árbol. Más tarde Apolo, siguiendo un poco el ejemplo de su padre, mantiene otras aventuras con mortales como puede ser la de Jacinto. A veces son dos los dioses los que se enamoran de una misma mortal como es el caso de Chione, hija de Dedalión. Apolo la engaña para yacer con ella y Mercurio, directamente, la viola. Teniendo un hijo de cada uno de ellos, la muchacha se jacta ante Diana, que la acaba cruzando de parte a parte con una saeta lanzada por la cuerda de su arco. La historia del enamoramiento de Plutón y del rapto de Proserpina, que luego sería diosa, puede constituir otro ejemplo que nos permita escapar un poco del protagonismo de Apolo. Tampoco podemos pasar a hablar de otro tema sin hacer mención del enamoramiento de Venus por Adonis, quien se acabará convirtiendo en flor.

Los castigos que acaban en metamorfosis pueden ser de diversa índole, pero llama especialmente la atención el castigo por blasfemia y arrogancia. Un personaje mortal se jacta de ser mejor que uno o varios dioses y acaba siendo convertido en animal, roca o árbol. Es el caso concreto de Alcítoe y sus hermanas que, renunciando a participar en las bacanales porque no consideran que un dios del vino pueda existir verdaderamente como tal, se encierran en casa y se ponen a contar historias, por supuesto, acerca de las metamorfosis de tal o cual personaje célebre. Son castigadas, finalmente, y convertidas en murciélagos. Otra de las mujeres arrogantes que presumen ante los dioses era Níobe, que tenía siete hijos y siete hijas y que se burlaba de Leto porque ésta sólo tenía dos: Apolo y Diana. Leto ordena a sus hijos que acaben con la progenie de Níobe, causando con ello su desgracia. Níobe terminará el mito convertida en dura piedra. También tenemos a Aracne, quien desafía a Minerva a una competición de hilado que pierde y que le vale su vida como humana. Minerva se venga del atrevimiento empequeñeciéndola hasta la talla y la forma de una araña.

También hay metamorfosis que son recompensas por lo bien que se han comportado los suplicantes y lo devotos que se han mostrado a lo largo de su vida como Pigmalión,  Ifis o Dafne. El primero era un hombre enamorado de una estatua a la que, un buen día, Venus da vida. Esto encuentra, cómo no, su trascendencia en obras como Pinocho. La segunda nace siendo mujer, pero toda su vida se hace pasar por hombre para que su padre no pueda renunciar a ella como hija y la mate. Concertado un matrimonio con la mujer que ama, Janta, no puede poseerla al carecer de miembro viril, y le pide a la diosa Isis que la haga hombre, lo que, al final, ésta consiente. La tercera encuentra en la metamorfosis en árbol una forma de huir de Apolo, a quien no ama y que, por decirlo de alguna forma, la acosa porque está enamorado.

También se toca levemente el tema del descenso a los infiernos en el mito de Orfeo y Eurídice cuando el aedo baja a la morada de Plutón y le suplica que le permita regresar al mundo de los vivos con su amada, con la cual hacía poco había contraído matrimonio. Éste se lo permite con la condición de no poder mirarla a los ojos hasta salir del averno y sólo le ofrece una oportunidad, que Orfeo, como es bien sabido, acabará desaprovechando.

También se tocan temas propios de una épica anterior. Se narran en los capítulos finales episodios de la Odisea y más concretamente de la Eneida, que casi se resume entera. Estos libros épicos (XII, XIII y XIV) contienen, a parte, elementos, historias, que no se encuentran en las otras dos obras clásicas antes menciones y que ya hemos reseñado, como pueden ser la muerte de Aquiles por una flecha disparada por Paris y clavada en el talón del héroe,  la Centauromaquia, conocida batalla entre centauros y hombre que queda representada en uno de los frisos del Partenón de Atenas, la disputa de las armas sagradas del hijo de Peleo entre Ulises y Ajax, la victoria del primero y el suicidio del segundo. También se habla de la historia de los sucesores de Eneas y qué es de él una vez concluye la acción de la Eneida con la muerte de Turno.

Y me podría detener en más aspectos, pero creo que ya es suficiente para ofrecer una idea general de lo que el lector va a encontrarse cuando decida abordar esta obra cumbre de Ovidio. Mi impresión con una primera lectura, repito, ha sido muy positiva. Es un texto muy rico del que se pueden decir muchas cosas, aún hoy, en la actualidad candente en la que vivimos. Lo he disfrutado mucho.


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