domingo, 17 de junio de 2018

Las ballenas volantes de Ismael, de Philip José Farmer




Las personas más cercanas a mí saben de mi devoción por Moby Dick. La épica de la ballena blanca fue fundamental para formarme como lector cuando tuve mi primer contacto con ella a mis quince añitos. Lejos de aburrirme con sus digresiones y detalles superfluos, Moby Dick sirvió para ponerme a prueba y para aprender muchísimo sobre la naturaleza del ser humano, con sus ambiciones y su patetismo. A día de hoy sigo considerando la posibilidad de explicar la mayor parte de los tópicos y estructuras literarias a través de una novela como aquella. Es por eso por lo que cuando me enteré de que allá por los 1970s a un tal Philip J. Farmer, gurú del pulp, se le pasó por la cabeza la idea de hacer una extrambótica secuela de la majestuosa obra de Melville, me dije: "Lucas, tienes que leer eso. No importan ni el precio a pagar ni las horas de inversión. Tienes que leerlo y punto." 

Y sí, Las ballenas volantes de Ismael es una secuela de Moby Dick, pero... en demasiadas ocasiones se siente como si no lo fuera y esto desconcierta, desconcierta mucho. La acción comienza tal y como acaba la novela de Melville, con Ismael montado en el ataúd de Quegqueg, como único superviviente del Pequod, siendo recogido por el mítico Rachel, navío a la búsqueda de sus hijos perdidos. Hasta aquí todo marcha, se mantiene el tono de Melville, pero no tardarán en suceder acontecimientos sorprendentes, sorprendentes y sin explicación, que Farmer va a utilizar como excusa para homenajear -a su manera- a su compatriota marinero, recreando otro Moby Dick en pequeñito y con elementos propios de un horror cósmico que recuerda más al William Hope Hodgson de La casa en el confín del mundo que a Lovecraft o Chambers. De repente el mar se evapora e Ismael cae flotando como el único superviviente -maldita sea su suerte de nuevo- en una versión de su mundo muchos miles de años después.

La fauna y la flora han evolucionado y se han reducido. El ser humano se ha quedado desprotegido ante todas las amenazas. El suelo está plagado de monstruos gigantes, el agua es tan salada que es capaz de secar la piel y el cielo está gobernado por las antiguas criaturas marinas. Tiburones voladores, pero sobre todo ballenas con inmensas alas de mosca son el principal sustento de los últimos Homo sapiens sapiens. Ismael vaga en soledad durante un trecho, a la deriva de nuevo sobre el ataúd de Quegqueg y acaba llegando a tierra y encontrándose con una princesa, cuyo idioma desconoce, pero que aprenderá por completo -inverosímilmente- en un par de noches mientras intenta infructuosamente arrimar la cebolleta. 

Aquí quiero hacer un inciso que me parece apropiado a todas luces para lanzar una pregunta. Vale que Moby Dick no sea la novela más feminista del mundo. Sabemos la época en la que se escribió, conocemos a su autor y sus penurias, pero qué escusa tiene Farmer para en los 1970s construir a un personaje como Namalee, una mujer florero y prototípica por excelencia que parece sacada de una película cutrona de las de antes. Y es que la princesa es muy princesa, muy Disney, y eso duele a los ojos. Se siente como una estafa. No hay en ella evolución ni pensamientos complejos. Pero ni en ella, ni en nadie de su pueblo. Llega un punto en el que se roza tanto lo cómico que Ismael, quien no tiene ni puñetera idea de cómo funciona ese nuevo mundo en el que ha caído como por arte de magia, pasa de ser el observador de la catástrofe de Moby Dick a convertirse en un líder y tener de repente el apoyo de todos. De improviso, Ismael se encuentra con que es el hombre más inteligente del nuevo mundo y eso acompañado a su suerte para sobrevivir a cualquier peligro -un recurso del que abusa Farmer hasta el punto de hacerlo intocable y conseguir que el lector deje de preocuparse por él- le convierten en un héroe. Ismael tiene unos valores justos, nobles y pacificadores. Su victoria hace que el bien triunfe sobre el mal. Se lleva a la chica. Se convierte en el rey de un pueblo para él desconocido. Vive numerosas peripecias y vence, pero el mensaje que deja es vacuo y entretiene solo cuando no aburre. Viendo de dónde parte Farmer, la novela incluso decepciona. Uno siente que se aprovechan de la fama de un gran escritor como Melville para ganar clientes. Se intenta un homenaje que no cuaja, porque el nivel de Farmer aquí dista a años luz de lo que pretende homenajear. En fin, Las ballenas volantes de Ismael es un texto que os recomiendo solo si queréis perder vuestro precioso tiempo. Hay mil historias mejores que la que aquí se cuenta. 


miércoles, 6 de junio de 2018

Ygdrasil, de Jorge Baradit



Mariana es una asesina chilena a sueldo de mediana edad, adicta al maíz (una de las peores drogas de un mundo comido de vacío, destrucción y conflictos de intereses), contratada por un poderoso partido político mexicano para robar una información que podría cambiar el devenir histórico. Su misión se sitúa en un espacio con evidentes tintes de postcyberpunk, pero en el cual se integra de una forma naturalizada y bastante original todo un espectro de elementos sobrenaturales, psíquicos e incluso chamánicos. Lo que parecía una sencilla operación, acaba con la vida de la torturada Mariana, descuartizada y echada al río como un trozo de carne más, inservible. Sin embargo, por extrañas razones que se nos irán revelando poco a poco, Reche, un selkman, ente espiritual de un inmenso poder (prácticamente comparable a un dios), la trae de vuelta de la muerte. El selkman tiene como propósito corregir los desórdenes situados en el devenir de los acontecimientos, curar las anomalías de consecuencias catastróficas a las que tendemos los humanos en nuestras ansias de poder sin medida y por lo visto Mariana se encuentra de alguna forma en medio de la secuanciación que debe efectuar Reche para salvar el cosmos. Con un nuevo protector, la yonkie chilena buscará conservar su vida libre a cualquier precio, incluso si este implica tener que volver a trabajar con quienes le han traicionado. 

Ygdrasil  mezcla maravillosamente una increíble amalgama de géneros literarios. Parte de la ciencia ficción, pero en ella podemos encontrar muchos mecanismos propios de la narrativa de espionaje, la novela splatterpunk (con un alto nivel de violencia pulp; una muestra implícita de la misma), una novela que alterna un gore desmedido y de retórica sadomasoquista con hermosísimos pasajes líricos, oníricos e incluso piscodélicos. Pretende contar una historia particular, pero al mismo tiempo no deja escapar la posibilidad de exponer problemáticas mucho mayores. ¡De índoles cósmicas! Consigue elevar a un plano trascendental auténticos dilemas éticos, políticos y religiosos sin aburrir ni sentirse en ningún momento forzado a ello. La cuestión de espiritualidad y la asimilación de la misma a través de la ciencia tecnológica es una propuesta convincente y llena de originalidad. En el mundo de Mariana, los seres humanos no solo han demostrado la dualidad platónica alma/cuerpo, sino que la han informatizado, convirtiendo a la primera en un software con diferentes capas y a la segunda en un hardware cada vez más prescindible. El dolor del cuerpo es tratado como una alerta de antivirus que nos advierte de los intentos de las más terribles amenazas de penetrar en nuestro software espiritual. 

Como si fueran sistemas informáticos, las almas pueden transitar de un cuerpo a otro. Es lo que ocurre, por ejemplo, con la de Günther Diethardt, un joven soldado alemán abatido en la batalla de Stalingrado y que muchos siglos después trabaja codo con codo para los jefes de la operación, bajo la promesa de estos de entregarle un cuerpo. Günther puede penetrar en la mente de Mariana y será usado como un disco duro externo que conecte rápidamente con el Directorio, al tiempo que se convierte en el único amigo de verdad de la chilena. 

Al igual que en muchas novelas (post)cyberpunk la visión que se tiene aquí del cuerpo como hardware es también tratada en extremo. Mariana cuenta con una serie de implantes de última tecnología en su cuerpo que la convierten en toda una cyborg, reviviendo ese mito de Donna Haraway. Gracias a este poderoso hardware Mariana, con la ayuda de Günther y de Reche, se infiltrará en un poderoso ordenador, buscando primero el acceso a un extraño programa, el Empalme Rodríguez, y luego a un constructo mucho mayor y por ende más peligroso, el Ygdrasil, el sistema más potente del universo encerrado dentro de las fronteras del nuevo país de la Chrysler. Lo verdaderamente emocionante de esto son los viajes más que variopintos a unos mundos cibernéticos plagados de acertijos mortales, mares de códigos y personajes alegóricos capaces de amedrentar y confundir a cualquiera como los buenos firewalls que son. De repente uno tiene la sensación de encontrarse perdido dentro de un videoclip del rock influido por el LSD de los 1970s y sin previo aviso salta desde allí a un ambiente totalmente compatible con el típico anime japonés cyberpunk de los 1990s. Las referencias en Ygdrasil, como digo, son enormes. En ella tenemos Ghost in the shell, pero también los Evangelios de Jesús de Nazareth. El Popol Vuh y los guiños a autores como Clive Barker. Tenemos sangre y lágrimas. Incluso incómodos momentos cómicos. Todo un delirio de creatividad bien llevado. Una obra maestra absorvente de principio a fin. Sencillamente única.

Tenéis otra reseña en Das Bücherregal, donde el entusiasmo despertado es más o menos similar. Allí se han tomado la molestia de seleccionar otras visiones de la obra, linkeadas a los blogs de sus respectivos autores, donde el libro no ha salido tan bien parado. Para no repetir, no voy a dejar por aquí nada más. Os deseo como siempre felices lecturas y os recomiendo esta encarecidamente. Agur.