martes, 24 de junio de 2014

El pájaro pintado, de Jerzy Kosinski

Un retrato de la crueldad humana y una Odisea por la supervivencia


El prólogo de la edición a este libro que yo he podido disfrutar consistía en una relativamente breve explicación del propio Kosinski de su vida tras la publicación del libro que nos ocupa hoy y que fue duramente censurado y condenado en el país de origen del escritor, donde además se ambienta la obra. Las autoridades polacas condenaron el libro porque, supongo yo, no dice nada bueno de los polacos. Los deja como tontos, como xenófobos, crueles, sucios, supersticiosos, ignorantes, etc... Casi no hay nadie que le muestre un poco de su corazoncito al pobre niño protagonista, que sufre penurias día sí y día también. En el prólogo Kosinski habla de las numerosas amenazas (al parecer llamaron al timbre de su casa un día un par de matones con el fin de propinarle una paliza de la que no pudiera recuperarse) que recibió tras dar a luz al libro. Pero no todo fueron desgracias para Kosinski, como tampoco lo serían para su personaje. Él, por entonces, ya vivía en Estados Unidos y la crítica norteamericana admiró y respaldó su primera obra. Pero, el debate sigue en pie. ¿Se excede Kosinski describiendo a los polacos de la Segunda Guerra Mundial? Es decir, ¿exagera? ¿O resulta que es fielmente histórico y que las escenas brutales que narra en su libro son (y fueron) capaces de ser realizados por hombres de carne y hueso y en su mayoría polacos? Unos dirán que Jerzy exagera. Otros se fiarán de su criterio para definir lo crueles que son las guerras, también en la retaguardia. Unos terceros dirán que la realidad es subjetiva y que para algunos puede ser verdad porque lo han vivido y para otros mentira porque son experiencias que desconocen. En cualquier caso es difícil de aclarar.

"El objetivo que perseguía al escribir una novela fue el de examinar este nuevo lenguaje de la brutalidad con su consiguiente contralenguaje de angustia y desesperación"

El pájaro pintado narra una odisea por la supervivencia en una especie de caluroso desierto lleno de chacales o en una selva atestada de peligrosos depredadores para un niño de ocho años, moreno, gitano o judío, cuyos padres han dejado al cuidado de una anciana y supersticiosa mujer llamada Marta en una aldea remota del interior de Polonia durante la hecatombe de la Segunda Guerra Mundial. Pero Marta, que pasa tres kilos y medio del niño, no tarda en morirse en su butaca, dejando al pobre más desprotegido si cabe. Para colmo los paisanos del lugar se burlan de él porque tiene rasgos gitanos y le agreden constantemente. El chico acaba la novela con más cardenales que la Iglesia. Pero la suerte le medio sonríe cuando le compra una bruja de estas de las que hacen pócimas porque cree que su mirada oscura atrae y disipa las enfermedades. Sin embargo, un día tiene un percance que lo aleja de Olga (la bruja) y desciende por un río hasta otro poblado donde tendrá que buscar a quien se atreva a darle hospedaje. De pueblo en pueblo, huyendo siempre de los crueles aldeanos y de los soldados alemanes se conforma la historia de la infancia de nuestro personaje, que quedará mudo ante las infinitas maldades que divisará en su camino a ninguna parte, siempre buscando integrarse y culpándose a sí mismo por no ser más blanco, por no tener los ojos azules, o verdes, deseando ser inventor para construir una máquina le permitiera cambiar su imagen por la de sus sueños. 

En El pájaro pintado raro es el capítulo en el que no se mente siquiera a un animal, generalmente violentos, repugnantes o crueles, y no se pongan en relación con los hombres y su naturaleza salvaje, fomentada por el estado de guerra. Se produce en la novela una animalización del hombre muy acertada en mi opinión. Hay varios momentos cruciales que se desarrollan a través de este método. Una de las escenas más interesantes es cuando, buscando el perdón por ser gitano y necesitado de una vida mejor, el protagonista se vuelve monaguillo en una pequeña iglesia. Allí, en plena misa, se le dice que saque la copa y el cofre donde guarda el vino y el pan bendecidos. Él es demasiado joven y raquítico, le duelen todos los huesos debido a las continuas palizas de su amo en ese momento, por lo que no puede cargarlo y se cae. Los feligreses, furiosos, los sacan de allí a empujones, le golpean varias veces y lo tiran a un pozo lleno de aguas fecales. Es entonces donde se establece la comparación.

"Sobre aquella superficie bullía una miríada de gusanillos blancos (Blancos como los feligreses polacos), que tenían más o menos la longitud de una uña. Por encima revoloteaban nubes de moscas que zumbaban monótonamente, dotadas de bellos cuerpos azules y violetas (Moscas violetas como el traje del cura) que refulgían bajo el sol, entrechocándose, precipitándose fugazmente hacia el pozo, para luego volver a remontarse por el aire.
Tuve arcadas."
 Otro de los grandes temas de El pájaro pintado es la cuestión religiosa, que se aborda desde tres puntos de vista: la superstición, el credo cristiano y el ateísmo marxista ruso. Los aldeanos viven en un mundo rodeado de supersticiones, donde los espíritus buenos y malos se manifiestan con sus símbolos y pueden ser manipulados por el hombre mediante extravagantes rituales que pueden compaginarse perfectamente con las prácticas cristianas. En el inicio de la novela, los aldeanos creen, como ya hemos comentado, que el protagonista es una especie de demonio, cuya mirada tiene poderes sanatorios o perjudiciales para la salud. Una de las cualidades más llamativas que la superstición le da al protagonista es la de reducir los años de vida de una persona contando los dientes que esta tiene en la boca.
"Lej me enseñó que el hombre siempre debe observar atentamente a los pájaros y sacar conclusiones de su comportamiento. Si los veía volar en bandadas numerosas durante un crepúsculo rojo, y los había de muchas especies distintas, era obvio que sobre sus alas viajaban los espíritus malignos en busca de almas condenadas. Cuando las cornejas, los cuervos y los grajos se congregaban en un campo, generalmente la reunión era inspirada por un Demonio que procuraba insuflarles odio contra las otras aves. La aparición de cornejas blancas de largas alas presagiaba tormenta, y los gansos salvajes de vuelo rasante anunciaban, en primavera, un verano lluvioso y una mala cosecha"
El tema de la superstición se repite tanto a lo largo de la novela que incluso llega a hastiar un poco. Tanto la superstición popular como el cristianismo le llevan al protagonista a creer que todas las desgracias que padece son absolutamente merecidas, pero, al menos, en el cristianismo encuentra la esperanza de una posible salvación mediante el rezo y la consecuente acumulación de "días de indulgencia". El niño piensa entonces que las personas que les va bien en la vida es porque han rezado mucho. El rezo se convierte en su pequeña cabeza en la actividad que vuelve a unos más ricos y a otros más pobres, a unos más felices y a otros más desgraciados. Pronto se percatará que esto no es tan sencillo. Con el fin de la guerra, la llegada de los soviéticos y la acogida del protagonista en el campamento militar como uno más, comienza su instrucción en poesía y filosofía. El capitán del regimiento, que le coge un especial cariño, se encarga personalmente de explicarle los fundamentos de la nación soviética. Entre ellos está que la religión no es más que una falsa y que Dios no existe. El pensamiento soviético en este sentido resulta diametralmente opuesto a lo que le han inculcado al protagonista durante cinco años. Finalmente, esta libre de toda culpa.

El pájaro pintado es una novela que carece de diálogos. Este hecho le hace perder dinamismo, que, por otro lado, recupera en las escenas especialmente brutales, que son narradas por Kosinski con todo detalle. Esta brutalidad crece si tenemos en cuenta que el protagonista, unas veces víctima y otras sólo testigo, es simplemente un indefenso e inocente niño. Es una oposición mayúscula: el niño contra la guerra.  La novela muestra escenas de sanguinaria violencia, muerte, violaciones (que son singularmente extravagantes y desagradables en capítulos como el de los calmucos), zoofilia e, incluso, pedofilia. El pájaro pintado investiga los límites de la crueldad humana en un viaje único y memorable, aunque tener un buen estómago es un requisito necesario para disfrutarlo.

Más reseñas de obras de Jerzy Kosinski en esta esquina: Desde el jardín,


domingo, 8 de junio de 2014

Mil grullas, de Yasunari Kawabata



Si en País de nieve Kawabata nos invitaba a sumergirnos en el mundo de las geishas, en Mil grullas nos zambullimos de lleno en el universo de las tradicionales ceremonias del té, sus rígidas normas y su bella y frágil artesanía, acompañando a un personaje singular como el que más: Kikuji Mitano, hijo de uno de los más reconocidos maestros del té de su tiempo. Si bien es la ceremonia del té, ese momento calmo que insta a los personajes a intercambiar miradas furtivas mientras se calienta el agua y se vierte a las tazas y a preguntarse que pensará el otro en ese mismo momento, uno de los temas principales de la obra, ésta actúa como un mero conector en Mil grullas.
La trama es considerablemente más complicada que todo esto.  Kikuji Mitano es un oficinista, hijo de este maestro del que ya hemos hablado, que recientemente ha quedado huérfano de madre y padre. Un día acude a la invitación de una lejana y breve amante de su padre, Chikako Kimamoto, ahora también maestra de té. Kikuji se presenta en la ceremonia, siendo el único chico. Allí Chikako, que se irá convirtiendo poco a poco en una especie de antagonista para Kikuji, le advertirá a éste de las perversidades de la señora Ota, la última amante del maestro de ceremonias, que se ha presentado sin ser llamada a la fiesta con su hija Fumiko, al tiempo que le hablará de Yukiko Inamura, una joven bastante hermosa, que viste con un pañuelo en el que alzan el vuelo mil grullas pintadas, para ver si da su consentimiento para una pronta boda. Kikuji ha ido sin saberlo a un miai, un encuentro en el que dos personas se reconocen y dan su visto bueno para una boda concertada. Chikako no parará hasta el final de la novela de instarle para que se case con ella, pero Kikuji tiene otros pensamientos. Tras la ceremonia de esa tarde establece cierta simpatía por la madre Ota que le lleva a acostarse con ella en repetidas ocasiones. Kikuji ha empezado a poseer a la mujer de su padre muerto, pero ¿ha empezado también a amarla? ¿Es la señora Ota, una mujer inestable y débil, que, además, le recuerda perpetuamente la sombra de su padre, algo por lo que apostar o debería concederle a Chikako, una mujer cuya lengua mordaz no puede soportar la oportunidad de conocer detenidamente a la mujer que le ofrece, la chica del pañuelo con mil grullas?

En la novela vemos como está presente en todo momento la figura del padre de Kikuji, su fantasma, ese hombre que ha sido amante de Chikako y luego de la señora Ota y que explica la enemistad tajante entre las dos. Un fantasma que atosiga a Kikuji, que se siente como su padre cuando yace con la señora Ota, que parece no encontrar diferencia alguna. 

El autor esboza la psicología de los personajes con gran maestría a través de admirables diálogos. Mil grullas es una novela minúscula en cuanto a tamaño físico, pero sumamente densa y rica en matices. Una historia muy superior a País de nieve, que, no obstante, guarda semejanzas de estilo y se convierte en una lectura rápida por su adicción y especialmente dinámica, cuyo "mise en abyme" final de la taza rota bajo la atenta mirada de las estrellas (y quien sabe si del padre) es de una grandeza poco igualable. Una novela donde los hijos tienen la oportunidad de evitar los errores de sus padres, siendo capaces por terquedad de caer en ellos de bruces. Donde la culpa rula de un personaje a otro y se bebe en un tazón de té caliente.

Más reseñas de obras de Yasunari Kawabata en esta esquina: País de nieve, La casa de las bellas durmientes,



viernes, 6 de junio de 2014

País de nieve, de Yasunari Kawabata



Yasunari Kawabata se caracteriza entre los escritores japoneses del s. XX por ser uno de los que más mira hacia la tradición y la cultura propias. En País de nieve nos vemos inmersos en el mundo de las geishas y de los baños termales en las montañas de la región de Hokuriku, región adonde el viento frío proveniente de Siberia llega cargado de humedad, y por consiguiente nieva. 

La historia cuenta como Shimamura, un estudiante adinerado viaja por primera vez a una aldea de esta región y conoce a una joven bailarina llamada Komako. Pronto se enamoran. Ella más de él que él de ella. Y comienzan una extraña relación. Shimamura es un hombre acostumbrado a contemplar la belleza de forma indirecta, a través de reflejos. Su pasión es el ballet occidental, a pesar de que nunca ha asistido a uno en la vida y todo lo que conoce de él es gracias a los libros. Un tanto de lo mismo le ocurre con las mujeres. Las ve mucho más hermosas a través de los espejos de una ventanilla de tren o de un trozo de hielo. Es, pues, algo tímido y a veces desabrido. Komako llegará a odiarlo en su primera conversación. 

En un segundo viaje Shimamura conoce a través de la ventanilla del tren a una joven con la que luego su vida se cruzará. Es el misterioso tercer elemento que conforma un falso triángulo (porque ahora veremos como las relaciones amorosas tienen en esta novela más de tres vértices): la enigmática Yoko. Una vez en la aldea (ha pasado un año, quizás dos desde que no se ven y no se han escrito) Shimamura y Komako se reencuentran. Ahora ella se ha convertido en geisha para poder pagar a los médicos que velan a su prometido Yukio, el hijo de la maestra de música del pueblo, que le dio cobijo en su casa años atrás, cuando ella abandonó Tokio. Yukio está al borde de la muerte, pero esto no parece importarles a los enamorados que siguen con su coqueteo particular, más interrumpido por las labores de geisha de Komako, que cada cinco páginas sale de escena con la escusa de amenizar una fiesta. Hay que tener cuidado aquí y no confundir los palabros geisha y puta, pues Kawabata nos esboza a lo largo de la novela la sutil diferencia. Una geisha no está obligada a permanecer una noche con su cliente si ésta y su casa no quieren. Si la casa no quiere, la geisha sabe que permanece por cuenta suya y que por cuenta suya corren también embarazos no deseados y enfermedades. Shimamura comienza a enamorarse cada vez más de Komako, pero siente curiosidad por Yoko, quien vive con ellos y cuida del  desvalido Yukio. Cada vez que le pregunta a Komako por ella, ésta se niega a darle una respuesta clara. Así acabamos la novela sin saber quién es exactamente Yoko. Komako dice en una ocasión que no es más que una envidiosa. Lo cierto es que sólo ella asiste al tal Yukio hasta la muerte y después va a recordar su memoria cada día en el cementerio de la aldea, junto a las pistas de esquí y la línea de ferrocarril.

País de nieve fue escrito entre 1937  y 1948 para una revista/periódico. Posteriormente fue editado para convertirse en una novela. De ahí su carácter inconcluso/concluso que nos deja en la boca el sabor de algo terminado y de algo sin terminar. Sus puntos fuertes son los diálogos, a través de los cuales el autor perfila la psicología de sus personajes. En general, es una buena novela, que muestra muchos aspectos de la vida tradicional japonesa y que, si estás interesado en el tema, puede resultar, si no más fructífero, sí menos pesado que leer manuales o revistas. Lo cierto es que he disfrutado bastante con su lectura y ya estoy con su siguiente libro: Mil grullas, del que pronto habrá también reseña.

Más reseñas de obras de Yasunari Kawabata en esta esquina: Mil grullas, La casa de las bellas durmientes,