miércoles, 28 de marzo de 2018

La pequeña pasión, de Pilar Pedraza



Mucho antes de la llegada de Freud ya se había hablado del ser humano como ese animal que lucha consigo mismo por ocultar/reprimir una serie de impulsos que considera grotescos y que no encuentran cabida en la sociedad moderna. No hablo ya de la máscara de lo políticamente correcto, que en su superficie intenta liberarnos de nuestros prejuicios con un lenguaje y una forma de actuar que en muchos casos se torna artificiosa y que suele secundarse en pos sólo de agradar a quién tenemos enfrente. Pilar Pedraza en esta breve, pero sólida, novela va mucho más allá de todo esto y nos plantea un problema que se vincula directamente con los conceptos nietzscheanos de eros y thanatos, el sexo y la muerte, que nos conducen a una determinada conducta instintiva a través de la cual aparecerían todo un conjunto de sensaciones y sentimientos que transitan desde el amor al miedo, pasando por el asco o la tristeza. La protagonista de La pequeña pasión lucha para no sucumbir a estos instintos, pero no niega la tremenda atracción que le provocan ideas tan mórbidas como su propio deseo de sufrir o de morir y esto le crea un complicadísimo dilema porque al mismo tiempo no desea aquello que le atrae o no quiere desearlo por no considerarlo correcto. Con ella vendrá una culpa autoimpuesta que habrá de fustigar -y deleitar (o elevar)- su alma a lo largo de las ciento y pico páginas que tiene esta edición de Tusquets. Hay aquí, al igual que en Paisaje con reptiles, una retórica sadomasoquista construída en base a símbolos muy claros y desvinculados de lo estrictamente sexual que le aporta un tono trascendental, aunque bien llevado, a una narración que roza lo deprimente por su lenguaje sin tapujos que saca toda la cloaca interior del ser humano.

Nuestra protagonista es una historiadora que pasa por un momento crucial en su vida, en el que sólo puede dejarse llevar y experimentar las sensaciones del futuro reciente y truculento que le tocará vivir. Su situación durante toda la novela dependerá en buena medida de tres hombres muy distintos y con los cuales guarda relaciones en las cuales el amor se ve expresado de maneras muy dispares. Por un lado está su marido (Gabriel), médico aficionado a las motos que la engaña con una tal Marina. La historiadora no parece tener nada en común con él en este momento vital, pero la llama de la pasión de hace años (¿o será la simple costumbre?) sigue latente en ella. Se trata de una relación posesiva en la que ella lo quiere para sí al completo, él cree que puede hacer lo que le dé la real gana y ninguno de los dos tiene pinta de querer dar su brazo a torcer. Gabriel sabe que hay algo mal con su mujer y se siente atraído y repelido por el abismo que encuentra en ella.

El segundo hombre es un escultor amigo de la historiadora que muestra mayores impulsos hacia la muerte que el resto de los personajes. Tras presionarse durante años para convertirse en un gran maestro de su arte, su fracaso como escultor sin reconocimiento alguno y su soledad lo han llevado a desarrollar una serie de conductas suicidas. En otras palabras, ha superado los mismos miedos que tanto atraen a la historiadora y se ha cortado las venas para luego volver a la vida -bebiendo su propia sangre- cansado de la autoexigencia del mundo actual. Es por esto admirado por ella, quién busca un nuevo mentor en el camino ante la inevitable muerte de Partenio.

Partenio es, pues, nuestro tercer hombre. Maestro de la infancia de la historiadora, le enseñó la fugacidad de la vital y la brutalidad de la misma, le desprendió de toda aprensión a la muerte y a lo depravado y la acercó a un mundo mucho más abierto, pero también por lo mismo mucho menos ingenuo. Partenio había elegido rodearse de la fealdad y lo incomprendido para desarrollar su propia visión de la estética del cosmos y eso le habría llevado a convertirse en una especie de profeta en estos temas para la joven historiadora. 

La pasión de ella hacia los tres, tan distintos y con dilemas tan cercanos al mismo tiempo, estructura esta novela de Pedraza, constituyéndola toda una delicia, donde queda reflejada esa búsqueda y a la vez huida del abismo que somos nosotros mismos y que se encuentra proyectado en los demás de unas formas u otras. El estilo lírico cargado de metáforas y símbolos no hace sino mejorar un texto que podría haber caído en el cliché, pero que ha sabido sobreponerse y que, sin duda, ofrecerá una experiencia muy placentera a un tipo de lector muy concreto, al que le guste reflexionar estos temas que no destacan precisamente por ser muy alegres. Tenéis otra reseña en Letras en tinta, donde se centran en más aspectos de la novela que yo no he tratado aquí.

Más reseñas de obras de Pilar Pedraza en esta esquina: Paisaje con reptiles


lunes, 19 de marzo de 2018

El Desayuno de los Campeones, de Kurt Vonnegut



Con El desayuno de los Campeones Kurt Vonnegut quiere ponernos sobre aviso ante la inmensa cantidad de porquería que el mundo en el que vivimos nos ha plantado en la puerta de nuestra casa, a petición nuestra para mayor escándalo, en un intento de que abramos nuestros miopes ojos bañados de legañas. En esta extrañísima historia cargada de un humor satírico, lleno de la acidez propia del estadounidense, un tal Philboyd Studge, escritor que pronto va a cumplir la cincuentena y que aún no ha superado el suicidio de su madre a base de la ingesta de narcóticos (como la del propio Vonnegut) hace un recuento semilustrado en una especie de novela en la que se dispone a denunciar todo lo que no le gusta. A través de la pluma de Studge, Vonnegut critica al patriotismo norteamericano:
"Había miles de millones de naciones en el universo, pero aquella a la que pertenecían Dwayne Hoover y Kilgore Trout era la única con un himno nacional que era una sandez salpicada de signos de interrogación."
O:
"En realiad, en ese continente, en el año 1492 ya había millones de seres humanos que llevaban una vida plena e inteligente. Este fue, simplemente, el año en el que los piratas que llegaron por mar empezaron a engañarles, a robarles y a matarles."
Al uso distribuido y sin control de armamento:
"Las sustancias químicas nocivas le hicieron coger un revólver cargado, de calibre treinta y ocho, de debajo de la almohada y metérselo en la boca. Un revólver era un aparato cuyo único propósito consistía en hacer agujeros en los seres humanos. En la parte en la que vivía Dwayne cualquiera que quisiera tener uno podía conseguirlo en la ferretería de su barrio."
 Al consumismo sin reparos que nos convierte en esclavos del libremercado:
"Casi todos los mensajes que se enviaban o recibían en su país, incluso los telepáticos, tenían algo que ver con la compra o la venta de algún maldito chisme."
Al militarismo y al ejército:
"A  Bunny le habían enviado con sólo diez años de edad a una escuela militar: una institución dedicada al homicidio y a la obediencia totalmente desprovista de humor."
Y así un larguísimo etcétera que se enfoca desde una perspectiva feminista, pacifista, antiracial, antifascista, humanista y ecológica. Todas estas ideas son desglosadas a lo largo de la novela que está escribiendo Studge sobre el encuentro del escritor de ciencia ficción Kilgore Trout con el megaempresario vendedor de Pontiacs Dwayne Hoover con una claridad y una robustez que a veces se expresa con un lenguaje directo, incluso soez en ciertos momentos, y otras veces en clave del humor más disparatado al que ya nos tiene acostumbrados Vonnegut.

Junto a Studge, Kilgore Trout y Dwayne Hoover son los principales personajes de la novela. Trout es un escritor de ciencia ficción que no sólo está en el ocaso de su triste carrera, sino también en el que parece ser el de su vida, aunque una serie de acontecimientos le llevarán no sólo a volverse famoso, sino que, además, conseguirá en algún momento alzarse con el Premio Nobel de Medicina. Hasta el día en el que le llega la carta de un tal Eliot Rosewater (protagonista de otra novela de Vonnegut), admirador suyo multimillonario, que lo invita a unas jornadas artísticas en el Centro para las Artes Mildred Barry, sus más de cuarenta novelas sobre planetas imaginarios -e increíblemente parecidos a ese tan absurdo en el que vivía- sólo habían aparecido en revistas pornográficas de bajo coste, junto a las fotografías de flamantes "castores bien abiertos". El capricho de Studge hará que Dwayne Hoover, el vendedor de Pontiacs, comience a enloquecer poco a poco y logre tener acceso a una de las novelas de Trout, que le arrebatará al mismo escritor de las manos. La ingesta de tal historia en conjunto con el estado mental del perturbado Dwayne conseguirán que este se vuelva un criminal en potencia que pensará que es el único hombre sobre la Tierra con libre albedrío, mientras que el resto de sus congéneres, incluída su mujer muerta y su hijo homosexual no son sino meros robots programados exactamente para hacer lo que tienen que hacer y no otra cosa. La lucha de Dwayne contra su creador le lleva a seguir exactamente los mismos pasos que este último habría planificado para él en una paradoja perfecta, cargada de filosofía y profundamente entretenida. 

El Desayuno de los Campeones viene acompañado de ilustraciones del propio Vonnegut, que no se corta ni un pelo en dibujar lo que toque siempre que eso mejore la asimilación de los contenidos por parte del lector. Los dibujos también aportan un matiz cómico y suelen aparecer en base a digresiones que hace Studge de la historia de los personajes. En general se trabaja en ellos la atmósfera que rodea a los mismos. Una atmósfera, como avisa el propio Studge, que está sobrecargada de culos, mierda y banderas. Y una delicia de personajes secundarios.

Toda una gamberrada del mejor Vonnegut. Sin duda, lo más complejo que he podido leer de él hasta ahora, no sólo por el amplio abanico de temas que trata -que parece no acabar nunca-, sino también por el carácter metaficcional del texto con numerosos giros que romperán los esquemas de más de un lector como, confieso, han roto los míos. ¡Una auténtica maravilla! Este año habrá que leer más Vonnegut sí o también. Tenéis otra reseña más en Das Bücherregal, escrita por todo un experto en el autor, así que no tengáis reparo en pasaros. Nuestras ediciones son distintas, aunque suspongo que no habrá una gran diferencia en lo que a las traducciones respecta. 

Más reseñas de obras de Kurt Vonnegut en esta esquina: Madre noche, Cuna de gato, Las sirenas de Titán


jueves, 8 de marzo de 2018

Las memorias de Mamá Blanca, de Teresa de la Parra



Tras la muerte de Mamá Blanca, hija de un patrón de la caña de azúcar en la Venezuela de mediados del siglo XIX, su nieta encuentra un alijo de papeles en los que la anciana habría escrito algunos de los capítulos más importante de su infancia en la hacienda de Piedra Azul, en la que había vivido con sus padres, sus cinco hermanas y un ejército de criadas y campesinos a sus pies. A pesar de la orden expresa de la anciana de no publicar estos escritos, su nieta se deja llevar por la moda de su época que inclinaba a los lectores al amplio mundo de las autobiografías y deja una primera selección de estos papeles a una editorial que los maqueta, y sin corregirlos los pone a la venta del gran público nacional. El resultado es un primer (y desgraciadamente último tomo ante la negativa de la escritora de continuar lo que podría haber sido una espléndida saga) de las memorias de Mamá Blanca, cuyo nombre real (Blanca Nieves) nos transmite toda la inocencia y la bondad que se desprende del personaje popular.

Las memorias en cuestión habrían sido escritas ya en la vejez de Blanca Nieves, en sus horas postreras, como un intento de asir en su mente los buenos y los malos momentos vividos con personas que la marcaron de una forma u otra y que murieron sin remedio ante el inexorable huracán de acontecimientos que supuso una época turbulenta en la historia de su país. En la novela se defiende la idea de la dualidad platónico-cristiana del alma/cuerpo, a partir de la cual Blanca Nieves pretende interiorizar las almas de sus muertos en la suya una vez más antes de despedirse del mundo para siempre. De esta forma cada recuerdo descrito se deleita en nuestra boca como un homenaje cargado de solemnidad, de respeto y de amor, pero también salpicado de momentos cómicos, llenos de vida, y sobre todo muy líricos. Estos breves homenajes que Mamá Blanca va rindiendo a sus seres queridos gozan de una majestuosidad y una deferencia admirables -¡Ya quisiera yo que alguien se acordara de mí como lo hace la protagonista de su Vicente Cochocho o de su primo Juancho!-. Para ello se sirve de un abanico bastante rico de figuras literarias. El cariño del recuerdo se deja ver a través de hipérboles, metáforas, comparaciones bellísimas y símbolos en los que rinde culto tanto a los personajes como a sus ideas, sus expresiones, sus gestos más insignificantes y, en definitva, a todo lo vinculable con lo que podríamos llamar sus "esencias", sus formas de materializarse en el mundo y de construir todos ellos un archipiélago de felicidad idílica como habría sido el de Piedra Azul para la diminuta Blanca Nieves.

"Mientras el regazo de Mamá se iba llenando de papilotes mustios, mi cabeza florecía en crespitos y mi corazón generoso deseaba alojar en mí, no una sola alma, sino diez o doce para llevarlas todas juntas a tan deliciosos parajes."

En la novela Teresa de la Parra introduce también muchos conceptos vinculados con la narrativa romántica como la idea de disfrutar de la belleza, el Carpe Diem o la búsqueda de la identidad de un pueblo. También están muy presentes en estos homenajes el dolor de la pérdida más grande que es la muerte y como ésta mancha lo que podrían ser bellos recuerdos. Este tópico es recurrente en toda la novela y se concluye de una forma muy especial que indica el cambio en las vidas de los que aún continúan en este mundo. Aunque por lo general aquí esta atmósfera se muestre bastante bucolizada la mayor parte del relato, el ambiente del llano venezolano con su inmensidad se vuelve crudo y desolador si uno no tiene con quién compartirlo y la naturaleza se convierte en una espada de doble filo. El llano tiende a valorarse en Las memorias de Mamá Blanca como un espacio libre e inasible, donde, en constraste, hay constuidas unas estrictas normas que ni las niñitas, ni las criadas, ni los obreros y ni siquiera el patrón pueden quebrantar. 

Tengo que decir que he disfrutado muchísimo con la prosa de esta escritora, tan medida y sin tapujos, que construye hermosísimos instantes cargados de humanidad y cuyo tono trascendental en muchos momentos no desentona en absoluto con las pequeñas y livianas historias que nos va narrando. A todo esto se suma una reivindicación política de la autora que critica duramente las ideas tanto conservadoras como liberales para decantarse por una tercera vía más ecológica, natural y libre hacia la que uno no podrá pasar de largo sin sentir, al menos, curiosidad. En definitva,  una maravilla más que recomendable con la que deleitarse leyendo cada frase en voz alta ha constituido una experiencia nutrida de profunda emoción.




domingo, 4 de marzo de 2018

La celda de cristal, de Patricia Highsmith



Phillip Carter es acusado de un crimen que no ha cometido y enviado a la penitenciaría. Allí espera pacientemente la ayuda de su amigo abogado (David Sullivan), mientras fantasea con el día en el que salga y vuelva a abrazar a su mujer (Hazel) y a su hijo (Timmie). Lo que sería una mala experiencia de unos pocos meses se convierte en una pesadilla de seis tediosos años en los que Carter es torturado, vejado y abandonado por sus seres queridos. Su hijo sufre el acoso en el colegio por tener a su padre metido en el trullo y su mujer, sola y desquiciada por las continuas desiluciones del sistema jurídico, comienza una aventura con David en Nueva York, a kilómetros de la celda que comparte Carter con dos narcotraficantes. El asesinato del único amigo que tuvo alguna vez Carter en prisión y su nueva adicción a la morfina, así como el ambiente criminal y abusivo de la cárcel, que no tiene piedad con nadie, moldean en él una nueva personalidad que le lleva a chocar con el mundo que dejó atrás una vez abandona su confinamiento. La idea de las infidelidades de su mujer y su amigo serán aceptadas con mucho rencor y odio por un Carter que será impulsado por el mismo individuo que lo metió en chirona (Gawill) y que es el enemigo acérrimo del abogado. De esta forma, comienza a crecer en Phillip la posibilidad de mandar al otro barrio a David como un acto de venganza más que lícito. 

En La celda de cristal asistimos a la transformación de un hombre honrado en un criminal de la peor calaña. Esto es posible gracias a la fragilidad de un sistema penal estadounidense como el que se describe en la novela, desde el cual se fomenta el odio y la violencia como medios para sobrevivir con dignidad hasta el día de mañana. Carter pasa de ser un hombre inocente de todo cargo e injustamente condenado a convertirse en todo un delincuente por ajustarse al papel que parece que le han destinado unos terceros. Se desprende de toda una capa de sentimentalidad y endurece su carácter para reclamar lo que piensa que le pertenece por derecho (su mujer Hazel) y al final de la novela poco queda de ese ingeniero que en las primeras páginas disfrutaba estudiando francés.  Carter descubre que la mentira es poderosa si sabe usarla y que decir la verdad no tiene por qué venir acompañada de sucesos agradables en un mundo en el que sólo lo que parece cierto importa. El título alude a este aislamiento del mundo que padece su protagonista, que puede ver a su alrededor todo lo que acontece con su familia y con su caso, pero poco puede hacer si no rompe el cristal que lo separa de sus problemas. La ruptura del cristal lo lleva a desembocar con toda la violencia de la que es capaz en un ambiente anteriormente idílico, que se ve enrarecido precisamente por eso, y que conduce a Carter a sufrir el rechazo de todos los que están a su alrededor, salvo Gawill. El criminal es la única persona que parece entender a Carter, aunque, como salta a la vista de lejos, su auténtico propósito es moverlo al asesinato de su enemigo. La extraña relación con Gawill le lleva a Carter a replantearse su pertenencia a este mundo fuera de la celda de cristal, donde cuenta con libres movimientos, pero carece de tiempo para meditar las acciones y para sufrir en silencio. La salida de la celda implica también una sensación de pérdida de control de Carter para con su propia vida, pues durante seis años no había tenido que preocuparse de gran cosa y ahora se siente como una rana fuera de su charca. La suma de todo hace detonar una bomba cuya mecha había estado consumiéndose silenciosamente con el transcurso de las horas en prisión.

Highsmith crea una novela de intriga apabullante que, si bien no sigue un argumento que destaque por su originalidad y que le lleva resultar bastante predecible, está dotada de ciertos puntos de ingenio y de una prosa deliciosa. El ritmo es fundamental aquí como mecanismo de progresión de los diferentes personajes y especialmente de Carter y está ajustado con una precisión milimétrica, lo que le da a La celda de cristal una atmósfera mucho más verosímil que otra de las novelas de la autora con un protagonista muy similar como puede ser El talento de Míster Ripley. Highsmith tiene un detalle que me ha entusiasmado y es que las reminiscencias o pistas que va dejando del destino final de Carter y de los otros personajes a través de imágenes o símbolos anuncian o insinúan de una forma muy sutil lo que está ocurriendo ante la ceguera del protagonista y nos pone a los lectores sobre aviso de sus intenciones. Highsmith emplea aquí la repetición distorsionada de imágenes para señalarnos las similitudes entre los actos desde el punto de vista de Carter con el que se nos obliga a empatizar a través de un narrador focalizado muy similar al que se empleaba en El talento de Míster Ripley. La narración está determinada por un gran dominio del estilo indirecto libre, que es, a mi juicio, una de las técnicas de escritura más difíciles de lograr y que sirven para diferenciar a los grandes de los pequeños en el cosmos de la literatura. Como os digo, una maravilla de novela de una autora de la que tenía muchas ganas de volver a leer algo. 

Lean mucho, coman con moderación y namasté.

Reseñas de otras obras de Patricia Highsmith: El talento de Mr. Ripley, La máscara de Ripley,