martes, 29 de septiembre de 2020

Octubre, mes de la ciencia ficción

 



Después de un mes muy pausado de lecturas, llega un octubre cargado de entradas para esta esquina. Lo cierto es que llevo más de un año queriendo hacer un mes temático. Siempre he creído que el mes más idóneo para esto en mi caso es octubre. Al principio pensaba dedicarlo a narrativa de terror, pero lo cierto es que en los últimos meses han ido apareciendo por aquí varias reseñas de este género o de géneros que se acercan. Por ello, y porque casi no he traído prácticamente nada de ciencia ficción, he preferido dedicar este octubre a ella. Se viene un pequeño maratón de reseñas y otras entradas más relacionadas con el mundo de la ciencia ficción publicada en español. Aprovecho, además, que octubre es un mes en el cual se suele reivindicar a la escritora para dar más visibilidad a las de este género, por lo que me he decantado por dos clásicas y dos modernas. No obstante, eso no significa que no haya autores masculinos como comprobaréis abajo. Sin más dilación, comparto el calendario de publicaciones con vosotros:

*El mundo interior, de Robert Silverberg (2 de octubre)

*Kentukis, de Samanta Schweblin (6 de octubre)

*Los desposeídos, de Ursula K. Le Guin (9 de octubre)

*Ruha / Alma, de Caryanna Reuven (13 de octubre)

*El cuento de la criada, de Margaret Atwood (16 de octubre)

*Extra (20 de octubre)

*Hela, de José Ángel Conde Blanco (23 de octubre)

*Extra (27 de octubre)

*Código binario, de Fernando Codina Rodríguez (30 de octubre)

A propósito del diseño de la imagen de la cubierta de Los desposeídos, deciros simplemente, que es trabajo de mi amiga Irene Requena Berdún. Podéis seguirla en Instagram (@iru_designer) y apoyar su trabajo compartiéndolo en redes sociales. También podéis solicitar sus servicios en http://www.irudesigner.com/  Es una gran profesional, pone pasión en lo que hace y le tengo mucho aprecio.

Dicho esto, lean mucho, coman con moderación y namasté.



miércoles, 23 de septiembre de 2020

Revolución feminista y políticas de lo común frente a la extrema derecha, de María Eugenia R. Palop

 


Sí, ha llegado el día en el que en La esquina de ese círculo voy a hablar de política, pero ¿cuándo no he hablado yo de política? Dice Palop en este libro:

"Todo es político. No hay ningún posible desplazamiento ni vaciamiento de la política. Cuando se dice que algo es apolítico, lo que se está queriendo decir es que se adhiere al pensamiento hegemónico, es decir, que no contrasta, que no es subversivo, que no es transformador, pero eso no significa que no sea político.

Lo 'apolítico' es el ADN del neoliberalismo. Pero ¿qué ocurre con el neoliberalismo? Que la racionalidad política no es que desaparezca, es que queda colonizada por la racionalidad del business. Hay una colonización del espacio político, el que debería ocupar el bien común, no ya por parte de la economía, sino por la racionalidad del business. En eso consiste una democracia como business, partidos políticos que salen cada cuatro años a vendernos un producto y para los que no somos electores, sino clientes. Partidos que luchan por el centro, partidos atrapalotodo, sin compromiso, desideologizados, burocratizados, distanciados de sus bases. Partidos entre los que no hay más diferencias de las que hay entre Vodafone y Movistar, que ofrecen el mismo producto, pero con una marca distinta, en los que el líder tiene que ser suficientemente igual a otro como para captar nuevos clientes de la competencia, pero suficientemente diferente como para fidelizar a su propia clientela. Esta composición de la política que se puso de manifiesto en los años sesenta y que ha venido siendo criticada por movimientos sociales durante muchísimo tiempo, es lo que mucha gente identifica con lo apolítico, pero no es que sea apolítica es que es una visión de la política claramente neoliberal." 

 

Estas son palabras que suscribo al cien por cien. No se puede ser apolítico, porque en sí misma fingir serlo es una actitud política, una decisión individualista y egoísta que no tiene en cuenta ni las generaciones del futuro ni las del pasado. Mis reseñas son, por lo tanto, políticas, en tanto que son mensajes que se lanzan al mundo. Otra cosa es que yo me detenga o no a hablar de partidos e ideologías, que parece ser lo único relevante en política, cuando no es así. El arte es eminentemente político, aún cuando no pretende serlo. Las programaciones de los museos, de los festivales de música, del teatro nacional y del más austero, son formas de hacer política. Y estas no son solo ideas mías, sino de la propia autora del libro que hoy reseño.

María Eugenia R. Palop publica este libro en 2019, poco después de la sentencia a La Manada, pero el suficiente tiempo antes de la moción de censura a Mariano Rajoy. Por lo tanto, es comprensible que el panorama político haya cambiado mucho y que algunas de las ideas que defiende no hayan calado en la sociedad como ella pensaba que lo harían, sino que me atrevería a decir que se ha retrocedido. Un ejemplo es el de la buena fe depositada en Manuela Carmena como alcaldesa de Madrid. Palop pensó que se quedaría en el cargo por mucho más tiempo, debido a sus medidas sociales, pero lo cierto es que no ha sido así. Por otro lado, está el tema de Vox, el partido más a la derecha de todos los que tienen escaños en el Congreso. Las bases de su discurso son recogidas y analizadas por Palop. Sin embargo, la autora no podía saber el apoyo ciudadano que tendría en España, a pesar de ser un país que en su pasado contó con una dictadura de derechas, como fue la de Francisco Franco, cuyas heridas no han sido cerradas todavía. Por ello, no hay una sola mención al partido verde.

A pesar de esto, se trata de un libro con el que se puede aprender muchísimo sobre el panorama más reciente de la política española y europea, aunque quede demasiado clara su afiliación política, al que hace ver como los buenos de una película de serie B que no está terminada de editar. Por ello, solo es recomendable para aquellos que simpatizamos con ciertas ideas de las izquierdas, sin rozar el absurdismo que supusieron los regímenes comunistas, plagados de corrupción y hambruna del siglo pasado, ni las utópicas propuestas anarquistas, que funcionan divinamente en pequeñas comunidades, pero que encuentran problemas graves cuando salen de esas escalas.

Palop habla sobre el ascenso de Trump y de Le Pen apelando al discurso fácil de "los de aquí, primero". Un discurso que apela a lo común y al mismo tiempo a la faceta más egoísta de los votantes, que solo desean eliminar competencia de su vida amorosa, laboral, pública. Dice Palop sobre la xenofobia de Le Pen:

"De hecho, cuando Marine Le Pen dice que acá no cabemos todos, tiene razón, claro que no cabemos todos. Lo que sucede es que nosotros debemos tener una sensibilidad ecologista que nos lleve a entender que lo que sobre son cosas, mientras que Marine Le Pen piensa que lo que sobra son personas. Pero lo cierto es que su diagnóstico tiene credibilidad porque es bueno: en realidad, con este sistema productivo, no cabemos todos. La cuestión, insisto, es que nosotros no debemos pensar en expulsar a la gente, a los más vulnerables, sino en desarrollar políticas sociales orientadas verdaderamente a satisfacer necesidades básicas, limitando la riqueza de unos pocos, y no únicamente a incrementar la producción para crecer y poner más cosas en circulación."

Frente al pensamiento neoliberalista, la izquierda se ha dedicado a acaparar a todos los colectivos vulnerables posibles y esto ha provocado un discurso lleno de ruido, donde un día se defiende una cosa y otro día otra distinta. Y, a pesar de no ser incompatibles, entorpecen el mensaje y hace que buena parte de la clase obrera prefiera votar a las derechas. Las preocupaciones por los derechos humanos y sociales aparecen en una manifestación una vez cada mucho. El usuario medio se desentiende y pasa rápido a preocuparse de otro asunto, también político, desde luego. El caso es que el discurso de las izquierdas no ha quedado nada claro por esa fragmentación, por esa incapacidad de poner a los oprimidos en común. Y por esta razón tan absurda es por lo que los hombres deberían ir a manifestaciones feministas aunque no padezcan el groso de la violencia machista. La empatía es la que genera comunidad, la que ayuda a mejorar cívicamente un país y a avanzar hacia un progreso social que algunos están tratando de evitar a toda costa, a veces incluso los que se llaman a sí mismos progresistas.

Esto me lleva al segundo gran punto del ensayo: la revolución feminista. Palop no solo reivindica con su texto la eliminación de la violencia machista y el fin del patriarcado, sino que expone una serie de motivos por los que la sociedad y la vida urbana debería distanciarse de lo masculino y abrazar lo femenino. Y esto, por raro que parezca, no tiene nada que ver con la identidad de género de cada uno, sino con los valores que desde que somos pequeños se nos inculca por ser hombres o mujeres. En este sentido, los hombres son más competitivos y egoístas, porque están acostumbrados a obtenerlo todo en el momento. La fuerza física biológica nos acompaña por lo general. Sin embargo, las mujeres se educan en un entorno de interdependencia, codependencia y cuidado. Frente al modelo masculino de imposición, está el mimo femenino, la solidaridad y la cooperación, que ha demostrado dar buenos resultados en las empresas, o así lo afirma Palop. Por ello, considera necesario una feminización de la política, pues desde las esferas del Congreso y del Senado es donde se puede verdaderamente plantar cara a los abusos del neoliberalismo masculino. Esta feminización no tiene nada que ver con la paridad o con la asunción de más y mejores puestos para las mujeres si estas, curtidas en un ambiente de hombres, han acabado adoptando las formas de estos, despreciando los valores en los que tanto hincapié hace Palop. La feminización de la sociedad no tiene que ver con la dominancia de las mujeres sobre los hombres, sino con una valoración positiva de lo femenino que sea tenida en cuenta. Dentro de lo político, señala Palop, ya se está poniendo en marcha en distintos ayuntamientos de nuestro país. Por ello, alberga esperanzas de que la municipalidad pueda contribuir a un fin mayor.

Como podéis ver, se trata de un ensayo muy completo. No obstante, se echa en falta una buena conclusión que sintetice ideas porque, aunque estas se repiten, luego es difícil localizarlas. Por otro lado, está el hecho de que la pandemia por Covid 19 ha cambiado por completo nuestra forma de hacer política y nuestra vida. Y este es un punto que no se recoge en el texto, lo que deja un sabor agridulce, puesto que, a pesar de ser un libro del año pasado, ya se siente una distancia temporal importante. Por supuesto, no recomendaría este texto a nadie que se considere conservador porque no le va a agradar y tampoco le va a servir para cambiar su perspectiva política. Y eso ha sido todo por hoy. Me alegro bastante de poder hacer aquí este experimento, ya que solo suelo traer prosa de ficción. Traer un ensayo y, además, de política ha sido una experiencia divertida y edificante para mí.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.


sábado, 19 de septiembre de 2020

El camino, de Miguel Delibes

 


Quizás la novela más emblemática de Miguel Delibes y que mejor refleje el resto de su producción sea El camino. En ella acompañamos a un niño, Daniel, más conocido en su pueblo como "El Mochuelo", en su último verano en su localidad natal antes de ser enviado por sus padres a la ciudad con la esperanza de forjarse un prometedor futuro. Sin embargo, Daniel está de todo menos ilusionado, pues es consciente de que en su tránsito hacia la vida urbana perderá, no solo a sus amigos de toda la vida, sino un conjunto de placeres que solo puede disfrutar por el lugar geográfico que ocupa. Esta novela se trata, pues, de una Bildungsroman, bastante breve, por cierto, en la cual un resignado protagonista es obligado por sus circunstancias a asumir un papel que, en un primer momento, detesta. No obstante, con el cúmulo de acontecimientos, que no son pocos, en esta obra, la visión idílica de su aldea y de seguir siendo un niño se transformará y accederá a aceptar la educación impuesta.

Daniel es un chico de once años que piensa que todo lo que hay que saber en esta vida se encuentra en su pequeña aldea, donde todos se conocen y donde todos conviven con leyes eclesiásticas muy cerradas que delimitan que cada cual tenga un rol social. Daniel es hijo del quesero de la localidad, una profesión que Delibes reivindica ante el peligro de extinción que ella ya comportaba en los tiempos en los que se redacta esta novela. Su madre es una mujer que ha quedado estéril, por lo que Daniel es y siempre será hijo único y sobre sus hombros caen todos los sueños rotos de sus padres, que han vivido en épocas turbulentas y especialmente duras, a pesar del aislamiento del valle. Pero, ¿de qué le valen esas esperanzas, si él no puede ser dueño de su propio destino?

Daniel tiene dos amigos, con los que, a pesar de las advertencias de su madre y de otros tantos del poblado, decide pasar su tiempo, cada vez más breve. Uno de ellos es Germán, "El Tiñoso", un joven enclenque y lleno de distintas calvas que conoce y adora a todos los pájaros que surcan por el firmamento. Hijo de zapatero, no aspira a nada más que a relevar a su padre en el oficio. El otro es Roque, "El Moñigo", huérfano de madre, que se las da de tipo duro por tener la voz más grave y una cicatriz de la Guerra Civil. Juntos se divierten robando manzanas y bañándose desnudos en el lago. Forman y una tríada y aprenden los unos de los otros cómo funciona el mundo adulto. Se muestran inquietos ante todo y luchan por mostrar su masculinidad para ser considerados hombres lo antes posible.

Sin embargo, estos no son los únicos personajes de El camino. Delibes se detiene en todo momento a contar las mil y una vicisitudes de cada personaje que habita este paraíso rural, el cual defiende a capa y espada tras la sombra del dubitativo Daniel. El camino no es solo una revisión de una infancia idílica, sino un manifiesto de la defensa de la vida rural, aunque también se destacan sus ciertos peligros. La sociedad es particularmente cerrada, envidiosa con los extranjeros y recelosa con los impíos. La educación es otra. No importa saber resolver problemas con dos o tres incógnitas. No importan las raíces cuadradas ni los complementos predicativos. Lo que sí que importa es el oficio, milenario muchas veces, la capacidad para relacionarnos los unos con los otros, la forma de acatar o desafiar normas y el reconocimiento. Aunque diría que si algo importa por encima de todo en El camino es el amor. Daniel ama a una chica que es mayor que él y a su vez es amado por una chica más pequeña. Daniel comprende el mundo de los romances y los noviazgos a través de los adultos que comienzan a dejar de tratarlo como a un niño, de los continuos sermones de la iglesia y de la Guindilla Mayor, la puritana de este peculiar elenco. El amor es un motor que provoca dicha, pero también sufrimiento, pues su naturaleza es engañosa, desafía normas que la iglesia no permite que se desafíen. Mujeres y hombres se convierten en fieras en esta novela y arrancan la inocencia de los ilusos.

El camino es una novela muy breve de un gran narrador de la literatura española del siglo XX. Puede que no sea yo el que mejor empatice con las ideas de Delibes, especialmente en lo tocante a su defensa y fascinación por la caza, pero he de decir que El camino es una gran novela con algunos de los momentos más memorables que he leído este año. Aprovecho para destacar el episodio que a mi juicio es el mejor, ese en el que un Daniel humillado por haber participado en el coro de voces puras de la iglesia se detiene frente a la cucaña de las fiestas patronales y se aviene a trepar hasta la cumbre más fría y dolorosa por un duro. Daniel aprende con ello que el reconocimiento conlleva un esfuerzo y también riesgo y que si quiere convertirse en la clase de hombre que desea debe aventurarse a lo desconocido y, por muy difícil que sea el camino, no detenerse jamás.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.

Reseñas de otras obras de Miguel Delibes en esta esquina: Cinco horas con Mario, El disputado voto del señor Cayo, Las ratas


viernes, 11 de septiembre de 2020

La luna ha entrado en casa, de José Félix Tapia



Muy pocos habrán oído hablar de este libro. Lo cierto es que está totalmente olvidado. Sin embargo, fue el segundo premiado con el Nadal en España. Ya sabéis que tomo como referencia este galardón para conocer más acerca de la narrativa española de posguerra, pues en su día era el más prestigioso y dio a conocer a una gran cantidad de autores de renombre como Carmen Laforet, Carmen Martín Gaite o Miguel Delibes en una España que adolecía de falta de talento tras la fuga de intelectuales. Sin embargo, el caso de José Félix Tapia es curioso. Escribe este libro, gana el premio más importante al que podía aspirar y decide no escribir más. Solo para periódicos, pero nada de lo que podríamos llamar narrativa de ficción convencional. La pregunta es evidente: ¿tan brillante fue este libro como para sentir miedo de patinar demasiado con un segundo?

Lo cierto es que La luna ha entrado en casa parece de todos menos una novela. La acción es efímera y los personajes apenas avanzan con ella, algunos se alejan de la casilla de salida para volver a entrar. Y todo es lirismo, preciosismo, y muchas divagaciones. Divagaciones sobre lo hermosa que es la luna y su poder. Sobre lo maravilloso de la literatura y de la Santísima Trinidad. Esto no hace que haya envejecido bien, pero incluso para su época me parece una obra excesivamente pretenciosa. Busca una trascendentalidad impostada que se cimienta a fuerza de citas y referencias a otros textos previos, de forma que los largos soliloquios del protagonista se convierten en un juego de conectar piezas de obras que más le vale al lector haber leído. Lo peor es que, como digo, estas cavilaciones luego no terminan de tener importancia alguna para una trama que parece colocada por compromiso de cara al jurado del Nadal. Si al menos existiera una denuncia social filtrada tras toda esa maleza de referencias llegaría a entenderlo. La censura era una fuerza ineludible en los cuarenta y en la cual no me voy a detener porque da para varias entradas. No me malinterpreten, no es que Félix Tapia no aborde lo social en su obra. Lo hace ligeramente a través de las interacciones de sus personajes, pero no a través de estas disertaciones cul de sac que tanto me han molestado.

Tapia construye su trama en torno a un triángulo amoroso entre la hermana del protagonista, su prima y un tal Raúl que a nadie le importa. El protagonista es un joven que va del campo a la ciudad para estudiar en la universidad y puede vivir esta relación aún sin estar inserto en ella. Y bueno, se limita a decir qué ocurre porque literalmente no hace nada en toda la novela. La chica de ciudad se queda con el novio, aunque no lo quiere, sencillamente porque vive en una ciudad y puede tomarse ciertas libertades que la chica de campo, que vive en una sociedad más retrógrada, no puede. Entonces la de campo enloquece y su hermano se tiene que volver a su casa para estar con ella por si le da un jamacuco, aunque milagrosamente se salva. Y aquí voy a parar porque digo dos frases más y resumo al completo la novela. 

En definitiva, una decepción con todas las de la ley. No obstante, entiendo que le pueda interesar a los lunáticos (en el sentido literal del término) porque se dan una serie de nombres de lecturas vinculadas con el tema de la luna. Yo, como no lo soy, me ha parecido tedioso a más no poder este punto.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.


viernes, 4 de septiembre de 2020

Ghoul, de Juan Díaz Olmedo

 


Una mujer joven camina por la calle, odiándolo todo. Está en un barrio marginal de París y se ha quedado sin nadie. Su familia la persigue para matarla y sabe que no puede confiar en los demás. No es una vagabunda más, pero un encuentro fortuito va a cambiar su vida. En la puerta de un local de stripteases, el jefe la ve y le ofrece un trabajo con el que mantenerse. Aunque la protagonista tiene sus dudas, finalmente acabará aceptando, motivada por un nuevo amor. No obstante, el jolgorio no dudará tanto como parece.

Ghoul es una novela de horror extremo donde se recurre a turbios ambientes adultos y marginales. Está plagado de outsiders, pero los más interesantes son los que pertenecen al clan de la protagonista: los autodenominados ghouls. Son seres a medio camino entre los humanos y los demonios que acostumbran a devorar carne humana para alabar a su dios. El personaje principal deberá lidiar con su condición sobrenatural y tratar de vivir una vida lo más normal posible con su pareja, aunque de vez en cuando tenga que salir de caza.

Al igual que Marionetas de sangre, Olmedo juega en Ghoul con la ambigüedad del texto y nos ofrece una dualidad de posibilidades. Permite tanto que el lector crea las palabras de su protagonista como que las ponga en duda. Para ello, nos va dejando pistas a lo largo de la narración y pienso que son estas el punto bueno de la novela. De nuevo, vemos lo que ya son tópicos dentro de las narraciones de Olmedo: la atmósfera opresiva, el submundo gótico, la violencia gráfica y plagada de sangre, protagonistas lesbianas, la exaltación del sexo, mutilaciones, personajes con condiciones sobrenaturales sin resultar superpoderosos, un ritmo de narración acelerado, el culto hacia la muerte y la visión de esta como un motor que guía la vida de los personajes, etc.

Por otro lado, he de decir que esperaba más. Pienso que no está al nivel de sus otras dos obras, desgraciadamente, a pesar de ser muy entretenida. No obstante, por raro que parezca, las crudas descripciones del despiece de cadáveres humanos (y su posterior deglución) que aparecen en la novela me han hecho reafirmarme tajantemente como vegetariano. De verdad, no me puede dar más asco la carne ahora mismo. Y lo curioso es que sospecho que quien lea este libro, aún cuando acostumbra a comer carne, también pasaría varios días sin querer tocarla ni con un palo. Así que se puede decir que en ese punto se luce el autor, que nos lleva como lectores a pasar ese mal rato que vamos buscando en un libro de estas características.

Otra curiosa cuestión, en el prólogo se menciona que hay una serie de televisión producida por Greg Nicotero que toma como punto de partida este libro, pese a desvirtuarlo. No solo no he visto la serie, sino que no la encuentro en Google. Pero ninguna referencia, como si no existiera. Me aparece una india, pero dudo mucho que la financie el ex show runner de The Walking Dead. De todas formas, en el mismo prólogo ya avisan de que no tiene nada que ver con la novelita y que el propio Olmedo ha pedido que retiren su nombre de los créditos de apertura. Imagino que tendrá sus motivos.

Y eso es todo por hoy. Lean mucho, coman con moderación y namasté.

Reseñas de otras obras de Juan Díaz Olmedo en esta esquina: Marionetas de sangre