lunes, 23 de febrero de 2015

Moby Dick, de Herman Melville

La épica moderna del cachalote blanco…


Moby Dick era una relectura necesaria que tarde o temprano debía caer. Lo cierto es que terminé de leer la última página del libro hará ya un considerable número de días, pero creo que he hecho bien en no comentar nada al respecto hasta hoy, ya que esto me ha permitido reflexionar bastante sobre los temas centrales y, como se dice a veces, sacarle su jugo al texto mastodóntico e interesantísimo que constituye está novela llena de digresiones y con marcado tono épico –especialmente en sus momentos finales-, que un hombre nacido en la ciudad de Nueva York, pero oriundo en espíritu de la inmensidad del mar, llamado Herman Melville bautizó con el nombre de la bestia que monomaníacamente persigue el capitán del barco ballenero en el cual el lector se adentra hasta escuchar el repiqueteo de las tablas de cubierta bajo los talones al caminar. Melville publica esta novela en 1851, siendo un desastre de ventas y casi también de crítica. De hecho, la buena consideración que se tiene de él procede casi exclusivamente de la crítica de comienzos del siglo XX, algo que ya comentamos hace unos meses en la reseña de Billy Budd

En Moby Dick, Melville recurre a la ambientación en la que se ha visto sumergido gran parte de su vida, a la del mar y los marineros, en este caso balleneros del famoso puerto de Nantucket que pasan varios años singlando por los océanos en busca del precioso esperma que recubre el esqueleto de cachalotes y ballenas y con el cual fabricarán aceite que permitirá alumbrar los hogares de los miles de personas que en tierra desconocen la existencia de este otro mundo que pinta el escritor. El narrador será uno de los personajes, uno de los marineros de la tripulación del Pequod, que se embarcará en este marfileño ballenero para desligarse de la vida terrenal –en el sentido literal del término-, que le ha llevado a caer en una especie de vacío existencial. Este marinero, llamado Ismael, cumplirá el papel de protagonista de la novela en los capítulos previos a la salida del barco del puerto, pero irá desapareciendo progresivamente, perdiendo continuo protagonismo, que primero se repartirá entre el resto de tripulantes del Pequod (los tres arponeros salvajes, los tres oficiales, etc.) para luego centrarse en la figura enigmática del taciturno capitán Ahab, quien ha accedido a comandar el navío por motivos personales que nada tienen que ver con el enriquecimiento de sus arcas y las de su familia. Ahab, que ha enloquecido tras la mutilación de una de sus piernas en el último viaje, sólo piensa en vengarse del monstruo que se la arrancó, la ballena blanca Moby Dick, convirtiéndose él mismo en otro monstruo que llevará al fin, a un viaje de nefastas consecuencias, a una tripulación de hombres débiles de espíritu, que no sabrán frenar su deseo autodestructivo a tiempo. Ahab los tienta con un doblón ecuatoriano, que vendría a valer casi como una finca en Benalmádena, para aquél que oteé por primera vez al cachalote maldito y dé el correspondiente aviso. Así todos se convierten en siervos de Ahab a través de la codicia y se vuelven igualmente culpables de su sino. Todos miran cada noche el doblón, como hechizados, soñando despiertos con todas las posibilidades que ese oro español permite.

“-Yo miro, tú miras, él mira, nosotros miramos, vosotros miráis, ellos miran…”

Moby Dick se convierte en un descenso a los infiernos, un tema recurrente en la literatura clásica grecolatina, aunque, mientras en ésta el descenso suele mostrarse tal cual –recordemos a Orfeo, Eneas u Odiseo, por ejemplo-, en la obra de Melville el descenso es alegórico, a pesar de que mantiene en muchos aspectos las estructuras de los textos clásicos. Poco a poco las señales de mal augurio se van acumulando, hasta el punto de que cualquier salida de lo esperable puede resultarnos desagradable por no cumplir nuestras expectativas. El personaje de Ahab, por otro lado, se ve constantemente tentado por lo que la tripulación define como una sombra, una especie de demonio persa mudo, Fedallah, que viajaba de polizón en el Pequod y al cual parece el capitán haber vendido su alma ante la promesa de la muerte del cachalote blanco. Las profecías del fin, pronunciadas por Elías, un hombre aparentemente loco que detiene a Ismael antes de subir al navío, y el autonombrado profeta del Jeroboam, uno de los balleneros con los que se cruza, ya ponen sobre alerta al lector. Del mismo modo, Ismael, que nos cuenta la historia una vez ha terminado esta, adelanta en ocasiones acontecimientos que consolidan esa idea de fin horrendo, de descenso definitivo al seno del infierno marino, al seno de la muerte. 

En algún momento de la narración, no recuerdo cuando, se hace la comparación de un barco con un ser humano. Es sumamente interesante, a mi parecer, la forma que tienen los tripulantes del Pequod de relacionarse entre sí y al mismo tiempo la que tiene el propio Pequod de relacionarse con otros barcos. El Pequod se impregna de la melancolía, la rabia y el malditismo de su capitán, llegando a un punto en el cual nos acostumbramos a ella. Para escapar del discurso monótono del espíritu de Ahab, Melville recurre a dos estratagemas: por un lado, a la incursión de balleneros que se cruzan con el Pequod y con los que mantiene lo que podríamos llamar un diálogo; y por otro lado, a la alternancia de la historia central con digresiones varias sobre la vida en los barcos balleneros, la anatomía de la ballena y otras cuestiones relacionadas de las que ahora hablaremos. Nueve son los barcos que se cruzan con el Pequod, cada uno con un comandante distinto, con una personalidad diferente, algunos nobles y respetuosos, otros viles y maleducados, algunos felices que vuelven a sus casas con las bodegas llenas de aceite, otros tristes porque pasan los meses y la campaña está siendo un fracaso,… Sea cual sea el caso, lo importante, creo yo, es el contraste que permite ver más mundo allende la infinita soledad del océano.

La importancia de las digresiones en la obra es palpable, pues de las aproximadamente quinientas páginas, según edición, que la componen, más de ciento cincuenta pueden ser sin exagerar artículos de Melville sobre las diferencias entre el cráneo de la ballena y el del cachalote y cosas por el estilo. Este uso exagerado de la digresión, que inunda páginas y páginas de saber enciclopédico es uno de los motivos de su fracaso comercial y también una de las características de la escritura de Melville y que ahora vuelve a estar tan de moda. El libro de Melville se convierte en una especie de fusión entre un texto científico, una novela de corte realista y una epopeya homérica. Él mismo se refiere con sorna a su predilección por la divagación en la novela de esta forma tan metafórica:

“Del tronco nacen las ramas; de éstas las ramillas, y así, de las obras de pensamiento, surgen también las digresiones.”

Sobre el tono empleado que ya hemos mencionado antes hay que remarcar que abunda la construcción épica homérica, con monólogos desgarradores y figuras que, a veces, imitan el estilo del aedo. En el Diálogo sobre poesía de 1800 Schlegel hablaba de cómo una nación debía de crear su propia mitología a partir de las obras literarias, fomentando la originalidad combinada con elementos de las obras de la grecolatinidad clásica. Algo así hace Melville con su novela más reconocida: una especie de primera épica de la incipiente historia de la literatura estadounidense, que no podría presumir de contar con muchos nombres de peso hasta el siglo XX. . Tampoco escasean las referencias bíblicas. En un capítulo de los primeros casi podemos decir que Melville, en boca de uno de los personajes, hace un remake de la historia de Jonás. También Job aparece en varias ocasiones mencionado por ahí.

Y seguramente se me escape algo así de importancia, pero creo que ya he dado una idea general de la obra, lo que era mi objetivo en primera instancia. Moby Dick es una gran novela que abarca un abanico de temas asombroso y que, a pesar de sus continuas salidas de texto, sigue siendo una obra imprescindible, una genialidad mayúscula.

2 comentarios:

  1. Un artículo muy completo, enhorabuena.

    Moby Dick es uno de los referentes de la literatura a nivel mundial y debería estar fomentada su lectura en escuelas e institutos.

    Saludos!

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  2. Bravo, la mejor de diez reseñas que he hallado. Sin duda, un libro emocionante para quien lo sabe apreciar. Enhorabuena.

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