¿Desgracia como desgracia o desgracia como maravilla?
¿Podríamos
discutir si Coetzee representa o no un exponente de la literatura africana? Podríamos. Por
un lado, si bien es verdad que nació en Sudáfrica y que éste es un país del
continente donde nacieron los primeros hombres y su retrato de la sociedad de
su tiempo es tenaz y podríamos decir sincero, su punto de vista se ve marcado
por su color de piel y por su educación occidental tanto dentro como fuera de
su país. ¿Se ha llegado a decir de él que no era más que un burgués sudafricano
y que, por tanto, no podía representar los principios de igualdad social que
suelen reivindicar los escritores negros de su tierra? Sí. De hecho, este asunto
poco le importa a un Coetzee, que en “Desgracia” no tiene ningún problema en
desafiar lo políticamente correcto, para montar una historia verosímil donde la
maldad se esconde en rostros color azabache. ¿Intenta ser con esto realista?
¿Es él el auténtico exponente africano de la literatura y no, pongamos por
ejemplo, Chinua Achebe o Alain Mabanckou, más concienciados con la defensa de
la población negra frente a los abusos de Occidente?
El argumento de la novela versa sobre la caída
en lo más hondo de su existencia de David Lurie, un profesor de universidad de
Poesía Romántica en Ciudad del Cabo, divorciado y con una hija que no le gusta
su trabajo y que llena la falta de amor que su solitaria vida le proporciona
con Soraya, una mujer a la que paga por acostarse con él en el edificio de una
agencia. En medio del caos en el que vive, se cruza una mañana de regreso a su
casa con Melanie Isaacs, una de sus estudiantes, poco aplicada, poco ingeniosa,
pero muy bella, a la que invita a tomar un café en su dúplex, dos calles más
allá, y ella, algo insegura, acepta. ¿Cómo? No lo sé. ¿Debería probar yo también a entrarle a la gente a saco? Puede. En la casa Lurie acaba por seducirla y
tiene con ella una aventura. Todo vuelve a marchar bien hasta que se desvela y
cae, como el protagonista de un drama clásico en desgracia, si es que no
llevaba en ese estado toda su vida. El tiene cincuenta y dos años, ella poco
más que dieciocho: ¿podría ser su padre? ¿casi incluso su abuelo? Es vejado por
sus compañeros de trabajo, por sus alumnos, por el novio de la muchacha, hasta
por su ex mujer y se le obliga a dimitir, a abandonar su carrera académica a no
ser que se disculpe. ¿Él lo hace? Por supuestísimamente que no. No tendría gracia la novela. Se declara culpable de todo
lo que le acuse Melanie y se retira a la granja de su hija Lucy, junto a
Grahamstown, con la perspectiva de escribir mientras tanto una ópera sobre los
últimos años de Lord Byron. Lucy, que hasta hace poco tiempo vivía con su novia
Helen, se dedica al cultivo de flores y pequeñas hortalizas y al cuidado
temporal de perros. En ello le ayuda Petrus, un hombre negro, que no parece
dominar muy bien el inglés, y que vive en los antiguos establos de la casa,
junto a una de sus dos mujeres. Le ha adquirido una pequeña porción de tierra a
Lucy. Allí poco a poco las relaciones con su hija irán entrando en tensión a
raíz de un altercado. Unos hombres negros y un chico se presentan un día en la
casa de Lucy con la intención de llamar por teléfono, argumentando que en su
aldea no hay luz. Lucy se lo permite. Mientras tanto, David aguarda fuera con
el chico. ¿Se huele que algo no va bien? Se ha generado una atmósfera de tensión
entre los personajes que él no entiende del todo. Llama a gritos a Lucy. ¿No
hay respuesta? Llama a Pretus. ¿No hay tampoco? ¿Ya se pueden imaginar que pasa a continuación? ¿No? Pues leanse el libro.
¿La narración es así todo el puto rato? Sí, preguntando el bueno de Lurie va avanzando la novela y vamos adentrándonos con él en el corazón de su desgracia. ¿También se habla de la felicidad? Por qué no. ¿De la segregación racial? Un poquito ¿De las distinciones entre campo y ciudad? Algo. ¿Recomendable? Por supuesto. ¿Algo más que añadir? Simplemente léanla.
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