domingo, 8 de junio de 2014

Mil grullas, de Yasunari Kawabata



Si en País de nieve Kawabata nos invitaba a sumergirnos en el mundo de las geishas, en Mil grullas nos zambullimos de lleno en el universo de las tradicionales ceremonias del té, sus rígidas normas y su bella y frágil artesanía, acompañando a un personaje singular como el que más: Kikuji Mitano, hijo de uno de los más reconocidos maestros del té de su tiempo. Si bien es la ceremonia del té, ese momento calmo que insta a los personajes a intercambiar miradas furtivas mientras se calienta el agua y se vierte a las tazas y a preguntarse que pensará el otro en ese mismo momento, uno de los temas principales de la obra, ésta actúa como un mero conector en Mil grullas.
La trama es considerablemente más complicada que todo esto.  Kikuji Mitano es un oficinista, hijo de este maestro del que ya hemos hablado, que recientemente ha quedado huérfano de madre y padre. Un día acude a la invitación de una lejana y breve amante de su padre, Chikako Kimamoto, ahora también maestra de té. Kikuji se presenta en la ceremonia, siendo el único chico. Allí Chikako, que se irá convirtiendo poco a poco en una especie de antagonista para Kikuji, le advertirá a éste de las perversidades de la señora Ota, la última amante del maestro de ceremonias, que se ha presentado sin ser llamada a la fiesta con su hija Fumiko, al tiempo que le hablará de Yukiko Inamura, una joven bastante hermosa, que viste con un pañuelo en el que alzan el vuelo mil grullas pintadas, para ver si da su consentimiento para una pronta boda. Kikuji ha ido sin saberlo a un miai, un encuentro en el que dos personas se reconocen y dan su visto bueno para una boda concertada. Chikako no parará hasta el final de la novela de instarle para que se case con ella, pero Kikuji tiene otros pensamientos. Tras la ceremonia de esa tarde establece cierta simpatía por la madre Ota que le lleva a acostarse con ella en repetidas ocasiones. Kikuji ha empezado a poseer a la mujer de su padre muerto, pero ¿ha empezado también a amarla? ¿Es la señora Ota, una mujer inestable y débil, que, además, le recuerda perpetuamente la sombra de su padre, algo por lo que apostar o debería concederle a Chikako, una mujer cuya lengua mordaz no puede soportar la oportunidad de conocer detenidamente a la mujer que le ofrece, la chica del pañuelo con mil grullas?

En la novela vemos como está presente en todo momento la figura del padre de Kikuji, su fantasma, ese hombre que ha sido amante de Chikako y luego de la señora Ota y que explica la enemistad tajante entre las dos. Un fantasma que atosiga a Kikuji, que se siente como su padre cuando yace con la señora Ota, que parece no encontrar diferencia alguna. 

El autor esboza la psicología de los personajes con gran maestría a través de admirables diálogos. Mil grullas es una novela minúscula en cuanto a tamaño físico, pero sumamente densa y rica en matices. Una historia muy superior a País de nieve, que, no obstante, guarda semejanzas de estilo y se convierte en una lectura rápida por su adicción y especialmente dinámica, cuyo "mise en abyme" final de la taza rota bajo la atenta mirada de las estrellas (y quien sabe si del padre) es de una grandeza poco igualable. Una novela donde los hijos tienen la oportunidad de evitar los errores de sus padres, siendo capaces por terquedad de caer en ellos de bruces. Donde la culpa rula de un personaje a otro y se bebe en un tazón de té caliente.

Más reseñas de obras de Yasunari Kawabata en esta esquina: País de nieve, La casa de las bellas durmientes,



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