lunes, 15 de septiembre de 2014

Viento del norte, de Elena Quiroga

Todo un himno a Galicia, que se queda un poco corto...


Intentaré ser breve porque estoy en la biblioteca de la facultad (¡Sí! Seguimos sin Internet.), me queda poca batería en el portátil y, en uno de mis múltiples descuidos diarios, he olvidado el cargador. Así pues, intentaré hablar todo lo que pueda antes de que el Lenovo grite exhausto que necesita descansar.

Ayer acabé una novela, una novela que se me estaba resistiendo más de lo habitual. ¿Por cansina y monótona? ¿Por ñoña? Puede, qué sé yo. El caso es que debía terminarla ya. Así pues, en dos días me dí un atracón de leer como hacía tiempo que no me lo daba. Me lleve una alegría que no me esperaba. Viento del norte remonta el Ebro a nado en su tercera y cuarta parte (es decir, lo que viene siendo la segunda mitad del libro). Pero de esto ya hablaremos luego. Lo primero es lo primero.

¿De qué va Viento del norte? ¿Qué nos cuenta una autora tan olvidada hoy como Elena Quiroga en su obra más famosa? La respuesta es la historia de Marcela, ligada a la de La Sagreira, el pazo en el que nace, y a Álvaro, su "amo", que la ve jugar de pequeña, bañarse de joven y dormir de adulta. Marcela nace una buena mañana en este pazo cerca de Santa Marta del vientre de la Matuxa, una criada con fama de bruja que servía en la casa de Álvaro, que para el comienzo de la acción ya tiene su edad y escribe un libro que pretende ser la cúspide de todos los libros sobre el camino de Santiago. Marcela nace sin padre, con una madre que la desprecia más que una rata e intenta ahogarla un cuenco nada más la pequeña abre sus ojos para ver la luz. Sin embargo, un tal Juan, que trabaja para el amo del pazo también, la caza en el acto y la detiene, salvando a la niña. Entonces la vieja Ermitas accede a cuidarla, cuando todos dicen que está embrujada. Mientras tanto, sigue la vida del pazo y Elena Quiroga aprovecha para presentarte al noventa por ciento de sus personajes, que te parecen casi más que los de la Biblia. A medida que Marcela va creciendo los ojos de Álvaro comienzan a fijarse más y más en ella, en sus curvas, en su pelo cobrizo, en su forma de andar, de dar las gracias, de disculparse. Pronto caerá perdidamente enamorado de la zagala, a la que saca nada más y nada menos que treinta y cuatro años. Casi podríamos establecer comparaciones con la Lolita de Nabokov salvando las distancias. Marcela ama su vida, ama su tierra, la Sagreira, Ermitas, el perrito llamado Chinto, pero para poder mantenerlo todo tendrá que ceder a las peticiones de Álvaro, que ya está convencido de que en ella hallará la felicidad que en ninguna otra mujer,  ni en su amado libro, al que quiere más que su vida, ha podido encontrar. Lo peor de esto es, en definitiva, que tarda demasiado en arrancar. Los años en los que Marcela crece y ese presentar personajes sin parar se torna sumamente "cansino". Aunque no es mala historia.

El estilo de Quiroga recoge la tradición realista y naturalista del siglo XIX en todo su ser y apenas pretende adaptarlo a los nuevos tiempos. Su objetivo es sacar a la luz toda la esencia de la Galicia rural de su época y exaltarla. La impresión que despierta es como si quisiera componer un gran himno a la tierra de su padre, que también es la suya. Las expresiones en gallego, sus formas de ser, sus rías, sus tradiciones, como el entierro de las ánimas, sus charlas sobre brujas, o meigas, que casi son lo mismo, no faltan en la novela. El castellano particular de la zona impregna el habla de los personajes, dificulta la lectura para el que no está acostumbrado, pero acerca todo mucho más a la imitación precisa de la realidad. Sin embargo, muchos de estos diálogos son, como muchos personajes de la obra, completamente intrascendentes y vuelven la lectura algo pesado. Quizás sea ese uno de los grandes motivos de porqué he querido la segunda parte del libro y he odiado la primera, porque se reducen drásticamente el número de diálogos a medida que avanza la novela. Es en los fragmentos narrados en los que Quiroga demuestra todo su potencial, su habilidad para crear excelentes metáforas y exponer las diversas preocupaciones que atosigan a los personajes y les hacen moverse de una forma u otra. La psicología de los dos personajes principales está muy bien trabajada y merece un ojo, especialmente la de Marcela, que, sin saber lo que quiere, acostumbra a hacer lo que le dicen en silencio, reflejando el papel que representaban muchas mujeres durante la época franquista. Es esa desilusión y pesimismo la que se respira en muchas obras de grandes autores de la época y, aunque en Quiroga menos que en Cela o Laforet, también.

Y casi que me voy a ir despidiendo ya, que no sé cuanto tiempo va a durarme esto encendido y aún tengo que repasarlo antes de publicarlo. Creo haber dicho, a grandes rasgos, todo lo que tenía que decir. Interesante novela, por su complejidad argumental y su final, que peca de un comienzo aburrido con el que te cuesta trabajo entrar en la obra. Si superas la primera mitad del libro disfrutas mucho con la segunda. Si no, te parece soso a más no poder. No obstante, a mí eso de que me ofrezcan medio libro habiendo pagado uno entero no me gusta un pelo. Una lástima.

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Nada, de Carmen Laforet

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