lunes, 21 de mayo de 2018

La hermandad de la uva, de John Fante



Henry Molise es un escritor, hijo de inmigrantes italianos, en la madurez de su carrera. Vive plácidamente en un chalet en Redondo Beach, una localidad periférica de los Ángeles, desde donde redacta sus best sellers y sus guiones para Hollywood, constituyendo (una vez más) una especie de alter ego del propio Fante. Su matrimonio no anda demasiado bien, sus hijos son unos jóvenes malcriados y su editor lo atosiga para recibir un manuscrito cargado de esperanzas que debía haberle llegado hace meses, pero, por encima de todo esto, Henry debe hacer frente a un problema mayor, quizás de resonancias bíblicas. Su envejecido padre, Nick Molise, todo un maestro de la edificación ya retirado, la ha vuelto a armar en la casa de su infancia en San Elmo. Una sospechosa mancha de lo que parece un pintalabios barato ha sido encontrada por su mujer en uno de sus calzoncillos y la reacción del viejo ha consistido en moler a la pobre anciana a palos. Lo que ha constituido todo un revuelo en la pequeña localidad (con tarde en el calabozo incluida) podría desembocar en el divorcio de los padres de Henry. Ante el desentendimiento de los hermanos menores, el escritor, primogénito y predilecto hijo del constructor, se ve en la tesitura de tomar un avión y ejercer de mediador antes de que todo sea demasiado tarde. 

Al llegar Henry se encuentra una vez más con una falsa alarma. El matrimonio de sus padres parece ir viento en popa otra vez, bueno, siempre y cuando no tengamos en cuenta el alcoholismo del viejo Nick, su adicción al juego, las mujeres y su necesidad de seguir trabajando como albañil a pesar de haber superado ya los setenta y cinco años. Nick tiene un nuevo encargo y necesita un ayudante lo suficiente fuerte como para acarrear piedras de más de cincuenta kilos. Aunque Henry en un primer momento se niega a la proposición de su padre, entiende cuánto significa para él que uno de sus hijos se convierta en el albañil que siempre quiso tener cuando los concibió. De esta forma, se acabará enrolando en una disparatada aventura, comprendiendo que quizás esta sea la última oportunidad en su vida para hacer las paces con su progenitor, debido a su longeva edad y a su cuerpo comido por los vicios. 

En La hermandad de la uva vuelven a aparecer una serie de elementos que ya había observado en Llenos de vida, aunque el trato y el desarrollo de ambos libros sea ligeramente distinto y me animo a decir que en La hermandad de la uva considerablemente superior. El narrador vuelve a ser un escritor con problemas matrimoniales y laborales que regresa a la casa de sus padres y mantiene una compleja relación con estos. La figura de la esposa vuelve a tener un cierto aire a Zelda Fitzgerald, la de la madre vuelve a ser la típica napolitana ama de casa sumisa que finge desmayarse cada vez que ve a uno de sus hijos entrar por la puerta y la del padre tiene una vez más ese componente tiránico hacia su propia familia y servicial en relación con los que no son de su estirpe. Aparecen aquí unos hermanos, que no estaban en Llenos de vida y que, de la misma manera que Henry,  sienten a partes iguales tanto odio como lástima hacia el viejo. Esta inclusión me parece de lo más rico de la novela porque permite diferentes relaciones y visiones que dan muchísimo juego. Mientras que Mario tuvo que renunciar a su sueño de convertirse en jugador de béisbol profesional y Virgil nunca consiguió su puesto como jefe del banco a pesar de sus buenas notas, Henry logró asentar una sólida carrera como escritor (o al menos lo suficientemente holgada como para adquirir un chalet en la playa). Este dato despierta el recelo y la envidia de los hermanos, que se proyectará sobre el mayor cada vez que haya oportunidad para ello, generando un clima de hostilidad y de zancadillas fraternales derivadas de pequeños rencores del pasado.

Con La hermandad de la uva vemos también el típico retrato de la sociedad italoamericana que tiende a perfilar Fante, siendo esta vez mucho más exhaustivo, pero también cargado de prejuicios. La pasión fluye por las venas de cada personaje y se transmite al lector a través de unos diálogos y de unas reflexiones de Henry muy elaboradas y contundentes. Las bodegas de Angelo Musso o el saloncito del primer piso del Café Roma se construyen como escenarios que parecen mucho más italianos que estadounidenses y adquieren un cierto aura mágico, como si el zumo de la uva -el agua de cada día para Nick y sus ancianos compinches- se filtrara a través del papel, empalagando al lector con su aroma. La mayoría de los personajes son de ascendencia italiana y se tratan los unos a los otros como una gran familia junto a la que expresar tanto su amor como su infinita repulsión. Pocos son los que no cumplen con la simple premisa de ser italiano y cuando esta no se da se producen una serie de inconveniencias con las que Fante pretende dejar claro las altas cotas de racismo que podía alcanzar la sociedad rural estadounidense de mediados de siglo XX. No olvidemos que en su contexto los apellidos italianos estaban relacionados en el imaginario popular con las mafias, algo no desmentido por Fante, aunque la importancia de algunos momentos de esta novela recae en la realidad de que no todos los italoamericanos se dedican al crimen organizado. Son personas de carne y hueso, con sangre caliente, sentimientos, idas y venidas, sueños, amores y vicios como cualquiera.

Me animo a leer La hermandad de la uva ante la entusiasta y reciente reseña de Caminos que no llevan a ningún sitio, en la cual se percibe un amor hacia la obra de Fante contagioso. Ambos textos son poderosos, tanto la reseña linkeada como la novela del estadounidense traducida en Anagrama. Como habrán supuesto por la comparación con Llenos de vida, esta es la segunda obra que leo del autor. Siendo consciente de que aún me queda lo mejor por descubrir, os imploro que leáis (más que recomendaros) esta inusual joya. La hermandad de la uva es una novela que enfrenta a padres e hijos, a lo viejo con lo nuevo, y que trata de la resolución tardía de las cuentas pendientes, habla de la vida y de la muerte con una claridad y una pasión capaz de abrumar al impasible y obligarlo a merendarse su texto hasta el final.  Para aquellos que ya la han leído y disfrutado, tenéis todo un análisis elaborado de la obra en La Pasión Inútil.

Más reseñas de obras de John Fante en esta esquina: Llenos de vida, Espera a la primavera, Bandini



4 comentarios:

  1. Y sigo pendiente de volver a leer a Fante, con las ganas que tengo
    :/

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    1. Conociendo tus gustos, apuesto firmemente por que esta te encantaría, Cities. :)

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    2. Fante es extraordinario, me encanta. ¡Buena reseña, Lucas!

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    3. De los dos que he leído, este es mi favorito. Me quedan la trilogía de Bandini, pero seguramente el próximo será "Un año pésimo".

      Si quieres la opinión de un entusiasta de Fante, Oriol, te recomiendo el blog Caminos que no llevan a ningún sitio. Un gran desconocido en la blogosfera, pero con un trabajo y una pasión por la lectura admirable.

      Por cierto, he visto algo por ahí de que has puesto a parir a mi amado Dürrenmatt. Se me quedó pendiente comentarte, pero me pasaré por Un Libro al Día tan pronto como me sea posible para leer tu reseña. Sé que ya tiene varios días, pero he estado muy ocupado últimamente. Mi actividad en el blog y que conteste tu comentario tres semanas después creo que lo dicen todo.

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