sábado, 19 de mayo de 2018

Siete casas vacías, de Samanta Schweblin




Con Siete casas vacías, Samanta Schweblin obtuvo el premio de narrativa breve Ribera del Duero. Esta edición incorpora, además, el cuento "Un hombre sin suerte", laureado con el premio Juan Rulfo, el francés, que no el caribeño de nombre similar. No soy un fanático de los galardones literarios y suelo ponerlos casi siempre en duda, ya que no son pocas las ocasiones en las que no se recompensa lo mejor, sino lo que más probabilidades tiene de hacerse un hueco en el mercado. Sin embargo, tengo predilección por los relatos de esta autora argentina, como ya habrán podido comprobar quienes sigan las publicaciones de la esquina. Schweblin suele desplegar un lenguaje metafórico en el que encierra a unos personajes sufrientes y descolocados, en unas ocasiones con una tendencia a narraciones más realistas y en otras con elementos neofantásticos propios del cuento argentino y al amparo de la larga sombra de Jorge Luis Borges y sus seguidores, como es ya tradición en su país. Schweblin nos enfrenta a situaciones de la vida con una perspectiva única, cargada de originalidad y conciencia crítica. Los motores que mueven a sus personajes son puramente emocionales. Recurre a la culpa, al miedo, a la nostalgia, a la melancolía, pero también al amor y al deseo. Todo este abanico sentimental se matiza con puntilladas de intereses de los personajes más secundarios, que normalmente no padecen, solo se preocupan de conseguir más y más. 

En Siete casas vacías se da un vuelco en este punto. En los siete relatos de este volumen la autora se desentiende de los elementos neofantásticos y hasta surrealistas que había empleado anteriormente y se centra en dar una visión subjetiva de unos hechos desligados de lo simbólico y perfectamente verosímiles y posibles, aunque por ello algunos de los cuales no dejarán de ser algo exagerados. En la reseña de Pájaros en la boca comenté que quizás el mejor cuento que no había aparecido antes era posiblemente el que daba nombre al libro. Este se caracterizaba por emplear una visión muy mordaz y exagerada, aunque realista, del dolor de una niña en el seno de una familia resquebrajada y del miedo que experimentaba su madre al ver como su niñita cometía actos enfermizos. Todos y cada uno de los relatos de Siete casas vacías retoman estos ambientes, familiares a la par que incómodos, y juegan a realizar diversas variaciones para sacar a la luz problemas de un nivel en extremo doloroso y desesperanzador.

Los dos primeros, "Nada de todo esto" y "Mis padres y mis hijos", se centran en el dolor derivado de la locura de los padres quienes son totalmente incapaces, no ya de cuidar a sus hijos, sino directamente de cuidarse a ellos mismos. Ambos están tintados con un toque de humor agridulce, que ya había visto en otros cuentos de la autora muy valiosos. La descripción de las acciones disparatadas de los personajes "locos" viene seguida de las reacciones de los personajes "cuerdos", que acaban desquiciados sin saber muy bien cómo resolver una serie de problemas presentados de improviso y para los que no están preparados.

Los dos siguientes, "Pasa siempre en esta casa" y "La respiración cavernaria", abordan también la locura de los padres, pero, a diferencia de los anteriores, dan un motivo de peso: la muerte de un hijo. La sensación de vacío ya no es en presencia de todos los miembros familiares como en los dos primeros relatos, sino por ausencia inevitable de uno de estos. La nostalgia por la pérdida del ser querido será el motor principal de las acciones de los personajes afectados, cuyo dolor aumentará ante la sensación de estancamiento frente al avance "como si no hubiera pasado nada" de los demás (representados en ambos casos por el universo de los vecinos). Hay que señalar que "La respiración cavernaria" es el relato más extenso de todos y posiblemente más pulido, integrando en él prácticamente todas las ideas del volumen. Por ello, es también mi favorito aquí.

Los tres que culminan el libro se separan ligeramente del ambiente claustrofóbico de las casas en las que Schweblin nos había encerrado y nos presenta nuevos y curiosos problemas. En "Cuarenta centímetros cuadrados" se produce una relación amor-odio entre una suegra y su nuera, quien sale a comprarle pastillas de noche en un barrio que no conoce y es acorralada ante su desconcierto por un vagabundo. En este relato está vivo el tema de la inmigración y de cómo el dejar atrás algo en un momento dado volverá contra uno en el futuro. Por otro lado, "Un hombre sin suerte" (de lo mejorcito también del volumen) habla de la buena voluntad desentendida del contexto social y cómo buenas acciones pueden ser malinterpretadas y castigadas por su aparente relación con ideas de lo más perversas. La originalidad y la incomodidad que se desprende tanto de este relato como del siguiente, por no decir de todo el libro, es abrumadora. Aquí la mente del lector puede ser un arma traicionera y Schweblin lo sabe y lo aprovecha en su favor. "Un hombre sin suerte" deja la misma sensación que "Mis padres y mis hijos", nos prepara para una situación desagradable y esta parece no llegar, parece quedarse en la puerta, asomada, expectante. Con "Salir", la autora completa sus Siete casas vacías. Aquí se llega a un punto de máxima claustrofobia y se produce una situación un tanto extraña, que me ha costado mucho interpretar, aunque básicamente trata de una huida de la vida cotidiana y de alguien en concreto (posiblemente un marido maltratador) de cualquier manera, pero con el doble miedo de dar un paso en la dirección que sea. La necesidad de salir de casa se materializa en su imposibilidad, en su deseo frustrado y triste, infeliz y hasta cierto punto cómico.

En la blogosfera podéis encontrar reseñas para todos los gustos. Con la que más empatizo es con la de La orilla de las letras (al grano y con las palabras necesarias) , pero otras muy recomendables también podrían ser las de Mégara (esta está un poco sobredimensionada, por si os quedáis con ganas), Lo que leo lo cuento (emotiva y que señala puntos que ni se me habían pasado por la cabeza) y C de Cyberdark (porque no todo son comics y ciencia ficción en esta vida). Valoro positivamente la madurez alcanzada por la autora en estos cuentos más recientes, que he disfrutado como un enano, y os los recomiendo encarecidamente. Lo siguiente que leeré suyo será la novela Distancia de rescate. Este verano, sin falta.

Reseñas de otras obras de Samanta Schweblin en esta esquina: El núcleo del disturbio, Pájaros en la boca, Kentukis
 

2 comentarios:

  1. Qué gesto precioso (palabra que me gusta tanto por precisa) el citar en una reseña, otra.
    Generosidad que tanto construye es para detenerse y colar un GRACIAS.

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    1. Gracias, Sandra. Lo intento, aunque no siempre tenga tiempo. Para mí, lo bueno de leer es la posibilidad de contrastar, dialogar y aprender los unos de los otros. Además de que hay por ahí auténticas fieras con visiones muy necesarias sobre demasiadas lecturas. Por eso, invito siempre a leerlas. En el menú de la derecha están las que sigo con mayor asiduidad, aunque, por supuesto, no son las únicas.

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