lunes, 16 de marzo de 2015

Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos

Un constructo derivado de la tensión entre el amor y el odio, el hombre y la bestia…




Hace ya varios días que terminé Doña Bárbara, una de las obras más representativas del continente americano de la primera mitad del siglo XX y que fue escrita por un intelectual que, además de contribuir a la conciencia ciudadana con su obra, se implicó socialmente con la situación de Venezuela, su país natal, su tierra, de manera personal como activista primero, crítico con el régimen dictatorial y militar de Juan Vicente Gómez, y como político después, llegando a ser el primer presidente de la república venezolana elegido de manera democrática por el pueblo en unas elecciones, a pesar de no durar mucho en el gobierno debido a un nuevo golpe de Estado. De hecho, se le tiene especial aprecio en su país y su figura se dibuja como una leyenda.

Doña Bárbara no está exenta de las ideas que le preocuparon durante toda la vida, aquellas que quería realizar en su país. Es al mismo tiempo un canto a la nación, una especie de epopeya del llanero venezolano y un manifiesto político encubierto. Todo, sin abandonar un ápice el ámbito de lo más estrictamente literario, sin moverse de las características claves de una novela típicamente regionalista, muy en boga en la época en el conjunto de literaturas hispanoamericanas de la época. La novela es costumbrista en su tratamiento de los temas, la elección del escenario, su construcción de los personajes y su estructura, que sigue el clásico esquema aristotélico de un planteamiento seguido de un nudo y rematado con un desenlace. Hay una historia central, pero Gallegos no escatimará en dedicar varios capítulos a exponer a los lectores, presupuestalmente ajenos a ese mundo y normalmente europeo, las costumbres de los vaqueros de los llanos con interés particular y sumo detalle. El llanero queda retratado como un ser que cabalga sin ley por un mar donde todo vale. Las pasiones están fuertemente presentes en él. Puede ser fiel o traidor, pero será siempre el más fiel o el más traidor. No hay puntos medios en él. No le importa ser un asesino cuando cree que matar equivale a ejecutar justicia o a obtener un beneficio que bien puede ser una tierra que reclama para sí, el amor de una mujer o un potro perdido dudosamente marcado. Su simpleza lo lleva al extremo y a la vida precaria, cercada de peligros, donde cualquier comentario desafortunado, cualquier despiste o cualquier tropiezo pueden llevarle a su fin más inmediato. En esta atmósfera de bestialidad, invernadero de caciquismos, que Gallegos dice, sutilmente, aunque lo dice, es fomentada por un presidente de la república bastante sinvergüenza que piensa sólo en el mantenimiento de su trono a través del apoyo de poderosas amistades, se desarrolla la trama. 

La introducción de Santos Luzardo, auténtico protagonista de la obra, en este mundo de violencia llevará a una primera tensión. Pues Luzardo se sentirá como un cuerdo rodeado de locos. Su educación en la ciudad de Caracas, en la prestigiosa facultad de Derecho, le ha llenado la cabeza de ideas sobre la bondad de la civilización, la necesidad de las leyes y del progreso social y cultural para mejorar verdaderamente a las personas a nivel individual y a la nación a nivel colectivo, y quizás también, por qué no, al resto de Latinoamérica, sumida, por lo general, en aquellos tiempos, en situaciones similares. Santos Luzardo regresa a la finca en la que nació, a Altamira, en el cajón del Arauca, en el Llano, para despedir a su mayordomo Balbino Paiba, que había estado malvendiendo sin su  consentimiento los terrenos familiares a su vecina, la temible cacica Doña Bárbara, contra la cual planea también tomar medidas legales para impedir que se repita lo sucedido con posterioridad. No obstante, pronto descubrirá que su deber es quedarse; algo místico, podemos decir, le empuja a ello. Siente que no puede vender la tierra, siente que debe llevar la justicia al llano y hacer que la civilización se imponga sobre la barbarie, que la humanidad domeñe a lo animal del hombre de campo. Esta lucha, entre Luzardo, sus fieles peones de Altamira, que, al principio dudarán de él y luego no podrán no dar sus vidas por él cuando la ocasión se preste, contra el malévolo círculo de Doña Bárbara y sus amistades, la mayoría, peones suyos de la finca de El Miedo, constituirá el eje central de la obra.

Bajo este eje central Gallegos desarrollará la historia de un curioso triángulo amoroso entre Santos Luzardo, Doña Bárbara y Marisela, la hija repudiada de la cacica con Lorenzo Barquero, un hombre acabado que vaga en la inconsciencia del alcoholismo desde hace días, esperando su pronta muerte. Si bien Marisela vive en un estado de barbarie, no tarda en cambiar de acera, en el sentido de que se desliza de ésta a lo civilizatorio, a lo luminoso y edificante. La transformación se produce en un momento específico, cuando Santos Luzardo le lava la cara. Es una escena muy parecida al bautismo cristiano. Marisela halla la salvación en ese hombre de ciudad que es su primo, que la rescata de la miseria y del que no tarda casi nada en enamorarse. Santos Luzardo también muestra especial interés en ella: la viste galantemente, le enseña a leer, la educa como a las damas de ciudad, con elegancia, le dice cómo debe hablar, cómo expresarse, qué palabras evitar, etc. Quizás sí que hay en él un desarrollo de ese amor que puede apreciarse de forma más palpable. Marisela es el ejemplo individual de cómo una persona puede dejar su pasado inculto y educarse conforme a las ideas de Luzardo, quizás también las de Gallegos. Con respecto a Doña Bárbara, el amor nace en un intento propio de expurgar los pecados de un alma, en un deseo íntimo de comenzar una nueva vida. Su idea de amor deriva del respeto que le inspira la figura de Luzardo, quien, a través de la misma ley propugnada por Doña Bárbara con la cual le ha arrebatado vilmente reses y tierras, ha sabido darle la vuelta a la tortilla a la situación y poner en su sitio a la cacica. Halla, pues, en su vecino una inteligencia y una nobleza que despiertan su admiración, una admiración que desemboca en el deseo y en los celos contra su propia hija. No obstante, se planteará a sí misma la posibilidad de ser mejor persona, de entregar sus obras y conseguir así que Luzardo la valore positivamente. El odio y el amor para con Santos Luzardo se mezcla de manera asombrosa en el personaje de Doña Bárbara, siendo la construcción del mismo personaje ya algo digno de alabanza en el escritor, debido a la enorme dificultad que eso conlleva. 

Otro detalle que no he mencionado a tener mucho en cuenta es el léxico empleado, la manera de hablar de los personajes y los controvertidos vocabularios típicos de la época y del género. Gallegos emplea un español para el narrador que difiere considerablemente del que emplean sus personajes de la obra. Mientras que el narrador usa un lenguaje neutro, los personajes son retratados de forma realista y su forma de hablar no es maquillada. Se aprecian las riquezas de las hablas populares y los dialectismos y regionalismos. Cada término que Gallegos considera que puede resultar difícil para un lector de español exterior al Llano, y sobretodo exterior a Venezuela, es definido por él mismo a pie de página para facilitar la tarea de la lectura. Es una visión paternalista que se proyecta sobre el lector, que debe de ser ayudado para comprender la integridad de la obra. La edición de Austral que me he leído continúa la tradición de los vocabularios de Gallegos añadiendo casi doscientas definiciones más. Cosas como éstas te hacen replantearte la riqueza de nuestra lengua y el desconocimiento que tenemos en muchos aspectos de la misma, tema en el que no entraré, pero que daría para un curioso debate.

Creo que ya he dicho todo lo que quería decir, quizás no es necesario que me detenga más en esta reseña. En conclusión diré que me ha gustado mucho por todo lo expuesto, a pesar de la ingenuidad y la poca verosímil transición de un estado a otro que se perpetra en algunos de los personajes, así como el hecho relativo de que muchos resulten planos. No obstante, repito, es muy buena novela, adictiva como pocas, y merece ser leída, como casi toda las que se reseñan por aquí.


No hay comentarios:

Publicar un comentario