Menos mal que tomé una gran cantidad de notas mientras leía cada uno de estos once cuentos neofantásticos que nos propone la escritora rumana, doble ganadora del Herder –si es que eso sirve de algo-, Ana Blandiana, porque de lo contrario me sería ahora completamente imposible redactar esta reseña. Cuatro lecturas posteriores han venido a sumir ésta un poco en el olvido y, mientras iba realizando sus correspondientes reseñas (Entrevistas breves con hombres repulsivos, La investigación, Los muertos de Jorge Carrión y Las señoritas de Wilko de Iwaszkiewicz, que aparecerán por aquí en breve) por comodidad he ido postergando ésta hasta el punto en el que me he replanteado si no sería mejor no escribirla, si no cometería una torpeza, si no debería repasar bien el texto antes. No tengo una memoria a largo plazo como para presumir de ella y la crítica literaria se basa principalmente en prestar especial atención a los detalles, en la lectura atenta y la valoración de contrastes, el funcionamiento de mecanismos, la valoración de la capacidad de innovación positiva, etc. Es, por tanto, que reviso lo que tengo apuntado. Algunas frases son breves, pero significativas y suenan a sentencia; otras son matizaciones sobre alguna escena en aras de interpretar una suerte de sutil simbolismo propuesto por la autora; en la mayoría de ellas repito la palabra “genial” en sus diferentes formas sinonímicas como una cacatúa. Una vez repasado todo, con las ideas mucho más claras y la memoria fresca como una mañana primaveral me animo a escribir esto.
Las primeras preguntas que debemos responder es: qué clase de libro es Proyectos de pasado y el porqué de su importancia dentro de la narrativa rumana de la época. Estos cuentos de distinta longitud se erigen como once cazas que bombardean heridas nacionales, que anuncian al mundo una realidad nefasta e injusta, en cierto modo absurda, cruel como una pesadilla de la que uno no puede despertarse -imagen que, por cierto, utiliza la propia Blandiana en un relato concreto-: la realidad del régimen comunista sin recursos con un fuerte entramado policial que se implantó en Rumanía tras la Segunda Guerra Mundial al entrar el país dentro de la esfera de la URSS.
Cada cuento es invariablemente una crítica antisistema, pero también (suele constituir) un voto de esperanza depositado generalmente en los más jóvenes. Que sea un niño quien defienda la realidad del delfín, ante las tesis de su artificialidad por parte del resto de adultos bañistas, en el primero de los relatos (Una herida esquemática) no es algo casual, de la misma forma que tampoco lo es que los ángeles del segundo cuento (Aves voladoras para el consumo) sean recién nacidos o que en el tercero (En el campo) todos los viejos se peleen maravillados por la atención de la única joven, ignorante y sorprendida por el cambio tan drástico que ha experimentado su pueblo natal, y que sea ella la única persona capaz de darle vida –de hacerla volar- a la antiquísima iglesia, olvidada, con lo que simbólicamente la figura de la iglesia pueda llegar a remitirnos. Tiendo a pensar que Ana Blandiana, a veces, y sus personajes, otras veces, quieren tener fe, pero que esta fe no es la que entendemos como un concepto abstracto derivado de nuestro imaginario común cristiano, a pesar de su continua recurrencia a imágenes religiosas (en tres de los once cuentos aparecen ángeles y en dos de ellos las iglesias ocupan lugares centrales) –algo también común en su poesía-; no, Blandiana, que recurre a lo trascendente parece querer depositar su fe más bien en lo humano, en la capacidad de las personas para mejorar las duras condiciones, llenas de absurdismo diario, que les han impuesto sin pedirlo. Con lo transcendente Blandiana no sólo introduce esta temática de la fe, sino que efectuaría una suerte de sacralización de la vida diaria de personajes normales y corrientes.
Blaniana se enmarca como una constructora de pequeñas alegorías que uno debe interpretar y que se encuentran llenas de un onirismo (en cuatro relatos naufragaremos en el mundo de los sueños: Reportaje, Lo soñado, Imitación de una pesadilla y El traje de ángel) que sospecho que está muy influido por la lectura de grandes maestros latinoamericanos que se popularizaron mundialmente en la década anterior (la del llamado Boom). Si En el campo la referencia de estilo más clara parece ser el desparrame caribeño de García Márquez, el relato de Lo soñado da la impresión de reivindicarse a veces como un auténtico laberinto de corte borgiana y Proyectos de pasado, el relato que da nombre al título, difícilmente puede negar una lectura previa de Cortázar y de su tesis sobre la realidad cotidiana que se enfrenta a la realidad auténtica (la "otra" realidad). Frente a la industrialización y a la urbanización de Rumanía, que dejó literalmente pueblos vacíos –como el que vemos En el campo-, Blandiana nos propone una realidad más natural, basada en la simpleza, la autenticidad y la libertad en reducidos grupos como solución en su relato central. Como en los cuentos de Cortázar, el individuo prueba a vivir en esta realidad extraña y poco cómoda y aprender a apreciar sus ventajas antes de abandonarla, pero, a diferencia de en Cortázar, en el relato Proyectos de pasado no son los individuos por voluntad propia los que arrancan sus autos y atraviesan la autopista del sur, sino que es una fuerza mayor, la del régimen opresor, la que, por motivos económicos sin lugar a dudas –y creyendo hacerles algún tipo de favor-, les retira su condena de exilio indefinido en la fértil región de Bargana. No obstante, los hombres y mujeres reinsertos en la sociedad comunista se convertirán igualmente en nostálgicos, como muchos personajes cortazarianos (El otro cielo, La autopista del Sur). El que viene inmediatamente después de Proyectos de pasado (Una gimnasia nocturna) parte también de premisas muy similares: un alienígena infiltrado en una ciudad rumana en la que desprecia las antiguas comodidades de su planeta en favor de un mayor contacto humano, de una vida que él cree más auténtica.
Si Imitación de una pesadilla es una reflexión interesantísima sobre lo que realmente significa ser libre, a la vez que constituye una crítica a la persecución y a la degradación de los intelectuales que se oponen al régimen, La lección de teatro propone un cuestionamiento de lo que tomamos como verídico y una revisión del pasado más inmediato, para que El traje de ángel nos hable de la imposibilidad de volver a un imaginario pasado en el que fuimos felices y de la necesidad de seguir viviendo con fe en la mejora a pesar de todo.
Otros dos relatos destacables pueden ser: Reportaje y La iglesia fantasma. Mientras el primero se centra en una crítica a los campos de trabajo instaurados bajo la tutela estalinista, donde miles de presos políticos (figura también recurrente en este álbum de cuentos) se establecen en la cuenca del Danubio; el segundo se presenta a sí mismo como un alegato de lucha contra un pueblo opresor. No es casual tampoco que la iglesia que, según La iglesia fantasma, recorrió los ríos de Transilvania cuando los rumanos se enfrentaron a los nobles húngaros se traslade a una cuenca hidrográficamente distinta: ¡la del Danubio! El opresor húngaro dieciochesco y el opresor comunista no dejan de ser hermanos desagradables con los que Blandiana se negaría a compartir mesa. En los dos vuelve a aparecer la idea de la fe, aunque con distintos matices. Si en el primero la fe descansa en la figura de los chopos (jóvenes) que crecen en la isla artificial levantada por los presos políticos –lo que, por alguna razón, le parece a la protagonista lo único digno de ser salvado allí-, en el segundo lo hace en la de la iglesia que surca los ríos como un barco y que va tripulada legendariamente por el padre Nicola. Los chopos vienen a querer ser la juventud y lo natural, mientras que la iglesia representa la lucha. Los chopos (la juventud) aún son débiles para luchar, la iglesia (el espíritu de rebeldía) quizás demasiado viejo. Ninguno de los cuentos es muy positivo al respecto, pero ante todo lo que se quiere, y se consigue es reivindicar. Algo nada fácil.
Podemos enmarcar a Ana Blandiana, pues, dentro de la larga tradición neofantástica-kafkiana, que no empieza con Kafka, por cierto, sino mucho antes, y que es desarrollada por autores tan remotos geográficamente (algunos más políticos que otros) como: Virgilio Piñera, Borges, Cortázar, Max Frisch, Yasutaka Tsutsui o Bohumil Hrabal, que también recurre al absurdismo para criticar el régimen comunista en su país (Checoslovaquia) en Anuncio una casa donde ya no quiero vivir. Dentro de esta tradición podemos decir que desarrolla una voz propia, cargada de fuerza a pesar de que el tema no es nada sencillo de ser tratado (de hecho Hrabal lo aborda bastante peor en comparación). Su prosa es barroquísima, lírica y bella, con imágenes de una gran calidad. En definitiva, muy buena recopilación. Una genial autora.
Podéis encontrar más reseñas de Proyectos de pasado en La tormenta en un vaso (hoy escasa en palabras, aunque halagadoras todas ellas) y Letras Libres (mucho más densa y donde para mi sorpresa empiezan hablando de una anécdota de García Márquez y pasan también por Kafka, Caroll y Orwell).
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