En los 1960s en Londres no era para nada extraño encontrarse con una amplia cantidad de personas viviendo en casas flotantes a la rivera del Támesis. Muchos no podían costearse el alto precio de una habitación en la capital británica y alquilar un barco amarrado al muelle no era una opción desdeñable. La mayoría de quienes elegían este medio de vida lo hacían por dedicarse a profesiones no demasiado valoradas y por el romanticismo que implica. Muchos eran pintores, músicos y algunos, como la autora, incluso escritores. Fitzgerald pasó un período importante de su vida en una de estas balsas amuebladas, con su marido y sus dos hijas, lo cual le servirá casi veinte años después para escribir la tierna y a la vez cruda novela que comentamos hoy, valedora del prestigioso premio Booker.
A la deriva nos cuenta cómo un grupo de vecinos convive en el muelle de Battersea, dentro de sus barcos, comunicados con tablones y planchas los unos con los otros. Aunque el peso de la trama recae principalmente en las habitantes del Grace, no podemos dejar de lado el amplio y enriquecedor abanico de personajes secundarios que nos ofrece la autora. Tenemos por una parte al pintor Willis, propietario del Dreaghnough, un barco viejo que se va a pique antes de encontrarle un comprador. Por otro, está Maurice, un camarero que cuenta en su barco con un impresionante catálogo de objetos robados, pero que, gracias a la simpatía que despierta entre los otros habitantes del muelle, consigue siempre que le hagan la vista gorda. También tenemos a los Woodie, un matrimonio que peca de ser demasiado amable y del cual hasta los más inocentes se aprovechan. Y finalmente, pero de una importancia vital para el desarrollo de la historia tenemos al matrimonio Blake, que vendría a desempeñar los cargos de presidentes de la comunidad.
El matrimonio Blake vive en el Lord Jim, el barco más limpio y espacioso de todo el muelle y cuenta por ello con un reconocimiento del resto de los vecinos. Vendría a representar a la clase alta de este pequeño ecosistema social que se construye en el muelle. Él, Richard Blake, es un exmarine que participó en la II Guerra Mundial y que intenta vivir en tranquilidad, siendo consciente de lo complicado que le resulta reinsertarse en la sociedad tras haber experimentado tantas crueldades. Siente como una obligación ejercer de figura paternal del resto de vecinos, actuar como un buen sargento que conduce a su pelotón con nobleza y orgullo hacia la victoria. A Blake le encanta el Lord Jim y el muelle de Battersea, pero tiene un problema gordo. Su mujer es totalmente incapaz de rechazar las comodidades de la vida en tierra.
Este mismo conflicto se recrea de nuevo en el semimatrimonio del Grace, aunque aquí adquiere resonancias argumentales mucho mayores. En el Grace, el más diminuto de los navíos, duermen Nenna y sus dos hijas: Tilda y Martha. Nenna está casada con un tal Edward, que la abandona porque piensa que vivir en un barco no les hace ningún bien ni a él ni a sus hijas. O esa es la excusa oficial para alejarse de Nenna. Parece que Edward no para de preocuparse por sus hijas, pero luego se marcha solo y las deja confinadas en el bote.
Hablando ahora de las niñas. Me veo en la obligación moral de alabar el gran trabajo que realiza Fitzgerald con los personajes de Martha y Tilda. No solo sirve para poner un punto cómico a la narración, sino que además introducen nuevas problemáticas muy a tener en cuenta. Ambas son niñas que no asisten a la escuela, siendo perseguidas por ello por el cura metomentodo de turno para internarlas de cualquier forma. Nenna se preocupa por este dato, pero es consciente también de lo mucho que están madurando en relación con las compañeras de su edad por el simple hecho de pasar tiempo en el muelle. Y es que las chicas se sienten muy adultas. No vemos el típico trato hacia el niño de inferioridad que se suele apreciar en muchos autores. Las niñas de Fitzgerald son criaturas completas, en evolución eso sí, pero no más que el resto.
Os preguntaréis qué tienen en común todos ellos, además de vivir juntos. Pues básicamente que están en una encrucijada existencial (cada cuál con la suya propia) y que se dejan llevar por el oleaje de los acontecimientos. Como elemento paródico, algo que me ha llamado mucho la atención es el nulo movimiento de los barcos anclados a lo largo de la narración. Sus tripulantes no saben moverlos ni repararlos. La mayor aventura que puede experimentar uno de estos navíos amarrados es la del hundimiento, tras el cual nada servible persiste. Hay en todos los personajes, eso sí, una esperanza y una predisposición a la ayuda para con el prójimo verdaderamente enternecedora. La obra es dura, pero no hay en ningún momento un sentimiento de soledad pleno. Nenna acude a la nueva dirección de su marido para convencerlo de que su regreso es necesario y cuando entiende la imposibilidad de este y la mayor de las desilusiones se apodera de ella no transcurren muchas páginas hasta que Fitzgerald le encuentra un cobijo. El muelle de Battersea está aislado, pero forma una gran piña que busca defenderse del oleaje de los pesares a toda costa. Obviamente, si lo consigue o no es algo que no voy a desvelar para no fastidiar al lector interesado.
En líneas generales, A la deriva me ha convencido mucho más que La librería. Esto se debe en gran medida a que soy de pueblo y a que en mi vida he pasado por muchos de estos establecimientos, lo que muy posiblemente me ha llevado a perder interés en la atmósfera retratada. El romántico mundo de la vida en casas flotantes a mediados de los 1960s es nuevo para mí y por ello quizás más atractivo. Al final me veo caído en sus redes y recomendándoos este libro. Tenéis otras reseñas, también muy positivas en Leer sin prisa y en Devoradora de libros.
Más reseñas de obras de Penelope Fitzgerald en esta esquina: La librería,
A la deriva nos cuenta cómo un grupo de vecinos convive en el muelle de Battersea, dentro de sus barcos, comunicados con tablones y planchas los unos con los otros. Aunque el peso de la trama recae principalmente en las habitantes del Grace, no podemos dejar de lado el amplio y enriquecedor abanico de personajes secundarios que nos ofrece la autora. Tenemos por una parte al pintor Willis, propietario del Dreaghnough, un barco viejo que se va a pique antes de encontrarle un comprador. Por otro, está Maurice, un camarero que cuenta en su barco con un impresionante catálogo de objetos robados, pero que, gracias a la simpatía que despierta entre los otros habitantes del muelle, consigue siempre que le hagan la vista gorda. También tenemos a los Woodie, un matrimonio que peca de ser demasiado amable y del cual hasta los más inocentes se aprovechan. Y finalmente, pero de una importancia vital para el desarrollo de la historia tenemos al matrimonio Blake, que vendría a desempeñar los cargos de presidentes de la comunidad.
El matrimonio Blake vive en el Lord Jim, el barco más limpio y espacioso de todo el muelle y cuenta por ello con un reconocimiento del resto de los vecinos. Vendría a representar a la clase alta de este pequeño ecosistema social que se construye en el muelle. Él, Richard Blake, es un exmarine que participó en la II Guerra Mundial y que intenta vivir en tranquilidad, siendo consciente de lo complicado que le resulta reinsertarse en la sociedad tras haber experimentado tantas crueldades. Siente como una obligación ejercer de figura paternal del resto de vecinos, actuar como un buen sargento que conduce a su pelotón con nobleza y orgullo hacia la victoria. A Blake le encanta el Lord Jim y el muelle de Battersea, pero tiene un problema gordo. Su mujer es totalmente incapaz de rechazar las comodidades de la vida en tierra.
Este mismo conflicto se recrea de nuevo en el semimatrimonio del Grace, aunque aquí adquiere resonancias argumentales mucho mayores. En el Grace, el más diminuto de los navíos, duermen Nenna y sus dos hijas: Tilda y Martha. Nenna está casada con un tal Edward, que la abandona porque piensa que vivir en un barco no les hace ningún bien ni a él ni a sus hijas. O esa es la excusa oficial para alejarse de Nenna. Parece que Edward no para de preocuparse por sus hijas, pero luego se marcha solo y las deja confinadas en el bote.
Hablando ahora de las niñas. Me veo en la obligación moral de alabar el gran trabajo que realiza Fitzgerald con los personajes de Martha y Tilda. No solo sirve para poner un punto cómico a la narración, sino que además introducen nuevas problemáticas muy a tener en cuenta. Ambas son niñas que no asisten a la escuela, siendo perseguidas por ello por el cura metomentodo de turno para internarlas de cualquier forma. Nenna se preocupa por este dato, pero es consciente también de lo mucho que están madurando en relación con las compañeras de su edad por el simple hecho de pasar tiempo en el muelle. Y es que las chicas se sienten muy adultas. No vemos el típico trato hacia el niño de inferioridad que se suele apreciar en muchos autores. Las niñas de Fitzgerald son criaturas completas, en evolución eso sí, pero no más que el resto.
Os preguntaréis qué tienen en común todos ellos, además de vivir juntos. Pues básicamente que están en una encrucijada existencial (cada cuál con la suya propia) y que se dejan llevar por el oleaje de los acontecimientos. Como elemento paródico, algo que me ha llamado mucho la atención es el nulo movimiento de los barcos anclados a lo largo de la narración. Sus tripulantes no saben moverlos ni repararlos. La mayor aventura que puede experimentar uno de estos navíos amarrados es la del hundimiento, tras el cual nada servible persiste. Hay en todos los personajes, eso sí, una esperanza y una predisposición a la ayuda para con el prójimo verdaderamente enternecedora. La obra es dura, pero no hay en ningún momento un sentimiento de soledad pleno. Nenna acude a la nueva dirección de su marido para convencerlo de que su regreso es necesario y cuando entiende la imposibilidad de este y la mayor de las desilusiones se apodera de ella no transcurren muchas páginas hasta que Fitzgerald le encuentra un cobijo. El muelle de Battersea está aislado, pero forma una gran piña que busca defenderse del oleaje de los pesares a toda costa. Obviamente, si lo consigue o no es algo que no voy a desvelar para no fastidiar al lector interesado.
En líneas generales, A la deriva me ha convencido mucho más que La librería. Esto se debe en gran medida a que soy de pueblo y a que en mi vida he pasado por muchos de estos establecimientos, lo que muy posiblemente me ha llevado a perder interés en la atmósfera retratada. El romántico mundo de la vida en casas flotantes a mediados de los 1960s es nuevo para mí y por ello quizás más atractivo. Al final me veo caído en sus redes y recomendándoos este libro. Tenéis otras reseñas, también muy positivas en Leer sin prisa y en Devoradora de libros.
Más reseñas de obras de Penelope Fitzgerald en esta esquina: La librería,
Hola
ResponderEliminarMe la llevo para futuras lecturas. Me resulta original lo que contás sobre la vida en esas embarcaciones y la contradicción de que se han transforma en casas. Saludos y gracias por la reseña.
¡Toda tuya, Keren! Un placer tenerte por aquí, por cierto. Y gracias a ti por pasarte y comentar.
EliminarSi te interesa mucho la autora te recomiendo que le eches un ojo al blog de Leer sin prisas, donde Marta ha reseñado prácticamente todo lo que hay en español.
https://leersinprisa.com/tag/penelope-fitzgerald/