domingo, 29 de julio de 2018

La escalera de caracol, de Ethel Lina White



Años 1930s. Helen Capel, una joven de humilde familia, entra a trabajar como dama de compañía en una remotísima mansión de la Inglaterra fronteriza con Gales. El sitio no es agradable y no son los pocos quienes se niegan a viajar hasta la casa, no por nada está a varias millas de distancia del pueblo más cercano y se cierne sobre él algunas leyendas sobre misteriosos suicidios y asesinatos de doncellas. La Cúspide, nombre irónico donde los haya, está dirigida por los Warren, una envejecida familia de burgueses intelectuales lideradas por tres grandes y reservadas figuras. La primera de ellas es Lady Warren, matriarca del clan al borde de la muerte traída por la vejez y los malos cuidados, que asusta con solo imaginarla. La segunda y la tercera, la solterona Blanche Warren y el señor Sebastián Warren, ambos dedicados al mundo académico, aunque solo los trabajos del profesor sean reconocidos. Son hijastros de la primera y, a pesar de lo mucho que la detestan, no pueden evitar sentirse responsables de cuidarla lo máximo posible. El profesor cuenta a su vez con un hijo (Newton), cuya esposa (Simone) anda siempre detrás del nuevo aprendiz del anciano maestro. Durante la novela este papel con el que se cierra este típico triángulo amoroso le corresponderá a Stephen Rice, quien parece preferir las gracias de su perro a las de las mujeres. El círculo de habitantes de la casa queda completo con los Oates, un matrimonio de sirvientes donde la señora hace de cocinera y el señor de chófer.

Cuando Helen llega a La Cúspide no tarda en percatarse de que algo no está del todo en su sitio. Tiene un mal presentimiento acompañado de muy buenos motivos para tenerlo. Algo no marcha en la casa y quizás esto se deba a la sinuosa sombra de un asesino que anda rondando la zona y que tiene una cierta predilección por las jóvenes empleadas de las familias ricas. El miedo de la protagonista se verá incrementado poco a poco por una traumática experiencia en la arboleda nada más comenzar la historia y por las incongruentes advertencias de Lady Warren, cuyas intenciones no quedan del todo claras hasta los compases finales de la narración. La incursión de una enfermera muy poco femenina no le sentará nada bien. ¿Podría ser el asesino disfrazado que se habría infiltrado para liquidarla? La noche avanza lentamente y con ella todos y cada uno de los habitantes de la mansión irá desapareciendo como si todo formará parte de un plan establecido para dejar a la pobre Helen lo más indefensa posible.

Al igual que en La dama desaparece Lina White toma como protagonista a una mujer joven que recién ha adquirido una cierta independencia para colocarla ante una situación de máxima inseguridad y riesgo. Pretende jugar, y lo hace estupendamente, con la psicología del lector a través de la duda y el recelo de su protagonista. En la vida puede ocurrir cualquier cosa y las personas suelen actuar con máscaras, de forma que alguien tan monstruoso como un asesino no siempre es descubierto por el aparente día a día normal que lleva cuando no está cometiendo sus crímenes. Lina White lo sabe y lo traslada al texto y al imaginario de Helen, quien pasa de la idea romántica del asesino como alguien ajeno hasta la posibilidad del asesino como alguien muy cercano. Y aquí crece la paranoia del personaje hasta cotas altísimas, aunque siempre sin despegar los pies del suelo, sin perder los nervios y cobrando valentía donde antes no la había. La maduración de personajes en el transcurso de una noche -tiempo de la acción de la novela- es espectacular y hasta cierto punto increíble. Algunos detalles son incluso inverosímiles y eso es lo que quizás enturbia levemente un trabajo tan brillante como este. Hay ideas y sentimientos en los personajes que maduran demasiado rápido y que son fastidiosos. Aquí incluyo el final, con su tonto diálogo sacado de una película romántica mala de la época. Es de los peores con diferencia que he leído en mucho tiempo. A mí, por lo menos, me hizo sentirme estafado. Tras tantas y tantas páginas planteando un miedo psicológico, voraz e insólito, la novela parece convertirse de repente en un cuento de hadas lleno de arcoiris y amor. Y todo por dos párrafos, que la escritora o bien se podía haber ahorrado, o bien podía haber desarrollado para encajarlos mejor. Cualquiera de las dos opciones me hubiese bastado.

Exceptuando este detalle, el noventa y nueve por ciento del resto de la obra es una delicia para todos los amantes de la novela negra en general y de esta época en particular. Es pausada y angustiosa. Sobrelleva bien la intriga que genera y responde a las preguntas planteadas de manera satisfactoria y sin romper nunca esa sensación de peligro inmediato que parece ser la marca de la casa de la autora. Es una pena que el libro esté totalmente descatalogado. Aún así, es posible encontrarlo en alguna librería de viejo y puede descargarse por ahí en alguna web. No voy a hacer apología de la piratería aquí, pero si para poder leerla no os queda más remedio, en este caso está más que justificado. Os dejo esta vez otra reseña de Leer sin prisa (donde han leído y comentado ya una buena parte de la obra de esta autora galesa).

Más de reseñas de obras de E. L. White en esta esquina: La dama desaparece


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