martes, 19 de enero de 2021

La muerte como efecto secundario, de Ana María Shua

 


Ernesto siempre ha tenido un problema: su padre. Este se ha caracterizado por ser un hombre con un rígido carácter que le ha llevado a maltratarle psicológicamente durante toda su vida. Hace mucho que Ernesto es mayor de edad. De hecho, ya ha superado los cuarenta, pero es totalmente incapaz de rebelarse contra quien lo engendró. Cuando al viejo se le diagnostica cáncer de colon, este hace una apuesta con Ernesto. Le entrega diez mil pesos argentinos, que debe devolverle en ración de dos cada equis meses mientras siga con vida. Ernesto ve entonces la luz, desea con toda su alma que su padre se muera, ya sea por efecto colateral de una cirugía en un hombre tan mayor y obeso o por una incapacidad de sobrellevar el posoperatorio, pero todo apunta a que va a tener que soportarlo más de lo que tenía pensado.

La novela que os traigo hoy es la más conocida de todas las que ha escrito Ana María Shua. Se trata, como su nombre indica, de una pieza que gira en torno a la muerte. Todos los personajes están expuestos a ella, pero especialmente Ernesto, quien, por su profesión como maquillador, se ha acostumbrado a tratar con cadáveres. Para Ernesto, la muerte es un efecto secundario de la vida y no resulta extraña ni aterradora. Por el contrario, es una herramienta de liberación, un alivio. El protagonista siente la angustia de vivir y de las cláusulas tan particulares que su existencia conlleva. No solo tiene que enfrentar a su padre, que es el causante de todos los complejos que arrastra, sino que debe bregar con un trabajo cada vez más extraño. Ernesto es maquillador porque entiende que los seres humanos necesitan una máscara para afrontar la vida y, al mismo tiempo, es escritor, aún cuando no quiere serlo, condenado a lidiar con el director de una película que jamás se filmará. Ernesto desea ser degradado, pero necesita el dinero y algo en lo que pensar mientras asiste al momento más largo y esperado de su vida: la muerte del padre que nunca lo aceptó, que siempre lo ninguneó.

A todo ello hay que sumarle la complicada relación sentimental que mantuvo con una mujer hace Dios sabe cuándo, pero que lo marcó de por vida. Ernesto se culpa a sí mismo por su debilidad, por no ser el hombre que se esperaba de él. Y esto me ha parecido tremendamente interesante porque desde la novela se desafía la vieja fachada de la hombría, de esa masculinidad clásica del tipo fuerte, valiente y dominante. Ernesto es todo lo contrario y por presión social se machaca psicológicamente a sí mismo. Opta por una profesión en la que todos lo consideran un intruso, porque es maquillador, pero no homosexual. Y eso hace que las personas para las que trabaja, especialmente las mujeres, se sientan incómodas; siendo este otro de los puntos que le hacen preferir el trabajo con la muerte.

La muerte sigue presente en la película que nunca rodará Goronsky. El excéntrico artista selecciona a Ernesto para ser su nuevo guionista (al menos, hasta que se canse de él) y lo hace por un relato, el único que alguna vez publicó Ernesto, sobre la Antártida. Esa tierra fría, hostil y muerta, donde no crece ni un árbol, pero cuenta con seres acostumbrados a ella. Los expedicionarios de Goronsky son un trasunto del propio Ernesto en la novela, que debe sobrellevar una situación difícil y adaptarse a cualquier clima, muy especialmente a la violencia matutina y llevaba al último extremo de la ciudad de Buenos Aires.

Y con esto llego a la ambientación. No he visitado nunca Buenos Aires, pero creo que no hace falta hacerlo para entender que la situación social que se muestra es más propia de la ciencia ficción que de una óptica realista. Toda Argentina está sumida en una rebelión. La desigualdad social ha dado lugar a dos tipos de barrios: los cerrados y los tomados. Los barrios cerrados son aquellos en los que viven personajes como Goronsky. Como en la serie La valla, de Antena 3, hay un control estricto sobre quien entra y para qué. En los barrios cerrados se decide el destino del país y sus habitantes viven con todo rigor en la opulencia y el lujo más exagerado. Por el contrario, los barrios tomados son aquellos barrios que anteriormente estaban cerrados, pero que sufrieron la sublevación de los trabajadores, quienes expulsaron o liquidaron a los anteriores moradores. Son barrios que se han ido desgastando con el tiempo, como sus gentes. En medio de este berenjenal, están las zonas abiertas de Buenos Aires donde la violencia está a la orden del día. Los ladrones de poca monta, a veces menores de edad, asesinan por cuatro perras chicas y, como si fuera esto Estados Unidos, todo el mundo puede adquirir, y suele llevar en el cinturón o en el doble fondo de la chaqueta, un arma de fuego, cargada y lista por si acaso.

La muerte como efecto secundario es una novela inquietante y extraña por su mezcla de géneros, sus tesis y su trato con temas tan esenciales de la literatura como el amor, el sexo, la identidad, los problemas paterno-filiales o la muerte. Hay que añadir que el ritmo narrativo está excelentemente llevado y que el final es, con creces, brillante y memorable. Por ello, diría que, sin ser un libro imprescindible, se trata de una obra muy recomendable y entretenida.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.



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