Marco Polo y Kublai Jan en una obra poliédrica sobre el viajar...
Reseñar este libro va a ser una tarea difícil porque en primer lugar me ha resultado sumamente complicado clasificarlo. Según el gran Aristóteles, ese filósofo sabio algunas veces y otras no tanto que fue discípulo de un tal Platón, existen en la literatura tres grandes géneros: la lírica, el drama y la narrativa. El primero sirve para que el autor exprese sus sentimientos, normalmente en verso, a través del uso de figuras literario.retóricas. Hay "Las ciudades invisibles" no encajan, a pesar de que su autor admitió posteriormente que había escrito el libro como si de un libro de poemas se tratase. El segundo sirve para reflejar la realidad, en principio, en recintos especiales llamados teatros, donde los personajes son interpretados por actores frente a un público que valora la obra, ríe o llora con ella. Apenas hay dos personajes en la obra y el estilo no es ni remotamente teatral, así pues aquí tampoco encajan "Las ciudades invisibles". El tercero representa una serie de acontecimientos que efectúan unos personajes, ficticios o no, donde la acción normalmente se narra en prosa. Esto sería aplicable a las conversaciones que tienen Marco Polo y Kublai Jan -nuestros personajes- al principio y al final de cada capítulo, pero no nos sirve en absoluto para lo demás, que es la mayor parte del libro y, por lo tanto, tampoco nos cuadra con "Las ciudades invisibles". ¿Pero cuál es el género de las ciudades invisibles? Uno al que no me había enfrentado hasta ahora: el género del relato de viajes. Para aquellos que no saben de que les hablo daré unas sucintas características de este género, que, por otro lado, se corresponden en la obra: los relatos de las ciudades intentan -o al menos lo son para el Gran Jan- factuales en lugar de ficcionales, prima la descripción sobre la narración, los relatos intentan ser objetivos y no subjetivos -sin embargo, hay que aclarar que esto no se consigue nunca en la obra porque Marco habla de una ciudad recordando todas las anteriores que ha visitado-, los relatos se rodean de paratextos (principio del capítulo y final del mismo, consistentes en dos conversaciones entre Marco Polo y Kublai Jan con relación a los viajes del primero) que subrayan la factualidad y la objetividad del relato, y, finalmente, una fuerte intertextualidad, que curiosamente no se da en nuestra obra.
En "Las ciudades invisibles" Calvino emplea a los personajes históricos de Marco Polo, intrépido aventurero y comerciante veneciano famoso en Occidente tras volver de las Indias en el siglo XIII y describir en sus "Viajes" las ciudades y las costumbres de sus habitantes que había visto, y Kublai Jan, o Kan según se prefiera, gran emperador del Imperio Mongol y descendiente del temido guerrero Gengis Jan, como escusa o marco para describir ciudades imaginarias, fabulosas, alegres y tristes, pero sobre todo peculiares. Marco Polo viaja a los confines del vasto imperio de Kublai para obtener información acerca de las ciudades que lo componen, en calidad de embajador, para luego regresar al palacio del emperador y hablarle, en su lengua, de lo que ha visto, mostrándole los más diversos objetos, colocándolos encima de la mesa y realizando toda clase de gestos, no para que el Gran Jan pudiera comprenderle sin problemas, sino porque tal es su nivel de entusiasmo. Pero estos marcos, que no componen una historia ni mucho menos, siendo independientes de un capítulo ha otro, guardan varias de las reflexiones más trascendentales de la obra, todas orientadas, como no, hacia el tema del viaje. ¿Cuándo viajamos, a parte de descubrir nuevos parajes, nos estamos descubriendo a nosotros mismos, lo que somos, lo que hemos sido y lo que nunca seremos? ¿Son las ciudades que se narran en las obras literarias ciudades auténticas o no lo son por mucho que se empeñe el escritor en hablar de ellas con el realismo más puntilloso, bien porque la realidad no se puede copiar a la perfección, bien porque cada ciudad es distinta para unos y para otros, a pesar de guardar muchos elementos comunes? ¿Cuándo vemos otras ciudades la analizamos como algo nuevo o establecemos comparaciones con las que hemos visto anteriormente, encontrando muchas cosas similares y no tantas diferentes? ¿Qué es lo que hace distinta a una ciudad de otra? ¿Existen todas las ciudades soñadas e imaginadas, aunque no sean en este mundo? ¿Para describir una ciudad qué es mejor: hablar de ella en general o describirla casa por casa y calle por calle? ¿Podemos viajar también a través de la memoria? ¿Cómo es esto posible? Y así decenas de cuestiones más sumamente interesantes, planteadas con gran habilidad en un espacio muy reducido, lo que aumenta la densidad del texto e invita al lector a detenerse cada cierto número de páginas para reflexionar.
"Era el alba cuando dijo: -Sire, ya te he hablado de todas las ciudades que conozco.
-Queda una de la que no has hablado jamás.
Marco Polo inclinó la cabeza.
-Venecia -dijo el Jan.
Marco sonrió. -¿Y de qué crees que hablaba?
El emperador no pestañeó. -Sin embargo nunca te he oído pronunciar su nombre.
Y Polo: -Cada vez que describo una ciudad digo algo de Venecia."
Esta densidad se mantiene en el interior de los capítulos. Cada ciudad que se describe se vuelve una parada necesaria y uno siente que le acometen deseos de pasear por sus calles en zigzag, ver las maravillas que guarda una y otra vez, y quedarse a vivir para siempre en ese pequeñas atmósferas únicas. Italo Calvino comentó en una conferencia en la Universidad de Columbia (Nueva York) el 29 de marzo de 1983 que siempre escribe sobre muchas cosas. Tiene una carpeta con escritos sobre animales, otra con escritos sobre la psicología de unos u otros personajes, otro sobre oficios, muchas más y otra, y esta es la que nos interesa, sobre ciudades. Cada vez que tiene una idea escribe un bosquejo y cuando vio que el de ciudades empezaba a adquirir bastante peso y a engordar como un pez globo no dudó en decidirse por escribir una obra como "Las ciudades invisibles". Dentro de la enorme carpeta de ciudades encontramos muchas otras subcategorías en algunas de las cuales ahora nos detendremos con detalle: Las ciudades y la memoria, Las ciudades y el deseo, Las ciudades y los signos, Las ciudades sutiles, Las ciudades y los trueques, Las ciudades y los ojos, Los ciudades y los nombres, Las ciudades y los muertos, Las ciudades y el cielo, Las ciudades continuas y Las ciudades escondidas. Calvino nos ofrece en su obra cinco descripciones de cada subcategoría, dentro de las que destacan Las ciudades sutiles y Las ciudades continuas.
Las ciudades y la memoria por ejemplo tratan sobre ciudades que dejan una huella impresa en nuestras vidas, sobre ciudades de las que no podemos hablar porque olvidamos cuando la abandonamos todo lo referentes a ellas, de ciudades que se olvidan a sí mismas y sólo es posible recordarlas a través de tarjetas postales.
"En Mauralia se invita al viajero a visitar la ciudad y al mismo tiempo a observar viejas tarjetas postales que la representan como era: la misma plaza idéntica con una gallina en el lugar de la estación de autobuses, el quiosco de música en el lugar del puente, dos señoritas con sombrilla blanca en el lugar de una fábrica de explosivos. Puede ocurrir que para no decepcionar a los habitantes, el viajero elogie la ciudad de las postales y la prefiera a la presente, aunque cuidándose de contener dentro de los límites precisos su pesadumbre ante los cambios: reconociendo que la magnificencia y prosperidad de Mauralia convertida en metrópoli, comparada con la Mauralia provinciana, no compensan cierta gracia perdida, que sin embargo se puede disfrutar ahora sólo en las viejas postales, mientras que antes, con la Mauralia provinciana delante de los ojos, de gracioso no se veía realmente nada, y mucho menos se vería hoy si Mauralia hubiese permanecido igual y que de todos modos la metrópoli tiene este atractivo más: que a través de lo que ha llegado a ser se puede evocar con nostalgia lo que fue."
Las ciudades sutiles son las más surrealistas y, según el propio Calvino, las más interesantes. Calles que cuelgan en una ciudad telaraña, ciudades construidas sólo con tuberías, elevadas sobre zancos de bambú...
"Ahora diré de la ciudad de Zenobia que tiene esto de admirable: aunque situada en terreno seco, se levanta sobre altísimos pilotes, y las casas de bambú y de zinc, con muchas galerías y balcones, se sitúan a distintas alturas, sobre zancos que se superponen unos a otros, unidas por escaleras de mano y aceras colgantes, coronadas por miradores cubiertos de techos cónicos, depósitos de agua, veletas, de los que sobresalen roldanas, sedales y grúas."Las ciudades y los trueques no se centra únicamente en el plano económico. Pueden darse trueques de muchos modos y pueden ser tan originales como éste:
"Al entrar en el territorio que tiene por capital a Eutropia, el viajero no ve una ciudad sino muchas, de igual importancia y no disímiles entre sí, desparramadas en un vasto y ondulado altiplano. Eutropia no es sino todas ese ciudades al mismo tiempo; una sola está habitada, las otras vacías; y esto ocurre por turno. Diré ahora cómo. El día en que los habitantes de Eutropia se sienten abrumados de cansancio y nadie más soporta su trabajo, sus padres, su casa y su calle, las deudas, la gente a la que hay que saludar o que te saluda, entonces toda la ciudadanía decide trasladarse a la ciudad vecina que está ahí, esperándolos, vacía y como nueva, donde cada uno tomará otro trabajo, otra mujer, verá otro paisaje al abrir las ventanas, pasará las noches en otros pasatiempos, amistades, maledicencias."
Y voy a hablar un poco y a dejaros un fragmentillo de Las ciudades continuas antes de irme a la conclusión porque veo que la reseña se está alargando quizás demasiado.En Las ciudades continuas Italo Calvino nos habla de ciudades eternas, auténticas megalópolis que comienzan un día y no acaban nunca, prolongándose por todo el globo. Y no sólo son las casas las que se reproducen, también las personas:
"Cada año en mis viajes hago alto en Procopia y me alojo en la misma habitación de la misma posada [...].Así, un año tras otro, he visto desaparecer el foso, el árbol, el serbal oculto por un seto de sonrisas tranquilas, entre las mejillas redondas que se mueven masticando hojas. Es increíble, en un espacio tan reducido como aquel campito de maíz, cuántos puede haber, sobre todo, si se sientan abrazándose las rodillas, sin moverse. Han de ser muchos más de lo que parece: he visto cubrirse el lomo de la colina de una multitud cada vez más densa; pero desde que los del puente tomaron la costumbre de ponerse a horcajadas los unos en hombros de otros, no consigo ver tan lejos.
Finalmente este año, al levantar la cortina, la ventana sólo encuadra una superficie de caras: desde un ángulo hasta el otro, en todos los niveles y a todas las distancias, se ven esas caras redondas, quietas, muy muy chatas, con un esbozo de sonrisa, y entre ellas muchas manos que se sujetan a los hombros de los que están delante. El cielo mismo ha desaparecido. Da igual que me aleje de la ventana."
"Las ciudades invisibles" es sin duda una obra poliédrica, metaficcional en muchos aspectos, originalísima y necesaria. Todo el mundo debería tener un ejemplar en su casa. El que me he merendado es de la biblioteca pública, pero ya he mandado a alguien a que me haga el recado, si hay suerte (no lo digo por la persona, sino por las librerías de segunda mano, que no pueden tener de todo), de que me lo pille por ahí. De momento es lo más raro que he leído este verano -que no lo mejor- arrebatándole el trono de lo weird a "El rodaballo". Interesante y con muchos matices. Siento que se me han escapado varias cosas, así que cuando pueda lo volveré a leer. "Las ciudades invisibles" es ese tipo de libros que no te importaría leer cientos de veces.
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