El maestro romano de la risa...
Increíble es como después de una veintena de siglos y unos pocos de decenios, no los olvidemos, un autor, un comediógrafo, un genio del humor, un Shakespeare de la risa como lo es Titus Maccius Plautus o Plauto, simplemente, pueda seguir despertando con tal ahínco la carcajada en unos lectores/espectadores cuyo mundo queda cada día más distante del escenario en el que se sitúan tan disparatadas comedias como las que vamos a hablar hoy. A saber: Miles Gloriosus, Anfitrión y El pséudolo. Son sólo una selección de las veintiuna obras que de él se han conservado y que se le atribuyen sin titubeos, aunque se da casi por sentado que escribió muchas otras –en la Introducción General de mi edición se comenta que Aulio Gelio defendía que Plauto había llegado a componer hasta 130 comedias. Muchos son los fragmentos que de estas comedias nos han llegado. Se estima que mínimamente debieron de ser 51 el número de obras del umbrío. No es lo que nos dice Aulio Gelio, pero es, no obstante, un número considerable, que fue suficiente para influir en comediógrafos posteriores de la talla de Molière o Shakespeare.
Plauto se caracteriza por arrancar como comediógrafo de éxito desde la nada más absoluta. Según cuenta él mismo pasó de estar un día trabajando con el molino, lo cual se ha debatido si era literal o una mera metáfora de su pobreza, a nadar en la abundancia y morir en ella, dejando su nombre en la historia de la literatura. Se desconoce cuál pudo ser su primera obra, la que “lo sacó del molino”, pues ninguna de sus comedias está datada, a excepción de El pséudolo (191 a.C.) y Stichus (200 a.C.). La mayor parte de la producción de Plauto imita obras anteriores latinas que no se han conservado. Plauto, para prevenir al espectador de qué es lo que va a encontrarse, pone en boca de uno de sus personajes, normalmente el más pillo y simpático, el nombre del original en el que el dramaturgo se ha inspirado libremente. Su libertad es tal que se permite la licencia de “contaminar” la obra mezclando varias comedias, o tragedias (como en el caso de Anfitrión), en una sola. Esta contaminación en característica en su obra.
Sus comedias son siempre comedias de enredos, donde el ingenio de los personajes está constantemente salvando problemas. Este ingenio da lugar a diálogos inteligentísimos, que recuerdan al mejor Shakespeare. Si William tenía en sus comedias y tragicomedias predilección por la figura del clown, Plauto la reserva única y exclusivamente para sus esclavos, siempre pillos e inteligentes, capaces de sacarles las castañas del fuego a sus amos en todo momento. Mientras que en Miles Gloriosus tenemos al genial Palestrión, capaz de engañar a Pirgopolinices, más conocido como el Soldado Fanfarrón, para que su amo puede huir con su amada y con el mismo Palestrión, que había sido capturado por unos piratas anteriormente cuando navegaba por el mar para darle la noticia a su amo de que a la ya mencionada amada la había raptado el militar que luego le compraría en un mercado de Éfeso, en El Pséudolo vemos como es el esclavo el que asume el papel protagonista, llegando al punto de que la comedia, incluso, lleva su nombre por título.
El caso de Anfitrión es más particular, pues en él no aparecen bajo el estereotipo de esclavo un personaje, sino dos. Por un lado tendremos a Sosia, el esclavo asustadizo y lleno de ironía del militar Anfitrión, que, por órdenes de éste, vuelve a casa a darle la buena a Alcmena de que su marido se aproxima. Por otro lado, tendremos al dios Mercurio, quien hace de sereno en la puerta de la casa de Alcmena, disfrazado de Sosia, mientras su padre Júpiter, camuflado como Anfitrión, goza del placer carnal con la bella esposa del militar. Mercurio adopta el papel socarrón que correspondería en la comedia plautina con el típico esclavo. Se mofa de Sosia cuando se presenta en la puerta de la casa de su amo y se golpea repetidas veces para que se marche. Tras un ingenioso diálogo acaba haciéndole creer que él no es Sosia, siendo Sosia el hombre que tiene delante y que, por supuesto, no puede ser Sosia porque sólo hay un Sosia en toda la “tragicomedia”, término que utilizaremos para el caso de Anfitrión, pues es el que aparece en el prólogo por boca de Mercurio, y, por tanto, el que prefiere el propio Plauto, y que quizá mejor se adapta.
Dejando de lado el Anfitrión, su única obra conservada de índole mitológica y que, por ello, cuenta con características especiales, y centrándonos en el Miles Gloriosus y en El Pséudolo, podremos encontrar muchos elementos comunes. No sólo pueden parecerse estas dos obras en la figura del esclavo maestro de ardides, también cuentan ambas con: el arquetipo del joven amo enamorado; la amada que quiere corresponderle y que no puede porque un hombre, un antagonista, se lo impide; un amigo siempre fiel del enamorado que está dispuesto a ayudarle de la forma que sea, aunque eso implique tener que abrir un hueco en la pared de su bodega. La estructura es más o menos similar. Al joven enamorado se le presenta un obstáculo que debe superar (engañar al Soldado Fanfarrón o reunir veinte minas, que es una moneda griega en la obra y no otra cosa, para comprar a su amada al rufián Balión) y le piden ayuda a sus sabios esclavos, ofreciéndoles de todo, y a veces también la libertad, a cambio de la solución al problema. De una forma u otra los esclavos ponen en buen término su plan, mientras el espectador se echa unas buenas carcajadas, y la obra acaba en final feliz.
Gran comediógrafo. Me he reído como nadie. Y así, sin más, acaba esta reseña con un final, espero que feliz.
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