La tragedia española, de Thomas Kyd. La duquesa de Amalfi, de John Webster. Lástima que sea una ramera, de John Ford
Ya dejaba caer en el breve resumen de las lecturas de otoño que la recopilación de tragedias, el estudio que hace de ellas y la traducción de José Ramón Díaz Fernández me habían gustado muy mucho y esto se debe, no sólo a la calidad excelente de las obras en sí, sino también a la edición que hace Gredos, que creo que está bastante bien trabajada.
El tema que une a una tragedia con otra, dispuestas por el orden cronológico en el que se compusieron, es una constante en todo el llamado teatro isabelino y jacobeo, que no se ancla sólo en Shakespeare y en su famoso Hamlet. Aquí se hace una muestra.
Como son obras diferentes de autores diferentes lo que propongo es comentar cada obra por separado e ir comentado elementos con los que podamos establecer relaciones entre unas obras y otras.
Empecemos, por ejemplo, con la primera, para así seguir el orden de la historia y el que marca el libro.
Díaz Fernández considera a Thomas Kyd como el creador de la llamada Tragedia de Venganza como género dramático. Lo cierto es que se pueden rastrear precedentes en la tradición clásica que llegan hasta la Medea de Eurípides y Séneca, pero eso es lo de menos porque entendemos que se refiere al teatro exclusivamente inglés, a pesar de que el experto no nos lo aclare. De Kyd menciona en el estudio preliminar que, aunque escribió varias obras (entre ellas un Hamlet, aproximadamente diez años antes que Shakespeare, que no ha podido llegar hasta nuestros días), sólo nos ha quedado de su pluma como obra completa La tragedia española, que también era conocida por el vulgo con el nombre de su personaje principal: Jerónimo. Lo cierto es que como tragedia alcanza momentos en los que rivalizan con el Shakespeare más serio, el de Hamlet, El Rey Liar, McBeth, etc. Y esto último fue para mí una sorpresa que me alegró bastante la tarde. La psicología de los personajes no está tan trabajada como en La duquesa de Amalfi, por mencionar una de las obras de las que ahora hablaremos, o de los clásicos shakespearianos, pero no le hace falta para lograr en el espectador, o, en mi caso, en el lector el efecto trágico buscado. Emplea, además, un peculiar y, a primera vista, bastante moderno concepto del teatro como representación. Como en una matrioska Kyd construye una serie de niveles narrativo-escénicos donde va situando a sus personajes. En el primer nivel estaría el público que asiste a la representación. En el segundo estarían el espectro del soldado Andrea, que ha sido asesinado en combate y al que se le ha prometido que el culpable de su muerte será castigado con una más atroz y que él podrá presenciarlo, y el demonio de la Venganza, que, ya sabiendo el desenlace le muestra a Andrea cada acontecimiento. En el tercer nivel se representa la acción de los personajes entre la muerte de Andrea y la venganza de éste que se efectuará sin que él no mueva un dedo, por eso de que las personas malvadas acaban cayendo sí o sí. Dentro de este nivel se producen una serie de muertes movidas por las pasiones que moverán a Bel-Imperia y a Jerónimo a urdir un ardid para vengar la muerte de sus seres queridos. ¡Pero no queda ahí la cosa! Hay un momento de la acción en el que asistimos a un cuarto nivel: hablamos de una representación teatral que Jerónimo prepara para el Rey de España y el Virrey de Portugal. Es esta complejidad externa más la complejidad interna en que consiste el desarrollo de las relaciones de los niveles dos y tres, y la historia llena de giros en el tercer nivel la que la encumbra como una tragedia muy a tener en cuenta y que hasta ahora había pasado desapercibida para el público español (de hecho, la primera traducción es esta que hace Gredos y Fernández Díaz en 2006).
Sobre la historia interna no quiero desvelar demasiado, aunque, como siempre, a mi me lo contaron todo ya en el prólogo. Hay una guerra entre España y Portugal en algún momento histórico ficticio que crea Kyd (que, por cierto, confunde muchas veces geográficamente España con Italia) y Andrea, el soldado español del que hemos hablado antes, es asesinado por Baltasar, el príncipe de Portugal, que luego será capturado por dos amigos de la infancia que ya no lo son, Lorenzo, hijo del duque de Castilla, y Horacio, hijo del Justicia Mayor. Bel-Imperia, hermana de Lorenzo, pierde a su amante en la batalla y empieza a ser cortejada por Horacio, pero éste es pronta y brutalmente asesinado por Lorenzo y Baltasar, que se ha enamorado fervientemente de Bel-Imperia. Una vez muerto Horacio, su padre Jerónimo y su amante Bel-Imperia claman venganza. Hay una escena en concreto, un monólogo de Jerónimo con el que se abre la escena segunda del tercer acto en el que se logra uno de los momentos cumbres de la obra, que está cargado de especial fuerza poética y que ya destaqué en su momento aquí. La desgracia lleva a Jerónimo a la locura, siendo incapaz de vengar a su hijo a través de los medios judiciales que domina, debido a que los asesinos ocupan un estrato social que los exime de toda culpa. ¿Pero está Jerónimo loco o cómo Hamlet se hace el loco? En La tragedia española asistimos al episodio contrario que se representa en el Hamlet (en el que, por cierto, también hay una representación en la que se juega con los niveles narrativo-escénicos): mientras que en la corte danesa es el hijo el que quiere vengar la muerte de su padre matando a su tío Claudio, en los palacios españoles es el padre el que quiere liquidar a los que mataron a su hijo. Como Hamlet, Jerónimo experimenta momentos en los que parece totalmente enajenado, pero siempre mantiene algo de cordura que le permite hilar su trampa, en la cual debe caer, y no diré si lo hace o no, tanto Lorenzo como Baltasar. La obra sufrió añadidos posteriores, que no provinieron de la mano del autor, pero que se han mantenido en las versiones más modernas por su gran calidad literaria y porque se desvincula de los temas centrales de la obra para arrojar luz sobre otros más secundarios que, en mi opinión, no carecen, ni mucho menos, de importancia.
De Webster y La duquesa de Amalfi podremos decir algunas palabras más que de Kyd. En primer lugar, que, al contrario que La tragedia española o el Hamlet, está basada en un hecho real, a partir del cual también se inspiró Lope para hacer otra tragedia. La historia trata sobre el honor, la pasión y, por supuesto, la venganza. La duquesa de Amalfi es una joven viuda que se ha enamorado de su mayordomo Antonio. Su estatus social y el amor, en el sentido más pervertido que os podáis imaginar, que siente su hermano Fernando por ella le impiden casarse con él. No obstante, lo hace en secreto y sin testigos, lo cual era práctica habitual en la época al parecer, con darle sencillamente la mano. Todo va bien hasta que la mujer, mira tú por dónde, se queda embarazada. Aún así consigue tener tres vástagos del matrimonio. En el pueblo comienzan a esparcirse rumores que conducen a la opinión pública, por llamarlo de algún modo, de que es una ramera impúdica. Y estas noticias son llevadas a Fernando por un fiel espía, arquetípico personaje maquiavélico que aparece en todas las obras que Gredos ha recogido esta vez y que en La tragedia española vendría a corresponderse con Villuppo y en Lástima que sea una ramera con Vázquez. Una vez Fernando sabe esto planea su venganza con la ayuda de su hermano, un Cardenal que peca de adulterio con la mujer de uno de los personajes más secundarios de la obra. Descubierto Antonio, la duquesa le recomendará que huya de Amalfi, creyendo que no le ocurrirá nada. Pero Fernando efectúa su venganza a través de Bósola, el espía, y la mancha del asesinato le lleva a enloquecer. Y aquí paro, aunque la historia siga para centrarme en otros detalles especialmente interesantes…
Uno de los elementos que más llama la atención al espectador/lector es el profuso trabajo realizado por el dramaturgo en lo que a la complexión psicológica de los personajes se refiere. Si venimos a compararlo con La tragedia española, ya que en el libro una lectura sucede a la otra, lo notaremos y nos resultará incluso brusco la gran atención que le presta el escritor a este elemento. Una vez un gran crítico, ahora mismo no recuerdo bien el nombre, dijo que un gran texto es aquel que muestra sus propias estructuras. Si ese gran crítico leyó La duquesa de Amalfi, sin duda, debió de disfrutar mucho con uno de los momentos iniciales, cuando Antonio le describe a su amigo Delio como son cada uno de los tres hermanos (Fernando, El Cardenal y La Duquesa) y cómo, para quizás no dejar a Antonio por mentiroso, esas precisiones no se mueven ni un ápice de la verdad.
“DELIO:
(Aparte a Antonio) Ahora, señor, vuestra promesa. ¿Quién es ese Cardenal? Me refiero a su carácter. Dicen que es un individuo audaz, que se juega cinco mil coronas al tenis, baila, corteja damas, y que se ha batido en duelos.
ANTONIO:
Semejantes destellos se aferran a él superficialmente, mera apariencia, mas observad su temperamento interior: es un clérigo melancólico. El manantial de su cara no es sino un criadero de sapos. Cuando sospecha de algún hombre, urde peores intrigas que las que soportó el propio Hércules, pues le arroja en su camino aduladores, alcahuetes, espías, personas impías y todo tipo de monstruos intrigantes. Podría haber sido Papa pero, en lugar de conseguirlo mediante el primitivo decoro de la Iglesia, se valió de sobornos con tal profusión y con tal insolencia como si hubiera podido lograrlo sin el conocimiento del cielo. Algún bien habrá hecho.
DELIO:
Demasiado habéis dicho de él. ¿Qué decís de su hermano?
ANTONIO:
¿El Duque? Un carácter de lo más perverso y turbulento: lo que aparenta en él regocijo es mera fachada. Si se ríe efusivamente, es para despreciar todo lo honrado a fuerza de carcajadas.
DELIO:
¿Gemelos?
ANTONIO:
En condición. Habla con las lenguas de otros y atiende las peticiones de la gente con oídos ajenos; fingirá dormirse en los juicios tan sólo para atrapar a los infractores en sus respuestas; condena a muerte por mera delación y recompensa por habladurías.”
Como se puede ver en el pasaje los personajes que pinta Webster son extremadamente corruptos y sin ningún tipo de moral. Una especie de característica del teatro isabelino es la ambientación en países mediterráneos, donde, a través de la explotación de tópicos, se denuncian temas tan sociales como la corrupción. Lo cierto es que gran parte de la denuncia del teatro isabelino no estaba dirigido a estos países en concreto, sino a la propia nación inglesa. El miedo ante el poder de la corona británica obligaba a muchos autores a recurrir a escenificaciones en otros países de Europa. En este caso el personaje del Cardenal, no obstante, tiene más bien la función contraria. Su libertinaje refleja la inestabilidad, la inmoralidad y la hipocresía con la que los ingleses veían a la Iglesia Católica de Roma. La crítica a la corrupción política también puede verse claramente en la tragedia anteriormente comentada arriba.
Destaca de la obra también una escena muda que debe tener como escenario las puertas al santuario de la Virgen de Loreto, donde los hermanos se encuentran con los enamorados y se disponen a darles muerte, acto que ambos evitan huyendo. También hay en la obra momentos corales especialmente llamativos, aunque en la traducción se hayan perdido varios elementos que hacen que las canciones no resulten del todo emotivas. Pero bueno… Por último, para cerrar con La duquesa de Amalfi, me veo obligado a decir que la cantidad y la calidad de los recursos retórico-literarios son increíbles. Las palabras que escupen los personajes van en muchos casos cargadas de poesía.
En tercer lugar tenemos Lástima que sea una ramera de John Ford, una obra algo más complicada en lo que a trama se refiere, ya que el dramaturgo no se conforma con mostrarnos una sola historia, sino que, manteniendo un eje central, la historia de amor incestuoso entre Annabella y Giovanni, propone otras pequeñas escenas de venganza entre los personajes secundarios, que determinarán de algún modo el desenlace final y que aportan dinamismo y pequeñas dosis de crueldad a la tragedia de forma intermitente. Son muy interesantes los giros argumentales y lenguaje cargado de dobles sentidos, muchas connotaciones sexuales que también se pueden apreciar en La duquesa de Amalfi. Es, quizás, la obra más cruel y fría. Que peor cuerpo te deja. Profundamente impactante.
¿Pero de qué va, aparte de numerosas venganzas justificadas o no?
Lástima que sea una ramera se ambienta en las calles de Milán, donde la bella Annabella, virgen de alta alcurnia, ya está en edad de contraer matrimonio, lo que le lleva a su padre a no perder un segundo en buscarle numerosos pretendientes, de entre los cuales su favorito será Soranzo, que goza de cierta fama de libertino en la ciudad por haber abandonado a Hippólita, la mujer de Richardetto, un militar que marchó a la guerra y no volvió, pero que en la obra reaparecerá disfrazado de médico y en compañía de su sobrina para urdir una treta con la que saciar su sed de venganza. Otros pretendientes de Annabella son Grimaldi, un militar romano que será engañado y vejado ante los ojos de su inalcanzable amada, y Bergetto, que constituye una clase de infructuoso intento de contrapunto cómico en la obra en forma de patán infantiloide y presumido que cree tener a Annabella conquistada con su mera apariencia física y que no duda en enviarle mensajes algo obscenos, a pesar de no tener con ella ningún tipo de confianza. La cabeza loca de Bergetto es siempre aconsejada y movida por Donado, su tío, quien acude a Florio, padre de Annabella, presentando los credenciales de su pariente constantemente para convencerle. Sin embargo, Annabella no ama ni a Soranzo, ni a Grimaldi, ni a Bergetto, sino a un cuarto hombre, que, por desgracia para ella, resulta ser su hermano Giovanni. Comienzan juntos una relación en secreto que la deja embarazada, lo que la lleva a aceptar rápidamente al que le parece el mejor pretendiente: el favorito de su padre, Soranzo. Tras las bodas se sigue manteniendo la relación en secreto, pero será imposible ocultar el embarazo. Soranzo, con ayuda de su maquiavélico criado Vázquez, planean una terrible venganza. Y aquí me vuelvo a callar para no desvelar nada más…
Y con esta entrada cierro el año 2014, un año crucial para este sitio, que ha estado creciendo mucho, gracias, en gran parte también, a los lectores que han vagabundeado alguna que otra tarde en los márgenes de una u otra reseña, o de algún pequeño fragmento, o comentario. A todos ellos, les deseo un feliz 2015. Que aquí ya volveremos en enero con más libros, más reseñas, más literatura, más cultura, más Esquina de ese Círculo.
De lo mejor que he leído en los últimos tiempos.
ResponderEliminarCon tanto detalle en las palabras, que no es necesario estar en el teatro para imaginar cada escena.
Realmente recomedable el libro.
Saludos.