martes, 16 de marzo de 2021

Niebla, de Miguel de Unamuno

 


Niebla constituye uno de los mejores textos sobre la humanidad jamás escrito por Miguel de Unamuno. En ella asistimos al camino hacia la desesperación de un hombre cualquiera, Augusto Pérez, que se enamora caprichosamente de una mujer que no le corresponde, tratando de forzarla para que abandone a su pareja, un gandul de cuidado, a cambio de una supuesta vida llena de lujos a su lado. Al ser rechazado repetidas veces, Augusto busca un segundo plato en otra moza planchadora de ropa, que se enamora de él y blablablá. Sí, blablablá. Porque la obra es en su mayor parte una novela sentimental llena de clichés y de personajes sin profundidad ni sustancia, aunque con el aura tan extraña y característica de las novelas de Unamuno. Se trata de una pieza de escasa acción, lo que es defendido por el propio Unamuno cuando interviene en la misma, que queda vertida casi al completo en densos monólogos e inverosímiles diálogos, que buscan específicamente la artificiosidad.

Todos los personajes de Niebla no son más que peones de una partida de ajedrez que se deslizan por el tablero devorándose los unos a los otros, hasta que Augusto incapaz de devorar o ser devorado es aconsejado por su amigo Víctor, una suerte de escritor y alter ego de Unamuno en la obra, para que se devore a sí mismo. Quien le introduce esta idea en la cabeza no es más que el propio Unamuno, que como su escritor tiene capacidad para hacer y deshacer el sino de su personaje. Siendo el promotor de su desgracia, Niebla tiene la curiosa particularidad de hacer coincidir en una misma persona al antagonista y al escritor, o mejor dicho, al personaje que hace de escritor en la obra y que Unamuno trata de hacer lo más fiel a su persona. 

No es la primera vez que un escritor se presenta a sí mismo en una narración. De hecho, no es infrecuente en los novelistas de la Generación del 98. Tanto Azorín en La voluntad como el propio Unamuno en Amor y pedagogía ya habían hecho que trasuntos de ellos mismos interactuaran con los protagonistas de sus novelas. De hecho, en Niebla dicha interacción, que se producirá en los momentos finales de la obra, queda anunciada de diferentes formas y con cierta sutileza por el propio Unamuno a través de personajes que aparecen (como Avito Carrascal, protagonista de Amor y pedagogía) o de palabras puestas en determinados diálogos, especialmente aquellos en los que interviene Víctor

El ambiente neblinoso, propio del Romanticismo, por otra parte, contribuye también a la formación del misterio y permite la incursión del suceso extraordinario que hace famosa la novela. De hecho, la propia escusa de la novela, esa trama sentimental de escasa acción y sin mucha credibilidad que se come tres cuartas partes del texto, no es más que una parodia de las típicas obras de esta índole que se popularizaron en el Romanticismo. El modelo de amor cortés heredado de la poesía más clásica en lengua española es el practicado por el propio Augusto, quien decide cometer locuras de amor por la bella Eugenia, a pesar de que esta no le corresponda en primer lugar y se aproveche de su estupidez después. A todo este entramado romántico-amoroso hay que sumarle el tema de la burla, que nos remite al mito del don Juan. Augusto tratará de convertirse en don Juan para disfrutar del amor de tres mujeres en una fantasía que solo tiene cabida en su cabeza. Evidentemente y a modo de chiste, será él el burlado, cayendo en un estado realmente patético.

Pero Augusto no solo resultará ridículo por este acontecimiento. Ya de partida se nos muestra como un pusilánime, un seguidor de modas sin un ápice de personalidad propia y con una escasa dignidad que no obtiene sino en los tramos finales de la novela, cuando opta por rebelarse contra su creador. Augusto busca en la ciencia positivista los signos que le permitan resolver sus cómicas dudas metafísicas en torno a la naturaleza del amor y de las mujeres, llegando muchas veces a un discurso misógino propio del hombre que no ha intercambiado con una mujer más que tres palabras. Para Augusto las mujeres son ángeles o demonios, una de dos, pero con sus máscaras reside el misterio. Augusto se encierra en todo lo teórico y acepta sin razonar cualquier consejo que le den; no se detiene a analizar las posibles consecuencias, que, por otro lado, son totalmente previsibles y deseables para el lector. Desde la primera página, se hace imposible empatizar con Augusto, pues presenta la naturaleza de un hombre asocial sacado de una novela de Dostoievski. Reconocemos en su crimen la estupidez y la falta de criterio con la que obra, y esperamos un castigo ejemplar. Finalmente, nos sorprendemos por su dignidad, por su lucha contra sí mismo y por la miseria que pasa y que él mismo exagera como personaje puramente novelesco. ¿O debería decir nivolesco?

Con Niebla, Unamuno transgrede una serie de normas propias de la novela y se enfrenta a las tendencias de su tiempo. En 1914, cuando se publicó la primera edición de este texto, autores como Benito Pérez Galdós, José María Pereda o Vicente Blasco Ibáñez se caracterizaban por ser muy populares entre el público lector. A pesar de existir una tendencia dentro de la prosa que buscaba la superación del viejo realismo decimonónico, y su variante naturalista, que partía de ese narrador omnisciente, aunque subjetivo (en el caso español), esta tendencia no cobraría peso hasta momentos cercanos a la Guerra Civil. La nivola que propone Unamuno desafía la gran caracterización de espacios y de personajes y reformula la novela de tesis galdosiana. Todo se construye a partir del diálogo. Cuando se presenta el monólogo este lo hace en forma de falso diálogo: Augusto se dirige a su amado perro Orfeo. Un perro que, por cierto, acabará por ridiculizar a su amo y a toda la raza humana en su epílogo final.

Puesto que el diálogo, que parte muchas veces del hablar por hablar, está muy presente en toda la obra, no es extraño un fuerte uso de los conceptos de dialogismo, en una anticipación por parte de Unamuno al propio Bajtín. Hay dialogismo interno cuando Augusto debate consigo mismo por el amor de diversas mujeres sin llegar a término, pero también dialogismo externo en la búsqueda de un casamiento favorable para Eugenia por parte de sus tíos. Y con ello un uso magistral de todo el aparato de la cortesía como herramienta retórica al servicio de la seducción entre personajes. Predomina la idea sobre el sentimiento y la Razón, con cierto afán didáctico, vence a la sinrazón del mundo literario. La nivola se construye como un artefacto donde se incide profundamente en el pesimismo de vivir y en la sobredimensión que le otorgamos a los problemas que nos aquejan. 

Al mismo tiempo, Niebla trata de reflejar las continuas dudas existenciales y crisis de fe de su autor. Augusto busca respuestas y llega a toparse con su Dios, el propio Unamuno, cuyo pesimismo es aún mayor que el del propio Augusto al no tener la certeza de un Dios escritor al que dirigirse como su personaje. Sin embargo, en mitad de la duda, que se desprende de la metáfora de la niebla siempre presente de una forma u otra en la novela, ambos tienen una certeza: todo hombre es mortal sean cuales sean sus convicciones. Augusto señala incluso que también los lectores de su historia, lo que eleva a la novela, o nivola, un escalón por encima de lo estrictamente metaliterario. Esta intervención sorprende y sobrelleva el peso de toda la obra detrás. Por ello, es una lástima que se recree en el prólogo fuera del contexto de la misma.

En definitiva, Niebla es un texto muy ambicioso y con una gran fuerza, que se limita principalmente a sus tramos finales y que no impresiona tanto por las expectativas que se han despertado previamente. A pesar de contar con tramos sumamente tediosos y con un protagonista aborrecible, no deja a nadie indiferente. Concentra dentro de sí las máximas esenciales del pensamiento de Unamuno que son desglosadas y explicadas en detalle en otras tantas obras de su autoría. Por ello, se puede afirmar que constituye una pieza deliciosa para quienes disfrutamos de las novelas españolas de este período tan turbulento como fue el inicio del siglo XX.

Lean mucho, coman con moderación y namasté. 

Reseñas de otras obras de Miguel de Unamuno: Abel Sánchez, Amor y pedagogía



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