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viernes, 5 de marzo de 2021

El hombre que atravesaba las paredes, de Marcel Aymé

 


Marcel Aymé fue un destacado escritor francés de la primera mitad del siglo XX. Escribió algunas novelas, pero es, sobre todo, conocido en Francia por sus relatos. Este volumen recopilatorio de Argos Vergara reunía algunos de los más representativos y que fueron escritos durante la Segunda Guerra Mundial, por lo que recurren al conflicto bélico y a la ocupación nazi de territorio francés una y otra vez como telón de fondo.

No obstante, hay que dejarlo claro. No se trata de un conjunto de relatos bélicos. Ni siquiera es en su mayor parte un conjunto de relatos realista, sino que apelan al universo de lo fantástico y a la incipiente ciencia ficción francesa, donde se percibe sin demasiados ambages la enorme influencia de autores como Jules Verne y H.G. Wells. Cierto es que esta ciencia ficción es bruta y hasta cierto punto de sencillo empaque en comparación con las obras que aparecerían del género en las décadas siguientes. Eso le da una cierta ternura, pero también gracia.

La pieza que abre el libro es su relato homónimo y constituye un extraño cuento de aventuras, que recuerda a la narrativa gótica y, especialmente, a El doctor Jekyll y Mr. Hyde. Un hombre descubre que, como efecto secundario, un extraño medicamento le permite atravesar paredes, sean estas del grosor que sean. Al principio, no sabe bien como usar su don, pero pronto este acabará por hacer de él una persona abocada al crimen.

Le siguen varios relatos sobre la ubicuidad y el tiempo. Sorprende que Aymé soñara con que en los años sesenta del siglo pasado, los gobiernos pudieran enviar atrás en el tiempo a determinadas personas, como en cierta famosa serie de televisión española. Solo basta alterar un par de fechas y un relato como El decreto podría funcionar perfectamente hoy. Un tanto de lo mismo le ocurre a La tarjeta, que, en lo personal, me recordó a algunos relatos de Brian W. Aldiss.

Tras ellos viene El proverbio, que es, con mucha diferencia, el mejor de los textos, a pesar de desaparecer completamente cualquier atisbo de fantasía o ciencia ficción. Su trama es muy sencilla, pero los sentimientos de los personajes son explotados en profundidad hasta el punto de que el lector logra empatizar muy bien tanto con el padre como con el hijo que se pasan la noche en vela tratando de resolver un complicado acertijo de lengua.

Por su parte, ni Sporting ni La llave bajo el felpudo me han entusiasmado. No siendo malos relatos, creo que no tienen la fuerza para permanecer en la mente de cualquier lector más de dos semanas. Algo parecido sucede con La lista, que, al igual que Las Sabinas, destaca por la misoginia exacerbada y desagradable tanto del narrador como de los personajes. Dicha misoginia acaba por dinamitar cualquier trasfondo que pudiera llegar a tener el relato y, con él, todo mi interés.

El texto que remata el librito es El último, un relato muy tierno y que deja un sentimiento agridulce en el lector. No por su calidad, porque está muy bien construido, sino por su vaivén de emociones y por la compasión que despierta su protagonista: un apasionado del ciclismo que lo deja todo por el deporte para llegar siempre e invariablemente el último.

El tono suele tener un cierto fin moralizante y apela una y otra vez a un humor, que en ocasiones se antoja demasiado simple y hasta rancio. El narrador de Aymé nunca es imparcial y muestra descaradamente sus preferencias por ciertas actitudes de los personajes, al tiempo que critica descaradamente otras. Romantiza la figura del ladrón en textos como El hombre que atravesaba las paredes o La llave bajo el felpudo, pero critica duramente a la mujer que decide tener un amorío o varios antes o después de casarse, criminalizándola por las infidelidades de los maridos a sus esposas. Leyendo a Aymé, da la impresión de que la mujer es la única responsable cuando hay una relación sexual y que ella siempre es la que conduce al desastre de todo matrimonio, castidad o la moralina que se le ocurra a su autor. Coincido en que el mundo antes no era el mismo y precisamente por ello hay ciertos momentos de la prosa de Aymé que han envejecido muy pronto.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.



viernes, 11 de septiembre de 2020

La luna ha entrado en casa, de José Félix Tapia



Muy pocos habrán oído hablar de este libro. Lo cierto es que está totalmente olvidado. Sin embargo, fue el segundo premiado con el Nadal en España. Ya sabéis que tomo como referencia este galardón para conocer más acerca de la narrativa española de posguerra, pues en su día era el más prestigioso y dio a conocer a una gran cantidad de autores de renombre como Carmen Laforet, Carmen Martín Gaite o Miguel Delibes en una España que adolecía de falta de talento tras la fuga de intelectuales. Sin embargo, el caso de José Félix Tapia es curioso. Escribe este libro, gana el premio más importante al que podía aspirar y decide no escribir más. Solo para periódicos, pero nada de lo que podríamos llamar narrativa de ficción convencional. La pregunta es evidente: ¿tan brillante fue este libro como para sentir miedo de patinar demasiado con un segundo?

Lo cierto es que La luna ha entrado en casa parece de todos menos una novela. La acción es efímera y los personajes apenas avanzan con ella, algunos se alejan de la casilla de salida para volver a entrar. Y todo es lirismo, preciosismo, y muchas divagaciones. Divagaciones sobre lo hermosa que es la luna y su poder. Sobre lo maravilloso de la literatura y de la Santísima Trinidad. Esto no hace que haya envejecido bien, pero incluso para su época me parece una obra excesivamente pretenciosa. Busca una trascendentalidad impostada que se cimienta a fuerza de citas y referencias a otros textos previos, de forma que los largos soliloquios del protagonista se convierten en un juego de conectar piezas de obras que más le vale al lector haber leído. Lo peor es que, como digo, estas cavilaciones luego no terminan de tener importancia alguna para una trama que parece colocada por compromiso de cara al jurado del Nadal. Si al menos existiera una denuncia social filtrada tras toda esa maleza de referencias llegaría a entenderlo. La censura era una fuerza ineludible en los cuarenta y en la cual no me voy a detener porque da para varias entradas. No me malinterpreten, no es que Félix Tapia no aborde lo social en su obra. Lo hace ligeramente a través de las interacciones de sus personajes, pero no a través de estas disertaciones cul de sac que tanto me han molestado.

Tapia construye su trama en torno a un triángulo amoroso entre la hermana del protagonista, su prima y un tal Raúl que a nadie le importa. El protagonista es un joven que va del campo a la ciudad para estudiar en la universidad y puede vivir esta relación aún sin estar inserto en ella. Y bueno, se limita a decir qué ocurre porque literalmente no hace nada en toda la novela. La chica de ciudad se queda con el novio, aunque no lo quiere, sencillamente porque vive en una ciudad y puede tomarse ciertas libertades que la chica de campo, que vive en una sociedad más retrógrada, no puede. Entonces la de campo enloquece y su hermano se tiene que volver a su casa para estar con ella por si le da un jamacuco, aunque milagrosamente se salva. Y aquí voy a parar porque digo dos frases más y resumo al completo la novela. 

En definitiva, una decepción con todas las de la ley. No obstante, entiendo que le pueda interesar a los lunáticos (en el sentido literal del término) porque se dan una serie de nombres de lecturas vinculadas con el tema de la luna. Yo, como no lo soy, me ha parecido tedioso a más no poder este punto.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.


sábado, 1 de febrero de 2020

La boca pobre, de Flann O'Brien



La boca pobre es una novela satírica irlandesa escrita en gaélico en 1941 por el irreverente Flann O'Brien, autor entre otras obras de En-Nadar-Dos-Pájaros, y que editó Nórdica con una traducción directa hace ya algunos años. En sus hojas se narra la vida de un prototípico irlandés pobre del suroeste del país, muy lejos de la influencia de Dublín y más aún de la de la metrópoli londinense. Bonaparte O Cúnasa es el hijo único de un presidiario y vive con su madre y su abuelo en la remota aldea de Corca Dorcha, cerca de las islas Blasket, donde el aire es tan pestilente y gaélico que cuesta aspirarlo, siendo heredero de la miseria de la región y de la lengua y las tradiciones de sus ancestros, las cuales le reportarán más desgracias que alegrías. Él, al igual que su familia y los vecinos del lugar, sobrevive como puede a base de patatas cocidas y alternando la vida honrada de la ganadería con alguna que otra pillería sin la cual seguramente habría muerto de hambre en el capítulo dos. Por lo que la trama de la obra se construye como una Bildungsroman con mucho ingenio donde la picaresca propia de la narrativa tradicional irlandesa cobra un fuerte peso. Corca Dorcha se presenta como un espacio verosímil, pero al mismo tiempo onírico, donde la larga sombra de la bestia mitológica gaélica conocida como el Gato de Mar (que entra en contacto con Bonaparte y que él describe como la silueta de la isla) se proyecta en el aguacero que se filtra en la chamizo donde duermen nuestros personajes y que es para ellos el pan de cada noche. 

El estilo recuerda mucho al del llamado realismo mágico. Tanto los espacios como los personajes se construyen con las teclas propias de las narraciones realistas sobre el devenir del pueblo gaélico que intenta parodiar O'Brien, pero cuentan con coletazos de la más pura extravagancia que le otorgan a la obra momentos muy divertidos y cargados de simbolismo. El narrador busca la aparente descripción objetiva de los acontecimientos, pero incurre en exageraciones a propósito y en intervenciones que resultan inconcebibles en el momento en el que se realizan. Para poneros un ejemplo, las primeras palabras del narrador cuando interactúa siendo un bebé con su abuelo son las siguientes:
"—Hace calor, hijo.
 —La verdad es que este fuego achicharra —le respondí—, pero fíjese, caballero: es la primera vez que me llama hijo. No hay peligro en afirmar que es usted mi padre y que yo soy su hijo, que Dios nos libre del mal y esté lejos de nosotros el demonio."
Y como este tenemos una ristra de momentos disparatados que hacen de La boca pobre una de las novelas más divertidas que he leído nunca. La obra refleja una Irlanda no muy conocida, pero que muchos tildarían de auténtica. Los capítulos se desglosan en pequeñas historias que van narrando situaciones puntuales a las que tuvo que enfrentarse el protagonista y su familia, en la que no solo debemos incluir al abuelo y a la madre, sino también a los cerdos, que duermen entre los juncos, a veces sin que medie un tabique entre ellos. Estos animales representan simbólicamente a los habitantes de Corca Dorcha. Son tratados como personas por el Viejo, por el inglés miope y por el lingüista del gramófono. Es decir, por la propia Corca Dorcha, por el Imperio Inglés y por la elegante Dublín. Ocupan un papel central en buena parte de la obra y constituyen una especie de hermanos para el protagonista.

En definitiva, una historia escrita con una gran agudeza y que tenemos la suerte de que ha sabido trasladar muy bien el traductor. Mi experiencia no puede haber resultado más positiva. Tenéis otras reseñas en Un libro al día y Solo de libros.

Lean mucho, coman con moderación y namasté. 


viernes, 24 de enero de 2020

La dama del lago, de Raymond Chandler



Años 40, Los Ángeles (California). Crystal Kingsley, esposa de un magnate del mundo de los perfumes, lleva un mes desaparecida. La última noticia que se tiene de ella es un telegrama enviado desde El Paso, frontera con México, en el cual informaba a su marido sobre las intenciones que tenía de fugarse con su amante. Derace Kingsley no es tipo al que esto le importe demasiado, siente cariño por su esposa, aunque no la ve casi nunca y considera su matrimonio como un sencillo enlace diplomático. No obstante, la preocupación le asaltará y le llevará a contratar al detective privado favorito de Raymond Chandler, el inigualable Philip Marlowe, cuando se tope una mañana con el amante fugitivo y este le comunique que lleva un mes sin saber nada de Crystal. Dicho y hecho, Marlowe acuerda un precio y se dispone a seguir los pasos de una atractiva, riquísima y enigmática mujer, empezando por la finca de los Kingsley en el lago del Pequeño Fauno. Eso sí, lo que encontrará allí le dejará claro que lo que podría haber sido un trabajo sencillo no va a resultarlo en absoluto. Las inocentes figuras de Crystal y Derace se pondrán entre dudas a lo largo de la novela debido a una serie de crímenes de acuerdo con lo esperable del género negro, por lo que el trabajo de Marlowe será doble. Tendrá, por un lado, que localizar a la desaparecida y, por otro lado, defenderla de las garras de la policía.

Este último ente, por cierto, está presente en toda la obra y es mostrado como una institución donde la corrupción está a la orden del día, sirviendo de brazos a los poderosos y buscando casi en todos los casos el beneficio particular. Ya en el capítulo 4 el primer encuentro con el agente Degarmo deja clara las rudas maneras del cuerpo, que se irán haciendo más explícitas, pasando de las amenazas y los comentarios socarrones a los más increíbles e injustos abusos. Mientras que Degarmo simbolizará la parte interesada y cobarde de quien posee algo de poder o cree poseerlo, el teniente Weber, Jim Patton y algún que otro agente más se encargarán de representar la parte noble de quien piensa que el poder que se les ha concedido es para luchar por la justicia de los ciudadanos. No obstante, los personajes no son absolutamente planos, o no lo son en la mayoría de los casos y este es un detalle a agradecer, puesto que las imposiciones del género priorizan la trama por encima de la construcción de los caracteres. La evolución no debería ser apreciable en casi ningún personaje, pero no es así en el caso de los principales al menos. 

Philip Marlowe es la imagen icónica del detective privado estadounidense de mediados del siglo pasado. No es el más fuerte, ni tiene todo de su parte, pero su capacidad de deducción y su carisma, su destreza a la hora de adaptarse y su labia son de admirar. Aunque lo más destacable es su observación, siempre extremadamente atenta. Ni un detalle se le escapa, por nimio que sea. Cualquier hallazgo puede acabar siendo determinante para ganarse el pan. Y lo sabe. Sin embargo, esto nos va a llevar a estructuras repetidas en muchos capítulos, los cuales empiezan en la mayoría de los casos con una descripción de cada nuevo lugar que visita. Por suerte, tienen el tamaño justo para no romper la agilidad de la narración, pero pueden llegar a hacerse un poco pesadas para el lector. Muchas veces el autor implícito se asoma en estos pasajes más calmados en los que Chandler se dispone a pincelar su mundo y nos da una información que el ojo empírico del propio Marlowe no sería capaz de captar. Pero no solo ahí es cuando está presente, la resolución del misterio no es formulado de repente en el final sin disquisiciones previas. Chandler emite muchas veces por boca de Marlowe ramificaciones rotas de la trama. Es decir, de lo que podría haber pasado y no pasó. Y esto incluye especulaciones erróneas sobre los crímenes y sus autores. De esta forma, además de aportar profundidad, el lector se ve guiado por uno u otro sendero, pero siendo consciente de todo un amasijo de posibilidades que podrían terminar siendo o no legítimas. 

Por otra parte, el argumento está bien predispuesto y los golpes de efecto están concienzudamente programados para mantener e incrementar la intriga. No es solo la labor de descubrir a un culpable la que se le encomienda tanto al detective como al lector, sino que la explicación general va mucho más allá de expresarse en un mero deíctico. Son varias las historias que se cuentan en La dama del lago y será prioritario ordenarlas y vincularlas a través de la causalidad. Si bien el final deja algo que desear, o al menos a mí me ha parecido poca cosa comparándolo con el cuerpo de la obra, ha sido una lectura muy entretenida y agradable. Como dispongo de poco tiempo, hoy no me detendré en colocar enlaces a otras esquinas. Cuando pueda corregiré este punto. 

Y eso es todo por hoy. Lean mucho, coman con moderación y namasté.


domingo, 6 de enero de 2019

Y eso fue lo que pasó, de Natalia Ginzburg




'Tal vez alguien piense que tenía ganas de ponerme a pegar tiros porque esta historia empieza con un disparo, pero no era el caso', nos advierte Ginzburg en la nota a la novela que hoy reseñamos. Empieza, como ella bien dice, con un disparo que nos deja aturdido ya desde el momento uno. Como ese comienzo de Crónica de una muerte anunciada, en el cual ya nos dejan claro desde la primera línea que a Santiago Nassar lo van a matar y que esto es inexorable. De esta forma, Ginzburg nos presenta a una mujer atormentada por el trato de su marido para con ella. Una mujer desesperada y enamorada que opta por quitar de en medio a aquel hombre infeliz que arruinó su vida. Capta así toda nuestra atención y nos obliga a desentrañar, como en la obra de Márquez, el cómo y sobre todo el por qué.

Casi toda la novela es una narración en flashback, donde la narradora nos va dando argumentos de peso sobre su cruda decisión. Entre ellos encontramos reflejado el egoísmo de muchos hombres, la voluntad de ser infeliz y de la autocompasión, la gran mentira del matrimonio (en una época donde separarse no era algo tan sencillo), la necesidad de suplir la felicidad en pareja por el cuidado de los hijos y, sobre todo, el tema, tan recurrente en mis últimas lecturas, de la pérdida de seres queridos (o del miedo a esa pérdida). Los personajes viven en la sociedad del qué dirán y establecen una serie de puntos para su propia felicidad donde se destacan visiones muy diferentes. Nuestra protagonista ama al hombre que ha matado, pero él a su vez ama a otra. A una mujer casada y con la cual queda de vez en cuando para mantener relaciones sexuales. O quizás no la ama. El estatismo de Alberto y su eterna duda serán dos de los pilares centrales de la narración. Porque Alberto parece no amar a nadie más que a sí mismo. Sus continuas ganas de destruirse en la autocompasión de no ser mejor escritor que su amigo le convierten en un pasivo ser sufriente capaz de herirse a sí mismo y a los demás. Por otro lado, está el personaje de Francesca, quien es feliz, o intenta serlo, explorando su libertad como mujer y rechazando todo el establishment social en el que quiere insertarla su madre. 

Las visiones del amor y del sexo son muy distintas entre todos los personajes principales. Como es un tema que se explora, creo que es necesario, al menos, mencionarlo. Mientras que la protagonista afirma que solo se podría acostar con su marido, con su amor, no puede evitar sentir celos de este, pues se escapa constantemente con otra. Eso la lleva a fantasear con la idea de que el amigo de su pareja, el exitoso escritor, la posea, a pesar de no agradarle en absoluto físicamente, sintiendo una especie de vergüenza posterior por estos pensamientos que considera impuros. Por otro lado, su marido se acuesta con ella solo como placebo sustituto. Es decir, él prefiere acostarse con la otra y cuando está bien con su amante, desprecia por completo a su mujer y la ve como una carga y un error. Al mismo tiempo, Francesca intenta vivir una vida llena de pasiones sin comprometerse. Es una entusiasta del amor libre y considera que lo único importante en la vida es disfrutar. He de decir que esta visión me pareció muy polarizada y hace que el personaje se acerque a un estereotipo no demasiado halagador. Por otro lado, también debemos entender que la narradora es quien ofrece los hechos desde su perspectiva y que, por tanto, los personajes que se dibujan son necesariamente parciales. 

Otro de los temas que me gustaría destacar es el del estatismo vital y la comúnmente conocida 'estabilidad vital'. Los personajes se han casado y hasta tienen hijos, viven juntos, pero no son felices. Su vida está estancada y todos tienen miedo a evolucionar. El marido no es capaz de escribir nada bueno. La protagonista no es capaz de abandonarlo y buscar su propia felicidad. Todos desean cambiar su vida, pero ninguno se atreve. Son, al final, los hechos casuales fortuitos los que definitivamente les empujan y les llevan a tomar las decisiones que toman. Esta lucha entre el deseo y el miedo les lleva a la inacción y la realidad, que no perdona, al impulso más salvaje. 

La novelita es breve y se lee en un pispás. Cuenta con un prólogo de Italo Calvino bastante apañado. A mí, al menos, me deja con ganas de continuar leyendo más de la autora. Este año puede ser el año de Natalia Ginzburg. Para terminar esta reseña me gustaría agradecer a Oriol de Un libro al día el descubrimiento de esta autora. Tenéis más reseñas, cómo no, en Un libro al día (aunque esta no sea de Oriol), Devoradora de libros y El vuelo de la lechuza. Muy completas las dos últimas, pues profundizan mucho más de lo que yo lo hago en la obra de Ginzburg.





miércoles, 1 de agosto de 2018

Camino de sangre, de Cesare Pavese y Bianca Garufi



Esta novela de Pavese es profundamente polémica. Primero porque es póstuma y porque parece que solo nos acordamos de la gente cuando está muerta. Segundo porque es muy morbosa, más si entendemos que puede existir un cierto trasfondo de sustento real detrás. Y tercero porque está escrita a cuatro manos con quien se especula fue su amante definitiva, la psicoanalista Bianca Garufi. Los papeles del manuscrito fueron encontrados en 1959 por Italo Calvino, quien era editor de la prestigiosa Enaudi por aquel entonces. El maestro italiano buscaba algunos cuentos inéditos en el estudio de su amigo, pero en lugar de estos supuestos textos lo que halló fue este desgarrador y poético Camino de sangre, una última novela que vería la luz diez años después de la muerte de Pavese. No sé nada sobre la reacción de Garufi al enterarse del descubrimiento de Calvino y de sus intenciones, pero si no le había importado que estuviera tanto tiempo bajo llave, entiendo que mucha gracia la idea no le haría. Más que nada debido al personaje femenino que estaba a su cargo y que podría llegar a interpretarse como un claro reflejo de las desdichas de su vida.

Camino de sangre narra desde la cotidianeidad una historia de amor rota por el dolor acumulado de las heridas del pasado y la lucha inútil contra este. Juega con los conceptos nietzscheanos del eros y el thatanos, la pulsión entre el ansía de vivir y la atracción irrefrenable hacia la muerte. Sus personajes se sienten reales y eso es porque ambos escritores pusieron mucho de su parte para que así fuera. A pesar de que cada uno de ellos tenía pendiente una serie de capítulos (correspondiéndole a Pavese los impares y a Garufi los pares) la narración se siente perfectamente imbricada en sus resortes y la aportación de cada cual, en lugar de separarnos del texto, nos empuja hacia él con más fuerza. Se alternan los escritores, pero también los narradores. Pavese le dará voz a Giovanni, el poético y posesivo exnovio o examante o exalgo de Silvia, que exige toda la atención de esta y siente celos por todo y de todos. En definitiva, un joven infeliz con ínfulas, un poco cargante a veces, pero también con una gran capacidad de reflexión y algunas ideas muy potentes. Garufi, por su parte, se centrará en construir al personaje de Silvia. Desde mi punto de vista, su trabajo es más interesante y, aunque no goce de las lapidarias frases de Cesare, tiene una mayor profundidad psicológica y argumental. Es el pasado de Silvia lo que le impide escapar del pueblo con Giovanni, pero cierto es también que él promete mucho y sueña a lo grande sin mover un dedo, expectante. No es consciente del problema hasta que no es demasiado tarde. Silvia es una mujer que ha sufrido, mucho. Por eso necesita acción y no promesas. Así que le pide que la acompañe a Maratea, su pueblo natal, para asistir a los últimos momentos de un familiar muy cercano. De esta forma, Giovanni podrá entender, accediendo a su círculo íntimo, el porqué de la frialdad y la dureza con la cual Silvia siempre lo ha tratado. Camino de sangre nos muestra la desagradable cara del amor y cómo solo se puede aspirar a llegar a una total comunicación de pareja a través de la apertura de viejas heridas no cicatrizadas. De hecho, uno de los principales problemas que afrontan los protagonistas es la incomprensión derivada de una falsa imagen del otro. La idealización romántica del compañero destaca por ser sana solo en las peores historias.

Ambos construyen una novela turbulenta, pero madura. El toque de Garufi, su buen dominio de los diálogos y la creación de su personaje me parece espléndido. Aporta de veras un aire diferente a la narrativa de Pavese, cuyos rasgos distintivos siguen brillando aquí. Vuelve a aparecer esa visión telúrica del mundo y de la mujer que deja esos párrafos tan bien escritos, esa idea de confrontación lastimera con la realidad, el pesimismo propio de la incapacidad para cumplir los sueños de la juventud, el personaje cínico que prefiere observar antes de actuar, la ambientación de las sierras italianas y la vida en sus pueblos aislados, la confrontación de escenarios rurales y urbanos, pero ahora entra, gracias a Garufi, una mejor gestión de la intriga basada en secretos inconfesables, la visión de la mujer como clase explotada y maltratada incluso en las buenas familias de la época, la deshonra familiar de ser una víctima (muy lorquiana aquí), el endurecimiento del alma a base de golpes y muchos, pero que muchos, silencios significativos. Una combinación más que interesante e enriquecedora, casi diría que imprescindible. La sencillez de su propuesta y su buen desarrollo me han conquistado. No me despido de vosotros sin recomendaros que le echéis un ojo también a la magnífica reseña que ha escrito Rusta en Devoradora de libros.

 Más reseñas de obras de Cesare Pavese en esta esquina: La playa



miércoles, 7 de febrero de 2018

La verdadera vida de Sebastian Knight, de Vladimir Nabokov




La verdadera vida de Sebastian Knight fué una de las primeras novelas que Nabokov escribió en lengua inglesa, cuando aún se encontraba en el continente europeo. No suelo fijarme mucho en la vida de los autores por eso que en el New Criticism se llamó la falacia biografista y con la cual suelo coincidir en la mayoría de casos. No obstante, es innegable el tremendo parecido que existe entre la personalidad del propio Nabokov y del protagonista aparente de esta "novela". Sebastian Knight es, como el Nabokov de esta época, un escritor que busca la pureza de los detalles en una lengua que no es la suya, rusificando el inglés en un extrañamiento frío y preciosista. Marcha a estudiar a Inglaterra poco después de la muerte de su padre y descubre que lo único que se le da bien en la vida es escribir y que para todo lo demás puede ser el hombre más torpe y despistado del planeta. Knight vive en su mundo de palabras y matices y construye un universo propio a lo largo de cinco libros, cuyas historias irán apareciendo en el libro sustancialmente, sintiéndose todas ellas viejos proyectos de novelas cuya construcción el propio Nabokov habría descartado.

La etiquetación de este libro es complicada, pues si bien no parece una "novela" del todo, contiene elementos propios de la misma, con personajes marcadamente literarios, situaciones cómicas, dramáticas y poéticas y una gestión de la intriga increíblemente bien elaborada. Digo que no es una novela del todo porque a lo largo del texto se van introduciendo numerosos elementos monográficos, apreciaciones y fragmentos de las novelas que Sebastian habría escrito. El narrador no es él, ni una figura omnisciente, sino un tal V. (¿Vladimir?) su hermanastro, que tras la muerte del escritor ruso (nacionalizado inglés) y la edición de un libro lleno de infamias y calumnias sobre Sebastian convierte en su deber publicar una biografía fiel y sincera que dote a la figura de su hermano del prestigio que sabe que merece. Es así como nuestra visión de Knight se torna muy parcial y llena de toda clase de filtros. V. habla con la desdichada prometida del autor, que decidió abandonar por otra; habla con amigos pintores y poetas que conocieron de cerca el corazón oscuro de su medio hermano, con viejos amigos de la universidad que recuerdan lo mal que jugaba al tenis y emprende una búsqueda cargada de magia por toda Europa tras los pasos de la amante -la "femme fatale"- que habría llevado la vida de Sebastian a la más absoluta ruina económica y al pleno desarrollo de su creatividad literaria. Por todo esto cuesta asimilar esta novela como una más, pues en ella conviven plenamente la narración de viajes con el comentario literario y con el género de una biografía, que aunque trate a un personaje de ficción, se siente muy real por todo el amalgama de sentimientos que expresa V. hacia su hermano y que oscilan desde la envidia hasta la admiración. V. desprecia y ama al mismo tiempo a Sebastian; Nabokov lo convierte en un personaje que parece sacado de una novela de Dostoievski, con un discurso que trata de disimularse y que resulta incapaz. ¿V. escribe este libro por Sebastian? ¿Quiere honrar su memoria? ¿O quiere, por lo contrario, desprenderse del duro peso que conlleva ser el hermano menor de un hombre como Sebastian Knight? ¿De ser el hermano menor de un Nabokov? Con un apellido que no comparte pero cuya sangre está ligada a la suya y le relega al mero papel de segundón para toda la eternidad. Llega un punto en el que vemos como V. tiene que explicarse a sí mismo que tras la muerte de su hermano dede ser capaz de seguir viviendo sin ese modelo perenne que le hablaba en la distancia como si fuera un dios.

La función lúdica e irónica de Nabokov y su complejidad rusa vuelven a esta obra una historia cargada de momentos literarios especialmente bellos, que serán la delicia de los lectores más avezados y que ya conozcan al autor previamente. Cualquiera de las novelas de Sebastian podrían haber funcionado si hubieran sido editadas en este mundo nuestro y no en el suyo y por el elaborado desarrollo que realiza Nabokov podrían haber llegado a ser muy buenos libros de ficción, aunque su función profundizadora en el universo de La verdadera vida de Sebastian Knight ya es más que suficiente. Para aquellos que les guste la escritura creativa, encontrarán aquí multitud de material interesantísimo que no deberían dejar escapar. En lo que respecta a mi lectura, he de decir que me he divertido mucho y me he maravillado con cada gesto de los personajes, con cada reflexión tan sumamente humana que no puedo más que recomendarlo encarecidamente. Una maravilla poco conocida y que merece con creces la pena leer. ¡Fijáos, que hasta creo que he llorado con algunos párrafos! Tenéis otra reseña más en Lecturas en New York, que es algo modesta y se centra en otros matices que yo no he tratado en esta. He encontrado alguna otra por la red, pero era más un análisis que una reseña y desvelaba demasiada información del libro, lo que hacía que si no lo habías leído a priori te reventase la historia en la cara, así que, a pesar de la extraordinaria calidad del texto, me cuido de linkearlo aquí.

Más reseñas de obras de Vladimir Nabokov en esta esquina: La defensa

domingo, 19 de noviembre de 2017

El Maestro del Juicio Final, de Leo Perutz





Nos situamos en la Viena de 1909, en uno de los últimos años del decadente Imperio Austrohúngaro, que se verá hecho añicos tras la Primera Guerra Mundial. Nuestro protagonista es el barón de Yosch, un comandante de caballería del ejército imperial que tras algunas batallas en las que ha salido victorioso goza de una importante posición social en la que cimienta toda su existencia, con su red de relaciones y su estilo de vida. Disfruta acudiendo al teatro y dando conciertos en las más altas cúpulas de la sociedad vienesa, pero cuando un conocido, el actor dramático Eugen Bischoff, se suicide en extrañas circunstancias, su imagen de honorable aristócrata y ejemplo de los justos se verá en un aprieto, ya que todas las pistas parecen apuntar a él: su cercanía a la escena del suceso, su extraño comportamiento buscando desquitarse lo más pronto posible del asunto, el hecho de que la prometida de Bischoff hubiera sido su única novia muchos años atrás y de la que todavía no se habría olvidado, que Bischoff a la hora de cometer el acto hubiera disparado dos balas, pero sólo una contra sí mismo, etc. Yosch se ve en la obligación de dar su palabra de honor y de aclarar las alucinadas circunstancias que rodean al suicidio de la estrella, el cual podría estar relacionado con otros que Eugen habría estado investigando por mera curiosidad y que lo habrían llevado hasta un misterioso personaje que conoce como el Maestro del Juicio Final.

Estamos ante una novela policíaca con tintes de la narrativa gótica decimonónica y de la neofantasía propia del mejor Kafka. No me extraña lo más mínimo que esta novela hubiera entusiasmado tanto al gran Jorge Luis Borges y es que en ella podemos apreciar muchísimos detalles del estilo del argentino. De hecho, la lectura que he realizado me ha recordado con mucha fuerza a al menos tres de los cuentos más famosos de este maestro de la escritura: "Tres veces Judas", "El jardin de los senderos que se bifurcan" y, sobre todo, "El sur". Perutz ofrece una historia llena de fantasía e intriga, consigue que nos la creamos y la desmiente luego con la misma fuerza, dejándonos con más dudas que una abuela haciendo la declaración de la renta. Esa misma capacidad maestra para rizar el rizo una y otra vez, manteniendo la intriga en todo momento, me ha recordado también mucho a un clásico en esta esquina: el señor Friedrich Dürrenmatt. Y es que al igual que él, Perutz se sirve de una trama detectivesca para mostrar una cuestión que va más allá y que roza lo filosófico y lo crítico, desmenuzando la intriga poco a poco como si fueran los gajos cuasinfinitos de una naranja. La ambientación, al mismo tiempo, es también sencillamente magistral y nos recuerda a esas películas americanas de detectives en blanco y negro de los años 50. En este libro hay mucho Kafka y mucho Borges, pero también Dürrenmatt y Graham Greene se sienten presentes. Aún así y con todo, el resultado no deja de ser sorprendente y original.

Las únicas pegas que podrían achacárseles son el ritmo un poco tedioso y lento que se aprecia en los primeros capítulos y que cuesta empatizar con unos personajes que se sienten algo arcaicos y tipificados. En las primeras páginas Perutz crea una atmósfera de cotidianeidad de la alta burguesía y la aristocracia de comienzos de siglo XX en la que tendremos que esperar quizás demasiadas conversaciones de salón hasta que ocurra algo verdaderamente interesante. Si bien esto sirve para crear la fachada del protagonista y entender que para él su posición es lo más importante en su vida, en mi opinión podría quedar igual de claro con muchas menos palabras y el exceso no deja de resultar molesto. Sin embargo, cuando en el capítulo nueve se rompe con todo este mundo de forma definitiva, la novela gana con creces y no hace más que ascender, por lo que le recomiendo al lector  que tenga paciencia para poder disfrutar de esta joya a medio camino entre lo fantástico y lo policial, entre lo terrorífico y lo filosófico, entre lo costumbrista y lo universal. Tenéis más reseñas de El maestro del juicio final en Un libro al día y en Libros de Cíbola. Sospecho que las traducciones que hemos leído son diferentes, pero hemos coincidido en lo principal, así que no le daré más importancia al detalle de la que tiene. 


domingo, 22 de octubre de 2017

La playa, de Cesare Pavese



He de avisar, ya que la edición no lo hace de ninguna forma, de que este libro no es ninguna novela, sino una recopilación de distintos relatos de Pavese, porque de lo contrario les puede ocurrir como mí y quedarse con la cara de pasmarote minuto y medio al acabar lo que viene siendo el primer relato. Advertidos todos, estos son los seis textos que aquí aparecen:

  • La playa: Es el relato más extenso y trabajado. Al igual que en los otros uno de los temas centrales es la envidia y la intrusión. Un profesor universitario de unos cuarenta años, sin mujer ni familia, coincide con un viejo amigo de la juventud, Doro, quien lo invita a pasar unos días en su nueva casa, próxima a una playa muy poco visitada. El profesor acepta, pero su orgullo le impide dormir en la vivienda del amigo, por lo que acaba alquilando una habitación en un hostal cercano. Doro parece tener la vida resuelta con su trabajo y su encantadora esposa Clelia, pero su falta de talento le impide ser feliz. Esto se debe a que las personas tendemos a ver siempre lo que nos falta y muchas veces olvidamos lo que tenemos. Tanto el profesor como un conjunto de personajes masculinos que van a ir apareciendo están de alguna forma enamorados de la sonriente Clelia y desean en su fuero interno que Doro y ella discutan para poder aprovechar la confusión y sacar de allí a la amada. Sin embargo, en el profesor el problema es aún mayor, ya que hasta cierto punto también guarda un especial cariño hacia su viejo amigo. Estamos ante un relato complejo, donde los personajes hablan entre ellos muy sutilmente y se nos muestra lo justo para especular. Lo problemático es el abuso de la inacción por parte de Pavese, que no para de dar vueltas para acabar no dirigiéndose a ninguna parte, y el abrupto final, que se siente inesperado y falto de fuerza.
  • El mar: Mucho más breve. Trata sobre un grupo de niños que se escapan de su aldea, aprovechando la confusión de un incendio cercano, para ir a ver el mar por primera vez. El narrador, al igual que ocurre con el personaje del relato anterior, siente una extraña tendencia a admirar y envidiar a su mejor amigo, Gosto, al que en algunos momentos parece que ama. Gosto es un héroe temerario y su solidaridad es incomprensible para el narrador, desconfiado por educación, con el cual tiene una discusión que los acabará distanciando. 
  • La ciudad: Es el relato en el que mejor se ve la dicotomía campo/ciudad de este conjunto, y aunque en los relatos ya había quedado señalada, esta dicotomía venía desprendida de otra (colinas/playa), aquí se hace patente con mucha más fuerza. Los personajes son jóvenes que han emigrado del entorno rural en el que se habían criado a la ciudad para poder estudiar. El protagonista nuevamente es un personaje tímido y cohibido cuyo mejor amigo, Gallo, es una cabra loca, envalentonado y con poco seso en la mollera. A partir de este relato el tema sexual será mucho menos sútil, lo cual me parece un apunte esencial, ya que todos los textos cuentan con cierta carga erótica tanto heterosexual como homosexual.
  • La chaqueta de cuero: Un joven se ha criado ayudando a un viejo barquero, Ceresa, proyectando sobre él y su chaqueta de cuero una especie de admiración, pero una vez ha crecido lo suficiente, no le dejara sustituirle, motivándole para que estudie algo de provecho, aunque el amor del chico por su trabajo acaba siendo mayor de lo esperado.
  • Primer amor: Trata sobre la iniciación en el amor y en el sexo del joven protagonista, luchando sobre todo contra la despreocupada conducta de Nino, su mejor amigo, un bravucón por el cual siente la ya mencionada dicotomía envidia/admiración/atracción. En el relato Nino y el protagonista deben de vigilar que no venga el novio de la amante de Bruno y tocar el cláxon si se aproximara. La chulería de Nino le lleva a ganarse una paliza y la enemistad de Bruno, que el protagonista se verá luego en la necesidad de solventar. 
  • Historia íntima: En mi opinión, es el mejor relato con diferencia. Goza de un alto nivel de lirismo y se puede decir que en sí mismo merece mucho la pena. Trata sobre un niño que pierde a su padre y se ve en la situación de ser educado por la joven amante de este. Destaca de él sobre todo la teluridad y la emoción puesta en el discurso. Tanto por su temática como por su técnica se siente diferente de los anteriores, que, como ya hemos visto, son bastante homogéneos.
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 En general no es un mal libro, aunque la lectura se vuelve algo difícil, quizás por la traducción y la sensación tan regional que empapa las atmósferas de los textos. Ya leí de Pavese hace algunos años El diablo sobre las colinas y guardaba un buen recuerdo de él. Pavese tiene una capacidad para hacerte ver las cosas más cotidianas del mundo como entes extraños. Estos relatos reflejan parcelas de la realidad desde un punto de vista más complejo y rebuscado, que muchos preferirían no mirar. Por eso, a pesar de que no me ha terminado de gustar del todo y que me ha parecido entre otras cosas demasiado reiterativo, he de admitir que La playa es una recopilación de cuentos bastante valiosa y, como mínimo, sugerente. 




domingo, 12 de julio de 2015

Cuentos fríos, de Virgilio Piñera

Un poco de humor absurdista y literatura neofantástica para refrescar en estas fechas…


Dice Virgilio Piñera en su brevísimo prólogo a la edición de Losada de 1956 de su libro Cuentos fríos que estos mismos cuentos han sido escritos para combatir las altas temperaturas de la época y bien es verdad que por una serie de motivos ayudan a sobrellevar el calor de la mejor forma posible, pues la gran mayoría de ellos dan pie al despertar de la carcajada, a la reflexión sobre la naturaleza del hombre (sus hábitos nocivos, sus actos de adecuación a una realidad que no es siempre cuestionada como debería, su forma de relacionarse con el mundo social que lo rodea); también deja Piñera lugar para el asombro, un hueco para lo extraño, partiendo unas veces de lo extraño mismo y otras de lo cotidiano, manipulando el tema en relación con el tiempo o recurriendo a la mera descripción (En este sentido se me vienen a la mente los cuentos de El parque y La tienda), aunque este último tipo de cuento no esté, en mi opinión, ni mucho menos a la altura de los demás que la obra recoge. Dentro del volumen lo más destacable son, sin duda, los cuentos más largos (Proyecto de un sueño, El álbum, El baile, El gran Baro, El muñeco, Conflicto, La cara), a pesar de que algunos microcuentos quizás sean de lo mejor que he leído nunca jamás en este género de la miniatura narrativa (El infierno y En el insomnio). Piñera demuestra en este libro de relatos la habilidad extraordinaria que posee para concentrar mucho contenido en un espacio, en ocasiones, demasiado reducido, incorporando, además, elementos irónicos y escribiendo con cierta elegancia muy llamativa.

La temática de la mayoría de los cuentos es la crítica mordaz al funcionamiento del ser humano inserto en la sociedad moderna, cuyas reglas no suele cuestiona y que asimila y sigue aún cuando estas puedan llegar a resultar absurdas y puedan provocarle algún perjuicio que no llega a ver. Esto se ve muy bien en cuentos como La caída, donde dos alpinistas sufren un accidente y caen montaña abajo y antes de temer por sus vidas temen por sus cuidadas barbas y sus bonitos ojos, o El álbum, donde los vecinos de un bloque de pisos se reúnen durante meses en una sala, sin salir de allí (¡ojo!), para ver cómo una mujer, ya famosa, describe una fotografía al azar de su álbum de fotos privado. En este último relato, el protagonista, recién mudado al edificio, perderá su empleo al asistir a este prolongada écfrasis del momento de la vida de otra persona, dejándose llevar por la presión de grupo y la curiosidad que le ha sido inculcada. La oportunidad de salir de una sociedad nociva a través del cuestionamiento de ésta y entrar en otra, o crearla, se le suele ofrecer a los personajes de los cuentos de Piñera, así como a los de Cortázar, pero, a diferencia de los del argentino, los del cubano no siempre fracasan, aunque, a veces, el cambio puede llegar a empeorar la situación, como en La carne o El muñeco, ambos presupuestalmente distópicos. En resumen, se distinguen cuatro tipos de cuentos en la colección: los que tienen por protagonistas a personajes que no cuestionan la realidad siendo la autenticidad de ésta puesta en quiebra por la voz narrativa (La caída), los que tienen por protagonistas a personajes a los que se les ofrece una oportunidad de escapar  que desaprovechan (El álbum, Conflicto, El infierno) los que tienen por protagonistas a personajes a los que se les ofrece una oportunidad de escapar de la realidad que no dudan en tomar ocasionando males, ya sea a ellos mismos o a los demás, (La carne, El muñeco, Las partes, En el insomnio, El gran Baro) y los que la aprovechan y salen bien parados (El viaje).

Piñera hace una especie de división interior temática, en la que encontramos al inicio una sucesión de cuentos con un marcado humor negro y un tinte gore que queda definido por el gusto que guarda a las descripciones de mutilaciones de extremidades y órganos, descripciones que realiza como si cortarse una pierna fuera lo que solemos hacer todos la mañana del lunes antes de tomarnos el café. Este choque entre la forma de describir, fría y seca, y lo que describe, profundamente temible y desagradable, crea un efecto que perturba al lector, que lo deja descolocado frente a lo que es el hombre en sí mismo, un cúmulo de carne y huesos, frágil y débil, y una voluntad pensante, llena de fisuras y de la cual no nos podemos fiar.

 La dudosa capacidad del hombre para conocer y llegar a una verdad ya está en Borges. Piñera siendo su coetáneo, también es su continuador en algún que otro cuento suelto. En El álbum el protagonista llega a saberlo todo acerca de la foto de la señora que parte su tarta de boda tras ocho meses escuchándola sentado, pero: ¿quién nos asegura que a la señora no se le ha olvidado algún detalle? ¿De qué nos sirve saberlo todo acerca de una única foto si no podemos relacionarla con nada más limítrofe, si no conocemos el continuo desarrollo de la vida de la señora a través del resto de fotografías? ¿A cuántas sesiones más tendrá que asistir el protagonista para escuchar toda la verdad, que no es más que la verdad sobre la vida de esa mujer y su ámbito en fotos? ¿De qué le servirá la verdad una vez que la tenga? Son preguntas a las que Piñera no ha querido dejar respuesta alguna. Ni falta tampoco que le hacía.

Así mismo, en estos Cuentos fríos destaca el profundo carácter irónico y cómico que toma la narración, a veces con tintes oníricos, surrealistas (Proyecto de un sueño, El baile, Conflicto). El humor de Piñera recalca los absurdos de la vida para que nos detengamos a pensar en ellos, pero también para que nos riamos mientras pensamos en ellos. Piñera no es Kafka, tampoco Cortázar; no pretende serlo. Podríamos decir que su humor innato se lo impide. Pero dentro de los escritores absurdistas cómicos (que no absurdos) tampoco se acerca a la órbita del siempre recomendable japonés Yasutaka Tsutsui. Y mucho menos nos puede recordar su escritura al suizo Max Frisch, a pesar del hecho de que guarde más puntos en común con él que con Chéjov, por ejemplo. No, me atrevo a decir que la forma de escribir de Piñera en estos cuentos es bastante independiente de estos grandes, es, por así decirlo, sumamente personal y basada en: la exquisita elegancia en la selección de las palabras, la precisión de las mismas y el dominio de lo irónico.

La única reseña que he podido encontrar en mi blogosfera habitual es la que hace David P. Vega en Desde la ciudad sin cines (La reseña habla de una antología que reúne sus volúmenes de cuentos completos y que editó Alfaguara en 1999, incluyendo, por supuesto, esta obra de la que hablamos hoy).

Reseñas de otras obras que te podrían interesar:


martes, 7 de abril de 2015

El hospital de la transfiguración, de Stanisław Lem

Juego de grises con locos y cerdos…


Stanisław Lem comienza la que sería su primera obra, ésta, que casi nada tiene que ver con su pasión posterior con la ciencia ficción, con la noche solemne de un entierro. Sin embargo, la elegancia y el respeto a la noche, el mantenimiento de los ritos humanos, civilizatorios, se irá desvaneciendo a medida que avance esta novela hasta que todo quede colapsado por un nivel de bestialidad burda, de animalismo instintivo. Lem parece recordarnos qué somos en cada página de esta novela: animales pudorosos que juegan a ser hombres y que en momentos de crisis se quitan sus antifaces y se gruñen los unos a los otros con los hocicos llenos de mocos y la colmillada al aire libre. Lem juega desde la primera frase a crear el ambiente idóneo: una atmósfera de tristeza colectiva, de vacío (un familiar muerto) que intenta llenarse (mediante una reunión de hermanos, primos, cuñadas y abuelas que no se soportan y que fingen estar a gusto). 

No es el único contraste en la novela. En uno de los fragmentos más interesantes se debate sobre el arte por el arte en contraposición con el arte comprometido. El yo egoísta, la ignorancia deliberada de los problemas sociales pertinentes por parte de algún que otro personaje (Sekułowski, Marglewski) a favor de los intereses personales en los campos de la investigación formal en una disciplina o de las reflexiones vitales íntimas, común a todos los hombres, pero que al mismo tiempo considera a todos ellos, menos uno (el que piensa y crea), contingentes es un tema de choque de especial interés en la obra, de la misma forma que también puede serlo el contraste entre un poder (el de los nazis; pues la obra está ambientada en un sanatorio mental cercano a Cracovia durante la ocupación alemana de Polonia en la Segunda Guerra Mundial), un poder, decía, lleno de prejuicios dogmáticos, y una razón, un intelectualismo vivo, más humano, abierto y comprensible, pero que, al carecer de poder, queda limitado y sufre de impotencia. Siempre queda la posibilidad de rebelión, pero las consecuencias, debido al momento histórico, siempre acabarán siendo nefastas. 

Un cuarto contraste a todo esto es el de locura versus cordura: quién es un loco en esta sociedad y quién carajo no lo es. A Stefan, nuestro protagonista, después de asistir al entierro de su tío, se le ofrece la posibilidad de trabajar en un manicomio aislado en las montañas, cerca de un campo de concentración. Estamos en plena guerra y es una zona que recientemente han ocupado los nazis. Pronto se impondrán sus directrices, su visión de la nación como un organismo vivo con partes enfermas (judíos, negros, homosexuales, comunistas,… y locos) que, según sus principios, deben “extirpar”. El trato humano con los pacientes se reducirá a estas máximas de dolor: cada vez menos medicinas, el fomento de una experimentación inhumana y de métodos polémicos como terapias de electroshocks y lobotomías y, finalmente, una amenaza de exterminio en masa, donde culminará el crecento de brutalidad de la obra, llevando a sus personajes a un instante de crisis plena. Pero, “¿quién es el loco, el auténtico loco?” parece preguntarnos Lem. Hay instantes en los que los mismos pacientes del hospital parecen más humanos, más sensatos y sanos que muchos de los personajes que presumen de estar en sus cabales. En cierto momento una interna le comenta a Stefan que se siente como la única cuerda y que necesita abandonar el centro como sea. Su cortesía y naturalidad al expresarse, el temblor de su voz al rogar la intervención del nuevo doctor, quiebran a Stefan, que, después de asistir a las torturas atroces que cometen algunos médicos, celadores y enfermeras con los pobres desgraciados, siente la necesidad de marcharse él mismo sin demora. Los personajes exteriores al recinto no están menos locos que los de dentro: el extraño comportamiento misantrópico del padre del protagonista, una especie de místico intento fallido de inventor, es cuanto menos curioso, y eso, dejando de lado a los soldados adoctrinados de las SS y a los habitantes de la subestación de electricidad cercana al mismo hospital. 

Lem deja también la pregunta abierta de los cerdos. A ver, me explico: al animalizar la obra a medida que avanza y se internan en ella paulatinamente los nazis, el escritor deja abierta la pregunta de quién es más cerdo, si, por un lado, los propios nazis, o los que, por otro, como Sekułowski, deciden no tomar partido y aceptar unas directrices de forma sumisa, muchas veces apoyando físicamente esas mismas directrices con las que no simpatizan, para salvar la vida. Así puede establecerse una dicotomía entre locos y cerdos, de la que escapa un reducido tercer grupo integrado por el protagonista, el viejo director del sanatorio Pajpak, Stezsek, la doctora Nosilewska, Kauters, que constituye un personaje en el cual Lem ensaya el desarrollo de una especie de arrepentimiento, y el cura, que ni en sus últimos minutos rechaza su fe. Quizás me falta, a grandes rasgos, alguno que otro, pero lo interesante es como esa razón con escasa representación en el mundo de la obra, sigue viva de principio a fin, constituyendo una oposición pasiva al mundo de los cerdos y de los locos. Recuerdo, a propósito de todo esto, un poema de Marina Tsevetaieva que decía así:

“Me niego a ser
Me niego a vivir
En un Bedlam de no-humanos
Me niego a aullar
Con los lobos en las plazas.
Me niego a nadar
Con los tiburones
Aguas abajo por la corriente.”

Sin embargo, todo esto es insuficiente para Lem. Pues su propia obra no es sólo moral y política; también tiene una fuerte base de metafísica y de rechazo a la metafísica. Por un lado tenemos la fe en la otra vida, la creencia en el Dios redentor encarnada por los dos curas que aparecen en la novela y, por otro, queda el tío Ksawery, médico abiertamente ateo, y su sobrino, el propio Stefan que, en un cierto momento de la obra, tendrá un diálogo con el cura Niezgłowa, a mi juicio, brutal. ¿Cómo puede Dios existir y permitir las matanzas de seres humanos? ¿Pero a qué atenerse el Hombre si decide su razón que no existe ningún ser superior? ¿En qué creer? ¿Debe uno perder toda esperanza ante el panorama que nos propone Lem?

Densa y completa como ninguna, con cierto aire ominoso en cada punto y aparte, en el olor a bromuro que desprenden sus páginas, en los gestos de cada personajes, en sus psiques elaboradas admirablemente por el genio polaco, en cada historia de cada nuevo paciente… Un servidor se siente como si hubiera vivido en ese hospital maldito durante meses, como si hubiera despertado de una pesadilla… Una pesadilla cuyo final te entristece porque no quieres que acabe. Repetiremos con Lem pronto.

Más reseñas de obras de Stanisław Lem en esta esquina: La investigación, Congreso de futurología, Astronautas


sábado, 11 de octubre de 2014

Confesiones del estafador Félix Krull, de Thomas Mann

Una novela con la que todo escritor querría acabar su carrera...


Un poco tarde llega esta reseña de un hombre que ha sido el gran sacrificado del verano: el maravilloso Thomas Mann. Este libro fue mi segunda opción al ver que, por extensión, valorando el tiempo del que dispongo últimamente, me era casi imposible leerme Los Buddenbrook, que el verano siguiente caerá sí o sí. Fue una recomendación de mi amigo Ale, al que le agradezco el descubrirme este genial libro. Las confesiones del estafador Félix Krull  es la última obra de Mann, la novela inacabada que casi todo gran autor deja y que mantiene la esencia de las grandes composiciones que les dieron fama. Es una obra que comenzó el alemán en su juventud, una obra a la que año tras año le añadía una que otra pincelada por aquí, una sombra por allá, algo de luz cenital que imprima realismo por este lado y una minuciosidad digna de admiración por el otro. Es una obra que comienza con el espíritu de la juventud en el reside el temprano Mann y es este espíritu, que no quiere abandonar en ningún momento, lo que le incita al escritor a lo largo de su vida a volver constantemente a escribir, a continuar la historia de Félix, el  estafador, con su particular versión de la vida, y a no dejar que termine nunca. Lo cierto es que acabé el libro -que no la historia, porque nunca llegamos a asistir al momento en el que Félix es encarcelado ni cuando vuelve a ver a su padrino Schimmelpreester por última vez-, o lo que pudo escribir Mann antes de morir, hace ya casi una semana -no he podido escribir en el blog, puesto que sigo sin internet de momento- y no tomé muchas notas mientras lo digería, así que me perdonarán si la reseña resulta, finalmente, un tanto escueta. 

Vamos a ello. ¿Quién es el tal Félix Krull y para qué y a a quién escribe sus confesiones? Él mismo admite que no es hombre lo suficientemente mayor como para dedicarse a la redacción de estos textos casi al comienzo de la novela, pero que sí ha vivido lo bastante como para que estas confesiones sean dignas de ser mecanografiadas y puedan, incluso, resultar interesante a posibles lectores. Él, por su parte, siente que así mismo se libera de una carga al escribir sus vivencias. Con un dominio de la palabra tanto oral como escrita a un nivel increíble para sus bajos estudios, pues Félix pronto se escaquea de clase fingiendo estar enfermo, el protagonista y narrador vivirá una serie de aventuras que conformarán sus opiniones sobre el mundo, su forma de pensar las cosas. Félix es un ladino sin remedio. Podríamos decir que su ingenio es un don y no nos equivocaríamos un ápice. Ya desde joven se nos antoja el Lazarillo de Tormes de finales del siglo XIX o un Tom Sawyer a la alemana. Cada forma de burlar un nuevo obstáculo con sus tretas nos hace preocuparnos por si lo cazan, nos vuelve cómplices de la jugarreta por un segundo y nos invita a la carcajada cuando todo sale bien. De hecho Las confesiones del estafador Félix Krull es un libro que invita casi siempre, cuando no reflexiona ese espíritu joven, a reírnos. La comicidad se respira en cada diálogo, en cada gesto del narrador, en su vocabulario que emplea muchas veces curiosas formas para referirse a las cosas más cotidianas, como pueden ser la escuela o los profesores. Esto no excluye, como ya hemos dicho, momentos de reflexión e instantes trágicos, como bien puede ser la quiebra de la empresa del padre que tan hondo cala en la familia Krull y que llevará al joven Félix, tras una serie de sucesos que ahí empiezan, a viajar a Frankfurt y, luego, a Paris, donde comenzará a trabajar como ascensorista o liftboy en un hotel bastante elegante. 

Resulta interesante también las semejanzas que se pueden establecer entre este personaje y el criminal y mentiroso por excelencia de la literatura de Patricia Hihgsmith; hablamos, por supuesto, de Tom Ripley. Félix no es un asesino como Ripley, pero por lo demás son muy parecidos. Ingeniosos, con cierta insinuación hacia la bisexualidad, pero sin caer en ella. Llega un punto de la novela en la que uno no puede ignorar este parecido y es cuando a Félix se le ofrece la posibilidad de convertirse por un período de tiempo en joven de la nobleza y recorrer todo el mundo con los gastos pagados. El señor de Venosta le cuenta lo mucho que quiere quedarse en Paris para disfrutar de la vida con su novia Zaza, la cual sus padres odian porque pertenece a la clase social más baja. Los señores de Venosta, que son de Luxemburgo y viven en un castillo le obligan a abandonar Paris y a viajar para olvidar a Zaza; es aquí donde entra en juego Félix, el estafador, que se haré pasar por él. Es el llamado tema del doble el que aquí explota Thomas Mann. Si nadie te conoce puedes fingir ser quien quieras ser. Esta es una de las partes más interesantes de la novela, que se ve truncada a medio camino por el corte que pone punto final a los manuscritos.

El lenguaje que emplea Félix es profundamente sarcástico y grandilocuente. No sabemos cómo es él realmente, debemos dejarnos guiar por su descripción de sí mismo como dios griego. Su habilidad de ladino para fingir ser mucho más culto de lo que verdaderamente es constituye otro de los puntos de su grandilocuencia. 

Y poco más puedo decir, sólo que es una gran novela, que merece la pena ser leída, a pesar de ese tajo en la mitad de la narración que deja muy mal sabor de boca.

Otras reseñas que te podrían interesar:

El rodaballo, de Günter Grass

La máscara de Ripley, de Patricia Higsmith


miércoles, 27 de agosto de 2014

Eloísa está debajo de un almendro, de Enrique Jardiel Poncela

Comedia y misterio...



Justo un año después de la Guerra Civil, Enrique Jardiel Poncela estrena en el Teatro de la Comedia de Madrid una de sus obras más interesantes, la que más me ha gustado de todas las que llevo en el verano y que ahora explicaré por qué. Eloísa está debajo de un almendro se despreocupa de la situación social que afronta España tras el debacle de la guerra para centrarse en una historia de amor entre Fernando Ojeda y Mariana Briones, dos jóvenes de dos extravagantes y alocadas familias de la aristocracia madrileña.

Mariana es una hermosa muchacha de unos veintipocos años que destaca allá por donde pasa; su primera aparición en escena, durante el prólogo en el viejo cine de barrio, resulta más que estelar; todos la miran y cuchichean sobre ella, los hombres le tiran elogios y las mujeres se mueren de envidia. Mariana, que parece estar acostumbrada a tales escenas, no les da a éstas importancia y sólo le interesa el amor de su Fernando Ojeda, un hombre de treinta cinco años que, a pesar de su amabilidad y cortesía, parece ocultar un secreto, pues de vez en cuando se ensimisma y desatiende a lo que acontece a su alrededor. Es el misterio de Fernando lo que atrae a Mariana y es su vulgaridad, cuando este misterio no ronda su tez, lo que la repele. Huyendo y a la vez buscándose trascurren los días para la pareja.

Pero ellos no son los únicos personajes de la acción en esta comedia de un prólogo y dos actos, muy al contrario, la obra está repleta de personajes, más de veinte, sobre todo secundarios, que aparecen principalmente en el prólogo y de los que no nos molestaremos en hablar. La gran mayoría, por no decir todos, estos personajes secundarios son personajes arquetípicos cuyos rasgos característicos se han visto potenciado tanto que resultan cómicos. El contraste es tremendo entre los personajes principales y los secundarios, estando los primeros mucho más trabajados que los segundos. Mientras que hay personajes que son descritos en apenas dos míseras líneas, hay otros, como Mariana, nuestra protagonista, a los que el autor dedica párrafos enteros. La descripción que presenta a los personajes principales no sólo es extensa, sino que también es profundamente psicológica. La de Mariana es un claro ejemplo:

"ACOMODADOR: ¡Ya está aquí... Pues ¿no me estoy poniendo azarao de verla acercarse?
BOTONES: Y es pa ponerse, señor Emilio. (Otros dos o tres espectadores aparecen en la puerta, siempre mirando hacia atrás, y quedan con las espaldas pegadas al forillo, absortos, igual que los otros, abriendo calle a alguien que avanza hacia allí por momentos. Ese alguien es MARIANA, y al verla, la expectación y el revuelo producidos por ella  entre aquel público humilde quedan sobradamente justificados. MARIANA es una muchacha de veinte o veintidós años, extraordinariamente distinguida y elegante hasta el refinamiento. Viste un traje de noche precioso, que seguramente llevado por otra no lo sería tanto, y va perfumada de un modo exquisito. Todo en su porte, sus ademanes, sus movimientos, sus gestos, el pálido semblante y las manos delicadas, revela la nobleza del nacimiento, y el fulgor de sus ojos, su voz y esa radiación inmaterial y misteriosa que despiden los seres excepcionales denuncian en ella un espíritu singular, original, propio, un poco fantástico, y siempre y en todo caso, raramente secreto. Se trata del último brote de una familia aristocrática, y si para lograr una verdadera mano de duquesa son precisas seis generaciones, para formar a MARIANA de arriba abajo han sido necesarios siglos enteros. Con los nervios siempre tensos, el alma continuamente alerta; con el corazón dócil hasta la mínima emoción y la sensibilidad en carne viva a todas horas; vibrando con el menor choque, empujada y arrastrada por la más leve brisa espiritual, reaccionando en el acto y de un modo explosivo frente a los seres y frente a los acontecimientos, MARIANA, más que una muchacha, es una combinación química. [...])"
Extensas son también las descripciones de los espacios que nos da Enrique para el género en el que escribe y pueden ocupar páginas enteras del texto dramático. Extremadamente detallista en este aspecto, parece que el escenario le preocupa mucho más que muchos de los personajes.

Aparte de Mariana y Fernando hay otros personajes que podríamos llamar principales en la obra, y que son las familias de ambos enamorados, que parecen estar locas como unas cabras, aunque a medida que avance la obra descubriremos que tienen muchos motivos para estarlo, concretamente uno en especial, que no desvelaré. Existe otro gran misterio en la obra que hace que Clotilde y algún que otro personaje más del círculo de los Briones sospechen de los Ojedas como secuestradores y viles asesinos. Razón no les falta para como les pintan las cosas. El caso es que a través de los equívocos entre unos personajes y otros se va estructurando la comedia y cimentando lo humorístico. Otra de las herramientas que Jardiel emplea para crear humor es darle suma extravagancia a sus personajes principales. Un ejemplo especialmente divertido es cuando Edgardo, el padre de Mariana, interroga con preguntas absurdas a Leoncio, que ha memorizado previamente las respuestas a esas preguntas gracias a Fermín, para saber si vale como criado en la casa de los Briones. 
"EDGARDO: ¿Qué comen los búhos?
 LEONCIO: Aceites y carnes muy fritas. 
 EDGARDO: ¿Cuántas horas duerme usted?
 LEONCIO: Igual me da dos que quince, señor.
 EDGARDO: ¿Fuma usted?
 LEONCIO: Cacao. 
 EDGARDO: ¿Sabe usted poner inyecciones?
 LEONCIO: Sí, señor. 
 EDGARDO: ¿Le molestan las personas nerviosas, de genio destemplado y desigual, excitadas y un poco desequilibradas? 
 LEONCIO: Ese tipo de personas me encanta, señor. [...]
 EDGARDO: ¿Le extraña a usted que yo lleve acostado, sin levantarme, veintiún años? 
 LEONCIO: No, señor. Eso le pasa a casi todo el mundo."
Igualmente cómicos resultan los aparte que tienen los criados, Leoncio y Fermín, entre sí y para sí. Quizás son el mejor contrapunto para el momento en el que la escena se pone demasiado seria y funcionan especialmente en el segundo acto. 

Poco más que decir me queda, sólo que no me ha gustado la obra, sino que me ha encantado y que, como decía al principio de la reseña, se lleva el premio momentáneo de mejor texto teatral que haya leído este verano. Eloísa está debajo de un almendro es una comedia incapaz de decepcionar a nadie.

Otra reseña que te puede interesar:

Maribel y la extraña familia, de Miguel Mihura


viernes, 22 de agosto de 2014

El estado de sitio, de Albert Camus

España, España. ¡Dos veces España!


Esta obra es lo primero que leo de Albert Camus y, aunque no es nada fácil, creo que he pillado medianamente por dónde van los tiros (también ha ayudado verme la pieza representada tras terminar la lectura). 

  La historia se localiza en mi amada Cádiz en una época ficticia, atemporal, una madrugada en la que el cometa que anuncia la desgracia desfila por el manto negro del cielo. Saltan, pues, todas las alarmas. La población comienza a temerse lo peor. Los gobernantes de la ciudad intentan tranquilizar a la población y les prohíben hablar siquiera de la estrella fugaz, bando tenaz de la malaventura, ocultando la verdad porque no pueden hacer frente a ésta. Pronto llega el tan anunciado mal y a la mañana siguiente empiezan a caer cuerpos muertos en las aceras del mercado. ¡Ha llegado la Peste! Pero no es una peste cualquiera, sino una peste personificada, que se presenta como un joven corpulento acompañado por una secretaria en el palacio de Cádiz para exigir que los alcaldes le entreguen el control de la ciudad. 

"EL GOBERNADOR: ¿Qué quieren de mí, forasteros?
EL HOMBRE, en tono cortés: Su puesto.
TODOS: ¿Qué? ¿Qué dice? 
 EL GOBERNADOR: Ha elegido usted mal el momento y esta insolencia puede costarle cara. Pero sin duda hemos entendido mal. ¿Quién es usted?
 EL HOMBRE: ¡Aciértelo!"

  Comienza esa misma mañana un gobierno de terror y represión donde las vidas de todos dependen de la Peste, salvo de quien conozca el secreto para derrotarla. Éste, nuestro héroe, será Diego, un joven gaditano enamorado de la hija del juez de la ciudad, que representará la fe en un mundo mejor y en la revolución contra la imposición, la insumisión a las normas no razonadas e injustas. Diego es un héroe que no duda en arriesgar su vida asistiendo a enfermos mortales de peste como puede con tal de que sus últimos momentos resulten menos penosos, a pesar de que puede contagiarse y perder toda la vida que le queda por delante, su chica, sus amigos, etc. Es un ejemplo de humanidad, un personaje que, en otras palabras, no puede ser más bueno.

  Al mismo tiempo que se desarrolla el desenlace de la historia de amor entre Diego y Victoria, asistimos a la vida en la ciudad con el nuevo gobierno, basado en el control total de la población y su limitación de derechos. Se ha defendido en muchos otros lugares que El estado de sitio no es otra cosa más que una gran alegoría del paso de la democracia al fascismo y que, por eso, no podía situarse está novela en otro lugar que no fuera España, que seguía bajo la dictadura de Franco cuando se publicó esta obra. La selección de la ciudad de Cádiz, además, no es capricho del escritor. Todo el que tiene unas nociones mínimas de historia de España sabe que durante la invasión francesa la mayor parte del territorio fue conquistado salvo la ciudad de Cádiz y las zonas colindantes, que resistieron gracias a su localización (una península) y a la ayuda de Inglaterra y el incesante combate de los guerrilleros. Fue en Cádiz donde se promulgó la Pepa (Constitución de 1812, primera constitución española), quizás la más moderna y la que más libertades y derechos concedía al ciudadano de la época y que fue puesta en práctica de forma bastante ridícula durante el reinado de Fernando VII, que lo primero que hizo al recuperar el trono fue abolirla. España, España. Dos veces España.

  Pero sigamos. El nuevo gobierno de la Peste trae consigo la burocracia que lleva a toda suerte de resultados y diminutas y aisladas escenas kafkianas en el segundo acto de la obra. La burocracia ahoga al ciudadano que no puede quejarse, sino sólo sucumbir y rezar. Las muertes se suceden cada vez que la secretaria tacha un nombre del registro civil. Toda persona que sea sospechosa queda marcada, se le asigna una chapa de los que no quieren la chapa de la Peste y son vigilados con lupa cada uno de sus movimientos hasta que alguien considera que es el momento de ponerle fin a su existencia por cualquier mínimo gesto. El crimen se convierte en ley, pero...

"JUEZ: Si el crimen se convierte en ley deja de ser crimen."
   Esta es la visión del Juez, padre de Victoria en la obra, que se presenta como el hombre que hace todo por salvar el cuello, llegando incluso a poner en peligro la vida de su hijo en una escena. La ley no es justa, pero a muchos ciudadanos no les importa cumplirla para evitar una sanción abusiva por parte de la autoridad. Este es el caso del Juez. Caso paradójico, porque, además de cumplirla, se ve obligado a imponerla.

  Otro de los personajes fundamentales de la obra es Nada, un joven escéptico y borracho que propone suprimirlo todo "salvo el vino y la locura" para reducir todas las penas a cenizas. Es un personaje destructivo que le sirve a Camus para criticar el nihilismo, pues no creer en nada conlleva la aceptación por pasiva del régimen político de su actualidad, de nuestra actualidad. Es el primero en ser aceptado por la Peste, debido a su relativismo y a su visión irónica de la vida, y para él comienza a trabajar en una oficina.

  Poco antes de acabar Camus nos da la clave para vencer al fascismo: no tenerle miedo ni a él ni a la muerte. Según Camus, sólo el sacrificio humano y el esfuerzo por cambiar las cosas pueden cambiar verdaderamente las cosas. Digamos que es de los que defiende el "morir de pie a vivir de rodillas".

  En cualquier caso, y ya para concluir, decir que, si bien no soy mucho de libros vinculados a temas políticos, he de decir que éste, por el tratamiento y la complejidad, me ha gustado y, aunque lejos de ser una maravilla, propone una gran alegoría, sumamente original, por la que merece la pena echarle un ojo.

  Otras reseñas que te podrían interesar:

Muerte accidental de un anarquista, de Dario Fo

El rodaballo, de Günter Grass


viernes, 6 de junio de 2014

País de nieve, de Yasunari Kawabata



Yasunari Kawabata se caracteriza entre los escritores japoneses del s. XX por ser uno de los que más mira hacia la tradición y la cultura propias. En País de nieve nos vemos inmersos en el mundo de las geishas y de los baños termales en las montañas de la región de Hokuriku, región adonde el viento frío proveniente de Siberia llega cargado de humedad, y por consiguiente nieva. 

La historia cuenta como Shimamura, un estudiante adinerado viaja por primera vez a una aldea de esta región y conoce a una joven bailarina llamada Komako. Pronto se enamoran. Ella más de él que él de ella. Y comienzan una extraña relación. Shimamura es un hombre acostumbrado a contemplar la belleza de forma indirecta, a través de reflejos. Su pasión es el ballet occidental, a pesar de que nunca ha asistido a uno en la vida y todo lo que conoce de él es gracias a los libros. Un tanto de lo mismo le ocurre con las mujeres. Las ve mucho más hermosas a través de los espejos de una ventanilla de tren o de un trozo de hielo. Es, pues, algo tímido y a veces desabrido. Komako llegará a odiarlo en su primera conversación. 

En un segundo viaje Shimamura conoce a través de la ventanilla del tren a una joven con la que luego su vida se cruzará. Es el misterioso tercer elemento que conforma un falso triángulo (porque ahora veremos como las relaciones amorosas tienen en esta novela más de tres vértices): la enigmática Yoko. Una vez en la aldea (ha pasado un año, quizás dos desde que no se ven y no se han escrito) Shimamura y Komako se reencuentran. Ahora ella se ha convertido en geisha para poder pagar a los médicos que velan a su prometido Yukio, el hijo de la maestra de música del pueblo, que le dio cobijo en su casa años atrás, cuando ella abandonó Tokio. Yukio está al borde de la muerte, pero esto no parece importarles a los enamorados que siguen con su coqueteo particular, más interrumpido por las labores de geisha de Komako, que cada cinco páginas sale de escena con la escusa de amenizar una fiesta. Hay que tener cuidado aquí y no confundir los palabros geisha y puta, pues Kawabata nos esboza a lo largo de la novela la sutil diferencia. Una geisha no está obligada a permanecer una noche con su cliente si ésta y su casa no quieren. Si la casa no quiere, la geisha sabe que permanece por cuenta suya y que por cuenta suya corren también embarazos no deseados y enfermedades. Shimamura comienza a enamorarse cada vez más de Komako, pero siente curiosidad por Yoko, quien vive con ellos y cuida del  desvalido Yukio. Cada vez que le pregunta a Komako por ella, ésta se niega a darle una respuesta clara. Así acabamos la novela sin saber quién es exactamente Yoko. Komako dice en una ocasión que no es más que una envidiosa. Lo cierto es que sólo ella asiste al tal Yukio hasta la muerte y después va a recordar su memoria cada día en el cementerio de la aldea, junto a las pistas de esquí y la línea de ferrocarril.

País de nieve fue escrito entre 1937  y 1948 para una revista/periódico. Posteriormente fue editado para convertirse en una novela. De ahí su carácter inconcluso/concluso que nos deja en la boca el sabor de algo terminado y de algo sin terminar. Sus puntos fuertes son los diálogos, a través de los cuales el autor perfila la psicología de sus personajes. En general, es una buena novela, que muestra muchos aspectos de la vida tradicional japonesa y que, si estás interesado en el tema, puede resultar, si no más fructífero, sí menos pesado que leer manuales o revistas. Lo cierto es que he disfrutado bastante con su lectura y ya estoy con su siguiente libro: Mil grullas, del que pronto habrá también reseña.

Más reseñas de obras de Yasunari Kawabata en esta esquina: Mil grullas, La casa de las bellas durmientes,
 

sábado, 31 de mayo de 2014

El señor presidente, de Miguel Ángel Asturias

Una obra maestra. Mezcla de surrealismo y espiritismo, indigenismo y experimentación...



¿Qué se puede decir de una obra que está considerada todo un clásico moderno, de una obra de un premio Nobel que ya han analizado otros tantos, cientos de críticos o simples aficionados, como un servidor, a esto del reseñeo? Pues algo habrá que se podrá decir, digo yo. Y sino, nunca está de más repetir lo de siempre. Enfrentarse a esta obra, desde el punto de vista del que reseña es difícil, por la gran cantidad de matices que guarda en tan sólo 280 páginas (más o menos). Pero habrá que intentarlo.

"El señor presidente" recurre al tema del dictador, tan repetido por los escritores hispanoamericanos en el siglo pasado. Pero que sea un tema frecuente no implica que la obra peque de originalidad. Originalidad es precisamente lo que le sobra. Es comprensible que en Latinoamérica se escriba tanto como en España se escribe de la Guerra Civil o del franquismo. Son procesos históricos ineludibles que el escritor no tiene por qué ignorar. Según la contraportada de la edición que me he merendado la obra que nos atañe se inspira principalmente en las dictaduras de Estrada Cabrera y Jorge Ubico en Guatemala. Lo original de "El señor presidente" es que éste apenas se nos aparece físicamente a lo largo de obra unas cinco o seis veces. Sin embargo, su sombra inunda la historia, controlando a los personajes, que ven oprimidos e impotentes ante la serie de injusticias de las que son víctimas. La trama se convierte en una escusa para que Miguel Ángel Asturias pueda desarrollar las atrocidades de estos hombres que se hacen llamar así mismos presidentes de una república falsamente democrática, presidentes que mantienen regia a la población a través de herramientas del terror con las que aseguran su mandato, su trono. "El señor presidente" es un libro que vivifica estas herramientas del terror en cada uno de los personajes -algunos, incluso siéndoles fieles al Amo serán castigados, tal es la paranoia que padecen estos gobernantes.

Pero aunque pensemos en la trama como una escusa, no podemos decir que ésta carezca de importancia en la obra. Si algo he descubierto leyendo este libro es que Miguel Ángel Asturias es un gran creador de historias. La trama en sí comienza la noche en la que un vagabundo medio loco asesina en plena madrugada al general Parrales Sonriente, quien salía -si no recuerdo mal- del cuartel con dos hombres. Los amigos del loco son testigos de la sangrienta y dramática escena y son capturados por los escoltas. Una vez en comisaría se les obliga a testificar en contra de lo que han visto. Al parecer, a alguien importante (entiéndase el Señor Presidente) le conviene que tanto el General Canales como el licenciado Abel Carvajal sean eliminados del mapa, y, a pesar de que alguno de los desgraciados se resiste a declarar lo que no es cierto arriesgando su propio cuello, se difunde en días siguientes la noticia imaginaria y comienza una vigilancia atroz sobre general y licenciado para que a ninguno de los dos se le ocurra la fantástica idea de escapar. Es entonces, cuando se le encomienda la misión a Miguel Cara de Ángel, la mano derecha del presidente, de ayudar a Canales a huir del país, ocasión que aprovechará para secuestrar a su hija Camila, joven y bella. 

Es "El señor presidente" una obra de un profundo espiritismo, heredero directo de la novela indígena hispanoamericana, pero también de las vanguardias europeas, más concretamente del surrealismo y el impresionismo. Es una obra experimental que anticipa el movimiento del realismo mágico, que no tardaría en eclosionar. Asturias experimenta con formas nuevas a cada capítulo, demostrando su dominio de las figuras retóricas, de la metáfora, las alegorías, los quiasmos, los juegos fónicos, el flujo de conciencia,... He aquí sólo algunas pequeñas frases que especialmente han llamado mi atención:

"Las uñas aceradas de la fiebre le aserraban la frente."
"El silencio ordeñaba el eco espeso de los pasos."
"Un viento extraño corría por la planicie de su silencio."
"Araucarias inaccesibles, telarañas verdes para cazar estrellas fugaces."
"La leña verde no arde tranquila; habla como cotorra, suda, se contrae, ría, llora..."
"Sus sombras los perseguían como lagartos. Los lagartos como sus sombras."
"La noche traía la lengua fuera. Una lengua de campo húmedo."
Y mejor no sigo por no citar medio libro. Si quieren más, ya publiqué un fragmento como hace un poco más de una semana (espero no tener problemas con Copyright).

El veredicto final sobre el libro ya lo dije en el subtítulo: obra maestra. Y creo que ya no hay nada más que añadir, mi señor presidente...