Teniendo en cuenta los tabúes de la sociedad japonesa con respecto al sexo no es de extrañar la verosimilitud de una historia como la que nos cuenta Yasunari Kawabata en La casa de las bellas durmientes. Estas represiones de los japoneses son precisamente las que les llevan a expresar su deseo sexual de las formas más bizarras que pueden concebirse. Si bien La casa de las bellas durmientes no es una novela estrictamente erótica, queda en ella reflejada esta particularidad tan propia de la idiosincrasia nipona en la que no sólo la lujuria, sino todo lo que pueda estar relacionado con ella de manera remota debe ocultarse a la vista de los demás para no padecer una humillación pública. La discrección y la sutileza son espacios predilectos en los que Kawabata desarrolla sus narraciones y que le llevan a una ambigüedad y a un uso de la elipsis que me deja los ojos como platos cada vez que lo leo, pero aquí va un paso más allá, pues trata temas mucho más delicados que en otras novelas suyas que ya había leído y busca en un intento de aproximación a su amigo Yukio Mishima dotar a su texto de una cierta atmósfera que incomode a quién decida penetrar en ella.
La trama está centrada en la experiencia de Eguchi, un anciano que aún conserva su virilidad (dato fundamental para entender qué ocurre), que, por recomendación de otro jubilado amigo suyo, decide asistir a una especie de burdel en el que los clientes, todos sin excepción en el ocaso de la vida, no mantienen sexo con las jovencísimas chicas que allí trabajan, sino que simplemente duermen con ellas el transcurso de una noche. Las chicas han sido previamente narcotizadas para este fin con unas drogas tan fuertes que ni siquiera golpeándolas salvajemente se despertarán. Ellas son las bellas durmientes y los viejos que las visitan ya hace mucho tiempo que dejaron de ser príncipes azules con capacidad para "besarlas" y despertarlas de su eterno descanso, si es que alguna vez lo fueron. El problema reside en que Eguchi aún cree seguir siéndolo y durante todos sus encuentros sentirá la fuerte tentación de agredir o violar a sus compañeras de cama para empaparse así de la juventud de estas y dejar de lado la fealdad que le ha traido el inexorable transcurso de los años.
Al mismo tiempo que Eguchi tiene estas ansias de despertar a las muchachas bajo cualquier medio, aunque sólo sea para hablar un rato con ellas, le sobrevienen a la mente todas y cada una de las relaciones que ha mantenido con las mujeres de su vida (ya sean estas relaciones sexuales, amorosas o familiares). Recuerda los amables gestos de las amantes de su juventud y las tiernas carnes de las de su madurez, la soledad de su anciana esposa en la litera conyugal vacía, la cara de preocupación de su hija menor ante un conflicto familiar, la forma tan particular que tenía de hablar su difunta madre, etc. La casa de las bellas durmientes y su enrarecido ambiente se convierte en una forma de volver a ponerlo en contacto con las mujeres y de perdonarse por el daño que les ha causado. Los viajes de Eguchi desde el suelo del tatami con sesenta y siete años a su lúbrica juventud se producen con el mayor lirismo del que es capaz Kawabata, que es, como cabía esperar en él, particularmente bello. Estos recuerdos se entretejen a su vez con sueños cargados de símbolos y con pesadillas donde la culpa arrasa el alma del viejo Eguchi.
Kawabata trata aquí, además, la dicotomía viejo/joven a través de los personajes que comparter cama. Eguchi es incapaz de acceder a la juventud al no tener fuerza ni seguridad en sí mismo para intentar de una vez por todas despertar a su compañera. La muerte lo vigila de cerca y sus pasos ya son torpes y cansados. La joven duerme a su vez ignorante de este peligro lejanísimo que es la vejez con todas sus dolencias. Su sueño es profundo, inquebrantable, y relajado, mientras que Eguchi se muestra cargado de un fuerte nerviosismo ante la constatación de que su hora acabó y el tiempo se le escapa. También se vincula magistralmente las ideas del sueño y la muerte. Las chicas duermen tan profundamente que el viejo no para de preguntarse si estarán o no muertas y no puede evitar sentir por ese sueño tan profundo, tan cercano al descanso definitivo, una cierta envidia hasta el punto de solicitar a la madame las mismas pastillas que ella les administra para dejarlas en semejante estado. Eguchi puede presenciar una cierta belleza en la muerte y la quiere para sí como despedida final de su paso por el mundo.
En definitiva, una extrañísima novela breve escrita con una de las mejores plumas de las letras japonesas que guarda un mensaje profundo y desesperanzador con la vida. La desagradable pega aquí es la fuerte ideología machista sobre la que se cimienta la obra y es que a fin de cuentas las mujeres en La casa de las bellas durmientes sólo acaban sirviendo de objetos para que Eguchi, un hombre, se explique a sí mismo y son siempre sometidas por él y por sus compañeros del mismo género. Todo lo cual se vuelve mucho más perturbador si tenemos en cuenta que aunque las chicas no tengan sexo con los viejos estas duermen desnudas con ellos y a alguna que otra todavía le queda para cumplir lo que en España se considera la mayoría de edad. Kawabata ganó a pesar de este componente rancio el Nobel en 1968, lo que tampoco es de extrañar, porque como escritor es una maravilla, pero más de uno dudaría si entregárselo a día de hoy tras leer una novela como esta. ¡Avisados quedáis! Tenéis más reseñas en Un libro al día (un poco en la línea de esta), Koratai (siempre expertos en literatura japonesa, aunque aquí escriban una reseña algo sucinta) y Devoradora de libros (que escribe una genial reseña relacionando esta novela con otras de Tanizaki y García Márquez).
Más reseñas de obras de Yasunari Kawabata en esta esquina: Mil grullas, País de nieve,
la fuerte ideología machista sobre la que se cimienta la obra, dices sin ningun pudor...¿No te das cuenta de la gravedad de esa afirmacion? Estas aceptando la dictadura de la policia politica del pensamiento. Si condenas esa obra maestra por machista, mañana la condenarás por racista o por lo que te digan los polis del pensamiento hipocrita. Toda la literatura escrita por un hombre acabaría siendo machista porque segun la ultra de Carmena los hombres somos machistas y violentos por nuestro ADN. Es una locura entrar en ese juego porque te cargas toda la literatura mundial
ResponderEliminarDoy mi opinión, anónimo. En base a mi lectura e intento apoyarla en unos argumentos. Si un texto me parece que tiene tintes machistas importantes creo que mi deber es avisar a futuros lectores. Todo te lo digo, no tengo capacidad ninguna para condenar nada, ni es mi propósito. Si opinas de forma distinta, aquí estamos para debatir, pero, buen hombre, no me acuses de cargarme la literatura mundial con un comentario en un blog diminuto, por favor. ¡Me voy a sentir como el malo de los X-Men!
EliminarPor cierto, que aquí nadie me dice nada a la hora de escribir una reseña, así que no sé quienes serán esos polis de los que hablas. Tampoco tengo relación con Carmena ni vivo en Madrid ni pertenezco a ningún partido político, aunque es evidente si ojeas un poco esta esquina que tengo una ideología mucho más en sintonía con la izquierda que con la derecha. No por ello soy comunista o anarquista, como me han querido colgar la etiqueta unas cuantas veces.
Hola Lucas. Estoy de acuerdo contigo, aunque para entender toda la dimensión de crueldad que tiene el supuesto establecimiento para varones viejos y ricos habría que hacer un spoiler que tú, muy sensatamente, has eludido. OJO SPOILER: Las chicas están en grave peligro y en una ocasión... (ahí lo dejo)
ResponderEliminarLo peor no es comtarlo, claro que no, sino normalizado. Como bien dices, importa todo lo que le pasa por la cabeza al buen señor y no se da ninguna importancia al abuso.
A destacar que las chicas no son trabajadoras, ni están allí voluntariamente ni cobran ni tienen ningún derecho laboral. Van engañadas, enviadas por sus familias paupérrimas.
Coincido contigo en qué la novela es insuperable. Retrata con toda fidelidad una realidad muy concreta y gracias a ello podemos opinar. La prosa, la psicología, del personaje, la cultura japonesa, el pasado, todo está excelentemente expuesto.
Pero no se puede opinar sin haberla leído, porque es el propio Kawabata quien nos informa sobre lo injusto del asunto. Aunque no le importe demasiado.
Sólo hay que volverlo por pasiva. Imaginarnos super-drogadísimos a la fuerza, una y otra vez, con catorce años, para dormir desnudos junto a una persona que nos lleva más de 55 años. O que lo hagan nuestros hijos e hijas. Para que la imaginación se active no hay como ponerse en lugar del otro.
Hola, Molina.
EliminarSé la escena a la que te refieres. No quería dar ese detalle porque le podría reventar la novela a cualquiera que quisiera leerla. Lo importante creo yo es que, aunque ese peligro se materialice una vez y esté latente en todo el transcurso de la historia, Kawabata se centra mucho -seguramente demasiado- en la trama de Eguchi y al final, cuando te da la impresión de que la complicada situación de las bellas durmientes es un mero subterfugio para construir al personaje del viejo, se vuelve a la realidad con esa escena y es que, aunque la casa no sea un prostíbulo como tal, se siguen fielmente todos los mecanismos propios de estos.
Es cierto que en un momento dado se hace mención de la injusticia que padecen estas muchachas y el hecho de que el mismo Kawabata nos lo muestre ya nos debería decir algo. No obstante, es como dices, da la sensación de que le importa tan poco en relación con todo lo demás que para mí apenas es significativo.
Lo malo de leer una novela desde el punto de vista contrario al narrador es que el escritor no ha elegido esa mira para el lector y no haberlo hecho significa el establecimiento de unas prioridades en lo que a su mensaje se refiere. He intentado con esta reseña señalar esas prioridades y decir lo que yo opino de las mismas, que se puede compartir más o menos.
Cada lectura es distinta y lo que a mí no me ha parecido relevante a otra persona le puede parecer esencial. Por eso agradezco mucho que te hayas pasado por aquí para dar tu visión sobre la novela y esta reseña.
En todas las críticas que he leído del libro se habla del significado que tiene en relación a la vejez, al tabú d l sexo en la edad anciana y todo eso. Estoy con vosotros y difiero con el anónimo. Está claro que la cultura japonesa no es ejemplo de cultura igualitaria y menos en la época de Kawabata. Si hoy en día una escritora como, por ejemplo, Virgine Despentes, hiciese una novela parecida a esta pero con las tornas cambiadas, todo eso que argumentan del lavado mental político en contra de las obras maestras,no valdría un céntimo de euro y comenzarían con eso del reinado del fascismo feminista... Yo lo veo así, es una novela maravillosamente escrita que describe una realidad terrible y lo terrible es que durante años el discurso de la crítica se centró no en la barbarie de una casa como esa sino en lo doloroso de la vejez de un hombre todavía sexualmente activo y cómo se va apagando el
ResponderEliminarSer humano...