Eduardo Halfon tiene un recuerdo de la infancia que, aparentemente, lo lleva persiguiendo toda su vida. La imagen de un niño ahogándose en el lago que quedaba cerca de la finca de sus abuelos en Amatitlán (Guatemala), donde se habrían refugiado él y su hermano menor durante la guerra. La idea de que este niño se llama Salomón y es el espíritu de su tío que murió a la más tierna edad lo lleva a emprender una investigación de la que promete a su padre no escribir nada. De esta forma, el escritor guatemalteco compone una interesante, aunque algo sucinta, novela cargada con tintes autobiográficos y que hasta cierto punto mezcla lo que suponemos que son hechos reales con otros de un matiz mucho más fantástico.
La historia está compuesta con pequeños retazos de detalles acerca de Halfon y su obsesión con el niño Salomón desde que intuyó la existencia de este hasta que finaliza la redacción del texto ya en la edad adulta. Se van produciendo una serie de saltos temporales a través de los cuales Halfon pretende justificar su propia identidad en la búsqueda de la verdad acerca de la muerte de su tío y esto le lleva a hablarnos sutilmente de toda su familia, donde destacan principalmente sus dos abuelos, uno de origen libanés y otro de origen polaco. Ninguno de los dos pertenece a la tierra de Guatemala, al igual que el mismo Halfon que huye con su familia por la guerra a Nueva York, donde se acostumbrará más a hablar en inglés que en su lengua nativa. Persiste aqui la mítica figura del judío errante. Quizás sólo Salomón, su tío ahogado, sea el único guatemalteco de la familia y su muerte en la misma tierra parece responder a una suerte de maldición con la que carga la familia Halfon y todos los que en dicha familia fueron bautizados con el nombre de Salomón o sus variantes hebreas. De esta forma se gestiona magistralmente una intriga en base a esta búsqueda de los orígenes y se crea un aura de misterio que corona cada muerte familiar, cada muerte salomonesca.
La novela está también muy focalizada en los vínculos de afecto y competición que establecen dos hermanos varones. La lucha de Halfon se encuentra con su hermano, aislado del mundo en su apartamento de París, ya que tras una serie de muertes de Salomones (su tío, su tío abuelo, etc.) la familia decidió desterrar el nombre para siempre. ¿Puede la no elección de un nombre evitar sucesos de índole sobrenatural como la aparente maldición de los Halfon? ¿Es Eduardo un falso Salomón que debe morir o, por el contrario, puedo serlo su hermano? La psicosis de Halfon lo llevará a una investigación que justifique sus recuerdos y que le lleven a desentrañar esta duda para poder ganar un más que valioso duelo, el que incumbe a su vida.
Como novela he de decir que Duelo es una pequeña delicia, pero deja una sensación insatisfactoria, quizás por finalizar demasiado pronto y por excluir demasiados detalles que podrían haber sido inventados perfectamente por el autor. El toque de novela de no ficción mezclado con ese componente esotérico tan propio de los escritores más clásicos de Centroamérica me ha gustado bastante, así que espero poder volver a repetir con el guatemalteco. Esta vez, eso sí, con una obra un poco más elaborada. Tenéis otras reseñas en Un libro al día (donde comentan, no sin razón, lo caras y breves que suelen ser las publicaciones de este Halfon en Libros del Asteroide) y en Ni un día sin libro (donde son fieros defensores de la prosa del autor).
Es una maravilla leer tu vocabulariosalpicado de hermosas palabras Vivo en Miami donde el español es lo imperfecto
ResponderEliminarMe gusta leerte
Gracias por tus elogios, Mucha.
EliminarNo digas que una forma de hablar un idioma es imperfecta porque la forma perfecta de hablarlo no existe. El español de Miami simplemente es distinto del de acá. Yo como profesor de español no le hago ningún asco, más sabiendo que hay una mayor cantidad de hablantes de mi idioma en ese lado del charco que en este.