viernes, 6 de noviembre de 2020

Joyland, de Stephen King

 


Devin Jones es un anciano que en plena era Google trata de recordar lo que supuso para él trabajar en un parque de atracciones bastante modesto de un pequeño pueblo de la costa de Carolina del Norte en el verano de 1973. Su paso por Joyland, el lugar de la alegría, representó una etapa de su vida que lo marcaría para siempre por sufrir un desengaño amoroso, salvar varias vidas y vivir una experiencia cercana a la muerte. Estamos, pues, ante una novela que mezcla con bastante soltura las tradiciones de la novela de aprendizaje y, como es frecuente en la narrativa de Stephen King, el terror sobrenatural y hasta el género policíaco, dando lugar a una obra que podría clasificarse como thriller sobrenatural. No voy a engañar a nadie si digo que el texto me ha entusiasmado especialmente por lo fácil que he logrado empatizar con el personaje central. El Devin Jones de Joyland es un joven inexperto, enamoradizo y con buenas intenciones, como todos lo hemos sido a su edad. Comete múltiples errores que derivan de la confianza que deposita en los demás y lo paga caro. Sin embargo, presenta valentía en los momentos en los que hay que tenerla y eso lo convierte en un héroe justo y humilde, por lo que tiene todas las papeletas para enganchar a un público juvenil. De otro como él podría echar pestes, decir que es hasta cierto punto plano, pero se aprecia una evolución en él a lo largo de la novela que tanto me ha hecho valorarlo positivamente. Devin Jones, apodado Jonesy por sus compañeros de trabajo, llega a Joyland como un niño y se marcha como un adulto. Vive la crudeza de la vida y aprende mil veces más con esta experiencia que con el semestre en la universidad que decide sacrificar. Y es que la universidad está bien, pero es la vida la que nos curte.

Por otro lado, está la ambientación de la obra, que considero un gran punto a favor de la misma. No recuerdo muchas novelas de este género que tengan por escenario parques de atracciones provincianos en una época tan llamativa como el comienzo de los setenta. Se sabe que existió un Joyland en el mundo real y que acabó cerrado, como sucede con el del libro, pero los motivos son completamente distintos, así como la situación geográfica y la disposición de las atracciones. Tampoco en el Joyland que fue real estuvo Howie, el perrito feliz, la mascota tenebrosa de la novela de King. Sin embargo, es más que probable que el archiconocido autor recogiera la fama del Joyland real y sus historias tétricas de parque abandonado y decidiera bautizar a su propio recinto con el mismo nombre. Aunque debo aclarar una cosa, quien busque terror en esta novela no lo va a encontrar en exceso. El Joyland de King tiene pasadizos siniestros, personajes con turbios pasados y hasta la historia de un fantasma atrapado en una casa embrujada, pero los momentos de escalofrío se pueden contar con los dedos de una mano y a medida que la trama avance lo terrorífico dará paso a lo misterioso y hasta lo policíaco. Y es que lo que subyace en el fondo de Joyland es muy propio de una novela negra clásica donde un grupo de investigadores, en este caso Devin y su amiga Erin, tratan de hallar a un asesino prófugo.

Todo ello es narrado con agilidad, pero también con momentos de ternura, erotismo, reflexión, comentarios literarios sobre la obra de Tolkien y mucha épica. Esto hace que las más de trescientas páginas que componen la novela se hagan muy amenas. No obstante, he de reconocer que no posee el mejor final del mundo y que la gran revelación del asesino, por muy bien construida que esté en su misterio, acaba siendo algo decepcionante, puesto que la variedad de opciones es, por otra parte, escasa. Sin embargo, me quedo con lo mejor. Con el esfuerzo titánico por mostrar el mundo interno de los parques de atracciones de la Costa Este de aquella época y su particular lenguaje, llamado el Habla en la novela, así como con el carismático personaje de Devin.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.



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