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martes, 19 de enero de 2021

La muerte como efecto secundario, de Ana María Shua

 


Ernesto siempre ha tenido un problema: su padre. Este se ha caracterizado por ser un hombre con un rígido carácter que le ha llevado a maltratarle psicológicamente durante toda su vida. Hace mucho que Ernesto es mayor de edad. De hecho, ya ha superado los cuarenta, pero es totalmente incapaz de rebelarse contra quien lo engendró. Cuando al viejo se le diagnostica cáncer de colon, este hace una apuesta con Ernesto. Le entrega diez mil pesos argentinos, que debe devolverle en ración de dos cada equis meses mientras siga con vida. Ernesto ve entonces la luz, desea con toda su alma que su padre se muera, ya sea por efecto colateral de una cirugía en un hombre tan mayor y obeso o por una incapacidad de sobrellevar el posoperatorio, pero todo apunta a que va a tener que soportarlo más de lo que tenía pensado.

La novela que os traigo hoy es la más conocida de todas las que ha escrito Ana María Shua. Se trata, como su nombre indica, de una pieza que gira en torno a la muerte. Todos los personajes están expuestos a ella, pero especialmente Ernesto, quien, por su profesión como maquillador, se ha acostumbrado a tratar con cadáveres. Para Ernesto, la muerte es un efecto secundario de la vida y no resulta extraña ni aterradora. Por el contrario, es una herramienta de liberación, un alivio. El protagonista siente la angustia de vivir y de las cláusulas tan particulares que su existencia conlleva. No solo tiene que enfrentar a su padre, que es el causante de todos los complejos que arrastra, sino que debe bregar con un trabajo cada vez más extraño. Ernesto es maquillador porque entiende que los seres humanos necesitan una máscara para afrontar la vida y, al mismo tiempo, es escritor, aún cuando no quiere serlo, condenado a lidiar con el director de una película que jamás se filmará. Ernesto desea ser degradado, pero necesita el dinero y algo en lo que pensar mientras asiste al momento más largo y esperado de su vida: la muerte del padre que nunca lo aceptó, que siempre lo ninguneó.

A todo ello hay que sumarle la complicada relación sentimental que mantuvo con una mujer hace Dios sabe cuándo, pero que lo marcó de por vida. Ernesto se culpa a sí mismo por su debilidad, por no ser el hombre que se esperaba de él. Y esto me ha parecido tremendamente interesante porque desde la novela se desafía la vieja fachada de la hombría, de esa masculinidad clásica del tipo fuerte, valiente y dominante. Ernesto es todo lo contrario y por presión social se machaca psicológicamente a sí mismo. Opta por una profesión en la que todos lo consideran un intruso, porque es maquillador, pero no homosexual. Y eso hace que las personas para las que trabaja, especialmente las mujeres, se sientan incómodas; siendo este otro de los puntos que le hacen preferir el trabajo con la muerte.

La muerte sigue presente en la película que nunca rodará Goronsky. El excéntrico artista selecciona a Ernesto para ser su nuevo guionista (al menos, hasta que se canse de él) y lo hace por un relato, el único que alguna vez publicó Ernesto, sobre la Antártida. Esa tierra fría, hostil y muerta, donde no crece ni un árbol, pero cuenta con seres acostumbrados a ella. Los expedicionarios de Goronsky son un trasunto del propio Ernesto en la novela, que debe sobrellevar una situación difícil y adaptarse a cualquier clima, muy especialmente a la violencia matutina y llevaba al último extremo de la ciudad de Buenos Aires.

Y con esto llego a la ambientación. No he visitado nunca Buenos Aires, pero creo que no hace falta hacerlo para entender que la situación social que se muestra es más propia de la ciencia ficción que de una óptica realista. Toda Argentina está sumida en una rebelión. La desigualdad social ha dado lugar a dos tipos de barrios: los cerrados y los tomados. Los barrios cerrados son aquellos en los que viven personajes como Goronsky. Como en la serie La valla, de Antena 3, hay un control estricto sobre quien entra y para qué. En los barrios cerrados se decide el destino del país y sus habitantes viven con todo rigor en la opulencia y el lujo más exagerado. Por el contrario, los barrios tomados son aquellos barrios que anteriormente estaban cerrados, pero que sufrieron la sublevación de los trabajadores, quienes expulsaron o liquidaron a los anteriores moradores. Son barrios que se han ido desgastando con el tiempo, como sus gentes. En medio de este berenjenal, están las zonas abiertas de Buenos Aires donde la violencia está a la orden del día. Los ladrones de poca monta, a veces menores de edad, asesinan por cuatro perras chicas y, como si fuera esto Estados Unidos, todo el mundo puede adquirir, y suele llevar en el cinturón o en el doble fondo de la chaqueta, un arma de fuego, cargada y lista por si acaso.

La muerte como efecto secundario es una novela inquietante y extraña por su mezcla de géneros, sus tesis y su trato con temas tan esenciales de la literatura como el amor, el sexo, la identidad, los problemas paterno-filiales o la muerte. Hay que añadir que el ritmo narrativo está excelentemente llevado y que el final es, con creces, brillante y memorable. Por ello, diría que, sin ser un libro imprescindible, se trata de una obra muy recomendable y entretenida.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.



martes, 8 de diciembre de 2020

Pájaros de América, de Lorrie Moore

 





Hoy os traigo un libro de relatos cargadito de historias inquietantes, de esas que te duelen en el pecho cuando las lees. Lorrie Moore está considerada una de las escritoras de cuentos actuales más celebrada en todo Estados Unidos por piezas como las que precisamente colman estos márgenes. Lo que nos presenta es un conjunto de vidas destrozadas o estancadas por un motivo u otro: sueños de la infancia que se rompen al llegar a la vida adulta, el desengaño de descubrir que la pareja de uno no es perfecta, el conocer que la sexualidad de uno pasa de ser una a otra en un momento totalmente inoportuno, la gran mentira de un viaje a un lugar soñado, la pérdida de un ser querido (aunque esta sea tu gato) o la dura lucha contra una enfermedad y la incertidumbre que genera. Todo esto y mucho más se materializa en los doce cuentos largos de Pájaros de América, unos textos que están pensados para dejar bastante mal cuerpo, a pesar de contar con algunos momentos cómicos.

Los textos son los siguientes:

  • Dispuesta: Una joven actriz regresa de Hollywood a su Boston natal totalmente desengañada e inicia una relación con un hombre con el que no comparte nada para tratar de olvidar que ha fallado en el intento de lograr su sueño de estrellato.
  • Que es más de lo que puedo decir de ciertas personas: Una mujer accede a viajar con su madre a Irlanda, descubriendo en el transcurso del viaje que la isla del Atlántico no es tan luminosa y que no odia tanto al ser que le dio a luz.
  • Danza en Estados Unidos: Una profesora se introduce en la vida de una pareja, con un niño enfermo, el cual disfruta con sus clases de baile. Mantienen una incómoda cena.
  • Vida en comunidad: Una niña rumana crece en  Vermont y, ante el acoso escolar, se cría prácticamente en una biblioteca. Finalmente, se convierte en bibliotecaria y se echa un novio político. Se va a vivir con él, pero la vida no es como había pensado y se siente desprotegida en el mundo fuera del silencio de las estanterías.
  • Agnes de Iowa: Una profesora de literatura recibe la visita de un escritor de Sudáfrica del que se acaba enamorando, a pesar de estar casada, aunque no es correspondida.
  • Charadas: Una familia se reúne en Navidad y juega a adivinar personajes, eventos y objetos con la mímica.
  • Arre, borriquito, vamos a Belén: Una mujer entra en depresión tras la muerte de su gato. Toda su vida cambia.
  • Una nota preciosa: Un grupo de profesores de la universidad se reúne para celebrar el fin de año. Entre ellos hay ciertas historias, rencores y atracciones que se sugieren sobre la mesa de la cena.
  • Si es lo que te apetece, vale: Un hombre heterosexual casado abandona a su mujer para mantener una relación con otro hombre ciego, no habiendo experimentado ninguno de los dos la homosexualidad de forma previa.
  • La agencia inmobiliaria: Una pareja se muda a una casa de las afueras de la ciudad, pero tienen numerosos problemas que hacen que su vida sea un infierno al tiempo que otro hombre es abandonado por su mujer y desciende a la locura.
  • Gente así es la única que hay por aquí: farfullar canónico en oncología pediátrica: Es con diferencia el relato más duro de todos. A una madre le dicen que su bebé de un año padece cáncer. Para aumentar el escaso tiempo de vida que le atribuyen los médicos, se traslada con el niño a un centro infantil para enfermos de esta mortal enfermedad.
  • Una madre estupenda: Una mujer mata accidentalmente a la hija pequeña de su vecina y guarda traumáticamente el recuerdo. Para eliminarlo, prueba de todo, pero encuentra que lo único que funciona son los masajes de una chica de la que se enamora.
A través de estos relatos, Moore toca una gran cantidad de temas, pero los que creo más relevantes y que actúan como hilos conectores son el desengaño y la hipocresía. Ambos, de una forma u otra, están presentes en todos los relatos. El desengaño no siempre es amoroso, también puede ser vital. En Gente así es la única... el desengaño llega de la imposibilidad de tomar una vida normal ante la enfermedad de un hijo, de un bebé, un ser que por ningún motivo debería estar enfermo. Este dato no solo atormenta a la protagonista, que se piensa que ha fallado como madre, sino que cambia los modelos de vida que tenía programados para sí misma y para el pequeño. Por otro lado, está el tema de la hipocresía. Se aprecia en varios tramos de la obra, pero los ejemplos más claros los vemos Charadas y Una nota preciosa. En el primero, una familia blanca y demócrata acaba lo suficientemente borracha como para insultar a la población negra en un momento muy racista y que está muy lejos de los ideales de no discriminación que supuestamente defienden. En el segundo, el protagonista asume ciertas posturas que realmente no comparte con el fin de atraer la atención de una hermosa profesora, aún delante de su mujer. Otro tanto de lo mismo ocurre en Vida en comunidad, cuando el novio de Alos se vende a la casta política hasta el punto de ser infiel en la lucha por la alcaldía, olvidando todos esos bellos propósitos que encandilaron a su novia cuando la conoció. En este mismo personaje la hipocresía es atroz cuando afirma lo brutal que es su novia por comer carne momentos después de haber matado é mismo con sus manos a un murciélago que se había colado en la casa.

Otro elemento conector es la presencia y la simbología de los pájaros. En Dispuesta, el pájaro se vuelve finalmente un trasunto fantástico. En La agencia inmobiliaria, el asedio de los cuervos se vuelve ominoso, como el final cargado de lágrimas del relatos. Los pájaros aparecen siempre como símbolos de los personajes, seres que soñaban con el cielo, pero que están limitados por el nuevo mapa urbano de la compleja vida en los albores del siglo XXI. Algunos despegan las alas y salen definitivamente del nido, otros se estrellan contra el cristal, pero son, en cualquier caso, conscientes de la necesidad de descender para alimentarse, de humillarse para seguir. De la vida perfecta no queda rastro.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.

PD. Aprovecho para agradecer a Cities de Das Bücherregal el descubrimiento de esta obra. Podéis encontrar su reseña aquí



jueves, 20 de agosto de 2020

N.P., de Banana Yoshimoto



N.P. son las siglas de North Point, un supuesto libro maldito escrito en inglés por el autor japonés Sarao Takase, el cual parece ser responsable del suicidio del artista, así como de tres personas que intentaron verter el texto al idioma nipón, entre ellos Shõji, el exnovio de la protagonista y narradora de esta novela. El terrorífico libro consta de noventa y ocho relatos. No hay problema con ninguno de ellos, salvo con el último, en el que se narra la turbulenta relación sexoafectiva de un padre y una hija. Estos se conocen en un local nocturno y sin sospechar el parentesco, acaban teniendo relaciones sexuales durante un tiempo. Posteriormente, tras el descubrimiento del mismo, el padre continua manteniendo los encuentros, aunque cada vez se siente más arrepentido y triste. Lo que iremos descubriendo a medida que avancen las páginas de N.P. es que la historia de los personajes del relato noventa y ocho está inspirada directamente en el autor y su hija Sui.

N.P. es otra novela más de Yoshimoto en la línea de ese Japón extraño que tanto puede agradar al lector como desagradarle. Sus personajes se construyen a partir de una serie de relaciones incestuosas, con familias desestructuradas y particulares formas de experimentar la sexualidad. Se sienten solos, piensan constantemente en la muerte y viven con la obsesión del pasado y la imposibilidad de huir hacia adelante. Cuando la narradora se ha desentendido completamente del libro que traducía su exnovio, el reencuentro con los hijos del autor da un vuelco tremendo a su vida. Rodeada de nuevas personas trata de seguir adelante, pero el recuerdo perpetuo del pasado, ya no solo de la muerte de Shõji, sino de la relación turbulenta con sus padres, su divorcio y el abandono de su padre, le llevarán durante un largo verano a replantearse su vida y su trabajo como traductora.

De las novelas de Yoshimoto esta es la que más he disfrutado por ese componente de misterio que aporta el enigmático libro y las continuas revelaciones que se van haciendo a lo largo de la obra sobre este y la familia del autor. Sarao Takase era un pedófilo que, además, se acostaba con su propia hija y sufría por ello. Sui, la chica, trata de sobrevivir a esto y quiere pensar que su padre lo amaba, no ya solo como hija, sino también como mujer. Al igual que Tsugumi en la novela homónima de Yoshimoto, Sui es un personaje que mueve por sí misma toda la trama, un ser triste, que ha padecido mil y un abusos y que mantiene una relación de pareja con su propio hermano porque es lo más parecido que tiene a mantener una relación con su difunto padre. Ella parece tener todas las respuestas, su enigmática sonrisa y aparente capacidad telepática sorprende y atrae a la protagonista, que incluso duda de su sexualidad.

Toda la obra se construye con unos diálogos exquisitos que nada tienen que ver con otros textos de Yoshimoto, donde se narraban trivialidades. Aquí hay un verdadero cuestionamiento de la naturaleza humana y de los impulsos nietzscheanos de eros y thanatos. De la misma forma, está el relato del emigrante que vuelve, de aquel que se crió en tierra extraña y por primera vez pisa el suelo donde habitaron sus ancestros. También está, como es habitual en las obras de la autora, una historia que refleja el duelo de las personas ante la muerte de un ser querido. Y, finalmente, los conflictos paterno-filiales. Los padres se culpan por no ser los mejores para sus hijos. Sarao Takase se suicida entre otras cosas porque entra en un círculo vicioso donde contar la verdad sobre su doble vida podría suponer un dolor tremendo para su familia. El padre de la Kazami, la narradora y protagonista, llama a su hija, se disculpa, pero esta intuye que huyó por cobardía, por ser incapaz de expresar sus verdaderos sentimientos y atracción hacia ella. Sui se cría con su madre, una prostituta que la abandona. Y así un largo etcétera. Por otro lado, el final es muy bueno. Cuando ya se han dado tantos giros de guión y parece que la situación se calmará, por fin, Yoshimoto nos regala varios datos que alteran completamente toda la historia que nos había contado antes. Eso sí, sin destrozarla, lo que es de agradecer. Quizás, para mi gusto, se desaprovecha un poco toda la trama de misterio y el incipiente terror que augura la premisa de la obra se queda solo en eso, en incipiente. Esto no debería perjudicar a la obra, que, por otra parte, esta muy bien construida.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.

Reseñas de otras obras de Banana Yoshimoto en esta esquina: Sueño profundo, Kitchen, Tsugumi


viernes, 14 de agosto de 2020

Los superjuguetes duran todo el verano y otras historias del futuro, de Brian W. Aldiss




Los superjuguetes duran todo el verano y otras historias del futuro es una recopilación de relatos del escritor inglés de ciencia ficción Brian W. Aldiss de finales de los noventa e inicios de los dos mil, a excepción del relato que da título al volumen y que sirve como reclamo de ventas, el cual data de 1969. El cuentario incluye, además, un prólogo donde se habla de la importancia de Los superjuguetes duran todo el verano y de los años de trabajo sin frutos en los que el propio Aldiss colaboró con el famosísimo Stanley Kubrick con el fin de adaptar el texto al guión de una película que no llegaría a dirigir. Una vez muere Kubrick, el cual había echado a Aldiss del guión porque este se negaba a usar elementos de otros textos, particularmente de Pinocho, los derechos del relato pasan a formar parte de Steven Spielberg, con quien el autor parece congeniar mejor. Dos relatos que continúan la historia del protagonista (Los superjuguetes cuando llega el invierno y Los superjuguetes en otras estaciones) después y la ayuda de Ian Watson lograron finalmente completar el tan ansiado guión del filme que se acabó llamando Inteligencia Artificial (2001). Aldiss quería aprovechar este éxito, por lo que editó un volumen con relatos escritos en una fecha reciente al estreno, relatos que, si bien no tienen esas imágenes poderosas que hace que el lector luego los recuerde con vehemencia, tratan de temas de actualidad y viene a advertirnos sobre los peligros del progreso humano y de la necesidad de erradicar ciertos comportamientos para poder mantener un equilibrio con el cosmos. Algunos de estos temas se adelantan mucho a su época y, aunque el enfoque peca de no ser el más indicado, llaman la atención, pues están en el día a día de las sociedad modernas. Hablo de la ecología, el veganismo, el tema racial, la manipulación de los medios, lo mórbido de la prensa rosa, la superpoblación, la hipersexualización, las personas transgénero, etc. 

Pero, sin duda, el plato fuerte de este cuentario se halla en sus tres primeros relatos, los cuales, como ya he comentado arriba, forman un tríptico que nos conduce a las reflexiones del pequeño David: un niño incapaz de satisfacer a su madre. Esto se debe a un motivo, que quienes hayan visto la película conocerán, pero que me niego a señalarlo aquí porque creo que puede arruinar la experiencia lectora. De hecho, mi recomendación para leer este cuentario es que pasen directamente a estos tres primeros textos y que ya luego se lean el prólogo, pues en lo personal siento que me desbarató el factor sorpresa, tan necesario en una historia de estas características. David es un niño que vive junto a su madre adoptiva y su padre, fabricante de robots, en una casa imaginaria, donde se puede mantener una estación del año eternamente. Su mejor amigo es un oso de peluche robótico y parlante, al que llama Teddy. Es cierto que no es el nombre más original para un oso de peluche, pero el texto data de 1969, por lo que entiendo que no sería tan cliché.

Nada más empezar la obra vemos comportamientos extraños entre los personajes. David es un chico sin amigos y que huye de su madre, la cual lo quiere, pero, al mismo tiempo, lo ve como un monstruo porque sabe que no es de su sangre. David tiene una pregunta constante al ver a tantos androides en su vida, ¿él es real? ¿Es innegable que siente y padece, pero es así porque lo han programado para ello? Y lo más importante de todo, ¿su madre lo quiere?

Este cuentario me fue recomendado por Cities de Das Bücherregal, el cual tiene una reseña donde habla con mucho entusiasmo de por qué esta es una de sus obras favoritas del autor. En su reseña también destaca que otros blogueros no coinciden con él y señalan que salvo el tríptico de David, el resto de relatos deja mucho que desear. Yo en lo personal creo que tienen buena intención y algunos, incluso, muy buena ejecución, pero también hay textos que bajan mucho el nivel. El de las arpías que se congelan porque el mundo llega a una era glacial y deciden hacer una orgía con los hombres no me ha podido dar más igual, por poner un ejemplo. Sin embargo, el tríptico que forman Tres tipos de soledad y los relatos III, La antigua mitología Hasta convertirse en mariposa, solo por mencionar varios de mis favoritos, son realmente buenos y merece la pena leerlos. La conclusión es que, si bien esperaba más, estoy satisfecho con la lectura y volveré a Aldiss pronto.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.

Reseñas de otras obras de Brian W. Aldiss en esta esquina: Los oscuros años luz,


jueves, 25 de abril de 2019

Hipnos, de Javier Azpeitia



Beatriz Vargas Duval es una joven psiquiatra que se ha doctorado recientemente y que, con una carta de recomendación del tutor de su tesis bajo el brazo, acude a un sanatorio a orillas de la costa brava, en Cadaqués, esperando encajar en su primer empleo. Una vez allí, una serie de acontecimientos la pondrán sobre aviso de que algo no va del todo bien en la institución. Las conversaciones frívolas y clandestinas de médicos y enfermeros, las declamaciones horripilantes de algunos pacientes, la sensación de que nadie mejora ni escapa de aquellos dulcificados barrotes tras los que el mar impertérrito los mece y, sobre todo, la particular visión de la hipnosis que tiene el director del centro, el doctor Von Hagen, y que comentaremos más abajo, la llevarán a elucubrar toda una serie de sospechas tras las cuales se oculta una conspiración colectiva íntimamente relacionada con la alta tasa de suicidios que viene sacudiendo el lugar desde hace ya un tiempo. 

Vayamos por partes, porque la obra es breve, pero tiene muchísimo sobre lo que discutir. Lo primero, ganó en su día el Premio Hammett de Novela Negra, pero no es una novela policíaca o de detectives. Es una novela negra al uso, como aquellas sobre las cuales se acuñó el término. Hay conspiraciones, asesinos, elementos cuasisobrenaturales, enfermedades mentales severas, coqueteos con las drogas, sexo, sangre y noches de oscuridad y esquizofrenia. Se nos pinta una atmósfera propia de un thriller de Netflix. No por nada, me recordó muchísimo a La cura del bienestar, filme con el que guarda en común buena parte de la trama. Eso sí, mucho más salvable.

Posee estructura ágil e in crescendo que, como achaca algún crítico de la contraportada, es hasta cierto punto hipnótica, o pretende serlo. El ritmo de la narración, con sus giros y el buen uso del narrador en segunda persona del singular atrapa con facilidad al lector. Este narrador es atípico en la narrativa de ficción. Pocos son los ejemplos que se me vienen a la mente más allá de la conocidísima Aura de Carlos Fuentes. Y esto es porque son escasas las ocasiones en las que puede justificarse como recurso. En este caso funciona si entendemos la obra y la literatura tal y como nos la propone Javier Azpeitia. Es decir, como una sesión dirigida de hipnosis, donde abandonamos nuestros cuerpos para transportarnos a los de otros, dejándonos llevar por las palabras mágicas del guía, esto es, del escritor. La literatura a la par que la hipnosis como distanciamiento de las anodinas o estresantes vidas de los lectores con sus problemas particulares, como acción que permite al cerebro coger aire para poder volver y resolver de la mejor manera posible esos mismos problemas, pero también como inmenso recreo al que cuesta poner el punto y final, donde se trabaja y se descansa a la par, en justo equilibrio con uno mismo. 

Por otro lado, Azpeitia gestiona de una forma muy brillante todo lo relativo a las incógnitas y el desmascaramiento de los personajes y sus auténticas intenciones. Un elemento propio de toda novela negra que se precie: la inmersión en lugares hostiles donde un protagonista ajeno debe hacer frente a personajes que no son lo que dicen ser. A todo esto, deberíamos añadirle la sensación constante que experimenta la protagonista de sentirse vigilada. Y aquí, Azpeitia juega con nosotros a piedad. Nos da a entender que ese narrador en segunda persona que describe todos y cada uno de los movimientos y sensaciones de Beatriz es quien la persigue, físicamente hablando, para luego espetarnos que nos equivocamos, que debemos rectificar, tachar la nota del post-it mental que hemos escrito hace veinte minutos y que tantos quebraderos de cabeza nos daba. Y eso nos devuelve de nuevo a la angustia y a la pregunta de quién narra y cómo sabe todo lo que hace nuestro frágil personaje. Esta será una pregunta que no debemos obviar. Al menos es lo que más me ponía los pelos de punta: quién narra. Pues bien, deciros que solo lo sabréis una vez concluyáis la obra. No es el primer escritor en jugar con esto tampoco, pero no será el último. Una experiencia similar es la que se tiene al leer La espada de los cincuenta años de Mark Z. Danielewski, que ya alabé aquí hace unos años por su fructífera experimentación. En este cuento largo -por llamar al libro de alguna forma- el problema devenía en que no había un narrador incógnito, sino cinco y que mientras contaban una particular historia de terror sobre la venganza se lanzaban pullas los unos a los otros, inflamando más y más el ambiente con cada palabra hasta que este se sentía poderosamente cargado y opaco. 

Los personajes no son lo que dicen ser, pero Beatriz tampoco es una criatura honesta, o no pretende serlo dentro del relato. Es una huérfana, hija de una actriz famosa asesinada ("cosida a puñaladas") hace mucho tiempo y de padre "presumidamente" desconocido. La falta de amor que ha tenido en su infancia se materializa a lo largo de la novela en una fuerte atracción por la autodestrucción. Posee un instinto completamente masoquista, tanto en el sexo como en la vida. Busca ser humillada y pisoteada, o, por el contrario, humillar y pisotear a los demás. Es una adicta a la sangre y al dolor y a las pastillas que ella misma (se) receta y sin las cuales sufre poderosamente: diazepam, artane, clonazepam, ... Busca relaciones peligrosas y degradantes: Von Hagen, Villalta o el mismísimo Alesandro Stefanini (recluido en el sanatorio por haber puesto fin a la vida de su mujer y sus hijos y olvidar el acto). Al mismo tiempo que sucede todo esto, trata de aparentar ser una persona normal, mantener el tipo y cuidar de otros, como cuando sale y se emborracha con la enfermera Frederike o trabaja en las sesiones de hipnosis junto a Von Hagen para tratar de encontrar la cura de los brotes de agresividad de Stefanini. 

Hay momentos también en los que Hipnos no parece una novela negra. El autor coquetea con el romance soñado de los manicomios al más puro estilo F. S. Fitzgerald en Suave es la noche. Es imposible para un lector avezado no recordar mientras lee sus páginas la tóxica y descompensada historia de Dick y Nicole mientras Beatriz flirtea con Von Hagen en las partes II y III de la obra. Estando en mitad de la obra, Azpeitia casi nos saca de esa tensión constante y si no fuera por aislados incidentes (alguno presentado como prolepsis o flash forward), sería difícil imaginar cómo va a acabar la historia. En Hipnos pervive toda una tradición de novelas sobre manicomios y recrea ciertos tópicos (los locos cuerdos, los médicos locos, el aislamiento forzoso del protagonista, las torturas injustificables, etc.), pero la forma de hacerlo es lo que la hace una buena novela. Como tópico general, podríamos usar ese que aquí en la Esquina nos gusta tanto y que a falta de un nombre técnico llamamos "de mal a peor", en el sentido de que el ambiente se nubla poco a poco, sobre todo pasada la primera mitad del texto, y el patetismo (pathos) se engrandece a medida que vamos llegando a un final bastante satisfactorio.

Hay en Hipnos varios momentos de posible inflexión descartados que me recordaron a las novelas de Adolfo Bioy Casares que he leído, especialmente a Dormir al sol que se ambienta también en estos espacios y que aborda también temas de experimentos asombrosos. El más importante se produce cuando Von Hagen desvela los motivos y creencias por los que somete a sus pacientes (y especialmente a Stefanini) a una cada vez más cruel sesión de hipnosis. Pudiendo explicarlo yo, prefiero que hable el personaje. Escuchemos: 

"—Primero reconstruimos el futuro. Luego intentamos que el paciente pase a asimilarlo como algo perteneciente a su pasado, que su inconsciente se convenza de que ya ha ocurrido, sin traumas, para que deje de dirigirse hacia él;  para que deje de buscarlo. El futuro, visto así, es un motor imparable: debe suceder. Y sin embargo existe la posibilidad de moverlo, de trasladarlo al pasado, de incluirlo tanto en el consciente como en el inconsciente de los pacientes. Si un hombre sabe que ya ha realizado ciertas cosas, dejará de procurarlas, las despreciará como se desprecian los logros y los fracasos una vez cometidos. Es un efectivo juego de ficción que emerge a la realidad, una añagaza que evita el destino."


Este giro es una puerta neofantástica que se abre, a la que nos asomamos y por la que casi cruzamos en unos momentos en los que la naturaleza final de la novela no está definida y en la cual los elementos propios de la novela negra todavía no han empapado el texto. Desgraciadamente, esta vía se trabaja escasamente en la obra y la obsesión de Von Hagen solo se muestra como pretexto para garantizar el posterior fin del personaje y su transición al papel antagónico que debería corresponderle como individuo de mayor poder dentro de su clínica. 

No quisiera postergarme mucho más. La novela es demasiado breve como para eso. En definitiva, una buena obra que engancha y que posibilita una lectura en varios niveles. Entretenida y bien construida. Otra cosa: ¿alguien sabe si la adaptación fílmica que hicieron en 2004 es igual de recomendable? En Filmaffinity le otorgan una nota bastante mediocre, lo cual no indica nada a fin de cuentas. La única reseña que merece la pena de entre las pocas que he podido encontrar sobre la obra es la de Raúl Cazorla en Radiaciones, donde vinculan el desarrollo de la trama y su protagonista con la tragedia grecolatina clásica por el fuerte componente del destino en la misma. 

Y ya saben, cuídense, coman con moderación, lean mucho y namasté.




viernes, 21 de diciembre de 2018

Ampliación del campo de batalla, de Michel Houellebecq



Un ingeniero informático de mediana edad trabaja para una de las mayores empresas de toda Francia y gana un buen jornal por ello. A pesar de esto, es un tipo sumamente infeliz. Su vida social y sexual es más bien escasa (por no decir casi nula) debido a su problemático carácter. Hace ya dos años que rompió con su histérica novia y desde entonces no es capaz de encontrar a nadie que se atreva a escucharle más de dos minutos. Viviendo en un régimen de completa soledad ha desarrollado un miedo y un odio hacia el conjunto global de los seres humanos, especialmente agudo con las mujeres de su entorno, a las cuales tilda sin tapujos de guarras y zorras. Su misoginia, derivada de la falta de aceptación femenina y la nulidad de relaciones sexuales, le han convertido en un absoluto amargado. Un repelente ansioso de quitarle las ganas de vivir a los demás. En definitiva, un personaje magníficamente escogido para esta comedia depresiva de Houellebecq.

Toda la obra gira en torno al narrador y sus teorías sobre la capitalización del sexo, la hipocresía social y la aplicación exhaustiva de los conceptos empresariales en el ámbito diario pervirtiendo, en su opinión, las bellezas que podríamos encontrar en este. Hay que destacar que el tipo es sumamente elitista y desagradable, pero intenta dar la impresión de ser fruto de un sistema corrupto. Un sentimiento que, por otro lado, podríamos llegar a tener todos de nosostros mismos o haberlo tenido en algún punto de nuestras vidas. Su soledad y su visión crítica del mundo, así como sus "desgracias" nos permiten empatizar con él en ciertos momentos. Incluso podríamos decir que hay fragmentos en los cuales su discurso genera auténtico patetismo. Nos inspira compasión y ternura. Pero solo de forma temporal. 

La versión del narrador sobre sí mismo nos trae a la mente las tesis de los grandes naturalistas franceses. Rápidamente pensamos, a pesar de la clara diferencia entre estilos, en Zola y en Maupassant. Pensamos también en Céline y en esa figura de antihéroe. Y quizás también en el Pascual Duarte de Camilo José Cela. Estas tesis se repiten aquí, pero funcionan a modo de justificación del personaje para consigo mismo, lo cual lo deja inserto, por supuesto, en todo ese amalgama de hipocresía social en el cual nos vemos inmiscuidos queramos o no. Y aquí el narrador, claramente, no quiere; pero de una forma u otra entra en el juego. La idea de ser un monstruo "porque el mundo te hizo así" entra en confrontación con el libre albedrío humano y con la capacidad de decisión del individuo a partir de sus circunstancias siendo hasta cierto punto falaz, pesimista e hiriente.

Esa visión del narrador de sí mismo dentro de un sistema de balanzas, donde describe su situación económica como muy buena y su situación social y sexual como una basura no le hace ningún bien desde luego, pero en ella reside la gracia de la novela. Este narrador no deja de ser la parodia del autoconcepto cerrado de un hombre occidental y heterosexual solitario que se muerde el ombligo. Sin embargo, en lo que a humor respecta, salvo momentos muy hilarantes puntuales, Ampliación del campo de batalla cojea muchísimo. Es necesario saber leer entre líneas con mucha concentración y calma. Bueno, eso y tener un buen estómago. Porque la novela es una serie de sacudidas tras otra y a mí, en lo personal, me ha dejado muy mal cuerpo. Si bien creo que el objetivo era precisamente ese, agitar al lector contra sí mismo y hacerlo consciente y partícipe de sus miserias y sus no-miserias. Quien tenga una situación parecida a la del narrador tendrá problemas, además, para identificar en todo el relato esa sátira que pretende Houellebecq. Y, claro, eso es un aspecto problemático para depende qué lector. Ampliación del campo de batalla puede acabar cultivando la misoginia y el autodesprecio en este lector, que puede encontrar las respuestas a sus problemas en las resentidas y desquiciadas teorías del narrador. 

Más allá de esto tengo que decir que la obra no presenta la estructura más sólida del mundo. Centra la mayor parte de la trama en la mitad. Tiene un inicio difícil por la naturaleza del personaje y un final que se desintegra gradualmente sin golpes de efecto. Lo más destacable, a mi parecer, es la relación que establece el narrador con Tisserand, un compañero de trabajo extraordinariamente feo, pesado y virgen. ¡El estereotipo del informático nerd, vaya! Tisserand es lo más parecido a una amistad para el protagonista, pero no se librará de todo el odio regurgitado de este. Acabará pasándole factura dejarse guiar y sucumbirá a ese entusiasmo adolescente por la autodestrucción. Marchito como si la ponzoña lo hubiera fagocitado, Tisserand no volverá a ser el mismo. El protagonista, tampoco.

"Siempre serás huérfano de esos amores adolescentes que no tuviste. En ti la herida ya es muy dolorosa; pero lo será cada vez más. Una amargura atroz, sin remisión, que terminará inundándote el corazón. Para ti no habrá ni redención ni liberación. Así son las cosas. Pero esto no quiere decir que no tengas ninguna posibilidad de revancha. Tú también puedes poseer a esas mujeres que tanto deseas. Incluso puedes poseer lo más valioso que hay en ellas. ¿Qué es lo más valioso que hay en ellas, Raphäel?"

Para resumir, una novela peculiar, pero no disfrutable para cualquiera. Incluso yo mismo si hubiera leído esto en otro momento de mi vida lo habría entendido en una dirección opuesta. Estructuralmente es algo floja y con un personaje que a ratos da pena, a ratos lo entiendes y a ratos quieres acribillar a balazos. Si bien como crítica puede funcionar, no digo que no; es necesario un lector inteligente, analítico y dispuesto a meterse en estos berenjenales. No sé, aunque sea un libro disfrutable en cierta medida, esperaba mucho más de un autor tan venerado en Das Bücherregal por Cities. (¡Se lee hasta la poesía el tío! ¿Quién tiene huevos de hacer eso hoy? ¡Nadie! ¡Solo los masoquistas y los espíritus libres!) Como no me suelen fallar sus recomendaciones, estoy ante una situación atípica. Si bien es verdad que Ampliación del campo de batalla no lo tiene reseñado y creo recordar que en alguna ocasión (un top de lecturas del año, ¿puede ser?) dijo algo así como que resulta una decepción enorme. Lo ha sido, Cities. Lo ha sido. Por el contario, tenéis reseñas superentusiastas por ahí, como la de Francesc Bon en Un libro al día o la de Keren Verna en su blog personal. En ellas se destacan todos los aspectos buenos de la obra, los cuales son muchos, desde luego. Sin embargo, creo necesario resaltar también lo malo, lo mejorable y lo poco convincente.
 

PD. Aprovecho para comunicar que esta será la última reseña del año. La próxima entrada que podréis leer por aquí será una recopilación de libros recomendados por un servidor. O lo que es lo mismo, una selección de mis libros favoritos del año. Eso será la semana próxima. Hasta entonces cuídense, coman con moderación y lean mucho. Namasté. 


lunes, 5 de noviembre de 2018

El día que la vea la voy a matar, de Guillermo Fadanelli



A veces uno tropieza con libros inusuales como este. Libros que no aspiran a mucho y donde convergen la escritura automática con situaciones de lo más variopintas y un sentido del humor llamémosle áspero. No voy a mentir, no soy un gran fan de este postvanguardismo literario que nos propone Fadanelli. Entiendo su intención. Creo atisbar el mensaje que trata de transmitir. Sin embargo, tengo un enorme conflicto con la forma de transmitirlo porque sospecho que no es la idónea para esta clase de obras. El día que la vea la voy a matar es un libro donde se intercalan relatos, microrrelatos y otro tipo de escritos que no sabría muy bien cómo clasificar. Hay en ellos tanto denuncia social como política y religiosa. Bastante ácida, pero de escasa profundidad. En definitiva, nada que no hayamos visto en un post de Facebook. Hay también una materialización de los deseos y los miedos de su escritor y de las personas que lo rodearon durante la redacción del volumen. Autoficción es la palabra. ¿Qué os voy a contar? ¿Que está centrada en la complejidad de vivir en una sociedad bicéfela y de doble moral donde lo tabú es revolucionario y donde la palabra "revolución" viene tildada con matices que se trasladan desde lo más necesario hasta lo más doloroso? ¿En la complejidad de llevar una vida bajo el influjo constante de la violencia y de la jerarquía de poderes hombre/mujer, maestro/alumno, blanco/negro, Dios/hombre? ¿En la compleja necesidad humana de desear el imposible y despreciar el posible deseado? ¿De odiar y amar la soledad y la compañía? ¿Con qué fin? También tenemos un intento de ser cómico a partir de lo vulgar y una especie de obsesión insana y cansina con la masturbación y el asesinato. Recordé por momentos a un Chuck Palahniuk poco inspirado y alejado de sus personajes, y cuando hablo aquí de longitud lo hago de distancias kilométricas. La frialdad del humor recuerda a Foster Wallace, solo que Fadanelli es mucho más simple, lo que le da al asunto mucha menos gracia. Aunque supongo que su intención es precisamente crear este efecto de pérdida de tiempo. En la página de la editorial no dudan en definir el libro como literatura basura. ¡"Atractiva malformación" le llaman a la broma!

Hay lectores que disfrutarían mucho con El día que la vea la voy a matar, pero no ha sido mi caso. Mi experiencia ha sido algo similar a desayunar cebollas crudas. Las ideas e imágenes se me han repetido una y otra vez hasta el punto de que el conjunto me parecía una especie de vertedero de relatos a medioconcretar, sin pulir, sin esperanza de encontrar un final satisfactorio. El estilo del autor tampoco ayuda, pues es excesivamente culto para las situaciones que plantea, lo cual nos saca de contexto una y otra vez. Personajes que argumentan sobre filosofía política o de la identidad mientras se sacan el miembro para escandalizar y cosas por el estilo. Acaba resultando muy gamberro, muy punky, pero también muy inverosímil. Choca al lector en un primer momento, pero tras cinco o seis relatos uno se harta de forma considerable. Lo cierto es que acabé el volumen por su brevedad. Sin embargo, estuve tentado de dejarlo varias veces. O de saltarme partes. La sensación de leer historias que ya había leído hace tan solo diez minutos estuvo presente en todo el proceso. 

Fadanelli quería buscar una forma de expresar las preocupaciones de la vida cotidiana de los marginados (los yonkis, las prostitutas, los delincuentes, ...) y sus duras condiciones. Este escrito me recuerda mucho al Movimiento McOndo, grupo de artistas latinoamericanos postboom que querían señalar los numerosos fallos y problemas que el "Realismo Mágico" tenía a la hora de construir el imaginario extranjero de Latinoamérica. Incluso hay en El día que la vea la voy a matar algunos relatos que se vuelcan contra la obra del mismísimo García Márquez en una mezcla de homenaje y crítica. Se nota el gran aprecio profesado hacia el colombiano por un aumento severo del respeto (y de la correción política) y una reducción de las gamberradas previas. El detalle, como mínimo, fue curioso. Hay que destacar que el libro pretende tener gags de humor. Digo pretende porque yo no me he reído casi nada. Y yo me río con prácticamente cualquier tontería. En serio, hasta con los vídeos de gatitos.


domingo, 28 de octubre de 2018

Por qué se cuece el niño en la polenta, de Aglaja Veteranyi




Por qué se cuece el niño en la polenta es la única obra que nos dejó la escritora suiza de origen rumano Aglaja Veteranyi. Constituye una especie de novela autobiográfica donde narra el desarraigo de su pueblo durante la dictadura comunista de Ceausescu bajo el prisma de su particular familia y su difícil infancia, durante la cual tuvo que sufrir todo tipo de vejaciones para sobrevivir. Es un relato duro, escrito desde el prisma de una niña que es obligada a crecer demasiado pronto y que sufre el abuso por parte de todos los adultos que la rodean, inclusive sus padres, quienes pretenden aprovechar su belleza, su ingenuidad y su talento en beneficio propio. La novela en sí es muy breve, pero tiene muchísimo jugo.

El ambiente de la narración nos sitúa en los circos ambulantes de la Europa Central de los años 1960s-1970s, donde una pequeña Aglaja de 5 años nos presenta su marginal y precaria situación en un mundo que no conoce bien del todo, pero en cuya crueldad ya está envuelta. Aglaja nos habla del trabajo de sus padres: él es un payaso húngaro, alcohólico y maltratador, y ella una trapecista que emplea la dureza de sus cabellos para colgarse desde cientos de metros. La madre de Aglaja es quien la protege de las zarpas de su colérico padre, un hombre frustrado por no haber encontrado el éxito y que lo paga golpeando y violando a su familia. A este complicado espacio familiar habría que añadir a la hermanastra de Aglaja por parte de padre que es quien le cuenta la historia del niño de la polenta: una cruda narración sobre las penurias que tiene que soportar un infante que no se ha portado "como es debido". La historia obsesiona a Aglaja, quien quiere ser una bella actriz de Hollywood y así escapar de las arenas movedizas de la polenta, de esa podredumbre que se le echa encima. No obstante, las dificultades para ello no han hecho más que comenzar.

Por qué se cuece el niño en la polenta está narrada con frases breves, pero con una gran profundidad. La visión infantil que choca con el mundo adulto me recordó ligeramente a algunos personajes de Penelope Fitzgerald y, sobre todo, al protagonista de El pájaro pintado de Jerzy Kosinski, una obra también hasta cierto punto autobiográfica. Aglaja es obligada a trabajar demasiado pronto. Su padre la abandona tras una discusión matrimonial y la deja en plena inestabilidad económica. Aunque la madre asume rápidamente el rol de traer dinero a la casa, no tarda demasiado en sufrir un accidente que le imposibilita volver a realizar cualquier número. A pesar de no decirse explícitamente, se da a entender que la pobreza es tal que en algunas ocasiones esta desgraciada mujer encuentra en la prostitución una solución temporal. En uno de estos encuentros conocerá a un amante, quien desgraciadamente es tanto o más pobre que ella. Aunque esto no será problema para el surgimiento del amor entre ambos, acabará por convertir a Aglaja más en una carga para su madre que en una preocupación constante. Mientras tanto, la joven Aglaja se desarrolla físicamente, pero no crece, no aprende, su vida es un bucle de miserias y de sueños cada vez más remotos. No va a la escuela, no sabe leer ni escribir, pero empieza a pensar que solo con la belleza basta. Con trece años y sin dar detalles a nadie, Aglaja es colocada en un club de stripteases y empieza a experimentar el brutal deseo por parte de los hombres que la rodean, quienes le lanzan miradas lascivas, saltan sobre el escenario para toquetearla y le escupen desde las mesas toda clase de insultos, proposiciones y piropos.

Así y con todo, la novela es profundamente filosófica y cuenta en este sentido con un inicio demoledor que voy a tomar la libertad de reproducir aquí:

"Me imagino el cielo.
Es tan grande que me duermo en seguida para tranquilizarme.
Al despertarme sé que Dios es algo más pequeño que el cielo. Si no, al rezar nos dormiríamos siempre del susto.
¿Dios hablará idiomas extranjeros?
¿Entenderá también a los extranjeros?
¿O es que los ángeles están en pequeñas cabinas de cristal haciendo traducciones?"


Parece una visión tierna e infantil, pero va mucho más allá. Este comienzo es una advertencia. La duda metafísica de esta niña de cinco años nos anticipa esa sensación fatídica del exiliado que duda hasta de que en la casa de Dios, más allá de la muerte, encuentre un lugar al cual pueda bautizar verdaderamente como su hogar. Crisis existencial e identitaria. Aglaja es una apátrida, repudiada dentro y fuera de su país. Sin cultura, sin esperanzas y sin ningún tipo de amor carente de interés. Veteranyi nos muestra hasta qué punto puede llegar la mente de un niño de cinco años con una dura existencia sin perder un ápice de verosimilitud. En este primer párrafo se expresa esta idea que será tan recurrente en toda la obra junto a otra: el miedo a su padre, identificado aquí con Dios, como el padre eterno, superior y omnipresente. Aglaja debe reducir a Dios para tranquilizarse,  pero al mismo tiempo es consciente de que este pequeño acto podría restarle un poder para ella tan necesario como el que alguien en el universo pueda alcanzar a comprenderla. Dios, su padre payaso y el Dictador (Ceausescu) son los tres hombres poderosos de su vida. Veteranyi usará estas tres figuras, junto con la de otros personajes secundarios que irán apareciendo para denunciar los abusos de poder por parte del varones sobre la mujer y expresar la idea de que demasiados son los indeseables que han desgraciado las vidas de mujeres a lo largo de la historia, destinadas siempre, por haber carecido de la fuerza física, a un papel pasivo, resignadas. Sin embargo, más allá del catastrofismo y la denuncia feminista, Veteranyi encuentra una cura para la desigualdad, la pobreza y la incomprensión a través de la cultura y del conocimiento de las verdades descarnadas y es aquí donde hallo el por qué de este libro. Es responsabilidad de todos que vidas así no tengan que repetirse. Tenéis otra reseña en Lo imborrable (bastante más completa que la que hoy os traigo y con muchos más detalles sobre la vida de la autora y su padre -que por lo visto viajó a Argentina y llegó de alguna forma a ser famoso- en los cuales no he querido meterme, pero que no dejan de ser hasta cierto punto de interés).




sábado, 21 de julio de 2018

Tarántula, de Thierry Jonquet



Un reputado cirujano plástico de París (Richard Lafargue) presencia en una verbena cómo violan a su hija adolescente. Cuatro años después ella sigue en el estado semivegetativo en el que la dejó el shock y él ha perdido paulatinamente su humanidad. Richard, incapaz de saciar su sed de venganza, disfruta torturando a su compañera Eve. La agrede física y verbalmente, le ordena todos y cada uno de sus pasos y la obliga a prostituirse varias veces al mes, especialmente tras las agudas crisis de su hija. Con el tiempo vamos descubriendo que la personalidad sumisa y masoquista de Eve ha sido moldeada completamente por su persona. Imaginamos que por amor, pero en ella se guardan algunos sentimientos mucho menos bienintencionados.

El horrible crimen se llevó a cabo por dos maleantes. Uno desapareció meses después en extrañas circunstancias y el otro huye de la ley, cuatro años después del incidente, por haber asesinado recientemente a un agente de policía. El miedo del fugitivo le lleva a buscar una solución arriesgada para garantizar su seguridad venidera. Tras ver un programa de televisión, llega a convencerse de las ventajas de cambiar su rostro y para ello busca a un cirujano de renombre, frágil y extorsionable. La mala suerte le hace toparse con el padre de su antigua víctima.

Jonquet despliega todas sus herramientas en la construcción de una brillante novela negra con altas dosis de intriga y giros inesperados. Como ya dijo Cities en su reseña en Das Bücherregal, los personajes recuerdan y mucho a los de Patricia Highsmith, en el sentido de que son ciudadanos cotidianos que ocultan sus maldades a un mundo que no tiene por qué sospechar nada. Lafargue es una eminencia en el campo de la cirujía plástica y ha ayudado a miles de personas en su faceta pública, aunque al mismo tiempo no deje de ser un torturador tiránico de una malevolencia frívola. Eve trata de redimir su culpa y de proteger a quien ama mediante la aceptación de un castigo impuesto, mostrándose a la vez como una joven elegante y caprichosa que sabe disfrutar de los placeres de la vida sin pensar mucho. Alex Barny, el tercero en discordía, es un delincuente en potencia, pero conoce la amistad, la fraternidad masculina y el dolor de una madre. Todos son empáticos, todos son humanos y todos usan máscaras para enfrantarse al día a día.

A nivel técnico, lo más destacable de la novela tras la construcción de los personajes y la gestión de la intriga son dos cuestiones. La primera es el uso de un estilo elegante de doble filo, donde la mordacidad está a la vuelta de la esquina. La segunda es la interrelación tan magistral que realiza Jonquet entre los sucesos del pasado y los del presente. En este aspecto, la historia tiene mucho de thriller, con una narración particular basada en secuestros, ocultamiento de identidades, crímenes y la obligación de un padre de tomarse la justicia por su parte. Es digno de mención el uso de la segunda persona durante los saltos al pasado. La incomodidad que deja en el lector es grande. Uno se siente atrapado con el personaje del secuestrado; siente su odio, su miedo y también ese germinar casi enfermizo de Síndrome de Estocolmo que experimenta y que viene, cómo no, acompañado de un cierto Síndrome de Pigmalión en la figura del secuestrador. Un desdoble conceptual envolvente.
 
No he visto La piel que habito, pero por lo que puedo extraer del argumento en Wikipedia, la adaptación de Almodóvar parece ser bastante libre, por no decir que los puntos en común se cuentan con los dedos de una mano. Esto ocurre en abundancia dentro del mercado de los libros. No es ningún secreto que el mundo audiovisual dejó obsoleto al literario y que la búsqueda de ventas a través del filón del cine es aprovechada por muchas editoriales. La fajita de mi edición de Tarántula es modesta en comparación con otras que he visto por ahí. Muchos lectores potenciales llegan al libro a través de la película o la serie de televisión y está bien que así sea. Al menos el barco no se hunde. Le da alas al escritor, al traductor y a las editoriales. El libro no lo ha escrito el director manchego, pero recuerda mucho a su cine característico. Puedo comprender perfectamente que quedase maravillado tras su lectura y decidiera invertir tiempo y dinero en adaptarlo a la gran pantalla. Yo también lo habría hecho de haber podido.

PD. En la reseña de Das Bücherregal podréis encontrar links a otras opiniones serias sobre esta novela corta, así que me voy a escaquear de hacer ese trabajo hoy también.  Saludos y felices lecturas.



sábado, 14 de julio de 2018

Una noche con Sabrina Love, de Pedro Mairal



Sabrina Love es la actriz para adultos más importante de la Argentina del momento y del corazón del joven Daniel de 17 años. Con su propio programa nocturno en una cadena codificada, despliega sus encantos felinos y se pasea semidesnuda por el escenario, danza del jacuzzi a la cama y de la cama al jacuzzi, rodeada de falos y exuberantes mujeres de mirada lasciva. Daniel espera ansioso cada madrugada, con su señal de cable pirateada y el miembro erecto, ignora el cansancio de la agotadora jornada en el frigorífico de pollos donde trabaja y sonríe, mientras las escenas de felaciones y penetraciones que ya ha visto un millar de veces se suceden una y otra vez, para poder verla. Su devoción ha aumentado repentinamente tras la compra del boleto con el cual tiene la pequeña posibilidad de pasar una noche con ella. Cuando gana el concurso, no puede creérselo. Todo parece indicar que perderá la virginidad con la diosa de sus desvelos, aunque para ello tenga que viajar en el corto plazo de dos días y sin un duro en la cartera desde su lejano e inundado pueblucho de provincias a la capital del país.

Comienza aquí una novela de carretera, una novela de viajes que se va conjugando maravillosamente con todo el erotismo de una trama que va mucho más allá del mero relato de la iniciación sexual de un adolescente. Una noche con Sabrina Love nos habla de los primeros contactos sexuales reales entre Daniel y las mujeres, pero también de los sentimentales. Se nos muestra el desengaño de un adolescente frente a su primer coito, pero también una nueva ilusión. Las mujeres no son los seres mitológicos que el entramado pornográfico y las charlas de bar entre cuñados le habían dado a entender. Son reales; sienten, piensan y desean igual que los hombres. Una noche con Sabrina Love es una novela para comprender que el amor nada tiene que ver con la idealización del alma del otro, sino con el contacto ardiente de dos cuerpos en la fugacidad de la noche, con la comprensión y el crecimiento parejo en todos los niveles, con el dolor y la esperanza. Pero sobre todo con el sacrificio.

Daniel pasa una serie de periplos a lo largo de esta Bildungsroman argentina que nos recuerda a las batallas de los arcaicos héroes medievales, que hacían lo que fuera con tal de salvar a su doncella. Los obstáculos no son los mismos, pero el premio tampoco. Las crueldades modernas y la camaradería se enfrentan como fuerzas antagónicas a lo largo del viaje de Daniel, quien se ve obligado también a comportarse en ocasiones como todo un ladino. Le intentan robar unos soldados, le hacen saltar de una balsa con lo puesto, nadie quiere recogerlo por sus pintas. Y al mismo tiempo va labrándose la ayuda de la gente. Unos obreros le dan de comer y lo felicitan por su futuro debut sexual, un viejo y su perro acceden a llevarle hasta Buenos Aires, un par de vaqueros le dan parte de su cena y duermen junto a él para protegerlo de la maldad de los demás. 

Daniel finalmente completa su viaje, pero una vez en la gran ciudad, todo se complica. El mundo del porno puede ser muy oscuro para quienes trabajan en él y no suele tener piedad con la gente de afuera. Nuestro protagonista se queda en la calle bajo la promesa de que Sabrina lo atenderá en un par de noches y aquí, con la novela en punto muerto, comienza otra historia de verdadero descubrimiento. Surgen nuevos personajes con sus preocupaciones propias de las gentes de ciudad y el mundo de Daniel choca y se enriquece. Descubre que la homosexualidad no es nada temible y que él también puede ser objeto de deseo. Una chica muestra su interés por él, algo inaudito hasta el momento. Daniel entra en pánico y luego se muestra valiente. La reunión con Sabrina Love parece dejar de importar. Surge el dilema, el conflicto. Y este es conducido satisfactoriamente por Mairal hasta su final.

Cabe destacar de la prosa del argentino la maestría desplegada en los diálogos y el logrado ritmo de la narración. La lectura se hace ágil y enternecedora. Mairal no necesita parrafadas para describir las emociones y preocupaciones de los personajes. Emplea el "show, don't tell", pero en la medida justa. Y en este caso funciona con la suficiente solvencia como para enganchar al lector y no soltarlo hasta las últimas páginas. La novelita en sí es corta y deja muy buen sabor de boca.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.

Reseñas de otras obras de Pedro Mairal en esta esquina: La uruguaya


viernes, 25 de mayo de 2018

El asco, de Horacio Castellanos Moya




Antes de comenzar a dar detalles sobre la novela breve de no ficción que nos ocupa hoy debo tratar de ser humilde y aclararles que muy posiblemente no sea la persona más indicada para realizar esta serie de comentarios que vais a poder leer a continuación, quizás porque desconozco la obra de Bernhard, quizás porque es la primera pieza que cae en mis manos de literatura salvadoreña, ignoro la historia de dicho país y desde España estoy totalmente descontextualizado. No obstante, pienso que no es necesario cumplir ninguno de estos puntos para, llamémosle, disfrutar de una novela como El asco, cuyo personaje principal y sus sentimientos e ideología no es para nada endémico, sino todo lo contrario, aunque uno pueda compartirlos más o menos. Advertidos todos, seguimos.

Horacio Castellanos Moya asiste al funeral de la madre de un viejo amigo del instituto que lleva sin ver más de quince años. Cuando se produce el reencuentro, el hijo de la fallecida (un tal Edgardo Vega) le invita a echarse una cerveza una tarde para ponerse al día, aunque Moya sabe que solo hablará Edgardo y que su lamento se tornará nefasto e insoportable. Vega ha regresado tras más de una década en Canadá, no por el terrible acontecimiento, sino porque de su regreso dependía una herencia que quiere cobrar a toda costa. Odia El Salvador y a los salvadoreños, su gastronomía grasienta, su cerveza Pílsener, su desprecio de la cultura y las artes, su obcecación en la violencia, su admiración por el comunismo y el régimen militar, sus políticos corruptos, la claustrofóbica ciudad de San Salvador gobernada por auténticas mafias y la falta de higiene y educación en comparación con su querido Montreal. Bueno, no solo la tiene jurada contra El Salvador, también hay cosas en Montreal y en el resto del mundo que le ponen enfermo. De hecho, uno acaba teniendo la sensación de que a Edgardo todo (salvo quizás el whisky que el médico no le permite tomar y la puntualidad) le da un asco inmenso.

De ahí el acertado título de Castellanos Moya, porque la novelita solo nos presentará a un hombre asqueado de la vida y de todas sus maravillosas y decepcionantes posibilidades. Este personaje tiene algo de llamativo y de carismático para un escritor y como recurso no está mal, pero el hecho de haber centrado toda la novela en su única e inapelable voz consigue que uno acabe sintiendo asco hacia El asco. Las cien páginas de verborrea de Vega, mientras se hinca un whisky tras otro y Moya asiente, como si tomara notas mentales, acaban resultando algo cansinas y desagradables. Su odio se hace tan general que uno siente como va perdiendo valor con el avance del texto. La revelación final de que se ha cambiado el nombre por Thomas Bernhard, en un guiño metaliterario que solo a los fanáticos les interesaría y que parece un mero recurso de marketing para vender este librito fuera de su país, no me convence lo más mínimo. Los escasos momentos de acción final, donde se relatan las aventuras de una noche de fiesta del quejumbroso autoexiliado se sienten como llegados demasiado tarde.

Aun y con todo, la obra no me ha disgustado en líneas generales. Es entretenida y ofrece una figura de interés. Ahonda en la firme convicción de pertenecer al sitio equivocado que muchos hemos pasado en nuestra adolescencia. El problema quizás -y también la chicha de la historia- se da cuando observamos que claramente Vega no ha sabido confrontar este sentimiento de una manera sana y se deja entender que no lo confrontará nunca. Si detesta El Salvador tiene que autoimponerse el rechazo de todo lo que ha experimentado durante los primeros veinte años de su existencia. La visión queda algo infantil y, aunque es perfectamente verosímil, deja de ser interesante por esto mismo. Posiblemente hay obras mejores de Castellanos Moya. Quiero pensar en que tiene que haberlas si David Pérez Vega recomienda al autor. Tenéis una reseña de El asco recién salida del horno en La medicina de Tongoy. Tiene ese toque de indignación hiriente tan particular de don Carlos en el que acusa a Castellanos Moya de plagiar sin mucho tino a Bernhard, de no tener amor propio, de ser un aprovechado y todas esas cosas. Como avisé al inicio, no estoy capacitado todavía para opinar así en este caso particular, pero no me parece mal presentaros una visión tan acérrimamente defendida para que los más expertos juzguen por sí mismos.


miércoles, 28 de marzo de 2018

La pequeña pasión, de Pilar Pedraza



Mucho antes de la llegada de Freud ya se había hablado del ser humano como ese animal que lucha consigo mismo por ocultar/reprimir una serie de impulsos que considera grotescos y que no encuentran cabida en la sociedad moderna. No hablo ya de la máscara de lo políticamente correcto, que en su superficie intenta liberarnos de nuestros prejuicios con un lenguaje y una forma de actuar que en muchos casos se torna artificiosa y que suele secundarse en pos sólo de agradar a quién tenemos enfrente. Pilar Pedraza en esta breve, pero sólida, novela va mucho más allá de todo esto y nos plantea un problema que se vincula directamente con los conceptos nietzscheanos de eros y thanatos, el sexo y la muerte, que nos conducen a una determinada conducta instintiva a través de la cual aparecerían todo un conjunto de sensaciones y sentimientos que transitan desde el amor al miedo, pasando por el asco o la tristeza. La protagonista de La pequeña pasión lucha para no sucumbir a estos instintos, pero no niega la tremenda atracción que le provocan ideas tan mórbidas como su propio deseo de sufrir o de morir y esto le crea un complicadísimo dilema porque al mismo tiempo no desea aquello que le atrae o no quiere desearlo por no considerarlo correcto. Con ella vendrá una culpa autoimpuesta que habrá de fustigar -y deleitar (o elevar)- su alma a lo largo de las ciento y pico páginas que tiene esta edición de Tusquets. Hay aquí, al igual que en Paisaje con reptiles, una retórica sadomasoquista construída en base a símbolos muy claros y desvinculados de lo estrictamente sexual que le aporta un tono trascendental, aunque bien llevado, a una narración que roza lo deprimente por su lenguaje sin tapujos que saca toda la cloaca interior del ser humano.

Nuestra protagonista es una historiadora que pasa por un momento crucial en su vida, en el que sólo puede dejarse llevar y experimentar las sensaciones del futuro reciente y truculento que le tocará vivir. Su situación durante toda la novela dependerá en buena medida de tres hombres muy distintos y con los cuales guarda relaciones en las cuales el amor se ve expresado de maneras muy dispares. Por un lado está su marido (Gabriel), médico aficionado a las motos que la engaña con una tal Marina. La historiadora no parece tener nada en común con él en este momento vital, pero la llama de la pasión de hace años (¿o será la simple costumbre?) sigue latente en ella. Se trata de una relación posesiva en la que ella lo quiere para sí al completo, él cree que puede hacer lo que le dé la real gana y ninguno de los dos tiene pinta de querer dar su brazo a torcer. Gabriel sabe que hay algo mal con su mujer y se siente atraído y repelido por el abismo que encuentra en ella.

El segundo hombre es un escultor amigo de la historiadora que muestra mayores impulsos hacia la muerte que el resto de los personajes. Tras presionarse durante años para convertirse en un gran maestro de su arte, su fracaso como escultor sin reconocimiento alguno y su soledad lo han llevado a desarrollar una serie de conductas suicidas. En otras palabras, ha superado los mismos miedos que tanto atraen a la historiadora y se ha cortado las venas para luego volver a la vida -bebiendo su propia sangre- cansado de la autoexigencia del mundo actual. Es por esto admirado por ella, quién busca un nuevo mentor en el camino ante la inevitable muerte de Partenio.

Partenio es, pues, nuestro tercer hombre. Maestro de la infancia de la historiadora, le enseñó la fugacidad de la vital y la brutalidad de la misma, le desprendió de toda aprensión a la muerte y a lo depravado y la acercó a un mundo mucho más abierto, pero también por lo mismo mucho menos ingenuo. Partenio había elegido rodearse de la fealdad y lo incomprendido para desarrollar su propia visión de la estética del cosmos y eso le habría llevado a convertirse en una especie de profeta en estos temas para la joven historiadora. 

La pasión de ella hacia los tres, tan distintos y con dilemas tan cercanos al mismo tiempo, estructura esta novela de Pedraza, constituyéndola toda una delicia, donde queda reflejada esa búsqueda y a la vez huida del abismo que somos nosotros mismos y que se encuentra proyectado en los demás de unas formas u otras. El estilo lírico cargado de metáforas y símbolos no hace sino mejorar un texto que podría haber caído en el cliché, pero que ha sabido sobreponerse y que, sin duda, ofrecerá una experiencia muy placentera a un tipo de lector muy concreto, al que le guste reflexionar estos temas que no destacan precisamente por ser muy alegres. Tenéis otra reseña en Letras en tinta, donde se centran en más aspectos de la novela que yo no he tratado aquí.

Más reseñas de obras de Pilar Pedraza en esta esquina: Paisaje con reptiles


domingo, 21 de enero de 2018

Paisaje con reptiles, de Pilar Pedraza





Alicia es una pintora aficionada que aspira a convertirse en una gran artista y que está casada con Julius, un ingeniero mucho mayor que ella. Ambos se trasladan a vivir desde España a un remotísimo y diminuto archipiélago en medio de un océano tintado de negro por el escape de una planta de extracción petrolífera. Mientras que Julius y su equipo tratan con desesperación de encontrar la intrincada forma de contener la mancha, que parece crecer más y más a pesar de sus esfuerzos, Alicia intenta no aburrirse merodeando por los turbios espacios de la isla en busca de la inspiración que le permita continuar con su obra. En uno de sus paseos, la pintora conoce a Amara, Seffira Touissant y a un grupo de niños que disfrutan sacando tortugas milenarias del mar para luego descuartizarlas y llevarse el enorme caparazón a casa como trofeo. Las tripas del reptil, marcas del sacrificio, quedan al sol de la tarde y sirven de símbolo de la crueldad y de la fuerte tendencia a la destrucción que tienen los seres humanos, así como del placer que encuentran en esta, que a diferencia de los adultos, no disimulan sentir los niños.

De hecho, una parte importante de la novela se centra en esta idea de la destrucción de los demás, la de uno mismo y el placer estético que puede hallarse en ello. Pedraza desarrolla aquí un pensamiento sadomasoquista en el sentido metafórico con el que trata de hablarnos de la bestialidad del ser humano, que con toda su civilización y todo su progreso, no deja de ser un animal salvaje que lucha por sobrevivir a través del sexo y del poder. La mancha de petróleo es una constante en toda la novela y sirve para apoyar estas ideas sobre la destrucción del hombre por el hombre y del mundo por el hombre y de la necesidad que tenemos de justificar absurdamente esa destrucción. Julius se ve comprometido por Alicia, que no quiere estar allí, e incluso enferma impotente por enfrentarse a la oscuridad de la mancha sin una convicción verdadera y sin ninguna posibilidad de victoria. Su evolución progresiva hacia la locura a lo largo de la trama está muy bien construida y lo convierte en un auténtico monstruo de novela de terror con escenas memorables y muy cinematográficas. Pedraza compone capítulos impresionantes en los que cada palabra se siente medida y se ajusta a la perfección a las sensaciones que busca transmitir.

Pero la evolución de Julius es sólo la punta del iceberg y sirve de muestra para dar un paso más allá: explicar los toscos comportamientos y la apariencia marina de los isleños, que habrían llevado toda su vida allí, bajo el influjo enloquecedor de la mancha y la mirada vidriosa de las tortugas. Al principio Alicia no encuentra demasiado extraños a los indígenas y siente por ellos más curiosidad que miedo, pero a medida que va avanzando la historia comprende que corre el riesgo de contegiarse de su animadversión, su miseria y su hambre de violencia. También hay que decir que Alicia no es una chica común, sino que se siente una estrafalaria artista que adora el sexo masoquista, cree en sirenas, adopta un mono y va a visitar a adivinos. Lo cierto, es cada nuevo descubrimiento que hacemos tanto de Alicia como de la isla y de los otros personajes consigue que la atmósfera adquiera tintes cada vez más enrarecidos. Diría que tiene hasta cierto aire weird, que no le va a convencer a todo el mundo, pero que a mí, por lo menos, me ha enamorado. Estos descubrimientos están muy bien dispuestos y controlados para generar una intriga en torno a una serie de misterios que parecen no resolverse nunca. La isla se convierte en un lugar maldito y sus aldeanos danzan sobre ella con las caras pintas de enfermedad y podredumbre. El ambiente dominado por los prejuicios y por cierta reminiscencia sobrenatural recuerda, salvando las distancias, a la Comala de Pedro Páramo. Sin duda, repetiré con la autora en el futuro. Bastante recomendable si tienes buen estómago, ya que algunas escenas pueden llegar a herir sensibilidades. Tenéis otra reseña en Un libro al día (con quienes coincido de manera general; se centran en desarrollar otros aspectos muy interesantes de la novela, por lo que os la recomiendo).

Más reseñas de obras de Pilar Pedraza en esta esquina: La pequeña pasión,


viernes, 13 de octubre de 2017

Una pantera en el sótano, de Amos Oz




Jerusalem, 1947. Profi es un niño judío hijo de padres inmigrantes que se han asentado en la ciudad santa con la promesa de los Aliados de que la creación de un estado hebreo es inminente. Sin embargo, la retirada de las tropas inglesas del Protectorado de Palestina está tardando más de lo esperado, lo que lleva a los judíos allí afincados a organizarse en pequeños grupos de guerrillas que se dedican a sabotear al ejército inglés en la medida de lo posible. Como si no fuera suficiente el problema, los árabes autóctonos de la región ven amenazadas sus tierras y sus vidas, por lo que asistimos a un conflicto triple. En medio de todo este berenjenal, Profi crea con sus amigos un equipo de resistencia hebreo. Sin embargo, cuando en su vida aparece el joven sargento Dunlop la trama se tuerce, los prejuicios comienzan a desaparecer y los pilares patrióticos se resquebrajan hasta el punto de ser acusado de traición por sus amigos, familiares y camaradas.

La historia es narrada por el propio Profi, pero muchos años después, por lo que el retorno a los hechos de la infancia del narrador no se produce desde la fingida inocencia del niño, sino desde la madurez del adulto. Esto le permite implementar diversos saltos temporales, así como introducir reflexiones más sesudas y justificar, reorganizar y suprimir algunos actos que habría realizado como niño, dándonos la impresión de que el Profi niño era mucho más sensato e inteligente de lo que posiblemente habría sido. Este juego de edad que fuerza el narrador funciona muy bien dentro de la novela porque rompe con la figura típica del narrador infantil, anclado a una sintaxis y a una temática no demasiado elaborada para resultar verosímil, y que puede gustar un rato, pero que pasado determinado número de páginas se vuelve irremediablemente tedioso para cualquiera.

Amos Oz coje y desarrolla la tradición hebreica del Antiguo Testamento y, mediante la cita constante, intenta trasladar sus enseñanzas a las situaciones de la vida que le toca vivir al pequeño Profi, "un judío de la tierra de Israel" que, gracias al discurso paterno, siente el deber de protegerse a sí mismo y a los suyos de los invasores de la pérfida Albión, como ya se habrían protegido los judíos de todas las invasiones históricas que les tocaron. Sin embargo, cuando descubra que existen personas honorables en ambos bandos Profi se alejará del cómodo margen del prejuicio y entrará de pleno en  el dilema del patriotismo, sintiendo como sus ideas se desmoronan dentro de él y le hacen sentir culpable. Para él y para sus allegados se convertirá en un traidor por aproximarse al enemigo. Él lo justificará creando la fantasía de que en realidad sus conversaciones con Dunlop pueden servir como prácticas de espionaje para obtener información, lo que le llevará a sentirse traidor nuevamente para con el sargento, que lo trata con un respeto y un cariño al que no está acostumbrado. Convertido así en un doble traidor, Profi entiende que sus traiciones resultarán las experiencias más enriquecedoras que podría tener, pues estudiando diferentes perspectivas del mundo podrá elegir como construir su propio camino, entendiendo que éste va mucho más allá que la ideología adscrita a cualquier concepto de patria. En este sentido la novela de Oz constituye un ataque elaborado y sútil al patriotismo, otorgando más importancia a la vida de los individuos que a las diferencias étnicas, idiomáticas y territoriales. Persiste la identidad y la integridad como persona individual sobre la pertenencia a un grupo u otro, una cuestión que a algunos les parecerá obvia, pero a otros no tanto. Otros temas e ideas presentes en Una pantera en el sótano y que casi me voy a limitar a mencionar por falta de tiempo son: el amor por los libros, la primeras inquietudes sexuales de la pubertad, las películas hollywoodienses de los 1940s y su universo de actores y actrices todavía en blanco y negro, el despotismo fascista -que puede apreciarse en el discurso de Yardena sobre los mecanismos de su hermano para manipular a sus amigos-, el deber de prestar ayuda a cualquier ser humano, la capacidad para perdonar grandes afrentas y así vivir en paz con uno mismo, etc.

En definitiva, un libro bastante recomendable sobre todo por las ideas presentes en él -muy a flor de piel ahora con todo el barullo mediático de Cataluña y la democracia española- y alguna que otra escena especialmente enternecedora que empatiza excelentemente con el lector y que le da muchísima fuerza. Los personajes están bastante bien construidos y se sienten simbólicamente muy vivos. El nivel intertextual es también una maravilla, con una complejidad camuflada que consigue que puedas leerlo sin problemas si ignoras las referencias, pero que te aportará mucho más si vuelves a él una vez las tengas. Podéis encontrar más reseñas en Un libro al día (a quienes agradezco haberme descubierto el libro) y en La brújula literaria (de una brillante lucidez, si se me permite decirlo).

Más reseñas de obras de Amos Oz en esta esquina: La bicicleta de Sumji,Conocer a una mujer, Queridos fanáticos, La caja negra



sábado, 24 de octubre de 2015

Entrevistas breves con hombres repulsivos, de David Foster Wallace


¿Qué importancia puede llegar a tener un título? En poesía suele despreciarse muchas veces la elección de unas palabras que sirvan para definir las ideas centrales del poema que el poeta concluye y que rotulen la primera página y el encabezado del texto. No sucede así en prosa, donde, por tradición más que nada, por llamar de algún modo la atención del posible lector que ve el tomo en el escaparate, ocurre siempre (o casi siempre) lo contrario: el título se vuelve necesario si se quiere un reclamo mayor. Algunos autores ponen cualquier cosa con tal de llamar la atención, aunque no tenga nada que ver con el texto que contiene, mientras suena bien poderoso. Por ejemplo, recuerdo ahora la novelita esta de Ryu Murakami que se llamaba Azul casi transparente y que lo mismo se podía haber llamado Oscuro por la mañana o Amanecer de lisergia o Cuando la fiesta termina o veinte mil cosas más que vendrían a dar una idea más aproximada de la novela. No sé cómo sonarán mis propuestas en japonés, pero en español, contando que se me han ocurrido en 0,34 segundos, no me parecen demasiado malas. Hay autores que se pasan el surrealismo por sus partes íntimas y lejos de comerse la cabeza y buscar nombres poéticos les ponen a sus obras los de sus protagonistas. De estos se puede decir que hicieron una escuela que pervive hasta hoy: Madame Bovary, Tristan Shandy, Don Quijote, Anna Karenina, Martín Zarza, etc. Es una buena forma de solventar el problema del nombre, pero tampoco ayuda mucho al texto de dentro. Es decir, en Tristam Shandy sabes que hay un tal Tristan Shandy que es muy importante para la narración, pero antes de abrir el libro –si nadie te ha hablado sobre él- tu conocimiento es nulo. Tristan Shandy lo mismo puede ser un negrero, que un asesino en serie, que el difunto rey de Inglaterra. No es que el título de esta recopilación de textos de Foster Wallace sea muy preciso, pero al menos quedas avisado de que lo que vas a encontrarte no es muy agradable, precisamente. Se te advierte de la repugnancia de unos personajes que irán apareciendo en textos, para Wallace, breves, para mí en exceso largos y tediosos muchas veces, observación en la que profundizaremos más abajo.

¿Qué pretende Foster Wallace con esto? ¿Qué es lo repulsivo? ¿Por qué me arrepiento de no haber tirado el libro al final del quinto, llamémosle, cuento y haberlo acabado? Uno siempre tiene autores que le disgusta y tiendo a pensar que el talento, porque tiene talento y a veces deja perlitas, de este hombre ha tendido a ser sobrevalorado. Sólo puedo hablar desde lo que he leído en este libro, sorprendentemente irregular, donde mezcla composiciones muy buenas con otras (la mayor parte) que agotan la paciencia del lector y lo llevan de la mano a la categoría de lo infumable. Para Wallace lo repulsivo no se fundamenta sólo en describir escenas asquerosas del tipo Generación X y Realismo Sucio Norteamericano, sino en recrearse una y otra vez en lo sucio de lo mismo, no sé si para herir sensibilidades o por puro postureo de pugna con Irvine Welsh, Palahniuk y compañía por ver quién gana alguna especie de premio entre ellos al más desagradable. Y no es tanto el asco que llega a despertar en mí escenas como la del cuento del padre que le refriega la verga en la cara a su hijo pequeño cuando éste ve los dibujos en la televisión, sino la búsqueda de encerrarse en banda en esa repugnancia y en el trauma (porque parece que no hay un personaje psicológicamente limpio en Entrevistas breves) que deja en sus protagonistas. Casi parece que quiere traspasar ese trauma a nosotros, los lectores. Y a veces, al principio, cuando aún el lector no lo ha calado, consigue impactar mucho, sobre todo en sus composiciones más breves, aprovechando el principio poético de Poe, pero después se vuelve tedioso y frío porque todo lo escrito se basa en el puro y simple morbo, sin existir ningún tipo de trama interesante detrás. Sus personajes se vuelven maniqueos y uno se acostumbra a las escenas de sexo tanto que llega un punto en el acaba por saltárselas. Tengo que reconocer que me he saltado parte del texto por impaciencia ante lo infumable y lo reiterativo. Foster Wallace quiere dárselas de posmoderno, o lo que él diga que es, o lo que digan de él que es y él acepte orgulloso, pero sus temas no siempre son tan recientes y el gusto por escribir de forma tan compleja, con frases enormes que resultan tediosas insisto, y un fuerte carácter matemático de fondo no tiene ninguna razón ser. Tiendo a pensar que trata de impresionar y no aporta nada cuando escribe:

“El epicleto de peluche hensoniano Ovidio el Obtuso, cronista recontrado para el intercambio de entrenamiento transhumano por todo el país a través de organismos de bajo coste, mitologiza los orígenes del doble fantasmagórico que aparece siempre como una sombra detrás de las figuras humanas en las franjas de las emisiones UHF, tal como sigue:
Había una vez, Antes del Cable, un sabio & astuto ejecutivo de programación llamado Agon M. Nar Aquel Agon M. Nar era reverenciado de un lado a otro de la cuenca fluorescente de la California medieval por la astuta sabiduría & cojones […]”

Quiero detenerme aquí, en cojones; sí, porque hay que tener cojones, grandes y gordos, para escribir esto, publicarlo y que la gente te alabe por ello. ¡Bravo, David! La escuela de Sci-fy norteamericana te tiene en estima por estas obtusas, hensonianas y sabias palabras. Quizás me esté pasando, pero no puedo respetar a quien no me respeta como lector. A ver, me explico, que más de uno ahora mismo querrá matarme. ¿Qué es para mí no respetar a un lector? Tiendo a pensar muchas veces que un lector es como un ligue que hay que conquistar con la verborrea, con el buen uso de la verborrea. Cuando Foster Wallace deja a medias un relato interesante para no completarlo y en su lugar (palabra) me planta el bosquejo que ha hecho en poco más de un cuarto de hora, me siento, cómo decirlo, ofendido y decepcionado, porque estoy leyendo a alguien que no parece querer trabajar, que se siente orgulloso de plantarte cualquier basura inacabada en la cara, que se cree que así rompe con una tradición megalítica llenándose el pecho de ego y los bolsillos de dinero. En el buen arte no todo vale, porque si todo valiera que tratásemos de establecer jerarquías resultaría absurdo y todos los consumidores de arte establecemos unas jerarquías funcionales sobre lo que nos parece mejor y lo que nos parece peor, lo que es difícil de hacer y por tanto admirable y lo que se hace en veinte minutos con poco tino. Me decepcionó especialmente ese relato, porque era de lo poco que me estaba gustando verdaderamente de la obra, a pesar de su carácter obsesivo en recrear lo asqueroso de las felaciones a miembros viriles enfermizos, y esa decisión brusca, esa salida de tono en aras de hacerse el listillo, lo destroza por completo.

Por otro lado, hay composiciones muy buenas (la mitad de las breves y poco más; me niego a intentar salvar cualquier otra cosa) que desmienten todo intento de escapar de la mediocridad en su bloqueo estilístico en banda y poco sólido. Principalmente me ha gustado mucho En lo alto para siempre, la primera versión de El diablo es un hombre ocupado, alguno de los acertijos pop, el cuento del padre en su lecho de muerte cuyo nombre por largo no recuerdo y alguna que otra entrevista repulsiva. Del resto ya he hablado, si de por mí fuera lo echaba a hoguera. Muchos se encierran en esferas concéntricas sobre sí mismos y se prolongan hasta resultar tediosos, insulsos, ignorables. Muchas veces las frases tan enormemente largas y con términos tan abstractos consiguen que las palabras se queden en un mero bla, bla, bla. Las ideas no llegan, sólo su aliento desagradable. Todo lo demás cojea. 

Podéis encontrar más reseñas de Entrevistas breves con hombres repulsivos en Un libro al día (donde lo colocan también como un reto para la paciencia del lector, pero extraen conclusiones más positivas que un servidor),  Galletas Chinas (donde, a pesar de dejarles un sabor de boca agridulce, le van a dar -eso dicen- otra oportunidad) y Octaedro (donde encontraréis una valoración mucho más positiva, en la que defiende el buen uso de algunos elementos como la ruptura con la cuarta pared -ya lo hacía Pirandello- y el rollete pseudofilosófico de Wallace -mucho mejor incrustado el de Lem-).

Reseñas de otras obras que os podrían interesar:

Azul casi transparente, de Ryu Murakami

Personajes desesperados, de Paula Fox