Ya lo comentábamos en la reseña de Trenes rigurosamente vigilados, un libro genial de un escritor no garantiza que otro del mismo llegue a su altura. Los siete cuentos aquí recogidos se quedan bastante por debajo de las expectativas despertadas, lo cual no quiere decir que sean malos del todo. Nada de eso; de esos siete, al menos dos, me han parecido especialmente buenos, casi perfectos. En todos ellos se sigue manteniendo algunos elementos de la escritura de Hrabal que ya vimos en Trenes rigurosamente vigilados: el erotismo, el onirismo, el humor negro, el barroquismo con frases largas llenas de imágenes y la capacidad increíble para detener el tiempo y matizar detalles que tanto me había asombrado. Si hay una mayor inconsistencia en estos cuentos que en Trenes rigurosamente vigilados se debe sobre todo a una mayor experimentación formal. Experimentar conlleva riesgos y aquí triunfa dos veces, consigue medianamente salir del paso en otras cuatro y no llega a rematar la faena en el último cuento.
Buhomil Hrabal nos propone en Anuncio una casa donde ya no quiero vivir un microuniverso devastado por la Segunda Guerra Mundial donde las historias que se narran comparten personajes tan cotidianos como extravagantes (un obrero que trabaja, una anciana que llora por la orden soviética de derribar una iglesia, una presa política que mira lúbricamente a violador con la condicional, un guardia que encuentra una estampa con un ángel entre la basura y se queda embelesado, un filósofo que busca chatarra, un escultor que se muere de hambre, un músico que mata a otro porque le molesta para tocar bien, un voluntario de las Fuerzas del Orden Público, un hombre apellidado Kafka que describe todo lo que ve,…). En este marco espacio-temporal (alguna ciudad checa en el año 1950), cuando Checoslovaquia se halla ya bajo indirecto dominio soviético, Hrabal despliega una honda crítica que destapa todos los males provocados por el nuevo régimen y que sufren las distintas clases sociales de su país: se puede respirar en sus páginas el miedo a la muerte de los personajes y la crítica al absurdo supremo de la vida misma. Basta con leer el título del primer cuento (Kafkiana) y su inicio para entender bien esto:
“Cada mañana mi casero entra de puntillas en mi habitación; oigo sus pasos. Y mi habitación es tan larga que podría ir de la puerta a mi cama en bicicleta y merecería la pena. Mi casero se inclina sobre mí, se gira, hace señales a alguien que está en la puerta y dice:
-El señor Kafka está aquí.
Y por tres veces apunta al aire con el dedo y vuelve a salir, y lentamente se dirige a la puerta donde sin duda la casera le entrega una bandeja metálica con un bollo y una taza de té, y mi casero me lo trae, y como le tiemblan las manos la taza da saltitos en la bandeja. A veces, tras un despertar semejante, pienso qué sucedería si mi casero, cuando así se despierta, dijese que no estoy ahí. Me asustaría muchísimo, porque llevan ya varios años practicando este modo de anunciarse, en recuerdo de aquella primera semana en que cada día me traían el desayuno y yo no estaba en la cama.”
El Kafka que habla es un Kafka ficticio, el auténtico Kafka muere muchos años antes que la fecha en la que sitúa Hrabal sus historias. ¿Por qué aparece como personaje? ¿Por qué dice que desaparece una semana para luego volver a aparecer? ¿Por qué durante este cuento se limita a describir todo lo que ve y a espantarse? ¿Por qué en cierto momento una tabernera le dice que ella también es hija de un tal Kafka y un puñado de personas más tienen el mismo apellido? Hrabal emplea este cuento-puerta para poner de manifiesto el absurdo de la época, pero no será hasta los cuentos siguientes cuando comience la sarta de críticas mordaces contra la opresión soviética.
Los que siguen a Kafkiana son Qué gente tan rara y El ángel, que tienen un poco más de calidad narrativa y que se sitúan ambos en la fábrica de una cárcel de mujeres de esa misma ciudad. Allí Hrabal muestra las condiciones en las que trabajan las presas y los obreros, que son pésimas, tanto laborales como humanas. En Qué gente tan rara un grupo de técnicos se niega a trabajar porque aspira a un aumento, esperando que el sindicato comunista se ponga de su parte, al mismo tiempo que una compañía cinematográfica de propaganda acude a la fábrica para grabar un falso documental en el que los trabajadores deben de animar a los norcoreanos en su guerra civil, algo que a todos los que allí trabajan les trae sin cuidado. El contraste irónico de no tener para vivir medianamente en la dignidad y trabajar horas y horas construyendo armas que serán usadas en países extranjeros y encima tener que alegrarse uno de esto por imposición esta bastante bien hecho, a pesar de que hay en el relato diversos elementos que parecen estorbar demasiado y nos alejan de esta idea central. En El ángel se crítica el abandono de EEUU de Checoslovaquia y las consecuencias que ello trajo. En él se trata el tema de la esperanza y la fe que no se pierde y de cómo llegar a ser feliz en la adversidad.
Lingote y lingotes es el cuento principal, donde se pronuncia la frase que da título al libro y hace crecer el contexto de forma que al acabar llegamos a comprender perfectamente su significado. Y aunque en él hay giros argumentales asombrosos e intentar explicarlo sería revelar demasiada información sólo diré que comienza con el encuentro de un ex presidiario (violador) con una borracha. La cuestión crítica cobra aquí una dimensión enorme: se critica la industrialización tóxica de la Checoslovaquia de posguerra, la degradación de los intelectuales que han pasado a recoger chatarra, la brutalidad de un tiempo donde la ley no cuenta con efectivos para hacer cumplir las múltiples normas nuevas, el trato dado por los nazis y los reclusos durante la Segunda Guerra Mundial a los presos políticos, la pasividad de los ricos para ayudar a otras personas y mejorar el mundo, la automutilación del capital material para hacer lingotes,… En Lingote y lingotes también se aprecia el miedo a una posible guerra atómica entre superpotencias y se habla sutilmente de la revalorización de la figura del judío en Chequia tras la guerra.
Los dos cuentos siguientes tratan del mismo tema, el arte, aunque La traición de los espejos me parece mucho más consistente que la fanfarria de El tambor roto. En la primera, mediante composiciones en paralelo se critica la situación penosa de los artistas y el poco valor que tiene éste para la élite comunista. Se nos muestra por un lado el derrumbe de una antiquísima iglesia delante de sus escasos fieles y el almacenamiento de cuadros en el sótano de una galería tras el duro trabajo de sus pintores. Hrabal recurre aquí a imágenes demoledoras como obreros sosteniendo los ojos de santos o esculturas de artistas que se ahorcan. De El tambor roto, por el contrario, lo más destacable quizás sea su especie de búsqueda de la oralidad. Trata de la gente que se mata por el arte porque ya no les queda otra cosa por que matarse. Es profundamente satírico.
El último cuento (Hermosa Poldi) es el que conecta el primero con todos los demás, siendo también el más experimental y el más difícil de todos. Sirve de resumen de todas las ideas principales y es con diferencia el que menos me ha gustado.
Podéis encontrar más reseñas de Anuncio una casa donde ya no quiero vivir en Un libro al día (donde la reseñista destaca por no decir absolutamente nada interesante y demostrar que muy bien no se ha leído el libro) y La Biblioteca del Asterión (donde Guillermo casi me hace una apología de Marx, Nietzche y Kundera y se olvida del todo del libro). Lamento no haber encontrado nada mejor esta vez.
Reseñas de otras obras de Hrabal en esta esquina: Trenes rigurosamente vigilados, Clases de baile para mayores,
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