1928. Revell, un joven estudiante de Oxford que ha escrito una novelita de género negro, es reclamado por el nuevo rector de su antiguo instituto para investigar la extraña muerte, aparentemente accidental, de un muchacho apellidado Marshall. Sorprendido por la enigmática carta, decide volver a la institución que habitó en un pasado. Una vez allí, y a pesar del peculiar comportamiento de todos, no le queda más remedio que marcharse. Simplemente, no hay pruebas que permitan siquiera sospechar de que se haya cometido un crimen. Pocos meses después, el hermano del primer Marshall aparece con el cráneo reventado en la piscina del centro.
A partir de aquí comenzará una novela negra donde todo apunta a que se ha cometido, al menos, un asesinato, pero no hay formas de encontrar pruebas. Estas son inexistentes. Sin embargo, Revell está convencido de poder encontrar a un culpable. De esta forma, la obra nos llenará páginas y páginas sobre posibles teorías que se irán resquebrajando a medida que la información se desvele. Sin la certeza del crimen, cualquier explicación puede ser válida, y el rector opta por la que menos puede afectar a la reputación de su centro: un accidente o, como mucho, un suicidio.
Sin embargo, a pesar de todo el juego que se plantea y la inclusión de tantos personajes, la novela se vuelve predecible por momentos y el final no es como para tirar cohetes. Las pistas que va dejando Hilton a lo largo de la historia, ya sean seguidas por Revell o no, son más que suficientes para que los lectores se anticipen. Generan una expectativa que sitúa a un buen lector a dos o tres giros de la trama por delante del investigador. En otras palabras, la trama, sin dejar de ser sólida, no es novedosa ni excesivamente creativa.
Lo mejor de la historia es, a todas luces, los diálogos entre Revell y el detective de Scotland Yard, Guthrie. A través de ellos se nos permite visualizar cómo Revell está a años luz de un verdadero investigador. Y esto nos hace dudar de la pericia y la fiabilidad de nuestro protagonista. Él no es un experto ni su camino tiene por qué ser el indicado. De hecho, no para de errar planteamiento tras planteamiento. Se deja guiar por sus sentimientos y su intuición, y esta no parece estar a la altura. Señala rápidamente a un culpable, aunque todo esto sea también una táctica del autor, que tiene como objetivo cambiarnos el escenario en el último momento. Mientras tanto, Guthrie sabe jugar sus cartas y actúa como una sombra, amparándose en Revell y colaborando con él, al tiempo que no revela sus auténticas sospechas.
Por otro lado, se nota que la novela está escrita con mimo. Pretende imitar a los grandes clásicos de la narrativa negra de su tiempo y transitar a un estilo propio. Por ello, es lógico también encontrarla en esta colección. Sin embargo, en comparación con otras obras de misterio de esta época se queda un peldaño por debajo.
Lean mucho, coman con moderación y namasté.
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