miércoles, 1 de abril de 2020

Belarmino y Apolonio, de Ramón Pérez de Ayala




Si alguna vez se han preguntado cuál era esa novela que relataba las desventuras de dos zapateros, uno filósofo y el otro dramaturgo, que en algún momento de su paso por el instituto le habrán comentado sus profesores, que sepan que esa novela es la que reseñamos hoy. Belarmino y Apolonio está considerada por la crítica como la obra capital del novecentista Ramón Pérez de Ayala, que pone fin a su etapa simbolista y pesimista y que abre el camino de sus obras más notables, cargadas de un realismo histriónico que roza el absurdismo y reside en el humor, estando en consonancia con las obras referentes de la Europa de su tiempo. 

Toda la historia comienza cuando el narrador conoce en una fonda de Madrid a un extraño personaje, un cura de disparatado nombre compuesto y poderosa atracción, a pesar de su grosería en la mesa. El narrador no tarda en labrarse su amistad y Pedro Guillén Lope Eurípides decide contarle su historia con todo lujo de peros y señales. A partir de él descubriremos a dos seres increíbles, su padre y el rival de este. 

El primero de ellos es Apolonio, el hijo del mayordomo de una finca de nobles que rehúsa convertirse en religioso o estudiar ingeniería porque a él lo que le apasionan son los versos y no puede literalmente más que expresarse bajo las normas de la métrica. Según él, si no hay una escuela de dramaturgia en Santiago de Compostela, al menos habrá una de zapatería y así fue cómo se labró a sí mismo como un exquisito zapatero. No obstante, la muerte de su señor lo lleva a depender de su prima, una marquesa poderosa y atrevida que trata a su servicio como si fueran seres de su propiedad. Esta marquesa consigue colocar a Apolonio en una nueva zapatería en la mítica Rúa Ruera de la mítica y pequeña localidad de Pilares, donde competirá con Belarmino, quien pronto, ahogado de deudas, tendrá que cerrar su puesto y aceptar a regañadientes la ayuda de la Iglesia y de los marqueses de Niera, ricos devotos que buscan por todos los medios salvar su alma, creyendo que en el cielo hay diferentes estratos y que ellos han pagado por butacas de primera clase. 

Belarmino es también un tanto peculiar, hasta el punto de que los lugareños no saben si tildarlo de loco o de sabio. Creador de un lenguaje propio que solo él comprende y que identifica con el buen hacer de la auténtica filosofía, dedica la mayor parte de su tiempo, descuidando la zapatería, a cavilar sobre todo tipo de metáforas con el fin de explicarse a sí mismo la complejidad del mundo. Solo escapa de ese lenguaje cuando la ordinaria de su mujer le reprende o cuando busca expresar amor por su "hija". Pongo a esta "hija" entre comillas, pues no queda claro en toda la obra si Angustias es la hija de sangre de Belarmino, ya que él mismo da a entender primero que no, su mujer sospecha que sí y al final de la obra hay una intervención de Belarmino que parece indicarnos que si quizás no es su hija, al menos la quiere como tal. 

Esto me lleva a hablar del cuarto personaje en disputa: Angustias. Esta chica actúa como la enamorada de don Guillén, el cura, aunque lo hace antes de que este llegue a aceptar el sacerdocio. El caso es que por designios del destino, los amantes dispuestos a fugarse acaban separados y la pobre Angustias se convierte en algo parecido a una prostituta, aunque tampoco se deja del todo claro, para poder sobrevivir en la capital de España.

Mientras todo esto ocurre se produce el jugo de la novela, la rivalidad acérrima entre Belarmino y Apolonio. Mientras Belarmino comprende que el fracaso de su negocio se debe al nuevo zapatero, decide no despreciar a este ni a su hijo y se concentra en su pasión filosófica. Esto le lleva a que toda clase de ilustres personajes se reúnan para oírlo hablar de todo tipo de cosas sin que nada se le entienda. La intelectualidad se divide entre los que opinan que Belarmino es el sabio del mañana y los que piensan que es un majadero. Hay incluso una facción intermedia que cree que Belarmino emite enunciados con coherencia en un discurso doblemente sustitutivo, pero que estos enunciados no son más que broza, es decir, no existe ninguna genialidad tras ellos. Así y con todo, esta situación no puede evitar poner celoso al fracasado dramaturgo. Apolonio despreciará a Belarmino por robarle a su público.

Belarmino y Apolonio es una novela que pone de manifiesto la ridiculez de la intelectualidad, constituyendo una sátira y una loa de la misma, no solo por emplear un repertorio léxico y una cantidad de registros más variado que cualquier otra novela, sino porque los prismas representativos del pensamiento quedan reducidos a la función utilitaria de los personajes. El que no fabrica zapatos para que anden otros se encarga de remendarlos. La labor de ambos protagonistas los ata al suelo, a la Tierra y no al mundo de las ideas en el que constantemente viven, con el que sueñan despiertos. La vida se convierte en una batalla dialéctica, donde no importan los vencedores ni los vencidos, sino solo el agua que echarse a la boca. Por otra lado, esta rivalidad de egos, esta lucha por construir un discurso perecedero, trastocará la vida de quienes rodean tanto a Belarmino como a Apolonio. Sus hijos serán separados a la fuerza y obligados a seguir caminos para los que no estaban preparados, caminos que no deseaban surcar. 

Con todo esto, deciros que la obra me parece de lo mejorcito que he leído en lo que va de año. Entiendo la reedición de Cátedra de hace algún tiempo y la agradezco. Sin embargo, también Belarmino y Apolonio tiene una serie de pecados que la han hecho envejecer mal. Para empezar, muchas veces recurre a términos que ya eran arcaísmos en la época en la que se escribió y que por más que he intentado buscar me ha resultado prácticamente imposible encontrar. Esto nos lleva al segundo punto, una lectura que te remite constantemente al diccionario, por muy bien hilada que esté, puede poner en jaque a más de uno. El tercer punto es la profusión innecesaria de algunas partes, en ocasiones marcadas como fragmentos que el lector puede tomarse el lujo de omitir por el mismo autor. Lo que me ocurre a mí, en lo personal, con esto es que después de leer Amor y pedagogía de Unamuno soy partidario de pasar de largo cualquier recomendación que me haga el autor y, claro, luego pasa lo que pasa. Aún así, y con todo, he de reconocer que es un novelón y que el esfuerzo que se invierte en leerla va de la mano con una satisfactoria recompensa personal. Tenéis otra reseña en el blog de Villa Molina (donde ponen a parir el libro, para  que veáis que no todo son críticas positivas). 

Y dicho esto. Lean mucho, coman con moderación y namasté.

2 comentarios:

  1. Tengo curiosidad: ¿a Unamuno y a Péreze Ayala los lees con fines académicos o por gusto?

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    1. Los estoy leyendo para prepararme para las oposiciones, porque pueden caer, pero tampoco te voy a decir que no los esté disfrutando.

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