Si tuviera que elegir a alguien con un alma verdaderamente renacentista a día de hoy, posiblemente elegiría a Carla Guelfenbein. Además de una narradora de talla, como lo demuestra en esta novela que hoy reseñamos, la autora es bióloga y ha trabajado, entre otras cuestiones, como directora de arte, diseñadora y editora de moda para importantes marcas. Esto no tiene por qué representar nada en su narrativa, pero el dato no es excluyente y aporta mucha información de peso a la pequeña delicia que es La estación de las mujeres.
Estamos ante un texto polifónico, como polifónica es también su autora. La historia se nos narra desde diferentes puntos de vista con narradores a veces en primera persona y a veces en tercera, saltando de un personaje a otro con fluidez y buen hacer, aportando la dosis justa de emoción e intriga para dejar al lector en el asiento deseoso de más. Las perspectivas adoptadas no son elegidas al azar, hay una búsqueda de la identificación, bastante inteligente por parte de la autora, con un público femenino de mediana edad y con un alto nivel de estudios (ya sean estos oficiales o autodidactas). Sin embargo, no por ello, el detalle de que yo no soy el lector implícito que la autora desearía me impide disfrutar del texto y esto solo lo logra la buena literatura.
Como digo, en La estación de las mujeres se tergiversan historias que parecen remotas e inconexas, pero que poco a poco se van hilando hasta dar una visión plural de lo implicó ser mujer en los 1950s y de lo que implica serlo hoy en día. Además, toda la trama (o casi toda) está ambientada en Nueva York y todas las protagonistas gozan de un matiz que las hace vulnerables y fuertes en unos sentidos u otros. Guelfenbein elige bien los momentos frágiles, expone pesares y miedos que vienen derivados de una sociedad que relega a la mujer a un segundo plano y que la ningunea aún más si cabe si dicha mujer es extranjera. No olvidemos que la autora es chilena y que no va a ignorar su experiencia vital de cara a construir la narración.
La cultura chilena se funde con la neoyorkina y esto lo vemos en dos figuras de mujeres emblemáticas a todas luces y tan importantes en la novela como las propias protagonistas, a pesar de su aparición solo en las más absolutas de las sombras. Hablamos de la artista abstracta Jenny Holzer, representante de la mercantilización del arte y de toda la industria americana, frente a la poeta chilena galardonada con el Premio Nobel Gabriela Mistral. Aunque no aparece esta última más que en un milisegundo, está siempre presente en la que será su albacea durante los cincuenta años que le seguirán a su muerte. Véase la estadounidense Doris Dana. Lo cierto es que esta incursión me gustó. Me esperaba más "salseo" con lo que viene siendo la supuesta relación lésbica que Mistral siempre rechazó y, aunque Doris aparece como un personaje bisexual, las relaciones entre ella y la chilena se pintan sobre un eje de admiración/desprecio. Recordemos que Doris también soñaba con ser escritora y vivió toda su historia opacada por la lengua de su protectora. Ni siquiera después de la muerte de Mistral, Doris pudo escapar de su influencia. Y no sería porque no lo intentara.
Por otro lado, a las tramas del pasado, que implican a la ya citada Doris Dana, a una joven de familia burguesa adinera que acaba escapando de sus padres y a la pequeña Juanita, una puertorriqueña que limpia habitaciones con su madre y que por casualidad atisba un suceso que le cambia la vida, hay que sumar la trama del presente. Esta recae sobre los hombros de Margarita, una mujer de cincuenta y siete años que sabe que su marido la engaña, pero que sigue con él por costumbre. Ha cogido la tradición de ir a un banco frente a la facultad para espiarlo. Sin embargo, la extraña desaparición de la portera (Anne) y la búsqueda de una mujer en el pasado de su amiga Juanita hacen que sus días de tedio y conspiraciones en torno al inútil de su marido se conviertan en una nueva aventura.
La estación de las mujeres pretende representar a diversos tipos de mujeres que buscan escapar de una realidad terrible que se les ha sido asignada. Se contempla la huida física, como en el caso de Anne, pero también la huida en el amor o en el éxito artístico y social. Igualmente, no se descuida la huida en el sexo. Este punto es tratado con muchísima naturalidad y se siente sincero y no forzoso, como suele suceder en muchas otras novelas, que lo utilizan como mero reclamo. Todas las protagonistas presentan irregularidades en sus vidas, todas proceden de estratos y de condiciones diferentes. Esto se debe a que la autora busca con la obra hacer un homenaje a todas las mujeres. Si bien hay que decir que como idea es ciertamente pretenciosa, más teniendo en cuenta la corta duración del texto y su recorrido, el cómputo total de líneas y, más importante, los sentimientos y vicisitudes que se desarrollan en ella dejan a la obra y a la autora en muy buen lugar. Una lectura, como digo, muy disfrutable.
Eso es todo por hoy. Lean mucho, coman con moderación y namasté.
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