Lucas es un escritor bonaerense cuarentón que vive con su mujer, Catalina, y su hijo de corta edad, Maiko. Cada cierto tiempo acude a Montevideo a bordo de un ferry para extraer del banco ciertos pagos por novelas que acuerda escribir para editoriales españoles, pero que no siempre entrega a tiempo. El viaje no es en balde, si retirara el importe en Argentina, la fiscalía se quedaría con casi un sesenta por ciento de las ganancias. Por ello, hace de mula, cargando más billetes de los que debe en la ropa interior y buscando mil formas de burlar a los controles aduaneros. En uno de estos viajes, aprovechando un congreso de literatura en la capital uruguaya, conoce a una chica por la que siente cierta atracción. Lucas sabe que desde hace algún tiempo su mujer mantiene encuentros sexuales con otra persona. Cree que le ha llegado el momento, cree que ha tenido suerte. ¡Menudo desdichado!
La uruguaya es una novela ágil, en sintonía con otras de Pedro Mairal. Destaca por sus diálogos y por el desarrollo de la psicología interna de los personajes con pocas frases, pero muy contundentes.
En ella sobresalen las relaciones entre narrador y narratario. Todos sabemos que un autor escribe para un lector que existe en la vida real y que es, por lo general, de naturaleza indefinida. Quiero decir, depende de la obra hay unos patrones claros. Por ejemplo, no tiene demasiado sentido apelar al lector usando pronombres masculinos en un libro para embarazadas. Esto no quiere decir que todas las personas que vayan a leer ese libro sean mujeres, pero la lectora ideal del propuesto por el escritor/a lo es. En cualquier caso, lo importante es que en toda obra, sea del índole que sea, hay un autor (o autores) y lectores, ideales y reales. A este esquema simple, habría que sumarle el del narrador y el narratario en las obras de ficción. En La uruguaya el narrador es el propio Lucas, que relata su experiencia en primera persona, pero lo hace con el fin de comunicarse con el narratario (Catalina) para, aparentemente, pedir su perdón.
Hay que dejar en claro dos cosas, puede que Lucas acabe muy mal parado al final de la obra, pero hasta cierto punto no le importa tanto humillarse ante Catalina como humillarla. Los detalles eróticos que le revelaría si el largo texto que escribe llegase a sus manos son verdaderamente hirientes, a pesar de que trate de compensarlo al final diciendo que la quiere. Lucas yerra, se comporta como un iluso y actúa en venganza. Y lo peor de todo, una vez la acción acaba y se sienta a escribir el relato que los lectores estamos leyendo desde el principio, sabemos que su venganza no ha concluido y que aún pretende reclamarla.
Sin embargo, esto es una interpretación. De si la intención de Lucas es entregar su texto a Catalina o no, puede desprenderse otra: la de que Lucas escriba el texto para sí mismo, pero aluda a Catalina en segunda persona como una parte de sí mismo. Ya en la obra se comenta varias veces la cuestión de la bicefalia de las parejas sentimentales. Se comparten hábitos, comidas, películas, amistades, sexo, etc. Hay una negación de la intimidad en un principio que se pierde cuando una de las cabezas trata de recuperarla. Dependiendo de lo que se quiera dejar de compartir esto puede llevar a la hecatombe para la pareja. La escasa madurez puede invitar a la afloración de los celos, como le ocurre a Lucas en su primera venganza. Si las alusiones a Catalina son alusiones a sí mismos, estamos ante un nostálgico como el final de la obra parece indicarnos.
Podría comentar varias cuestiones más, pero este punto ha sido el que más ha llamado mi atención de toda la obra por su ambigüedad. Ya sabéis que pienso que cuanto más ambigua sea una obra más poderosamente literaria me parece. Por lo demás, es una historia entretenida, pero sin momentos sobresalientes.
Lean mucho, coman con moderación y namasté.
Reseñas de otras obras de Pedro Mairal en esta esquina: Una noche con Sabrina Love,
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