Quería volver a Yasmina Reza después del breve, pero satisfactorio cotacto que había tenido el mes pasado con su obra tras la lectura de En el trineo de Schopenhauer, un relato largo/novela muy corta en la que había muchos componentes del lenguaje teatral. Reza es una reconocida dramaturga y Un dios salvaje es, sin duda, su obra más laureada. En ella asistimos a una batalla campal entre dos matrimonios que tratan de resolver con civismo y sin éxito una violenta disputa que habrían tenido sus hijos un par de días atrás.
Alain y Anette Reillé acuden a la casa de Veronique y Michel Houillé porque Ferdinand, el hijo de los primeros, le ha sacado dos dientes y medio de un palazo a Bruno, el vástago de los segundos, y va a ser denunciado si no es capaz de disculparse con el corazón en la mano. Veronique piensa que el perdón sólo se obtendrá si es lo más sincero posible, pero Alain no está dispuesto a que su hijo se humille de esa forma; para él el mundo está regido por un dios salvaje y la violencia es una forma de expresar quién es más fuerte. Alain califica la acción de su hijo como una mera chiquillada a la que no hay que darle importancia, pero Veronique es un persona que se cree comprometida con la evolución social y que piensa que en la agresión queda claro quién es la víctima y quién el verdugo. Entre medias tenemos a un condescendiente Michel que detesta la hipocresía de su esposa y que trata de agraciarse con el triste Alain al tiempo que desea partirle la cara a puñetazos y a una sufridora Anette, que está harta del dominio que tiene su marido sobre ella cuando no es capaz de preocuparse lo más mínimo por los asuntos más complicados de la familia. Alain es un empresario que ha metido la cabeza en el turbio negocio de la venta de fármacos nocivos para la salud a gran escala y que, durante toda la obra, está hablando por teléfono para dejar clara su postura de tapar todos los huecos ante las posibles amenazas de demanda por miles de damnificados. Uno de ellos la inocente madre de Michel con más de setenta años.
Un dios salvaje es una comedia acidísima en un único acto donde se pone de relieve que, a pesar de todo el avance de la civilización, nuestro cerebro de homo sapiens sapiens se ha mantenido sin alteraciones y que los sentimientos que nos permitieron sobrevivir hace miles de años son los que en definitiva siguen funcionando, todo lo demás es hipocresía y maquillaje. Veronique es una escritora que trabaja temas relacionados con las penurias de los países africanos y que se siente mejor que nadie por denunciar la injusticia del mundo. Esta vanidad le lleva a creer que tiene razón en todo y a juzgar precipitadamente a todo aquel que le rodea, colocándolo siempre un escalón o dos por debajo de donde ella está. Esto le permite a Reza crear un personaje como Michel, un hombre sumiso y temeroso, cuya única finalidad es agradar y que se siente confuso en toda la obra por no saber a quién tiene que darle la razón. Michel adquiere también algunos valores hipócritas, pues a pleno capricho exige para Ferdinand unas disculpas sinceras a su hijo por la paliza cuando él no es capaz de dárselas a su hija por haber abandonado/asesinado al diminuto y frágil hámster de ésta. Anette, por el contrario, es una mujer sometida a una presión insoportable al sentirse culpable del desastre que la rodea, ya que Alain, que dedica toda su vida al trabajo, se desentiende de todos los asuntos que tienen que ver con su familia y sólo abre la boca para recriminarle lo mal que está llevándolo todo.
En Un dios salvaje están los miedos y la lucha por el poder que han servido para perpetuar la especie desde que ésta existe y se levantan como un muro insalvable para todos los propósitos de compromiso social y progreso que se plantean para la sociedad de hoy. Explica el fracaso de las ideas integradoras, de la equidad y del respeto en la premisa insoslayable de que la sociedad hasta el día de hoy sólo ha sabido avanzar a partir del odio y que pedir cualquier otra cosa a nuestras mentes es forzar demasiado la máquina, a veces con escusas y mentiras que no llegamos a creernos del todo. Una visión como la que Reza muestra aquí es sumamente desconcertante, cruda y desesperanzadora con una humanidad que no ha mejorado, sino sólo progresado en un camino para permitir la supervivencia de los más preparados, eliminando o dejando de lado a los más vulnerables. Se borra también toda esperanza de posible mejora y se refuerza la idea de un mundo asqueado que ha tenido que perfumarse a sí mismo para poder seguir progresando en la misma línea que ha mantenido siempre. Con momentos de tensión brutales, Un dios salvaje se convierte en un drama más que recomendable para cualquiera que busque reflexionar sobre la naturaleza humana y sus estragos.
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